José De Zer, periodista de la televisión Volver al índice
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Una alambicada mordacidad, un lenguaje que oscila entre lo exasperante y lo contradictorio son las constantes que cimentaron la popularidad del enjuto cronista y animador de Canal 9

Es menudo, casi esmirriado. Suele solazarse sumergiendo a sus entrevistados en situaciones tensas, de extrema incomodidad. Es odiado, vituperado, discutido; rara vez alabado. Sin embargo, nada parece inmutarlo, guarnecido en su pertinaz ronquera y estudiada espontaneidad. Para José de Zer (33, una hija, componente del elenco periodístico de Canal 9) el desparpajo no es una conquista nueva: "Es que soy un sociópata —se condecora—. No puedo integrarme al medio". Tampoco acostumbra a lucirse en sus balbuceantes, cáusticos reportajes. "Y bueno, sí; hablo mal en televisión. Es porque no domino el lenguaje. Y me falta habilidad para trabajar en tan pocos minutos. Yo necesito más tiempo para calentarme. Pero, aunque parezca una pedantería, soy el único tipo que desfiló por los tres canales privados de la Capital. Por algo será." Hay algunas actitudes que lo irritan. "Me molesta que me pidan autógrafos. O que me feliciten por mi actuación. Yo no actúo", refunfuña. No pocos lo tildan de retorcido, una calificación que asume sonriendo: "Eso es porque siempre hablo con doble intención". La semana pasada SIETE DIAS entabló un informal diálogo con el exótico periodista. Lo que sigue son los tramos más significativos de esa extensa charla, hilvanada en la diminuta y caótica oficina que J. de Z. ocupa en Canal 9.
—¿Por qué sos tan agresivo?
—Porque soy arrebatado.
—¿Pero eso justifica que estés creando constantemente situaciones de violencia?
—Es que me despersonalizo completamente. Soy como el periodista encarnado por Marcello Mastroianni en La dolce vita: ante el dolor de una vieja que necesitaba ayuda, le decía al fotógrafo que sacara fotos, en vez de aliviarla.
—¿No te parece una exageración?
—Es un poco la frialdad del cirujano. Además, los verdaderos periodistas son tipos insensibilizados, locos o neuróticos.
—¿Vos sos un loco?
—Es probable.
—¿Qué es lo que pretendés ser?
—No sé lo que quiero ser. Apenas sé lo que estoy haciendo.
—Si sabés lo que estás haciendo, ¿cómo justificas tus contradicciones?
—Porque no pienso lo que digo.
—¿Y te parece correcto?
—Es que soy así. Yo pregunto lo que quiero; es decir, mucho más de lo que la gente se anima a preguntar.
—¿Nunca tuviste miedo?
—¡Qué voy a tener miedo! Soy un impulsivo total.
—¿Así que nunca tuviste miedo?
—Bueno, en mi trabajo no, pero le tengo miedo a muchas cosas. A la muerte, un terror pánico; es que no me quiero morir joven.
—¿Sentiste ha muerte cerca alguna vez?
—Muchas veces. En la Guerra de los Seis Días, en Israel, y cuando me di la piña con Enrique Walker en Comodoro Rivadavia. En ese accidente me rompí los dos brazos; me operaron cuatro veces, pero todavía sigo todo emparchado. A mí me gusta desafiar, pero siento miedo después, cuando pienso en las consecuencias.
—¿Creés en Dios?
—No. Creo en el ser humano. Fui criado sin religión. Pero ahora me vuelco a la filosofía hippy.
—¿En qué consiste?
—En practicar una no agresividad ...
—Pero vos no lo hacés.
—También es una regresión a las fuentes naturales del ser humano
—Pero vos no lo hacés
—Es cierto, no lo hago.
—¿Por qué?
—Porque soy un burgués de m ...
—¿Qué opinás de la televisión?
—Es una droga.
—Y sin embargo actúas en ella.
—De caradura, no más.
—¿No te crearon problemas las críticas que sistemáticamente hiciste a la televisión antes de trabajar en ella?
—Conmigo mismo, sí.
—¿Por qué aceptaste entonces?
—Porque la había criticado sin mirarla, sin conocerla.
—¿Es habitual que hablés sin fundamento?
—Y... sí. Pero a veces es una táctica, un ardid que utilizo para desorientar o sacar más provecho del reporteado. Los hago entrar para sorprenderlos en el contragolpe.
—¿Estás seguro de que es una técnica o querés disimular tu ignorancia?
—El periodista debe saber todo de todo y nada de nada.
—Pero siempre das la sensación de no saber nada de nada.
—Es que no me interesa vender cultura.
—¿Qué vendés vos?
—Cosas populares.
—¿Cuáles?
—La realidad.
—¿Qué realidad?
—Y... hago notas con las modelos, los actores.
—¿Ese es tu aporte al público?
—Y... sí, a mí me parece que sí. Contribuyo con ese tipo de notas, que también sirven para reflejar las cosas que pasan en el país.
—¿Qué pasa en el país?
—Hay un divorcio tremendo, una anarquía.
—¿En todo?
—A cualquier nivel. Hay gente que estafa con departamentos. ¿Hasta cuándo los van a dejar? Hay una corrupción increíble. Se gastan 500 millones de pesos en pavimentar la calle Corrientes en vez de hacer cosas más necesarias. En el Hospital de Niños ni siquiera hay una jeringa. Hay villas miserias. La venalidad de los funcionarios... Mirá, está todo podrido.
—¿Y la Revolución Argentina?
—No existe. Falta una conciencia nacional. Fijate qué pasa con los barbetas. No tengo nada contra los que usan barba, pero se creen incomprendidos. Lo que pasa es que no hacen nada.
—¿La juventud tampoco es positiva?
—Hay, pero son tan pocos.
—¿Cómo te definís políticamente?
—Soy un gorila 1972, aunque no soy reaccionario ni conservador.
—¿Qué significa eso?
—No sé, pero me gusta. Me gusta.
—¿Fuiste al colegio?
—Sí.
—¿Te costó mucho?
—No, porque largué los estudios por la mitad.
—¿Cuál es el bagaje intelectual con que te lanzaste a hacer periodismo?
—También sé inglés.
—¿Y?
—... Y agarré el violín, y escribí notas sentimentales, inventando cosas. Me sentaba a la máquina de escribir y me ponía a imaginar. Hice buenas notas así.
—¿Pero ,nunca te especializaste en algo?
—No, ¿para qué? Yo hago cualquier cosa. Soy un paracaidista.
—¿Por qué dejaste la radio?
—No debo haber sido muy bueno porque no me llamaron nunca más. Me quedé bastante caliente ...
—¿Por qué levantaron el programa "Generación Espontánea" en Radio Belgrano?
—Dijeron que había cumplido su ciclo.
—¿Y lo había cumplido?
—¡Por favor! No había empezado todavía. Mirá, en realidad, fue una medida bastante arbitraria.
—¿Por qué?
—Porque a las radios y a Canal 7 los manejan unos viejos, ajenos al nuevo lenguaje que necesita ese medio. Son viejos cronológica y mentalmente. Los acomodados de siempre. Mirá, los actores, los jugadores de fútbol, se retiran. Pero son muchos más los que deberían retirarse.
—¿Cómo es la gente del ambiente artístico?
—Son unos bichos especiales. Son unos llorones. Siempre se andan quejando cuando tienen un relativo cartel, o cuando ya consiguieron el status que tanto ansiaban. Resulta que solamente quieren usar al periodismo cuando los favorece. Y andan diciendo que su vida privada les pertenece. Les pertenece cuando es realmente privada, pero no cuando la andan divulgando. Mirá, cuando son figuras se la pasan protestando o mendigando notas, y que les publiquen chismes para mantenerse en el candelero.
—¿Todos son así?
—Son pocos los inteligentes que tienen algo adentro. Bebán, Alcón, Irma Roy, Pepe Soriano. Valen por lo que son y no por los chimentos. Todos los demás están en fila india. No me queda ninguno sin conocer.
—¿Ninguno?
—Conozco estrellas y estrellitas. La vedette que empieza y se somete al utilero y al productor. Termina olvidándose de todos, siendo la gran señora de la casa. Y también están los grandes vendedores de camelo.
—¿Quiénes?
—Nacha Guevara. Ella habla de los burgueses. ¡Vamos! Si tiene un Fiat 1600 y no se compra un coche más lujoso porque no le alcanza la guita. Los critica y quiere vivir igual que ellos. Lo mismo que Gian Franco Pagliaro, pura pose.
—¿Son todos así?
—Los que van saliendo no tienen una mínima dosis del talento de María Elena Walsh, que es la Enrique Santos Discépolo actual. Los demás son sanata. También hay críticas injustas.
—¿A quiénes?
—A Palito Ortega lo critican porque hace la suya y la hace bien. Los disc-jockeys se creen los dueños de la verdad y le dan leña también a Sandro, el mejor showman que hay. El que mejor defiende la música argentina es Hugo Guerrero Marthineitz. Fijate en quiénes lo critican: Malvina Pastorino, Luis Sandrini, Enrique Carreras ... El vicio nuestro es criticar.
—¿Vos no criticas?
—No, no. Yo digo, nada más. La crítica me molesta. Mirá, no creo en los críticos de teatro, son escritores fracasados. Los de cine, lo mismo: cineastas frustrados.
—¿Qué opinás de los televidentes?
—El público no está educado. Y tiene lo que realmente se merece. Date cuenta, el público apoya un programa como el de Galán...
—¿Entonces hay que educar al público?
—Al público no hay que educarlo. ¡Que se vaya al diablo! Que se eduque solo. Y si no que se embrome.
—Parece que no respetás al público.
—¿Para qué? ¡Cómo serán que usan el televisor como chupete eléctrico!
Revista Siete Días Ilustrados
01.05.1972

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José De Zer