Mancera existía antes de los Circulares. Fue mago,
"ratón de biblioteca", hizo las mil y una, tuvo miedo y
cantó en París. Aquí se cuenta cómo nació y las cosas que
lo hicieron crecer hasta donde está.
QUE nació es algo sabido por todos. Además, si queda quien
le dude hay un método muy fácil de comprobación: prender
el televisor los sábados por la tarde, en el horario que
va desde las 14 hasta las 21.30, y en el canal 13. Allí
está él; allí salta, se mueve, gesticula, abre grandes los
ojos —para mirar mejor , abre grandes las orejas —para
escuchar mejor los aplausos— y abre grande la boca:
entonces deja escapar una voz finita y aflautada con la
que hace reportajes, habla con medio mundo y, a cada
momento, pide fuertes aplausos. Son para los protagonistas
del programa, explica su voz. Los pide para él, dicen
quienes lo conocen. No importa, lo esencial es que nació,
que está ahí y que pide aplausos (fuertes, mejor).
Lo que nadie sabe muy bien es cuándo nació. Y cuando se
trata de averiguar entre quienes lo rodean o lo rodearon,
estos miran al techo, se rascan la coronilla (a veces
calva, a veces no), se pasan la mano por la cara, se toman
la barbilla, ponen los ojos en blanco y aventuran "Y...
Pipo debe tener entre 38 y 44 años". Se equivocan. A pesar
del enorme margen que proponen, se equivocan. Nicolás Pipo
Mancera no es tan viejo como ellos creen: en realidad
tiene 37 años solamente. Dentro de un año comenzarán
recién a acertar.
Además de nacer, lo hizo en algún lugar: es lo menos que
podía esperarse desde el momento en que él no es un
fantasma. Pues bien, nació en Flores 'el barrio', aquí
nomás. en Buenos Aires. Seguramente muchos tendrán súbitos
recuerdos: "Ah, sí, yo vivía en ese barrio. Si habré
jugado con él de chico. ." No, no jugaron con él de chico;
porque sucedió que él tenía 2 años y desapareció de
Flores. No lo raptaron, sino que sus padres, por razones
de trabajo, debieron trasladarse a Rosario. Lógicamente,
Pipo que en esa época debía ser Pipito. como ahora lo
llama Tita Merello. se fue con ellos: era muy chico para
quedarse ya a vivir solo. Vivió diecisiete años en Rosario
y eso le sirvió para fundamentar uno de sus slogans
favoritos: "Yo soy solamente medio porteño. La otra mitad
soy rosarino". Pero en el tiempo que vivió allí no hacia
televisión (porque, entre otras cosas, la televisión no
existía todavía). Luego se dedicó a estudiar.
Con el certificado de sexto grado bajo el brazo — el
primer diploma de los varios que iba a ganar después -no
hizo otra cosa más que aquella que se esperaba de él:
ingresó al secundario Hizo primer año. Hizo segundo año. Y
no hizo tercer año. Abandonó allí. Abandonó es un decir.
Porque sí MacArthur pudo sentenciar "Volveremos", también
Mancera podía hacerlo. Y volvió: los tres años que le
faltaban del secundario los completó como alumno libre.
VOLVIO, VOLVIO
A los 17 años Buenos Aires volvió a saber quién era él.
Era un muchacho que llegó y comenzó a ejercer aquí su
profesión de entonces: la de estudiante. Esta vez probó
transformándose en estudiante de Derecho: solamente dos
años. Después, tozudo al fin. se convirtió en estudiante
de Filosofía: créase o no. fueron solamente dos años otra
vez. Un número infranqueable el dos. Por ejemplo, nunca
llegará a medir dos metros: desde aquella adolescencia
estudiantil y viajera su estatura se ha estabilizado en
1,64 metros. Pero, eso sí, pesa más de dos kilos:
alrededor de los 60.
Sus allegados tienen una explicación para esas carreras
truncas: en realidad lo que le interesaba a él era ser
periodista. "Seré periodista", se dijo y allá fue.
¿Adonde? Anduvo de tour por las redacciones que entonces
existían en Buenos Aires. Y, como el que camina llega,
terminó por anclar en La Razón. Pero no sólo se había
dicho "Seré periodista"; además había completado esa
proposición con otra todavía más fuerte: ser crítico de
cine. Eso le apasionaba y a eso quería llegar. Entonces lo
designaron cronista policial (que no es lo mismo que
cronista de filmes policiales, lo que ya hubiera sido un
paso adelante). Después ascendió: de cronista pasó a
redactor policial. Pero tenia que meterse en el cine y en
el cine se metería. El año 1950 marcó el nacimiento del
club Gente de Cine y allí. como no resulta difícil
sospecharlo, apareció Nicolás Pipo Mancera. Pero
no estaba para mirar, quena acción, quería ser
protagonista Cuando quedó constituida la comisión
directiva de ese hito inicial del cine de arte en el país,
él figuraba en ella.
EL Y EL CINE
Entonces se dedicó a ver muchas películas. Sus ojos comían
celuloide en grandes y apetitosas raciones. Es que quería
hacer crítica, tenía que hacer crítica. Allí mismo, en
Gente de Cine comenzó a hacerlo. Además, por esa época, a
cualquiera que se le ocurriera exhibir una película se le
aparecía indefectiblemente un nombre: Pipo. Era una
especie de guía Peuser del cine, conocía todas las
películas, todas las distribuidoras, todas las personas
que tuvieran algo que ver con el tenia. Se había
transformado en un contacto vital. Quienes lo recuerdan de
aquel tiempo tienen también otra imagen de él. Su pequeña
figura rumbeaba hacia cualquier lugar en donde existiera
un libro de cine, se posaba sobre el mismo y lo exprimía
hasta la última letra. Esos mismos amigos recuerdan que no
podían entender cómo entraba tanta lectura en un cuerpo
tan chico. El. aplicado, callaba y perseveraba; ya había
conseguido comenzar a hacer critica de cine en La Razón.
Que tuviera tantos puntos de mira no era una razón para
que descuidara a ninguno de ellos. Por eso, cuando Gente
de Cine decidió que había llegado el momento de comenzar a
publicar una revista, el rápido Pipo se mantuvo atento,
observó bien, hizo una ágil pirueta y lo logró: se
convirtió en jefe de redacción de la publicación.
En ese tiempo había decidido hacerse su cueva propia No
con queso, sino con libros. Y empezó a juntar libros,
hojas, revistas, panfletos, fotos, volantes, programas y
diccionarios de cine. Dicen que era febril. Si lo ven
ahora descubrirían que no ha cambiado. A tal punto que la
cueva del ratón haría las delicias de cualquier gato: la
biblioteca cinematográfica de Mancera, es hoy una de las
más grandes y nutridas de Sudamérica. Por ese camino es
que, desde hace diez años, según cuentan sus amigos, se ha
convertido en un activo contrabandista: desde que empezó a
viajar —en 1956, cuando fue a su primer festival de cine
se las arregla para hacer ingresar grandes cantidades de
libros de cine sin pagar impuestos. Pero hay una
advertencia: todos juran y perjuran que jamás ha
contrabandeado otra cosa más que eso. Jamás.
LAS MIL Y UNA
Sobre el filo de la década del 60 el personaje de la
historia estaba todavía en La Razón. Y acababa de
conseguirse un rinconcito del diario todo para él: una
sección llamada Las mil y una. Siempre había soñado con
estar entremezclado en el meollo del mundo del
espectáculo: :acababa de lograrlo. Esa sección se metía en
el corazón del mismo y lo desnudaba. También incluía un
reconocimiento de Mancera hacia la actividad que más lo
había llenado hasta entonces: por primera vez un medio
masivo hablaba de las actividades de los cine-clubs.
Pero antes de hacer Las mil y una Mancera ya había hecho
varias. En 1955 era uno de los cronistas que formaban el
equipo de una audición radial dirigida por José María
Coco. Coco hizo entonces un viaje a Europa que duró
alrededor de tres meses y cuentan que a, su vuelta lo
espere una sorpresa: el joven Mancera había trabajado
tanto, había hecho tantos méritos, que la audición desde
entonces le perteneció a él.
Otra de las varias: también fue cancionista. Cuando hacía
sus primeros viajes a París —1958/59— no tenía ningún
ambages en ir a los nights clubs, estar un rato sentado en
la mesa, y, después, subirse al escenario y comenzar a
cantar. Su voz finita y aguda intentaba transmitir los
compases de algún tango. Cuando se trata de averiguar cuál
fue su éxito un manto piadoso es la respuesta. "Lo hacía
por divertirse", justifican algunos... "Lástima, podría
haberle hecho sombra a Rosamel Araya", se lamentan otros,
optimistas. A todo eso, él dejó la canción por la magia.
En esa época conoció en Europa a Fu-Man-Chu y contrajo uno
de sus hobbies más peligrosos (para los demás): la magia.
Porque casi nadie lo sabe, pero él es mago. Tan preciado
de esa condición como para ponerse tremenda barba y
bigotes cada vez que debe ejercerla".
EL Y LA TV
Como para que no queden dudas de que ese período 1958/62—
fue el más importante de su crecimiento (como figura),
suele recordarse que aquella época marcó su ingreso a la
televisión. En verdad, los directivos y productores ya lo
conocían (demasiado, según se dice) porque él los
interpelaba día a día para mostrarle un proyecto suyo:
hacer un programa monstruo, una "revista ilustrada de la
TV" como él mismo la llamaba. Todos lo miraban, lo
atendían un rato, y terminaban por decirle que no. "Es que
él no era nadie", marcó un amigo suyo de entonces. Cuando
apareció canal 9 y la competencia hizo nido en la
televisión a él le había llegado la hora. Le ofrecieron la
conducción de un programa en el que debía presentar
películas al tiempo que Mario Pugliese hacía horóscopos. Y
allí estuvo. Era 1960 y sólo pasaron dos años antes de que
su idea del programa ómnibus cuajara. El día que se lo
aceptaron casi se desmaya, pero la tarde en que debutaba
dicen que su susto era tal como para hacer temer por él.
Era el primer sábado de enero de 1962 y cuentan que se
pasó toda la mañana visitando a sus amigos en una especie
de recorrida póstuma. Cualquiera creía que lo iban a
degollar. Y él mismo les confesaba que no sabia nada de
nada, que no tenía idea de cómo terminaría el programa. Su
modo de reaccionar ante esa situación fue bastante
peculiar: terminó por volverse tan agresivo en los
reportajes que muchos temían participar del programa. "Es
su carácter que lo hace así —refiere uno de sus
compañeros—; es un poco metido, un poco tímido, un poco
agresivo." Curiosa mezcla.
LAS MIL Y VEINTE
Y, por fin. después de las mil y una hizo muchas más. Las
más recordadas:
• El día que decidió oficiar de Guillermo Tell ante un
oficial de policía. El hombre era ducho y le pegó a la
manzana, pero Mancera temblaba y se movía tanto que bien
pudo pegarle a él.
• La vez que se metió en una jaula a domar un león, látigo
y silla en mano. El león planeaba comerse, primero la
silla, después el látigo y por fin a Mancera. Por suerte
él escapó a tiempo.
• Una tarde que no se sabe bien a guisa de qué descendió a
investigar las cloacas de Buenos Aires. No se sabe qué
pudo haber encontrado, pero lo sacaron desmayado por la
emanación de gases.
• El día que subió a un avión de pruebas para transmitir
las sensaciones del vuelo. No pudo hacerlo del todo porque
el piloto —un bromista inefable— le puso los mandos en la
mano y le dijo: "Tomá, arreglate y manéjalo vos". Se
sospecha que fue entonces cuando decidió sacar el brevet
de piloto que ahora ostenta.
• El día que se propuso hacer surf y lo sacaron
semiahogado.
"El tiene más miedo que nadie, pero hace esas cosas en
nombre del periodismo", comenta uno de sus colaboradores.
Así justifican que se haya acabado de inscribir —mediante
una carta enviada a la NASA— para participar en el primer
vuelo de pasajeros que se haga a la Luna.
"Pero no es que haga estas cosas por afán de vanidad, de
figuración o de promoción. Lo hace por el periodismo. El
no es vanidoso." No, claro.
Revista Extra
febrero 1969
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Pipo Mancera
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