La Confederación General Económica (hoy nuclea a
ochocientos empresarios argentinos) cumplió veinte
años. Hubo una comida en el Plaza Hotel. Asistió el
presidente Levingston. Se dijeron cosas importantes.
SEMANA quiso penetrar en la intimidad del hombre que
rige la entidad. Un hombre que fue hasta cuarto grado,
que aprendió en el norte a sentir la fuerza de su
tierra, que trabaja todo el día, que habla de
Piazzolla y de Sandro
Estudié hasta cuarto grado. Las matemáticas no eran mi
fuerte y decidí trabajar con mi padre. Allí comenzó mi
carrera de empresario.
Ahora, sentado en el living de un lujoso cuarto piso,
José Gelbard (53 años, casado, dos hijos) memora
nostálgicamente sus años de infancia, su vida de
vendedor ambulante en las polvorientas calles de
Tucumán.
"Tengo una historia común, como la de cualquier otro",
se escuda. Pero Gelbard sabe que no es cierto: hijo de
inmigrantes polacos, dueños de un desvencijado
hotelito, su carrera es un ejemplo de tenacidad y
optimismo.
"Sin fe en el país no se puede construir absolutamente
nada", enfatiza.
Que él tuvo fe lo testimonia su meteórico ascenso, su
acceso a una entidad que hoy nuclea a ochocientos
afiliados: la Confederación General Económica.
—¿Cuál fue su primer negocio?
—Una casa de artículos para hombres, un negocito que
instalé en Catamarca. No se lo puedo negar; desde el
principio tuve mucha suerte.
Y una gran voluntad para hacer las cosas bien, para
lograr todo lo que su temperamento ambicionaba. Es
posible —también— que su temprano casamiento (a los 21
años se casó con Dina Haskel) haya contribuido a
serenar su existencia, a planificar mejor sus dotes de
empresario.
—Fue en Catamarca donde aprendí a amar a la gente, a
sentir la fuerza de la tierra. Ahí encontré los
mejores amigos, los hombres y mujeres más contentos de
este mundo. En largas conversaciones con colegas
inquietos diseñamos el futuro de la Confederación
Económica del Interior. Teníamos entusiasmo y ganas de
concretar hechos importantes.
Un día comprendió que Catamarca no tenía un cine y
junto a un puñado de pioneros se dio a la tarea de
planificarlo.
"Después lo construyó el gobierno, pero nosotros
habíamos echado la semilla", recuerda.
Ocho empresas, atención permanente sobre todo lo
nuevo, vocación gremial, definían —en ese momento— la
conducta de Gelbard.
"Eran tiempos duros para la empresa nacional. Faltaba
conciencia y desde Buenos Aires pretendían manejar el
interior. En 1938, cuando me instalé en Catamarca,
recién se comenzaba a dar los primeros pasos."
DE CINE, LIBROS Y OTRAS COSAS
Pero este empresario por vocación no sólo es un
experto en conducción de empresas; más allá de las
fatigosas horas de los balances y la planificación,
esconde un acendrado amor por el cine, por la
literatura, por el ocio creador.
"Es mentira que los hombres de negocios no tengamos
tiempo para dedicarnos a otras actividades; siempre
hay un hueco para llenar", confía.
Admirador de Sofía Loren (ponderó su labor en Los
girasoles de Rusia, un film que no mereció sus
fervores), lamenta que el cine argentino haya perdido
el inmenso mercado latinoamericano.
"Lo coparon los mexicanos, productores de pésimos
films", comenta.
Informa, además, que en varios países de América
todavía se exhiben películas argentinas interpretadas
por los legendarios Libertad Lamarque, Tita Merello,
Hugo del Carril y el perenne Carlos Gardel.
"En la República Dominicana existe un café que sólo
trasmite tangos de Gardel", evoca Gelbard. Después,
mientras pita su tercer cigarrillo, pregunta a SEMANA:
"¿Qué tal Aeropuerto? El libro me pareció
sensacional". Le desencanta la respuesta ("una
película abominable") y deslizó su opinión acerca de
una película muy flojona: el descenso del hombre en la
luna filmado por la Metro: "Me resultó repetido, sin
imaginación", califica.
A las diez de la mañana del viernes 24, José Gelbard
dialogaba con SEMANA sin importarle que una hora más
tarde debía tomar un avión para Rosario. Su
cordialidad, su cortesía, no persiguen ningún fin
promocional, una zona que Gelbard prefiere desdeñar.
"Me gusta caminar por calles silenciosas, apartadas, y
recorrerlas por puro placer", se exalta.
No es su único entusiasmo: Fernando (30, casado, dos
hijos) y Silvia (22, soltera), sus hijos, le deparan
las horas más alegres. "Están mis nietos, claro, dos
chiquillos adorables."
Y su esposa, Dina, con quien comparte treinta y dos
años de luchas y esperanzas.
EL DIALOGO Y LOS HOMBRES
Traje azul, corbata bordeaux, camisa blanca con rayas
angostas; impecable elegancia que Dina de Gelbard se
empeña en subrayar. "¿Qué ropa te pongo en la
valija?", pregunta. Tucumana como su marido, excelente
organista, su vida cotidiana trascurre apaciblemente
en ese cuarto piso de la calle Arribeños.
"Hace cinco años que vivo en este edificio y ni
siquiera conozco la azotea", se sorprende.
—¿Le gusta Piazzolla?
La pregunta no sorprende a Gelbard.
—Hace un tiempo fui al Regina. Le confieso que me
emocionó.
Sandro también convoca su emoción: "Seis años atrás,
mi hijo Fernando llegó a mi casa con un muchacho que
cantaba a las mil maravillas. Después supe que era
Sandro".
Frente al televisor —ahora— suele aferrarse a la
imagen del baladista, una pasión que también comparte
su mujer.
—¿El mejor literato argentino?
—Ernesto Sábato, sin duda. Aunque Julio Cortázar me
parece extraordinario.
Presidente de la Confederación General Económica en
1953 ("una época de enfrentamientos y triunfos"), no
puede evitar el recuerdo de la intervención que en
1955 "nos acusó de peronistas". Sin embargo, la CGE
conservó su estructura y funcionó en la clandestinidad
hasta el 58; años que Gelbard califica como
fundamentales.
Que sirvieron, además, para que la entidad acrecentara
su prestigio. El miércoles de la semana pasada, una
cena en el Plaza Hotel reunió a seiscientos
empresarios que querían dialogar con el general
Levingston, invitado especial de |a CGE.
—Fue un diálogo fructífero; croo que todos salimos
ganando.
LA NOTICIA
"En los salones del Plaza Hotel se sirvió anoche la
comida ofrecida por la Confederación General Económica
(CGE) en celebración del vigésimo aniversario de la
fundación de esa institución empresaria. Asistieron a
la reunión el presidente de la Nación, general de
brigada (RE) Roberto Marcelo Levingston, que concurrió
acompañado por su esposa, señora Betty Nelly Andrés...
A los postres habló ... el titular de la CGE, señor
José Gelbard, reseñando la trayectoria de la entidad
que preside, y su progreso, lento y gradual, erizado,
dijo, de dificultades, hasta culminar con lo que es
hoy la Confederación General Económica, que
constituyó, afirmó, desde su principio, un movimiento
democrático, mayoritario y federalista. Continuó
diciendo ... que, igual que a lo largo de sus veinte
años, la CGE sigue expresando como metas precisas del
empresariado nacional: lograr la expansión de la
producción de bienes mediante la planificación
concertada de todos los sectores sociales y todas las
regiones del país, para lograr un mayor equilibrio y
bienestar social, equitativa distribución de las
riquezas y creación de un gran mercado interno...
También manifestó la conveniencia de prevenir los
procesos desnacionalizantes y orientar la inversión
extranjera hacia las prioridades fijadas por los
argentinos 'como medio de asegurar la soberanía del
país manteniendo dentro de nuestras fronteras la
autonomía para decidir y vertebrar el proceso de
desarrollo nacional'. Se preguntó luego por qué, no
obstante la concordancia general, las estructuras del
país siguen si modificarse ... Finalmente, el señor
Gelbard afirmó que no habrá en la República altos
niveles de vida, expansión educativa, cultural y
técnica, si no se resuelven con sentido nacional los
problemas socioeconómicos... y remarcó, como premisas
fundamentales: realizar todos los esfuerzos para
aumentar el salario real y concurrir en auxilio de la
empresa nacional, especialmente la mediana y la
pequeña; procurar un crecimiento rápido y sostenido de
la economía de conjunto y una más justa distribución
de la riqueza ..."
(La Prensa, jueves 23 de julio de 1970).
Revista Semana Gráfica
31.07.1970