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Balbín - Fuerzas Armadas
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Balbín apunta por elevación a Illia
A medida que el Congreso Nacional va cobrando importancia como uno de los epicentros políticos, los conflictos internos del oficialismo tienden a trasladarse a los bloques legislativos del radicalismo del Pueblo. Hacia fines de la semana pasada, algunos expertos observadores parlamentarios se animaban a vaticinar que para 1964 no era descartable que esos enfrentamientos se tradujeran en una crisis, con consecuencias más o menos inesperadas: alguna de esas consecuencias podía ser la renuncia total o parcial de los miembros de la Mesa Directiva del bloque de diputados.
Raúl Fernández, veterano dirigente del sabattinismo cordobés, y uno de los amigos de confianza de Illia, había sido prácticamente impuesto como titular del bloque por el entonces presidente electo poco después del 7 de julio: Illia necesitaba cubrir con un hombre de su equipo personal la conducción de los diputados oficialistas.
Pero al elegirse las autoridades de la Cámara de Diputados, los balbinistas lograron un triunfo importante al conseguir la designación de Arturo Mor Roig como presidente. A todos, sin embargo, les resultaba evidente que, pese a ser técnicamente balbinista, Mor Roig —temperamental e ideológicamente— estaba más cerca de Illia que del presidente del Comité Nacional. Otro avance del balbinismo dentro de la Cámara de Diputados fue la casi simultánea designación del bonaerense Juan Carlos Pugliese (amigo personal de Ricardo Balbín) como vicepresidente primero del bloque. Los otros cargos se repartieron entre el rabanalismo (Héctor Francisco Musitani); el unionismo metropolitano (Raúl Zarriello) y la línea inspirada por "los hermanos Suárez (Luis Ignacio Bobillo, de Mendoza, y, relativamente, Alberto Maglietti, de Formosa). El vicepresidente segundo, Luis León (chaqueño) era entonces ubicable entre los "no comprometidos".
Al estructurar su política parlamentaria, el presidente Illia tuvo obviamente que descansar fundamentalmente en Raúl Fernández: la dirección del bloque, por lo demás, había sido integrada con un criterio similar al gabinete nacional. Pero la situación de primera minoría (sin quórum propio) en que está el radicalismo del Pueblo hizo concebir a Illia y a Raúl Fernández una estrategia parlamentaria contemporizadora, pues era evidente desde el principio que el gobierno, para lograr votaciones favorables, debía llegar a acuerdos mínimos con los otros bloques. Así, Raúl Fernández tradujo en las primeras reuniones del bloque las instrucciones del presidente de la República, que, básicamente, establecían:
• La necesidad de una larga paciencia parlamentaria. Tratar de soslayar, dentro de lo posible, los debates políticos y todas las posibilidades de enfrentamientos inútiles con otros sectores.
• La necesidad de cultivar un resignado y filosófico silencio cuando los diputados opositores dijeran cosas ásperas sobre el gobierno, tratando de defender al Poder Ejecutivo sin contraatacar.
• La necesidad de fomentar el clima propicio para la negociación de acuerdos múltiples. La elaboración de éstos quedó en manos de Arturo Mor Roig, quien introdujo la práctica de las reuniones previas de presidentes de bloques.
• La necesidad de trabajar cordialmente en las reuniones de comisiones. El oficialismo debía estar dispuesto a proporcionar informes a todos los sectores que los solicitaran y escuchar todas las sugerencias que permitieran un entendimiento parlamentario.
Lo curioso es que para muchos diputados Radicales del Pueblo las premisas contenidas en las instrucciones presidenciales tenían valor relativo. Contando solamente con los votos de la Federación de Centro, los socialistas democráticos y los democristianos, el radicalismo del Pueblo podía contar con el apoyo de 96 diputados, exactamente la mitad de los miembros de la Cámara (72 radicales del Pueblo, 12 conservadores, 7 democristianos y 5 socialistas democráticos). Sin contar a la UCRI. a UDELPA. ni a los neoperonistas (71 diputados en total), al oficialismo le quedaba aún un margen de maniobra de 25 diputados para tratar de conseguir respaldo en votaciones fundamentales. Muchos radicales del Pueblo dijeron entonces que su partido debía mantener la ortodoxia partidaria, y que el criterio expuesto por Illia no era totalmente correcto, en cuanto podía llevar a desviaciones con respecto a esa ortodoxia. Obviamente, el fondo del problema era otro: Illia quería que el bloque pudiera estar en condiciones de hacer combinaciones con cualquiera de los sectores parlamentarios; Balbín entendía imprescindible el acuerdo con los grupos no-frondizistas y no-peronistas. La situación fue finalmente resumida por uno de los diputados oficialistas: "Illia quiere libertad de acción; Balbín quiere el predominio del partido como eje de una tácita unión democrática parlamentaria."
A partir de entonces, las líneas argumentales comenzaron a desarrollarse, y el latente enfrentamiento entre Raúl Fernández y Juan Carlos Pugliese comenzó a ser más claro para los observadores. Pugliese señaló en ese momento que el bloque representaba al partido, no al gobierno. Debía mantener su ortodoxia, para "evitar que se lo confunda con un partido oficialista más". El senador Rubén Blanco, también balbinista, agregó que "no queremos caer en el mismo error de los frondizistas o los peronistas, cuyas agrupaciones fueron absorbidas por la administración pública".
Otro de los argumentos proporcionados por los disconformes con la estrategia parlamentaria propuesta por Illia fue que "no responder a las críticas con otras críticas puede significar un rápido deterioro del caudal electoral".
Simultáneamente, los balbinistas comenzaron a objetar técnicamente la conducción del bloque por parte de Raúl Fernández. "Hombre acostumbrado más a los conciliábulos políticos del sabattinismo que a las polémicas públicas, no puede enfrentarse con Gómez Machado o con Domingorena", dijeron.
Todos estos argumentos fueron prendiendo de alguna manera en diputados oficialistas indecisos, y Juan Carlos Pugliese comenzó a convertirse en vocero de los disconformes. Dos incidentes parlamentarios en los que el radicalismo del Pueblo sufrió visibles deterioros —la discusión sobre petróleo, en la cual los radicales del Pueblo aparecieron votando contra sus premisas, y la afirmación de Fernández en el sentido de que los diputados no estaban para "cobrar sus dietas sin trabajar", con rápida reacción de los otros sectores— contribuyeron luego a reforzar la posición de Pugliese.
Lo cierto es que muchos observadores recordaban estos días los fracasados intentos de Perette por sustituir a Marini en la conducción del bloque, y nadie se animaba a predecir el desarrollo del enfrentamiento. Para las próximas sesiones, cuando el oficialismo no esté ya acuciado por la necesidad de obtener la sanción urgente de las reformas al estatuto del Banco Central, la batalla por la revisión de la estrategia del bloque recrudecerá. Un eventual cambio de tono traería apareada, inevitablemente, una crisis total o parcial en la mesa directiva del bloque.

Fuerzas Armadas
Nuevamente, los colorados conspiran
A mediados de la semana pasada, los marinos retirados con motivo de los acontecimientos de setiembre de 1962 y abril de 1963 realizaron otra de sus periódicas reuniones. Allí analizaron la evolución actual de la situación militar y llegaron a dos conclusiones definidas: en última instancia, Illia se opone a todas las reincorporaciones fundadas en criterios políticos, debiendo descartarse ya la posibilidad de que el gobierno radical del Pueblo altere la situación en las Fuerzas Armadas, y, como alternativa, la única posibilidad de un retorno al servicio activo es la conquista del poder. A partir de ese momento, los "colorados" pasaron directamente a la actividad conspirativa contra un presidente que cerraba —según dijeron— el camino a una "reparación".
Inmediatamente, los marinos comenzaron a discutir las tesis políticas que complementarían su decisión. El argumento básico de la conspiración debía ser la inacción e incapacidad del gobierno. Esa incapacidad crearía las condiciones para el caos social y político y favorecería el entronizamiento de un "gobierno comunista". El poder civil, así, estaría favoreciendo a los comunistas, y la única forma de cerrar el camino al extremismo sería la dictadura militar preventiva.
El esquema operativo de ese núcleo de marinos colorados quedó así constituido en base a premisas idénticas a las que sirvieron para el derrocamiento de Frondizi y los fallidos intentos contra el gobierno de Guido: en todos los casos, la actividad conspirativa se apoyó en la tesis de que los gobiernos sucesivamente vigentes servían al comunismo, y sólo un golpe de Estado podía evitar las consecuencias. Las únicas diferencias estriban, según esa teoría, en el grado de compromiso subjetivo de los presidentes con el comunismo: Frondizi era, así, un comunista consciente, que hacía con lucidez el juego al comunismo; Guido no era comunista consciente, pero era débil, y los comunistas se aprestaban a aprovechar la oportunidad que les daba esa debilidad; Illia tampoco es un comunista consciente, pero no soluciona los problemas, y, en consecuencia, genera las condiciones del caos político y social. Indudablemente, los marinos retirados que participaron en la reunión no agotaron aún las posibilidades de construir argumentos novedosos como contrapartidas políticas de sus necesidades militares. Sin embargo, en el caso de Frondizi contaron con la valiosa alianza indirecta de los sectores nacionalistas e izquierdistas que, basados en una prédica ideológica pura, crearon el clima propicio para la subversión; esos mismos sectores serían ahora eventuales aliados indirectos en la ofensiva que los "colorados" se aprestan a iniciar contra el gobierno de Illia. Simultáneamente, los grupos de acción psicológica de ese sector comenzaron a hacer circular supuestos informes sobre una irreal conspiración de los militares azules, de modo de reforzar la coherencia interna de los retirados y extender el carácter de preventiva a la conspiración.
Pocos días antes de la reunión de los marinos colorados, un grupo de oficiales de esa tendencia había solicitado una entrevista con un allegado a la presidencia de la República. Este —el radical del Pueblo Alejandro Jorge— escuchó pacientemente sus quejas e inmediatamente dio su respuesta:
—En primer lugar, debo aclarar que soy uno de los afiliados radicales del Pueblo que simpatizó con el sector azul de las Fuerzas Armadas. Por lo demás, si ustedes estuvieran realmente bien informados, sabrían que esa fue también la posición del presidente de la República, aunque la mayoría de los dirigentes de su partido tuvieron contactos con los colorados y casi no habían establecido, hasta el 7 de julio, vinculaciones personales con los azules.
La frase actuó posiblemente como precipitante. El sector colorado no había renunciado, después de las últimas elecciones, a la conquista del poder. Pero confiaba en las reincorporaciones que permitirían, previamente, el control de las Fuerzas Armadas. Desde allí hubiera sido mucho más fácil un golpe de Estado. La habilidad del ministro de Defensa. Leopoldo Suárez, y la oposición de algunos núcleos del mismo partido oficialista evitaron ese paso previo. Los colorados resolvieron —ahora— iniciar la conspiración "desde abajo".
Revista Primera Plana
31.12.1963

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Presidencia Illia
Illia, según los colorados, "hace el juego" a los bolcheviques.
Frondizi, la acusación de comunismo determinó su derrocamiento
José María Guido, por dos veces se intentó derrocarlo del poder

Presidente Illia
Fernández, amigo del presidente, es objetado por los balbinistas.
Juan Carlos Pugliese, vocero de los diputados disconformistas.