Capítulo 1 - "Nunca tuve Señorita"
Escrita por JULIAN CENTEYA
LA primera entrevista con Aníbal Troilo —Pichuco— tiene
lugar "en lo de Bachín" que, empecinado del todo, sigue
estando a la vuelta del mercado de la calle Montevideo, en
Sarmiento.
A Bachín se va por dos cosas. A comer y a estar. Más que
un "chelibo", es un meridiano donde todo porteño se
iguala. Bachín es una juntada de mesas, con lomo de papel,
última rinconada de la merza presidida por la sombra
voluminosa del Malevo Muñoz. A lo de Bachín, no se va. Se
"cae". Viniendo desde cualquier parte, en este caso
importa decir, desde cualquier esquina. Se llega de
"arrancada". Este emporio del cuadril, la ensalada de
porotos, los tallarines al bóngoli, el tomate abierto por
la mitad y donde al aceite se lo llama "oglio", merece,
por lo que tiene de típico, figurar en la nómina de los
motivos que pueden interesar a todo turista. Pero,
lamentablemente, ni la estupenda Cortada de Carabelas, ni
Bachín, figuran en el catálogo; no están en las tarjetas
postales que ahora "vienen" en colores. Pero, Bachín
existe. Aunque no lo haya recordado Waldo Frank, a quien
introdujo hasta el mundo de sus mesas el meditativo
Ezequiel Martínez Estrada, ni lo mencione Keyserling en
sus presurosas observaciones sudamericanas y menos aún lo
recuerde George Duhamel, el silencioso francés de "Diario
de un aspirante a santo".
Comer, en este sitio, es una excusa. Dos que van a Bachín,
lo hacen para conversar. No, de cómo anda el mundo. O,
para expresarlo con más propiedad, de cómo el hombre
quiere que el mundo vaya. Allí se habla de la ciudad.
Bachín debe ser el único lugar donde no se habla mal de la
política y de los políticos. Porque allí no se habla de
ninguno de estos dos productos nacionales. El porteño,
ahí, habla de Boca Juniors, que ahora tiene un presidente
que se da el lujo de "hablarle al país". Y él está
convencido de dos cosas: que el país lo escucha y que...
habla.
Los temas son de orden y carácter popular. Ahí es donde el
porteño explica la desinflada de Gobernado, por qué no
ganó Niarkos y por qué a veinte y monedas vino el de
Ferro: Charolais.
En lo de Bachín, con toda seriedad, el porteño —a su
tiempo— habló de
la humorada que significó haber concurrido a los juegos
olímpicos de Tokio.
El turf, el box, el tango y la amistad son las cuatro
barajas que el hombre de la ciudad, que ignora que existe
la SADE de Erro y cuál será la colecta popular de la
semana próxima, pone sobre el mantel de papel de la tosca
mesa, entre tazas de buseca humeante que llegan y platos
con restos de bifes de costilla que se van.
El otro parroquiano de Bachín es el humo.
La primera entrevista que mantenemos con Pichuco, es ahí.
Nos acompaña Brunito —José Bruno—, que saldrá mañana para
Comodoro Rivadavia.
—Mi padre, que me dejó la pena de no recordar su voz,
falleció el año 1922. Yo tenía 8 años. La otra sensación
que obtuve de la certeza de la muerte de mi padre, fue el
guardapolvo negro con el que mamá, dos días después, me
mandó al colegio con un dulce: "Vaya. hijito... vaya ..."
El colegio está aún en la calle Cabrera.
—¿Dónde está ubicado?
—En José Antonio Cabrera, que entonces era para nosotros
simplemente Cabrera, entre Sadi Carnot y Billinghurst.
—¿Cómo se llamaba la primera maestra. Pichuco?
Aníbal le hace un "sitio" al mozo que "baja" uno de
costilla -no muy cocido, y cuando éste se va, aclara:
—Yo nunca tuve "señorita". Mi primer maestro se llamaba
Rojo.
—¿Dónde vivían, Aníbal?
—En una casa de la calle Soler. En ella nació Marcos, mi
hermano mayor, y en ella murió mi hermanita. Era un tibie
mantón de nada que se enfrió una noche. Tenía apenas seis
meses. Yo no conocí su muerte, pero aprendí su muerte.
Mamá siempre hablaba de "Chochita" como si la estuviera
esperando.
—¿"Chochita"?
—Así la llamaban en casa.
Llega un refuerzo de vino tinto y agrega:
—Mamá, ocurrida esta muerte, quiso desentenderse de la
casa. Ya no podía vivir en ella. "Camino —decía — y piso
recuerdos de la hija chica". Habló con mi padre y le
suplicó: "Llevame de acá... no resisto". Mi padre,
entonces resolvió alquilar la casa de la calle Cabrera
2937. Allí nací yo cuando se iba a baraja el día 11 de
julio del año 1914.
El día antes de esta entrevista con Aníbal Troilo en lo de
Bachín, habíamos estado con Brunito —José Bruno — por el
barrio. Brunito fue aprendiz de jockey y Pichuco dice de
este amigo de la infancia que es el hijo que no le dio la
vida
—Mi casa —dijo Bruno—, que está en Francisco Acuña de
Figueroa 1236, se llama "El Rincón de Pichuco", pero él le
dice "El Patio de la Morocha". Ya no anda entre sus muros
mi padre, don Vicente. "El Hombre del Bastón'. Mi madre se
llama Sofía y somos cinco hermanos: Onofrio, Estela, Berta
y Elena. A mí poneme último.
"Cuando no quise que la calle me atrapara con ningún
oficio, me hice peón del stud Hugo Baldo. El dueño tira El
Bolsero. En Rosario debuté de aprendiz montando un ligero
que no figuró: "Pan Dulce", y para mí, ¡qué querés que te
diga!, no hubo jockey como el Tano Salvador Di Tomaso".
Llegamos a Cabrera y Bustamante, barrio que está salvando
un último corralón.
—Es acá, a la vuelta —nos dice Brunito.
Veinte pasos más y encaramos el frente de la casa: 2937.
Es una página en la que el tiempo escribió —y escribe aún—
a lluvia, sal, viento, día y noche, su lento monólogo. En
la cornisa de la casa lindera maduran nidos ruidosos. La
casa, más que estar, parece asomarse a la calle. Detrás de
la alta y angosta puerta cerrada, estira dos metros
escasos, el íntimo zaguán.
Aquí nació Pichuco —dijo Bruno.
—Lo de Pichuco, el hecho del apodo —cuenta Aníbal Troilo—,
es anterior al nombre. Marcos había sido el hijo primero y
el segundo varón, así estaba dispuesto, debía llevar el
nombre del padre: Aníbal. Pero antes, muchísima antes, fui
Pichuco.
—¿De dónde arranca al apodo?
—Eso podría explicarlo el tío Gioanín... o la tía Estela,
tan silenciosa como flaca, a quien evoco peinándola de
trenzas que enmoñaba, en el patio, a la hijita: "La Ñata".
Mi padre tenía un amigo a quien llamaban Pichuco. Sobré
mis primeras lágrimas de niño, parece a la mecedura amante
de mi madre, con su dulzura de hombre, acaso feliz del
todo, mi padre dijo: "Bueno... Pichuco... bueno...".
Entonces, mojé de llanto mi primer nombre. Por eso es que
soy así.
—¿Así... cómo?
—Cómo no lo sé... pero así... ¡Pichuco! ¡Uno!
Revista Ocurrió
12.12.1964
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