Los esfuerzos por disciplinar al peronismo, poner en orden
el país y enfrentar los problemas nacionales, han ido
desgastando la imagen del Gobierno antes de lo previsto.
El uso del poder oficial trae aparejado un deterioro
inevitable, que sólo se advierte al asumir la
responsabilidad de gobernar y no cuando se ejerce
únicamente la oposición.
CON el reciente anticordobazo protagonizado por la policía
provincial —bajo el comando del teniente coronel (RE)
Antonio D. Navarro—. los sectores derechistas del
oficialismo parecen haber alcanzado la cúspide de su
poder. Fue sintomático que otro Gobernador cuestionado,
Alberto Martínez Baca, de Mendoza, que se negaba a otorgar
un aumento a su policía —"porque rompería el Pacto
Social"— se apurara a satisfacer las ansiedades monetarias
del cuerpo policial.
En rigor, ninguna medida de gobierno tomada por Ricardo
Obregón Cano e Hipólito Atilio López en Córdoba, y
Martínez Baca en Mendoza, justifica que se los considere
izquierdistas Puede ser —como afirman sus adversarios— que
hayan resultado tolerantes con algunos grupos díscolos del
peronismo, e incluso débiles frente a sectores
subversivos, pero la clave del problema reside en que, en
última instancia, no responden a la columna vertebral del
peronismo: el sector gremial articulado en las "62
Organizaciones" y que políticamente se expresa a través
del Consejo Superior Justicialista.
De todos modos, la acción librada en Córdoba tiende a
erosionar peligrosamente al mismo Presidente de la Nación.
quien pocas semanas antes había indicado a un grupo de
dirigentes sindicales que lo visitaron en su residencia de
Olivos, que había que cesar con los ataques a los
gobernadores desafectos a la línea sindical. Por eso
mismo, el arresto de Obregón Cano, López y otros
funcionarios provinciales por parte de la policía
levantada contra las autoridades constituidas, representa,
de rebote, tanto un desconocimiento de la conducción
política como de la investidura presidencial. Aunque el
acto fuera realizado para "defender la verticalidad", ante
la opinión pública la imagen de Perón quedó cuestionada.
No le ayuda mucho el rumor de que todo se habría realizado
con su conocimiento.
Una versión señaló que el motivo del pronunciamiento
policial —el primero que registra la Historia Argentina—
tuvo su origen en la orden que habría impartido Obregón
Cano a su entonces jefe de Policía de allanar la sede de
la Unión Obrera Molinera, donde deliberaba el plenario de
las "62 Organizaciones" local, señalando que allí se
encontrarían hombres armados. El teniente coronel Navarro
habría replicado que, en ese caso, también correspondería
allanar el Sindicato de Papeleros, donde estaba reunido el
sector "legalista", solidario con el Vicegobernador López.
Según tal versión, esa respuesta habría irritado al ex
Gobernador, quien decidió en consecuencia pedirle al jefe
de Policía su renuncia. La derivación del episodio ya es
conocida. Cierto o no, el rumor subraya la clave ya
mencionada: la necesidad del sector sindical "ortodoxo" de
estructurar una verticalidad monolítica pero bajo su
hegemonía.
La primera reacción del Gobierno nacional dio una clara
impresión de debilidad, a pesar de haberse esgrimido como
argumento "el absoluto respeto a las formas del
federalismo", pues resultaba ingenuo "confiar en el buen
sentido de los cordobeses para lograr la solución
institucional". Tal solución se ensayó, en forma muy
ambigua, mediante la asunción provisional de la
Gobernación por parte del presidente de la Cámara de
Diputados provinciales, Mario Dante Agodino.
Pero los supuestos intentos del mandatario provisional de
lograr una solución transitoria no resistieron la dureza
de los acontecimientos. Los grupos que apoyaban a Navarro
no aceptaban otra salida que la continuación de éste —y
sus comandos civiles— a cargo de la jefatura, a la espera
de la intervención federal. Así, Obregón Cano inició su
peregrinaje afirmando su derecho a reasumir el mando;
Agodino se atribuyó una sorpresiva convocatoria a
elecciones; mientras la CGT "ortodoxa" y las "62
Organizaciones" cordobesas anunciaban la huelga general en
espera de que el Congreso Nacional sancionara la
correspondiente ley de intervención. Fueron tres sectores
enfrentados, de los cuales el último resultaba el más
fuerte. Los más descolocados fueron, evidentemente, los
sectores "combativos" partidarios de Obregón Cano y Atilio
López.
Era evidente también que la situación' resultaba
incontrolable y así lo entendió Ricardo Balbín cuando
logró entrevistar a Perón. Una de sus metas consistía en
"salvar la investidura presidencial", según dijo a los
periodistas; y es que el veterano jefe radical fue
realmente el primer político en señalar la influencia
negativa del "caso Córdoba" robre la imagen del
Presidente.
Al principio no se sabía bien cual sería el objetivo final
de la intervención: si era para devolver el mando a
Obregón Cano (posición radical) o para llamar a nuevas
elecciones después de "purgar" de posibles izquierdistas a
la administración cordobesa. (Esto último podría implicar
la intervención a las municipalidades, muchas de las
cuales están en manos radicales). De ese modo, el Gobierno
nacional aparecía entre dos fuegos: si optaba por la
primera variante, los autores del anticordobazo
seguramente no depondrían sus armas; si optaba por la
segunda el delicado equilibrio de la alianza en la cumbre
Perón-Balbín podría romperse si no se hallaba una solución
intermedia de común acuerdo.
Adiós a la Tendencia
Este proceso implica, además, la protocolización del ocaso
de la llamada Tendencia Revolucionaria del peronismo,
encarnada fundamentalmente en la dirección de las
regionales de la Juventud Peronista.
La ausencia de sus representantes en los encuentros
juveniles con Perón —lo que fue "visto y considerado" como
una afrenta al viejo líder— ya había iniciado el proceso
de disgregamiento: paulatinamente. sectores de las
diversas agrupaciones que componen la JP, incluyendo el
sector universitario donde la Tendencia se mostraba
últimamente más fuerte, pasaron a aceptar "la verticalidad
ortodoxa". En Buenos Aires, los desprendimientos más
importantes fueron los de las facultades de Filosofía y
Letras, Ciencias Económicas y Medicina, que de esta manera
se unieron a los ya producidos en facultades del Litoral.
De este modo, el proceso en pos de la estructuración
monolítica del Movimiento Justicialista, encuentra ahora
el camino despejado. Tal situación se oficializará en la
constitución de las nuevas autoridades del Partido
Justicialista, a cumplirse en la segunda parte del
congreso partidario iniciado a principios de febrero en el
Teatro Nacional Cervantes. Ya en su primer sesión se
modificaron por aclamación los estatutos, con el propósito
de permitir un mayor control sobre los distritos
provinciales; por ejemplo, en caso de intervención a los
mismos, el congreso nacional del partido está ahora
autorizado para implementar alianzas- o decidir sobre la
instrumentación de candidaturas.
Por último, con la derogación del Estatuto de los Partidos
Políticos —sancionado durante el Gobierno de Lanusse—, se
aventaron los impedimentos para que la presidencia y
primera vicepresidencia d e 1 Partido Justicialista puedan
ser cubiertas por funcionarios del Gobierno. Es decir:
Perón e Isabelita. Instaurada definitivamente la
"ortodoxia", sólo faltará designar ahora a los
representantes de la verticalizada juventud, junto con los
delegados de las ramas sindical, política y femenina. Eso
completará el organigrama, del más puro estilo castrense,
que trazara Perón en su momento.
Sin embargo, la institucionalización del peronismo como
partido también demuestra que, pese a todo, el único
cemento capaz de mantener la estructura —y hacer cumplir
ese organigrama— es el propio Perón. O sea que se
soluciona el problema inmediato pero se mantiene el del
largo plazo, el del reemplazante del viejo líder.
Una figura que parecía en franco ascenso, la del senador
José Humberto Martiarena, secretario general del Consejo
Superior Justicialista, se percudió durante el debate
senatorial sobre la Ley Universitaria por falta de
flexibilidad ante las exigencias del bloque radical. La
situación fue salvada por el segundo jefe del bloque
oficialista, Ítalo Argentino Luder, quien convino con el
radical Carlos Humberto Perette una tregua hasta esta
remana para lograr un acuerdo sobre el espinoso tema
universitario.
Cambios y superposiciones
Dentro de este juego de equilibrios, que le lleva la mayor
parte de su tiempo, Perón debió también descomprimir la
caldera del Pacto Social. Lo hizo con el propósito de
satisfacer las presiones de las bases obreras que
impulsaron a los dirigentes de la CGT a reclamar aumentos
salariales.
Como respuesta, el Presidente prometió una convocatoria a
lo que denominó "la paritaria nacional", compuesta por
representantes de la CGT, la CGE y el Gobierno, y cuyo
objetivo es el de estudiar una escala de aumentos que no
renueve la espiral inflacionaria. Simultáneamente, el
Ministerio de Economía iniciaba una campaña para evitar el
contrabando fronterizo que tendía a agudizar el
desabastecimiento del mercado interno (fenómeno éste muy
frecuente cada vez que se congelan los precios).
La decisión de descongelar los salarios significó, de
hecho, una
desautorización a la rígida política del Ministro de
Economía; además, el inevitable embarazo que produce
siempre esa cartera al cabo de nueve meses de gestión
(Gelbard está desde el 25 de mayo de 1973), hicieron rodar
versiones sobre un pronto reemplazo, sobre todo después de
las declaraciones públicas de López Rega sobre "los
inconvenientes que provocara en Libia la ascendencia judía
de algunos altos funcionarios".
Paralelamente también se dio como sepultado en su gestión
al Secretario General de la Presidencia, cuando apareció
una nueva estrella en el firmamento peronista: el coronel
Vicente Damasco, nombrado Secretario de Gobierno. Esa
visible superposición de cargos comenzaba a eclipsar
peligrosamente la figura de Vicente Solano Lima, cuando se
precipitaron los episodios de Córdoba. Y como suele
ocurrir en estos casos, un problema grave hace olvidar
otros problemas menores, e indirectamente Gelbard y Lima
lograron salvarse del naufragio justo a tiempo, gracias al
anticordobazo.
Lo que nadie puede evitar, en cambio, es el desgaste total
que ha venido sufriendo todo el Gobierno peronista en su
conjunto —y principalmente la figura de su líder—, en sólo
cinco meses de normalización institucional. El famoso
despegue aun no se ha concretado y aunque la demora esté
justificada en parte por la herencia recibida, por el
proceso electoral tan largo que se vivió el año pasado y
por los conflictos internos del oficialismo, no es fácil
justificar tantos cambios, superposiciones y contramarchas
en el orden nacional.
Que Perón sufriría un desgaste de su Gobierno era
previsible, pues ningún Presidente está exento de ese
riesgo. Pero que ese deterioro fuese tan acelerado no
estaba en los cálculos de nadie, ni siquiera de sus
adversarios más enconados. Aun aquellos que le concedían
un tiempo escaso de tranquilidad administrativa no se
atrevieron a suponer que el poder, a veces, puede
desgastar tanto y tan rápidamente. Este es un fenómeno que
ahora ha empezado a hacer reflexionar a no pocos políticos
que ambicionan legítimamente el Gobierno de la Nación.
pues parecería que la cosa no se ve tan fácil desde arriba
como parece desde abajo.
Revista Redacción
marzo 1974
REDACCION