La política argentina parece sumida en una embriaguez
publicitaria. Tanto los nucleamientos partidarios de
las elecciones como los sectores que descreen del
llamado Gran Acuerdo Nacional se esmeran en la
difusión de sus puntos de vista. Más allá de esa
apoteosis de la propaganda, el último presidente
constitucional de los argentinos —Arturo Umberto
lllia— se mantiene alejado de los medios de difusión,
administra con sobriedad su figura. Fiel discípulo de
Hipólito Yrigoyen, Illia sabe que el mutismo es un
arma en política y usa de él con la experiencia de un
veterano. Por cierto eso no le impide recorrer
permanentemente su provincia; los pueblos más
olvidados de Córdoba y los más prósperos lo han visto,
poncho al hombro, conversar con los jóvenes y con los
ancianos, discutir sobre el destino del país y el del
radicalismo.
Carlos Zurita, de Panorama, logró franquear el muro de
hermetismo que rodea al anciano caudillo. En un
pequeño despacho colmado de muestras gratis de
medicamentos, en cuya biblioteca restallan —entre
volúmenes del diario de sesiones del Congreso— algunos
libros de Teilhard de Chardin y el sociólogo yanqui
Wright Mills, Illia se allanó al reportaje. Bajo un
inmenso retrato de El Peludo, el médico de Cruz del
Eje se trasfiguró. Sin perder su exasperante lentitud,
su prosa se muestra ahora apasionada; la metafórica
radical adquiere en él un inusitado realismo. El
"régimen falaz y descreído" se trasforma en el
capitalismo monopolista. Las "patéticas
miserabilidades" pierden su abstracta referencia moral
para convertirse en las concretas condiciones de vida
de un pueblo oprimido. Lo que sigue son los fragmentos
más importantes de la conversación:
Panorama. —¿Qué ha hecho en estos últimos cinco años?
Illia. —Lo mismo que todo el pueblo: padecer las
injusticias de la aventura iniciada en 1966; ver con
dolor cómo esos gobernantes que entraron por la
ventana enajenaban nuestro patrimonio material y
espiritual. Pero no he vivido en estado de resignada
contemplación: he mantenido un diálogo. constante y
fecundo con la juventud. Para mí, esto ha sido
fundamental porque son los muchachos quienes
reemprenderán la tarea que nosotros iniciamos.
—¿Cuál era la finalidad central de esa tarea que,
usted dice, estaban realizando?
—Creo que el contenido de nuestra gestión quedó claro:
consistió en la emancipación económica y social de
nuestro país. Es decir: lo que fuera el designio
inspirador de Yrigoyen y, en parte, de Perón ...
—¿De Perón ha dicho?
—Sí, no se extrañe, de Perón también.
—Usted ha afirmado ,que los partidos políticos serán
las herramientas con las que se efectuará el cambio.
Pero una herramienta para ser útil no sólo debe ser
funcional sino que debe, además, ser sólida, y en su
partido parecen coexistir varias líneas. Hay radicales
en el Encuentro de los Argentinos, otros que se
orientan hacia la izquierda nacional, algunos que
prefieren el método guerrillero, otros que se
mantienen furiosamente antiperonistas, mientras la
dirección de la UCR forma parte de La Hora del Pueblo.
¿No conspira eso contra la eficacia de la acción
radical?
—Por el contrario: el hecho de que haya polémicas
internas señala que nuestro organismo cívico es
viviente y —lo más importante— democrático. Además, la
experiencia histórica enseña que siempre, en el seno
de los grandes partidos, han existido un ala derecha,
otra de centro y otra de izquierda.
—¿Y en qué sector se ubicaría usted?
—No voy a contestar esa pregunta porque viene cargada
de intenciones.
—No iba más allá de completar su análisis de los
partidos con una definición personal.
—Bueno. La bandera del partido es blanca y roja. Hay
quienes prefieren la franja blanca, hay quienes son
daltónicos de carácter y también hay sectores,
especialmente juveniles, que escogen sólo el costado
rojo. Yo asumo todo nuestro emblema, nuestro ideario
cívico por entero.
—Cuando el doctor Arturo Mor Roig asumió el Ministerio
de Interior usted lo juzgó duramente y consideró su
actitud como una traición. ¿Sigue opinando lo mismo?
—Por supuesto. Aunque no fue traición el término
empleado. Pero de todos modos, el doctor Mor Roig es
un ex correligionario. ¿Cómo un radical va a colaborar
con el régimen que derribó a nuestro gobierno?
—¿Por qué cayó su gobierno?
—Es difícil ser sumario en este punto; se esgrimieron
tantas falsedades ... En primer lugar se pretendió
crear la imagen de un gobierno sin autoridad. ¿Pero
qué es la autoridad sin el normal funcionamiento de
los poderes republicanos? Durante nuestra gestión
funcionaron legalmente los tres poderes. Por otro lado
se difundía la especie de que el gobierno era
inactivo. Una falsedad. ¿Cómo, pon ventura, puede
afirmarse eso de una administración que en 1964 logró
una tasa de crecimiento del Producto Nacional del 8,5
por ciento? Y recuerde que en los primeros seis meses
de 1966 se registró una balanza comercial favorable de
400 millones de dólares; compare esto con los primeros
seis meses de 1971 en que la balanza comercial arrojó
un saldo negativo de 80 millones de dólares.
—Escuchándolo manejar tantas cifras, no parece ya el
doctor Illia sino el ingeniero Alsogaray...
—A veces hay que utilizar los mismos recursos del
enemigo aunque con finalidades distintas. Volviendo a
nuestra política, recuerde las medidas en el campo
petrolero. En dos años y medio pusimos el sesenta por
ciento de la venta de derivados de petróleo en manos
de YPF y llegamos a exportar ...
—Pero las exportaciones ¿no fueron posibles por el
cierre de fábricas y la recesión?
—... Además, con una política exterior independiente,
abrimos nuevos mercados como el de China Continental.
—¿Esa política exterior, en el caso latinoamericano,
no fue ambigua? Recuerde la intervención de su
canciller, Zavala Ortiz, quien avaló en la OEA la
invasión a Santo Domingo con la teoría —que haría
historia— de las "fronteras ideológicas", mientras
usted se negaba a enviar tropas.
—No hubo ambigüedades: fíjese en el resultado que es
lo importante. No se envió ni un solo soldado. Lo que
sí sufrimos fueron presiones: el más preocupado en que
enviáramos un contingente a Santo Domingo era el señor
Onganía.
Nuestra política enderezada a que los problemas
latinoamericanos fueran discutidos francamente
preocupó a los Estados Unidos. En 1966 llegó a Buenos
Aires el señor Dean Rusk a pedirme que dejáramos de
lado la conferencia de presidentes que promovíamos.
"No hay que alborotar el continente", me dijo. Y me
aseguró que los Estados Unidos seguirían
"ayudándonos". Yo le respondí que ese país no nos
había ayudado nunca, que —al contrario— nosotros los
habíamos ayudado siempre, aunque forzados ...
—Por último, ¿cuáles son los objetivos y los métodos
para "que el país se realice"?
—El objetivo, ya lo he dicho: es la liberación social.
En cuanto a los métodos hay tres países en nuestra
América que están realizando su liberación por caminos
diferentes. Perón, con un grupo de militares patriotas
al frente; Cuba, por medio de la guerra de guerrillas;
Chile, a través de elecciones. Creo que el ejemplo más
cercano es el de Allende. Se trata de alcanzar la
democracia y la libertad al menor costo social.
PANORAMA, SEPTIEMBRE 28, 1971