José Nicolás Mancera
Cómo creció Pipo
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Mancera existía antes de los Circulares. Fue mago, "ratón de biblioteca", hizo las mil y una, tuvo miedo y cantó en París. Aquí se cuenta cómo nació y las cosas que lo hicieron crecer hasta donde está.

QUE nació es algo sabido por todos. Además, si queda quien le dude hay un método muy fácil de comprobación: prender el televisor los sábados por la tarde, en el horario que va desde las 14 hasta las 21.30, y en el canal 13. Allí está él; allí salta, se mueve, gesticula, abre grandes los ojos —para mirar mejor , abre grandes las orejas —para escuchar mejor los aplausos— y abre grande la boca: entonces deja escapar una voz finita y aflautada con la que hace reportajes, habla con medio mundo y, a cada momento, pide fuertes aplausos. Son para los protagonistas del programa, explica su voz. Los pide para él, dicen quienes lo conocen. No importa, lo esencial es que nació, que está ahí y que pide aplausos (fuertes, mejor).
Lo que nadie sabe muy bien es cuándo nació. Y cuando se trata de averiguar entre quienes lo rodean o lo rodearon, estos miran al techo, se rascan la coronilla (a veces calva, a veces no), se pasan la mano por la cara, se toman la barbilla, ponen los ojos en blanco y aventuran "Y... Pipo debe tener entre 38 y 44 años". Se equivocan. A pesar del enorme margen que proponen, se equivocan. Nicolás Pipo Mancera no es tan viejo como ellos creen: en realidad tiene 37 años solamente. Dentro de un año comenzarán recién a acertar.
Además de nacer, lo hizo en algún lugar: es lo menos que podía esperarse desde el momento en que él no es un fantasma. Pues bien, nació en Flores 'el barrio', aquí nomás. en Buenos Aires. Seguramente muchos tendrán súbitos recuerdos: "Ah, sí, yo vivía en ese barrio. Si habré jugado con él de chico. ." No, no jugaron con él de chico; porque sucedió que él tenía 2 años y desapareció de Flores. No lo raptaron, sino que sus padres, por razones de trabajo, debieron trasladarse a Rosario. Lógicamente, Pipo que en esa época debía ser Pipito. como ahora lo llama Tita Merello. se fue con ellos: era muy chico para quedarse ya a vivir solo. Vivió diecisiete años en Rosario y eso le sirvió para fundamentar uno de sus slogans favoritos: "Yo soy solamente medio porteño. La otra mitad soy rosarino". Pero en el tiempo que vivió allí no hacia televisión (porque, entre otras cosas, la televisión no existía todavía). Luego se dedicó a estudiar.
Con el certificado de sexto grado bajo el brazo — el primer diploma de los varios que iba a ganar después -no hizo otra cosa más que aquella que se esperaba de él: ingresó al secundario Hizo primer año. Hizo segundo año. Y no hizo tercer año. Abandonó allí. Abandonó es un decir. Porque sí MacArthur pudo sentenciar "Volveremos", también Mancera podía hacerlo. Y volvió: los tres años que le faltaban del secundario los completó como alumno libre.

VOLVIO, VOLVIO
A los 17 años Buenos Aires volvió a saber quién era él. Era un muchacho que llegó y comenzó a ejercer aquí su profesión de entonces: la de estudiante. Esta vez probó transformándose en estudiante de Derecho: solamente dos años. Después, tozudo al fin. se convirtió en estudiante de Filosofía: créase o no. fueron solamente dos años otra vez. Un número infranqueable el dos. Por ejemplo, nunca llegará a medir dos metros: desde aquella adolescencia estudiantil y viajera su estatura se ha estabilizado en 1,64 metros. Pero, eso sí, pesa más de dos kilos: alrededor de los 60.
Sus allegados tienen una explicación para esas carreras truncas: en realidad lo que le interesaba a él era ser periodista. "Seré periodista", se dijo y allá fue. ¿Adonde? Anduvo de tour por las redacciones que entonces existían en Buenos Aires. Y, como el que camina llega, terminó por anclar en La Razón. Pero no sólo se había dicho "Seré periodista"; además había completado esa proposición con otra todavía más fuerte: ser crítico de cine. Eso le apasionaba y a eso quería llegar. Entonces lo designaron cronista policial (que no es lo mismo que cronista de filmes policiales, lo que ya hubiera sido un paso adelante). Después ascendió: de cronista pasó a redactor policial. Pero tenia que meterse en el cine y en el cine se metería. El año 1950 marcó el nacimiento del club Gente de Cine y allí. como no resulta difícil sospecharlo, apareció Nicolás Pipo Mancera. Pero
no estaba para mirar, quena acción, quería ser protagonista Cuando quedó constituida la comisión directiva de ese hito inicial del cine de arte en el país, él figuraba en ella.

EL Y EL CINE
Entonces se dedicó a ver muchas películas. Sus ojos comían celuloide en grandes y apetitosas raciones. Es que quería hacer crítica, tenía que hacer crítica. Allí mismo, en Gente de Cine comenzó a hacerlo. Además, por esa época, a cualquiera que se le ocurriera exhibir una película se le aparecía indefectiblemente un nombre: Pipo. Era una especie de guía Peuser del cine, conocía todas las películas, todas las distribuidoras, todas las personas que tuvieran algo que ver con el tenia. Se había transformado en un contacto vital. Quienes lo recuerdan de aquel tiempo tienen también otra imagen de él. Su pequeña figura rumbeaba hacia cualquier lugar en donde existiera un libro de cine, se posaba sobre el mismo y lo exprimía hasta la última letra. Esos mismos amigos recuerdan que no podían entender cómo entraba tanta lectura en un cuerpo tan chico. El. aplicado, callaba y perseveraba; ya había conseguido comenzar a hacer critica de cine en La Razón. Que tuviera tantos puntos de mira no era una razón para que descuidara a ninguno de ellos. Por eso, cuando Gente de Cine decidió que había llegado el momento de comenzar a publicar una revista, el rápido Pipo se mantuvo atento, observó bien, hizo una ágil pirueta y lo logró: se convirtió en jefe de redacción de la publicación.
En ese tiempo había decidido hacerse su cueva propia No con queso, sino con libros. Y empezó a juntar libros, hojas, revistas, panfletos, fotos, volantes, programas y diccionarios de cine. Dicen que era febril. Si lo ven ahora descubrirían que no ha cambiado. A tal punto que la cueva del ratón haría las delicias de cualquier gato: la biblioteca cinematográfica de Mancera, es hoy una de las más grandes y nutridas de Sudamérica. Por ese camino es que, desde hace diez años, según cuentan sus amigos, se ha convertido en un activo contrabandista: desde que empezó a viajar —en 1956, cuando fue a su primer festival de cine se las arregla para hacer ingresar grandes cantidades de libros de cine sin pagar impuestos. Pero hay una advertencia: todos juran y perjuran que jamás ha contrabandeado otra cosa más que eso. Jamás.

LAS MIL Y UNA
Sobre el filo de la década del 60 el personaje de la historia estaba todavía en La Razón. Y acababa de conseguirse un rinconcito del diario todo para él: una sección llamada Las mil y una. Siempre había soñado con estar entremezclado en el meollo del mundo del espectáculo: :acababa de lograrlo. Esa sección se metía en el corazón del mismo y lo desnudaba. También incluía un reconocimiento de Mancera hacia la actividad que más lo había llenado hasta entonces: por primera vez un medio masivo hablaba de las actividades de los cine-clubs.
Pero antes de hacer Las mil y una Mancera ya había hecho varias. En 1955 era uno de los cronistas que formaban el equipo de una audición radial dirigida por José María Coco. Coco hizo entonces un viaje a Europa que duró alrededor de tres meses y cuentan que a, su vuelta lo espere una sorpresa: el joven Mancera había trabajado tanto, había hecho tantos méritos, que la audición desde entonces le perteneció a él.
Otra de las varias: también fue cancionista. Cuando hacía sus primeros viajes a París —1958/59— no tenía ningún ambages en ir a los nights clubs, estar un rato sentado en la mesa, y, después, subirse al escenario y comenzar a cantar. Su voz finita y aguda intentaba transmitir los compases de algún tango. Cuando se trata de averiguar cuál fue su éxito un manto piadoso es la respuesta. "Lo hacía por divertirse", justifican algunos... "Lástima, podría haberle hecho sombra a Rosamel Araya", se lamentan otros, optimistas. A todo eso, él dejó la canción por la magia. En esa época conoció en Europa a Fu-Man-Chu y contrajo uno de sus hobbies más peligrosos (para los demás): la magia. Porque casi nadie lo sabe, pero él es mago. Tan preciado de esa condición como para ponerse tremenda barba y bigotes cada vez que debe ejercerla".

EL Y LA TV
Como para que no queden dudas de que ese período 1958/62— fue el más importante de su crecimiento (como figura), suele recordarse que aquella época marcó su ingreso a la televisión. En verdad, los directivos y productores ya lo conocían (demasiado, según se dice) porque él los interpelaba día a día para mostrarle un proyecto suyo: hacer un programa monstruo, una "revista ilustrada de la TV" como él mismo la llamaba. Todos lo miraban, lo atendían un rato, y terminaban por decirle que no. "Es que él no era nadie", marcó un amigo suyo de entonces. Cuando apareció canal 9 y la competencia hizo nido en la televisión a él le había llegado la hora. Le ofrecieron la conducción de un programa en el que debía presentar películas al tiempo que Mario Pugliese hacía horóscopos. Y allí estuvo. Era 1960 y sólo pasaron dos años antes de que su idea del programa ómnibus cuajara. El día que se lo aceptaron casi se desmaya, pero la tarde en que debutaba dicen que su susto era tal como para hacer temer por él. Era el primer sábado de enero de 1962 y cuentan que se pasó toda la mañana visitando a sus amigos en una especie de recorrida póstuma. Cualquiera creía que lo iban a degollar. Y él mismo les confesaba que no sabia nada de nada, que no tenía idea de cómo terminaría el programa. Su modo de reaccionar ante esa situación fue bastante peculiar: terminó por volverse tan agresivo en los reportajes que muchos temían participar del programa. "Es su carácter que lo hace así —refiere uno de sus compañeros—; es un poco metido, un poco tímido, un poco agresivo." Curiosa mezcla.

LAS MIL Y VEINTE
Y, por fin. después de las mil y una hizo muchas más. Las más recordadas:
• El día que decidió oficiar de Guillermo Tell ante un oficial de policía. El hombre era ducho y le pegó a la manzana, pero Mancera temblaba y se movía tanto que bien pudo pegarle a él.
• La vez que se metió en una jaula a domar un león, látigo y silla en mano. El león planeaba comerse, primero la silla, después el látigo y por fin a Mancera. Por suerte él escapó a tiempo.
• Una tarde que no se sabe bien a guisa de qué descendió a investigar las cloacas de Buenos Aires. No se sabe qué pudo haber encontrado, pero lo sacaron desmayado por la emanación de gases.
• El día que subió a un avión de pruebas para transmitir las sensaciones del vuelo. No pudo hacerlo del todo porque el piloto —un bromista inefable— le puso los mandos en la mano y le dijo: "Tomá, arreglate y manéjalo vos". Se sospecha que fue entonces cuando decidió sacar el brevet de piloto que ahora ostenta.
• El día que se propuso hacer surf y lo sacaron semiahogado.
"El tiene más miedo que nadie, pero hace esas cosas en nombre del periodismo", comenta uno de sus colaboradores.
Así justifican que se haya acabado de inscribir —mediante una carta enviada a la NASA— para participar en el primer vuelo de pasajeros que se haga a la Luna.
"Pero no es que haga estas cosas por afán de vanidad, de figuración o de promoción. Lo hace por el periodismo. El no es vanidoso." No, claro.
Revista Extra
febrero 1969

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