Cristina Plate
Cantar o no cantar, esa es la cuestión
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Modelo, actriz, cantante y animadora de un excelente programa de radio, Cristina Plate ha elegido la ternura como modo de vida

El portero que la ve pasar apurada, siempre sobre el filo de las 21.30, la sigue unos pasos para preguntarle por unos disquitos que le encargó alguna vez. "Si se olvidó no importa", alcanza a hacerle escuchar. Al divisarla fugazmente a través de los cristales, de todas las cabinas y estudios que hay a lo largo del corredor de Radio Belgrano le hacen señas mudas y panorámicas sonrisas de saludo. Ella no llega a responder: su marcha apurada la sacó del campo de las ventanas. Cuando llega a la sala del fondo, desde donde se trasmite diariamente Los Buscadores de Oro, programa que creó y anima contra viento y marea, las chicharras suelen estar sonando. Por lo general, también los locutores ya han terminado de desgranar —hojita por hojita, garganta acústica— las últimas frases publicitarias y el operador ha soltado la bandeja con la consabida cortina musical. Entonces, como parte de un rito comenzado el 1º de enero de este 1970 y alimentado estoicamente noche a noche, Cristina —Cristina Plate— comienza su rito frente al micrófono. Cuenta cuentos aparentemente inofensivos, dice las cosas más terribles con las palabras más suaves y cosas más dulces a viva voz —como para que no queden dudas—, recuerda sin tapujos anécdotas, épocas. Se confiesa y confiesa intimidades con una naturalidad que deja atrás la impersonalidad de ciertos conductores sin ladearse a los excesos de otros. Hasta las 22, hora en que llega "el hombre del noticiero", cuanto ocurre en el estudio nada tiene que ver con lo que sale al aire y se escucha en los receptores. Los operadores hacen su versión mímica de las tandas comerciales; entre banda y banda musical los locutores fingen radioteatros cuyas claves y dobles sentidos sólo ellos conocen. Hasta el agente que custodia la planta, por si acaso, participa de la charada general. Muchacha mimada por todos, más profesional de lo que se considera, Cristina sólo se hace oír entre discos, lee una media docena de parlamentos donde parece pensar en voz alta, pero no: en realidad pensó con los dedos a la tarde frente a una máquina de escribir. Y, lo que importa, tanto como los temas que adecuadamente selecciona, es que obliga a escucharla entre líneas, una gimnasia infrecuente en la remozada radiofonía local.
Hay sin duda alguien detrás de esa voz susurrante; no es otra persona que ella misma, una Cristina poco difundida, por cierto mucho menos que aquella imagen de modelo feliz que sonreía desde enormes afiches callejeros o algunos cortos publicitarios. Contra lo que puedan llegar a recordar los más memoriosos —si tienen una carpeta de recortes al lado —quienes conocen a Cristina más allá de un grabador a casette por medio le saben otras inquietudes, otras preocupaciones que seguramente saldrán a relucir de un momento a otro, cuando su rentrée como cantante sea un, acontecimiento innegable y la acose la curiosidad periodística. Por lo pronto y pese a que momentáneamente, había decidido "borrarse" de los ambientes musicales, acaba de realizar una serie de presentaciones en el teatro Independencia de Mendoza que constituyen bastante más que un buen indicio, acaso una nueva forma de encarar el métier.
Si ya antes era difícil encasillarla dentro del mosaico de nuevos cantantes, ahora lo es más aún porque parece querer recorrer a la inversa los habituales, probados caminos. De la experiencia con Mandioca —tan lejana en la perspectiva de tres años—, queda la imborrable presentación en el teatro Apolo, su voz perdida entre las balbuceantes estridencias del Manal de aquella época y los descontroles técnicos de equipos mal regulados. También: medio millar de disquitos apretados en el fondo de algún armario. El relanzamiento de RCA es un fantasma igualmente triste: tras hacerle grabar otro simple, la empresa, que pensaba integrarla a su staff de "valores jóvenes", chocó con su firme determinación de no dejarse acomodar a esquemas fácilmente comercializables. Su lugar no tarda en ser ocupado por una voz más moldeable, menos combativa: la urlatrice Tormenta.
"Historia antigua" es la tajante definición con que Cristina cierra una etapa para empezar a modelar otra: el presente, su futuro. Buen síntoma: antes que nada jura que no volverá a grabar si no se dan todas las condiciones exigidas. Para empezar prefiere echarse a cantar entre públicos menos deformados que los que sólo consumen la música (de algún modo hay que llamarla) que les imponen: va a cantar al interior, por los pueblos, para gente que realmente la quiere escuchar. Su equipaje: un lote de 35 canciones "de autores que me gustan y quiero mucho". Poemas de Miguel Hernández, de Unamuno, "otras parábolas" —no las usadas por Serrat— de Antonio Machado que rescató Sergio Aschero, baladas de Albe Pavese, Jorge Schussheim, Violeta Parra, Precisamente, si ésta o la Pocha Farías Gómez —madre de Chango, Marión, etc.— no fueran Palabras Tan Mayores dentro de esa activitud vital que es para algunos el oficio de cantar, podría afirmarse que Cristina apunta en esa dirección; sólo el tiempo puede darle —o no— la dimensión de la Parra o La Chacha. Pero algo es cierto: que esa forma que tiene Cristina de decir las canciones hace que las trascienda, las vitalice. Desde luego, esto no convierte
a Cristina en un número fácil. Por lo contrario, cuesta al principio aceptar su canto, su forma de interpretar sensiblemente, no dramáticamente.

CRISTINA HABLA
—¿Por qué empezás tu reaparición por el interior y no en algunos de los café-concerts locales que siempre están reclamando voces nuevas?
—Primero porque me llamaron a través de Violeta Murúa, que había hecho conocer unas cintas grabadas por mí. Pero lo fundamental: voy al interior porque quiero salir de este contexto. Si me quedo es probable (es seguro) que me tipifique como cantante de cafe-concert, exclusivamente dedicada a una élite de gente que no es la que más me interesa. Gente que cuchichea, que hace ruiditos con el hielo dentro del whisky, que fuma y echa todo el humo encima. La experiencia en sí no es fea porque el cantante tiene a toda la gente muy al alcance de su mano y puede entablar un diálogo. Pero ocurre que muchas veces una va con todas las ganas de dar un montón de cosas y la espera una manada de borrachos o que viene sólo a tomar un trago o a hacer cualquier cosa menos escucharla. La experiencia del interior me confirma que allí hay más respeto, no más desconocimiento, como se cree. No juzgan por lo que uno es o ha sido (modelo y actriz en mi caso) sino por lo que está haciendo en ese momento.
—¿Cómo empezó tu relación con la música?
—Desde muy chica yo quería ser cantante de ópera, pero en casa no me dejaban estudiar. Decían que se me iban a formar nódulos en las cuerdas vocales. Si quería aprender debía esperar hasta los 18. No podía. Así que empecé a ir a las clases colectivas del Collegium Musicum. Mis llamados "primeros gorgoritos" fueron con temas del folklore universal.
—¿Y cuándo entreviste la posibilidad de cantar como solista?
—En 1963. Vivía en París en un hotel que estaba arriba de un boliche (L'Escalade), donde Violeta Parra y sus hijos hacían números sudamericanos. Al tiempo de conocerlos, una noche me invitaron a participar de esos recitales. Con el tiempo, ya de regreso, fui tomando cada vez más clara conciencia de que ésa era la forma de comunicarme con el mundo que más me interesaba.
—Hay otras.
—Claro, desde los programas radiales que estoy planeando para el 71 hasta la posibilidad de volver a hacer un cine mejor o de llegar a producir espectáculos de buena música para niveles masivos.
—Vos viviste de cerca esa explosión de aire fresco que parecía ser el Nuevo Cine Argentino. Inclusive llegaste a participar en dos de sus películas: The Players versus los Ángeles Caídos y Tiro de Gracia. ¿Qué pensás de ese cine?
—En principio me interesó su existencia, el hecho de que todavía hubiera gente con ganas de renovar el medio. Al margen de la frustración personal —o grupal— que me causó Players, pienso que en general los cineastas han desaprovechado la oportunidad de filmar cosas realmente contundentes, agresivas, con valentía y sin concesiones, tal como lo exige toda época a sus creadores auténticos. Las películas se han quedado en la retórica, no son jóvenes.
—Vos atravesaste el medio de donde casi todos ellos surgieron (la publicidad), ¿pensás que parte de sus fracasos puedan achacarse a su deformación profesional?
—Puede. En mi caso particular, no bien descubrí que la publicidad era algo que pretendía hacer de mí un jabón, un soutien, un jugo de frutas y un detergente casi al mismo tiempo, comencé a sospechar y antes de que se me metiera definitivamente en mi vida la abandoné. Creo que a muchos directores surgidos de esa actividad le pasa lo mismo y están tan metidos que no se puedan desprender.
—¿No pensás que eso también les pasa a los cantantes?
—No sé si es exactamente eso o que todos terminan en una carrera competitiva absurda. Se trata de ver quién es el mejor, quién el que vende más discos o lleva más gente a un estadio, cuando lo que importa es contribuir a crear un movimiento, una conciencia musical. El oficio de cantar debe ser una cruzada. Una vida sin rebelión no puede ser completa. No hablo de la rebelión sin sentido sino de la creadora, la encauzada.
Además de sus puffs, iujus, boá y otras exclamaciones demasiado confianzudas para el micrófono, en una de las últimas emisiones de Los Buscadores de Oro se escuchó decir a Cristina Píate: "Juguemos a que somos una roca de esas que hay junto al mar; juguemos a aguantar que las olas se rompen contra nosotros y se deshacen convirtiéndose en espuma leve, delicada, tan parecida a una sonrisa."
Como sus declaraciones, sorprende escuchar su poesía. Y aunque ambas suenen un tanto exageradas, Cristina sabe respaldarlas: con un empecinado silencio hasta hace poco y, ahora, con su lento, maduro redescubrimiento de las posibilidades del cantante. Acaso todavía haya que apuntar otros datos: que tiene 27 años, que desde hace 4 y medio es madre de Leticia, que gusta repetir hasta el cansancio una frase de Luis Alberto Spinetta, de Almendra ("La soledad es un amigo que no está") y que se reconoce fans número uno de la ternura como modo de vida. ¿Quimera o desafío?
Semana Gráfica
04.09.1970

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Cristina Plate
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