MERCADO DE CAMBIOS
Un dólar para tres
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El lunes 20 de septiembre se cerró una etapa más de la historia que el país exhibe en materia de cambios. Nada menos que tres diferentes mercados de cambio operarán ahora para satisfacer las apetencias de una estructura de intercambio y financiera que, por inmanejable, ha ayudado a producir el desprestigio de muchos "planes salvadores" del país.
El mercado comercial "cursará —según determina la circular R.C. 409 del Banco Central— las operaciones relacionadas con exportaciones, importaciones y servicios comerciales conexos (fletes, seguros y comisiones)"; esto es: abarcará el grueso de las operaciones cambiarías en tanto el comercio exterior moviliza, una cifra superior a los 3.000 millones de dólares anuales. Por su parte, el mercado financiero de cambios "cursará las transferencias financieras" y "los demás movimientos de fondos desde y hacia el exterior". El circuito se cierra con el mercado paralelo, un producto de la necesidad: es que los anteriores mercados no contemplan la totalidad de las operaciones posibles, obligando a los ingeniosos operadores a inventar conocidas —pero no castigadas— triquiñuelas a fin de satisfacer legítimas —y no tan legítimas— apetencias.

LAS MEDIDAS. La nueva política cambiaría anunciada por el decreto Nº 3952, calmó crespas inquietudes. Se temía, luego de la política de tregua social que instrumentara el Ejecutivo y del virtual cierre de las importaciones, la radicalización del proceso económico mediante la instauración de un rígido sistema de control de cambios. Sin embargo, para los liberales, el respiro no pareció suficiente: la autorización dada al Banco Central para que intervenga en el mercado financiero "a fin de evitar las oscilaciones especulativas" les parece una violación más a las ya mancilladas "reglas de juego". Un acusado implícito: el actual presidente del Banco Central, Carlos Brignone, ejecutor del esquema de cambios, operó forzado' por las circunstancias. Es que con la medida el gobierno logró un doble objetivo: eludió la promesa formal del presidente Lanusse de no devaluar (el doble mercado oficial constituye una devaluación encubierta, al menos para la franja de operaciones que deberán tramitarse ante el mercado financiero) al mismo tiempo que el papel que deberá desempeñar el Banco Central —tomará dólares del mercado comercial y los volcará, con la correspondiente diferencia de cambios favorables, en el financiero— permitirá al Estado manejar una amplia masa de dinero que, eventualmente, le permitirá
retomar el demorado plan de inversiones y obras públicas.
Claro que las posibilidades de financiación a través de los mercados de cambios dependerá de la existencia de una política monetaria rígida expresada a través de un nuevo programa monetario, que el gobierno no tiene en la actualidad. De lo contrario, las posibilidades del "piedra libre", al que son tan afectas las autoridades económicas, perdurarán. Otra posibilidad la plantea la alternativa de restringir el gasto —la compra de dólares por el Banco Central supone una importante absorción de liquidez—, debiendo arbitrar, en su reemplazo, un mecanismo financiero que le dé "aire" al sistema.
Estos elementos plantean la supuesta sensatez del doble mercado oficial, porque desde ya se presume que el mercado financiero no será capaz de mantener por sí sólo el necesario colchón de fondos que garantice la continuidad de las operaciones. Ocurre que éste se nutrirá, básicamente, del 10 por ciento de los montos que generen las operaciones de exportación de bienes promocionados, una reducida lista de productos que no garantiza un movimiento mínimo del orden de los 300 millones de dólares. La abultada cifra que suman las regalías y dividendos que las empresas remesarán a través del mercado financiero agotarán pronto el "colchón" del mercado, máxime si éste se abastece mediante el drenaje del mercado comercial, vapuleado por la presión de importaciones crecientes y ausencia de exportaciones. La alternativa entonces está en la creación de fuertes incentivos para los capitales extranjeros: su afluencia sería capaz, teóricamente, de generar la corriente que requiere el mercado financiero para funcionar en forma estable.

ELUDIR CONTROLES. Conocido el decreto que formalizó la existencia de un esquema múltiple de cambios, la demanda intentó una serie de posibilidades para concretar diferencias en el corto plazo. En verdad, ello es posible. Para las empresas, obligadas a remesar utilidades a través de los Bonos Externos. basta con esperar que la cotización del mercado paralelo exceda en más de un. diez por ciento a la del financiero. Obligadas a adquirir los bonos a un 110% de su valor nominal, si el paralelo se  ubica —tal como sucedió a fines de la semana pasada— muy por encima de la cotización financiera, las empresas pueden reingresar los dólares con una ganancia extra.
Según comentan ciertos operadores de cambio de importantes bancos capitalinos, "la medida no fue madurada suficientemente cuando se lanzó". Existe, por ejemplo, una masa de 200 millones de dólares, originados en operaciones de pase (una fuente de financiación externa que frecuentan las empresas extranjeras) que se concretó cuando el dólar se cotizaba a 450 pesos viejos y que deberán liquidarse a las actuales tasas de cambio: equivale a un financiamiento extra, para las empresas, del orden de, los 60 a 70 mil millones de pesos viejos". Esto contrasta con la dureza que el gobierno ofrece a las empresas extranjeras en materia crediticia. La financiación extra equivale, de lejos, a los recortes de créditos de las operaciones bancarias.

LA OPORTUNIDAD. La actual crisis en el sistema de cambios es resultante de largas vacilaciones que comenzaron precisamente en el momento en que Krieger Vasena decidió devaluar el peso a 350. Es que después de la devaluación no existió una política orgánica que posibilitara la estabilidad del valor. Se depositó la totalidad de la dinámica económica sobre el sector industrial con la esperanza de que en el corto plazo se desplazara la rígida oferta agropecuaria en la estrategia de intercambio del país. No se defendió, desde la cúspide, la posición internacional de los productos tradicionales al mismo tiempo que no se procuraron condiciones propicias para que el flujo agrario asegurara un sostenido y creciente aumento en las exportaciones. La crisis agraria fue, entonces, la catarsis del país.
Es posible que el camino elegido fuera uno de los pocos posibles; sin embargo, resulta evidente que en las actuales circunstancias el éxito parece remoto. Uno de los condicionantes más importantes lo constituye el equilibrio externo. En estos momentos la economía no posee resortes extras que permitan dosificar los recursos necesarios para que los dos mercados funcionen en equilibrio. Desaparecido, en gran parte, el recurso de disminuir los derechos de exportación, un dólar cotizado al margen de las posibilidades de paridad su pone un riesgo de inestabilidad que sugerirá a los actuales y futuros responsables de la conducción económica la conveniencia de "empezar de nuevo" con el dólar a 600 ó 700 y, ¿por qué no?, a 800: ésta será, también, la última devaluación.
PANORAMA, SEPTIEMBRE 28, 1971

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