PARTIDOS PROVINCIALES
La necesidad de sobrevivir
No alcanzan a 10 los argentinos que llegaron a conocer
personalmente a José Stalin; uno que lo vio con alguna
frecuencia fue Isidro J. Odena, el más importante asesor
de Arturo Frondizi en materia de problemas
internacionales. Pero solamente Leopoldo Bravo —entonces,
a los 33 años, el más joven embajador argentino— conversó
con el director soviético en ruso, un privilegio que le
valió la simpatía de Stalin; esa circunstancia explica
seguramente la fotografía publicada por un semanario
alemán que muestra a Bravo, 25 años atrás, sentado en un
barco a remo, mientras Vyacheslav Molotov boga
laboriosamente.
Estos datos pertenecen a la faz oculta del líder bloquista
de San Juan, ahora asociado a La Hora del Pueblo. La
semana pasada, el ex gobernador se empeñó en atraer la
atención de los periodistas políticos de Buenos Aires: el
lunes 12, Leopoldo Bravo, en compañía de correligionarios
—"se trajo a todos sus votantes", dijeron algunos
malintencionados—, fue recibido por el ministro Mor Roig y
formuló, en la noche del martes 13 durante una conferencia
de prensa en el hotel Castelar, violentas acusaciones
contra Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y
Arturo Frondizi, rozando sin nombrarlo a Juan Enrique
Guglialmelli. "Es que Frondizi es uno de los grandes
embaucadores que tiene el país; engaña a la juventud
haciéndose pasar por el inventor del desarrollismo. ¿Qué
argentino moderno no quiere el desarrollo de su país?",
razonó Bravo ante Confirmado pocos días después, en su
estudio de la calle Paraguay.
Desde que abandonó el servicio exterior en 1956 después de
haber hecho una brillante carrera, la principal
preocupación de Bravo ha sido mantener intacto su feudo
sanjuanino: fue gobernador electo en 1962 y volvió a
triunfar en julio de 1963; esta vez gobernó hasta el 28 de
junio de 1966. El éxito obtenido por este hombre que llegó
un tanto tardíamente a la política, lo convirtió en el
adalid y se proyectó después al nivel nacional, cuando
Bravo obtuvo el liderazgo de una federación de partidos
provinciales integrada en su mayoría por desprendimientos
locales del peronismo, al estilo de Felipe Sapag en
Neuquén y Ricardo Durán de Salta. En algún momento el
nucleamiento, que sumó hasta 10 partidos provinciales,
adquirió proyección nacional, pero sus alas fueron
cortadas por el advenimiento de la Revolución Argentina.
Lo cierto es que ahora, reabierta la instancia política,
muchos caciques provinciales han vuelto a las
especulaciones: si la ley Sáenz Peña volviera a servir
como regla del juego electoral, según sugieren algunos
íntimos del ministerio del Interior, parece obvio que
solamente una federación podría otorgar a los partidos
provinciales alguna posibilidad de pesar seriamente entre
el puñado de grandes nucleamientos que influirán
decisivamente en las esferas del poder. De allí parece
partir la idea de Bravo de reactivar sus iniciativas por
concretar la federación. En su intento, el líder bloquista
sanjuanino podría encontrarse con algunos insospechados
aliados: existen algunos indicios que permiten suponer que
los caudillos provinciales del desarrollismo —el
entrerriano Raúl H. Uranga, el santafecino Sylvestre
Begnis y el pampeano Ismael Amit, entre otros—, o sea sus
principales productores de votos, disconformes con la
estrategia desplegada por Frondizi y Frigerio, podrían
abandonar la disciplina partidaria e ingresar en una
federación de fuerzas provinciales que permitiría a alguno
de ellos alcanzar relevancia en el plano nacional; varios
de ellos están avalados por excelentes gobernaciones entre
1958 y 1962.
Desde luego, Leopoldo Bravo se preocupó por arrancar de
Mor Roig una garantía para la supervivencia de los
partidos de envergadura provincial, una circunstancia de
la que depende, obviamente, su propio futuro político.
Además, aprovechó la reunión oficial con el ministro, y el
almuerzo privado que mantuvo con Mor Roig un día después,
para lanzar una ofensiva a fondo contra el gobernador
Ruperto Godoy y su ministro de Gobierno Aldo Hermes
Cantoni. Todo parece indicar, sin embargo, que la ofensiva
fue infructuosa y que el cortés ministro se limitó a
prometer el estudio del asunto "si las circunstancias lo
exigen", cuando comience la etapa en la que se examinará
la situación de los gobernadores.
DESARROLLISMO
Entre cismas y alianzas
Un tembladeral escisionista pareció conmover la red
nacional del desarrollismo; el fenómeno tuvo su epicentro
en La Pampa, pero, a poco de desatarse, Arturo Frondizi
logró restringirlo. Sucedió en la última semana, cuando
Ismael Amit —ex gobernador pampeano y caudillo provincial
del MID— decidió ceder a las tentaciones del partido
propio, una ambición nada desdeñable para quien el
principal factor de poder suele ser la urna. Amit un
pulcro administrador, parece haber resuelto el viejo
dilema que lo mantuvo vacilante ante las estrategias
variables del frondicismo; hoy, frente al slogan del
movimiento nacional, ha preferido mantener su
independencia política, actitud que lo llevará a crear su
propia organización.
El fantasma del resquebrajamiento recorrió los umbrales
desarrollistas, al temerse que el cisma de La Pampa se
extendiera hasta los feudos políticos de Raúl Uranga,
Entre Ríos, y Carlos Sylvestre Begnis, Santa Fe. Es que
—se supuso— la alternativa independentista podría
resultar contagiosa para los jeques provinciales del
frondicismo, que alardean de tener un caudal de votos
propio. No obstante, un hábil torniquete instrumentado
desde Buenos Aires pudo detener la hemorragia. El sábado
3, Frondizi y su staff de incondicionales, reunieron
subrepticiamente a las huestes de las jerarquías
provinciales para unificarlas en torno a una consigna:
todo el poder al movimiento nacional. En su mejor estilo
parabólico, Frondizi habría desterrado las inclinaciones
cismáticas, dando cuenta de una profusa explicación en la
que intentó develar el origen de las deserciones. La
síntesis de los argumentos arrojaba como resultado:
quienes abandonan las estructuras del desarrollismo, lo
hacen bajo la incitación del gobierno, que busca
desintegrar una de las piezas fundamentales del movimiento
nacional. Amit —por supuesto— había optado por esquivar la
invitación al cónclave. Pero —aseguran los voceros de
Frondizi— Uranga y Sylvestre Begnis recuperaron la
confianza en el ex presidente.
En las antesalas del semanario Resultado —difusor del
ideario desarrollista— se entretejía una telaraña de
conjeturas, que hacían aparecer al secesionista de La
Pampa filtrándose en reuniones extraoficiales con el
ministro Mor Roig, o recibiendo lecciones del sanjuanino
Leopoldo Bravo, todo con vistas a la constitución de la
Federación de Partidos Provinciales. En tanto, y como para
terminar de comprometer a Uranga en el esfuerzo
movimientista, los jóvenes aláteres entrerrianos del
frondifrigerismo celebraron una reunión doctrinaria el
domingo último.
Sin embargo, no se agota allí la iniciativa del
desarrollismo; fuera de los márgenes de sus esferas de
influencia, permanecen tejiendo vasos comunicantes con
las más disímiles expresiones de la política nacional,
Reflotan de las tinieblas sus contactos con la burocracia
sindical, el metalúrgico Lorenzo Miguel parece ser el
pivote de la táctica en el área de los gremios, una
relación que no impide observar con cautela el desarrollo
del Encuentro Nacional de los Argentinos, tal vez una
reserva para echarle el pial del movimiento nacional,
cuando Moscú no muestre su desacuerdo. La audacia llega
aún más allá; jactancia o especulación, lo cierto es que
los planteles juveniles del frondicismo dejan trascender
sus roces políticos con los clandestinizados Montoneros y
otras agrupaciones de acción directa: "Debemos ofrecerles
una forma orgánica, porque están sumidos en la alienación
de practicar la violencia en la lucha por la liberación;
de ahí que también tengan cabida en el movimiento
nacional, para que salgan de su aislamiento y puedan
expresarse sin dificultades", imaginaba un conspicuo
portavoz de Frondizi. Otras relaciones, menos peligrosas,
extendían líneas hacia los restos de la Unión Popular de
Tecera del Franco. Pero, tratando de aventar ciertas
dudas, el MID preservará su estructura orgánica como para
que no se diluya entre tantas alianzas; en el futuro, un
congreso partidario ungirá a Arturo Frondizi a la cabeza
del directorio nacional.
CONSERVADORES
La difícil tarea de recomenzar
Carlos Aguinaga ni siquiera se obsequió con el placer de
ver aterrizar sobre su escritorio, en la ciudad de
Mendoza, el prolijamente mecanografiado sobre blanco
dirigido a su nombre en calidad de presidente de la
Federación de Partidos de Centro. En cuanto los diarios lo
anoticiaron de que figuraba en las listas del flamante
ministro Arturo Mor Roig para ser convocado, en nombre de
los conservadores, al diálogo que el gobierno ha abierto a
modo de pública rehabilitación con los dirigentes
políticos, el viejo cacique mendocino hizo saber que no
podría aceptar la invitación si ésta llegara a sus manos,
ya que había renunciado a la presidencia de la Federación.
La correcta esquela del ministerio del Interior se
dirigió, entonces, al departamento de Juan Ramón Aguirre
Lanari, en la calle Rodríguez Peña, donde el ex senador
conservador por Corrientes reside mientras dicta su
cátedra de Derecho Constitucional en la Facultad de
Derecho de Buenos Aires; pero las tribulaciones de los
postillones de Mor Roig no finalizaron allí: Aguirre
Lanari hizo saber que también él, ex vicepresidente de la
Federación, había resignado el cargo, y carecía por lo
tanto de representatividad para concurrir a la Casa Rosada
en nombre de sus correligionarios. La tercera tentativa se
dirigió entonces al secretario de la Federación, que,
según todas las indicaciones, había quedado a cargo de la
misma: José A. Rodríguez Vivanco se disponía a enviar una
comunicación al ministro señalando que no se sentía
investido de la autoridad suficiente como para representar
a sus correligionarios, cuando el oportuno llamado de un
amigo lo persuadió de la necesidad de mantener una reunión
antes de tomar cualquier determinación. "No dialogar con
el ministro equivale a sabotear este proceso; no podemos
hacer semejante cosa", fue el argumento decisivo esgrimido
por el persuasivo dirigente.
Pocas horas después, en la tarde del martes 6, algo más de
media docena de caciques conservadores se reunieron en el
departamento de Pablo González Bergez, en la esquina de
Callao y Arenales. La esposa del dueño de cansa no pudo
sustraerse de la tentación de viejos recuerdos, y agasajó
a los participantes del cónclave con empanadas y vino;
entretanto, Aguirre Lanari, Rodríguez Vivanco, E. Martínez
Carranza, Raúl Requena, Luis C. Domínguez, el propio
González Bergez, el recién llegado Emilio Jofré y algún
otro capitoste procuraban ponerse de acuerdo acerca de
quién acarrearía el estandarte conservador hasta el
despacho de Arturo Mor Roig. Finalmente,
Rodríguez Vivanco, como secretario de la Federación, y
Martínez Carranza, como último presidente de la Convención
Nacional, recibieron y aceptaron la encomendación de
concurrir a la Casa Rosada en la tarde del miércoles 7.
Sin embargo, mientras se prolongaban las discusiones sobre
un problema formal, la mayoría de los dirigentes rumiaban
su preocupación por el futuro partidario. Es que las
dificultades no parecen ser pocas. Más allá de las
sucesivas divisiones que sufrió el conservadorismo de la
Capital y de la provincia de Buenos Aires, muchos
dirigentes de esas dos zonas, con el incansable González
Bergez a la cabeza, propician la formación de una nueva
fuerza: "Aquí tenemos al peronismo, al radicalismo y a la
izquierda; me parece que hay un gran hueco para un gran
partido de los liberales, de los independientes, de los
conservadores y afines. Ese es el hueco que pretendo
llenar con un partido nuevo y moderno", se fastidia el ex
diputado. Pero sus correligionarios de Mendoza y
Corrientes no parecen opinar lo mismo; ambas provincias
son fuertemente conservadoras, lo que parece dar a sus
dirigentes una tranquilidad lindante con la parsimonia,
que los hace indiferentes al panorama nacional. Además, su
fortaleza los hace tremendamente celosos de sus autonomías
locales. En fin, un panorama excesivamente confuso como
para construir una nueva fuerza que, quizá sea cierto, le
haría falta al país.
Desde luego, la gran esperanza de los conservadores
modernos se llama Guillermo Belgrano Rawson; el
inteligente, flamante subsecretario de Interior, de gran
experiencia en el oficio político, parece estar en
inmejorables condiciones para ofrecer su decisiva
colaboración en la arquitecturación de una importante
fuerza con proyección nacional.
CONFIRMADO • 21 de abril de 1971 •
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