Al cumplirse 10 años de su primera presencia como
exiliado en Madrid, el general Juan Perón, por una gestión
oficial del mejor periodista español, don Emilio Romero,
formuló públicas declaraciones al diario "Pueblo" que
representa a la falange. Acaso en retribución a esa
hospitalidad, acaso en atención al diario que "mejor lo
trató", Perón les entrega su testamento político. Así
surge de sus formulaciones realmente modernas con real
renunciamiento. Como quiso Levingston en Jujuy. Un aporte
a la pacificación. Una invitación para "otras dimisiones
psicológicas'. Y una ironía: los que no tienen
representatividad se quedan.
Los que sí son "influyentes" dan el paso atrás.
Perón se despide aquí de la idea de "volver a gobernar". Y
subraya que el justicialismo desembocará en otras fuentes.
Recibimos el texto original de este Testamento Político,
con la carta del grabado, enviada por el hombre que está
más cerca del eterno caudillo.
El gobierno argentino, guardó silencio, frente al mayor
acontecimiento político de los últimos 15 años.
¿Incrédulos? ¿Prudentes? ¿Sin visión política? ¿O Perón
les quita así los argumentos de seguir "4 ó 5 años"?
Usted, lector, resuelva.
LO distinguí entre la bruma, a la puerta de su chalet de
Puerta de Hierro. Fuera, una pareja de la policía mantenía
la vigilancia. Hacía un frío de todos los demonios. El
general me tendió su mano cálida, zurcida de centenares de
pecas: "Pasen, pasen. Tomaremos un café y un coñac, un
coñac del bueno". Una perra casquivana, retozona,
coquetuela y frívola se enreda entre las piernas de Perón,
meneando la cola y ladrando discretamente. "Se llama
«Canela», y es demasiado juguetona.
Será mejor sacarla de aquí".
El general se acomoda a mi derecha. O yo me acomodo a la
izquierda del general. Traen el café humeante y tres
grandes copas de coñac francés. Y comenzamos a hablar.
Perón es un intelectual nato, con una memoria prodigiosa.
Sus frases son líricas y limpias. No comete una sola
alteración ni una cacofonía. Y, sin embargo, no rebusca
las palabras: las encuentra siempre, con una fluidez
envidiable.
Se remansa en el sillón, mientras un viento de nostalgia
le golpea las sienes. Hay, a su lado, una Biblia de lujo.
Se despereza, como ahuyentando el mal viento, enciende un
cigarrillo, adelanta su cabeza hacia mí.
—Sí, diez años ya. Diez años de buenos recuerdos, en
general. Ustedes han sido muy amables conmigo y yo no he
tenido problemas. Claro que llevo una vida de claustro,
estudiando, leyendo y trabajando. Es curioso, hasta estos
años no me di cuenta de que gobernar llega a
embrutecernos, porque apenas si tenemos tiempo para
cultivar nuestras aficiones, para espolear nuestra
curiosidad.
—¿Cómo es una Jornada cualquiera de usted, mi general?
—Pues me levanto muy temprano, con el sol Desayuno
frugalmente: café con leche y tostadas, y me voy al
despacho. Hasta mediodía, trabajo en la correspondencia. Y
recibo a las visitas. Hay muchos argentinos por acá que
desean cumplimentarme. La mayoría de las cartas las
contesto personalmente.
Tiene una verruga a caballo entre la ceja y el párpado
derecho. Su voz conserva la cadencia criolla, atenuada por
esos diez años de ausencia...
—¿Qué lee usted?
—Casi siempre libros editados en Argentina sobre
cuestiones políticas, económicas o sociales. Ahora, en
este instante, estoy leyendo "La Argentina y su sombra",
de un coronel de mi país. Para leer uso dos procedimientos
distintos. He aprendido la técnica de la lectura rápida
para aquellos libros que no me interesan demasiado. Los
que de verdad merecen mi atención no los leo: los estudio.
¿La televisión? No puedo dedicarle mucho tiempo. La veo
por las noches. Me interesan, claro, los programas
informativos. Es muy bueno el espacio del señor Rodríguez
de la Fuente "Planeta azul". Sí, extraordinariamente
interesante. Y lo que usted hace, Yale, es muy gracioso.
¿De dónde sacó a aquel viejecito que cantaba flamenco? Al
cine voy muy poco; la verdad es que no me apetece.
Pero le gusta caminar. Cada día, de una manera invariable,
camina tres o cuatro kilómetros.
Tiene muy buen aspecto Perón. Es un hombre alto, robusto,
atlético, vertical. Mueve sus manos de leñador con
refinada elegancia.
—Yo hice mucho deporte en mi juventud. Obtuve el título de
maestro esquiador e hice alpinismo en los Andes y en los
Alpes. Por espacio de diez años fui campeón de esgrima en
el Ejército, en la modalidad de espada. Incluso intervine
con el equipo olímpico argentino en la Olimpíada de París.
No obtuve ninguna medalla, claro. No recuerdo en qué
puesto quedé, aunque en conjunto el equipo hizo un buen
papel... Sí, sí, de joven practiqué muchos deportes. Hay
que tener en cuenta que yo era de infantería y cada mañana
llevaba la tropa al gimnasio. También practiqué el boxeo
—tiene la mano derecha deformada por una fractura de
metacarpo—. Es que por entonces nos vendábamos muy mal.
Le pido al general que me hable de Bonavena y de su
combate con Cassius Clay.
—Lo vi por televisión, desde luego. Una fea pelea. Clay no
era el mismo boxeador que todos conocemos. Y Bonavena hizo
lo que pudo, que no
fue mucho, porque él no es un técnico y sólo "rumbea" el
boxeo. En Argentina tenemos ahora un gran peso pesado,
Páez, que es el actual campeón. Y a Goyo Peralta ya le
conocen ustedes. Un formidable esgrimista que conoce
perfectamente la ortodoxia boxística.
Tiene, en general, una media sonrisa, que nunca se hace
totalmente definitiva, pero que sugiere confianza y
cordialidad. Quizá por eso me he atrevido a enfocar algún
tema de tipo político, aunque de una manera periférica,
sin comprometer a Perón a respuesta que no puede
ofrecerme. Le he dicho:
—Parece, mi general, que en América se está despertando
una conciencia social. La subida al Poder de Allende lo
indica así.
—Sí. Hace un cuarto de siglo nosotros lanzamos la idea que
hoy se está madurando en casi todo el mundo. Hoy los
pueblos están muy esclarecidos, la gente sabe lo que
quiere, y no se les puede esclavizar. Son ciclos
históricos. Lo que fue bueno para una época no es válido
para otra, porque el mundo y las ideas están en constante
evolución, llámese socialismo o justicia social. El pueblo
tiene que trabajar formando un conjunto con los
gobernantes, y los gobernantes tienen que pedir la
colaboración del pueblo. Eso no es demagogia, sino sentido
común. Mire: el mundo camina por senderos socializantes.
Incluso las monarquías de los países nórdicos europeos
tienen Gobiernos socialistas. Inglaterra lo ha tenido
hasta hace muy poco tiempo. Y el Oriente Medio y Asia y
África se están estructurando así.
—Pero hay como una especie de alergia, como un miedo
enfermizo a la palabra socialismo, mi general.
—Bueno, sí. Eso ocurrió porque, después de la Tercera
Internacional, la idea se dividió en dos sectores: uno, el
marxismo, que trajo consigo el comunismo, y otro, el
socialismo amarillo, que al colocarse bajo el mando
capitalista terminó también por desprestigiarse.
—Entonces, ¿cuál es la fórmula ideal?
—Yo diría que lo que nosotros hemos dado en llamar
justicialismo. Es decir, un socialismo adaptado a las
necesidades del país, dentro de una orientación
ideológica.
—Mi general: usted, ¿de quién está más cerca: de Allende o
de Onganía?
—De Allende, claro está. Allende es un socialista
atemperado a las necesidades de Chile, y está luchando por
la soberanía y la plena independencia de su país. En
Latinoamérica se está produciendo una revolución
continental, que tiende a una soberanía popular. Antes
existió un colonialismo, del que América se liberó. Ahora
existe un neoliberalismo, que está en avance.
—¿Y no siente usted nostalgia, mi general?
Otra vez ha soplado el mal viento de los recuerdos, la
punzada aguda del ayer. Eva Duarte sonríe desde un lienzo.
Perón se ha quedado mirando el fondo de su taza de café,
como si quisiera encontrar allí una respuesta. Luego me ha
mirado a los ojos, mientras trata de convertir en sonrisa
la mueca dolorosa y me ha dicho:
—Como todo proscrito —he anotado esta palabra porque la ha
repetido el general—, el eje de mi pensamiento es la
nostalgia, aunque yo me haya adaptado perfectamente a
vivir fuera de mi patria. Al fin y al cabo, ustedes y
nosotros tenemos las mismas virtudes y los mismos
defectos. Virtudes y defectos que yo no he hurtado, sino
que he heredado. El mal, claro, es no poder regresar. ¡Por
más que hacen mis muchachos! Claro que algún día volveré a
la Argentina. Somos muchos todavía.
—¿Para gobernar o para vivir simplemente?
—Mire: yo estoy ya fuera de las ambiciones de gobierno.
Tengo setenta y cinco años y mi país necesita un hombre
con veinte años de trabajo por delante... Hay algo aquí —y
se toca la cabeza—, que se marchita y algo aquí —y se
lleva la mano al corazón— que se intimida... Yo les digo a
mi gente que se preparen y que se capaciten. Ellos no
harán más disparates que nosotros. La juventud argentina
es extraordinaria. De ella es el futuro.
—Pero la juventud, mi general, es díscola y tiene ideas
revolucionarias...
—¡Pues claro! Yo no entiendo una juventud que no sea
revolucionaria. Ese es su mérito. La juventud quiere
formar una nueva sociedad y debemos aceptarlo.
—Recuerdo ahora, mi general, una frase de Salvador Dalí
definiendo la política. Me dijo una vez Dalí que la
política es una acción negativa.
—La fórmula de la conducción es un arte. Con teoría y
técnica se hace una obra. Claro está que si usted quiere
una "Piedad" necesita a Miguel Ángel.
—Usted fue militar antes que político. ¿Es esa la fórmula
ideal?
—No. No creo que sea absolutamente necesario haber sido
militar para convertirse en político. El militar, sí, ha
cultivado la conducción, pero de una manera unilateral. Yo
me convertí en político por una serie de circunstancias
que usted conoce, sin duda.
Hemos charlado durante una larga hora. El general nos ha
acompañado hasta la puerta. Y allí ha permanecido hasta
que el cloc de mi bastón se ha apagado en la noche.
REVISTA EXTRA
02.1967
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