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Historia íntima de un proceso que culminó la semana pasada

El precursor de la salida electoral fue el mismo jefe militar que luego tendría a su cargo la responsabilidad de concretarla: el general Juan Carlos Onganía. Pocos conocen que el 29 de marzo —el mismo día que Guido asumió la presidencia— se intentó el primer golpe de estado contra la salida electoral. Pocos saben que entonces, por primera vez, el general Onganía se jugó a favor de la realización de elecciones.
El 29 de marzo a las 17.4, el legalismo había ganado su primera batalla, pocas horas después de la caída de Frondizi. Los tres comandantes en jefe (general Poggi, contraalmirante Penas y brigadier Cayo Alsina) habían decidido hacerse cargo del gobierno a las 15 de ese día. El legalista general Fraga, secretario de Guerra, estaba preso; Rojas Silveyra era, a esa altura de las cosas, el único miembro del gabinete militar que se oponía a que una junta militar asumiera el poder. El legalismo estructuraba rápidamente su estrategia: demorar la toma del gobierno por la junta, para poder maniobrar y lanzar una contraofensiva que, admitiendo como irreversible la caída de Frondizi, impidiera, al menos, la dictadura militar. Con ese objeto, Rojas Silveyra se entrevistó, pocas horas antes de las 15, con el general Poggi, entonces comandante en jefe del Ejército. Durante el diálogo, el secretario de Aeronáutica recurrió a un truco: inventó una reunión de brigadieres. "Señor general —dijo entonces Silveyra—, de un momento a otro se reunirán los brigadieres. No habrá ningún problema en aceptar la constitución de una junta militar. Pero una cuestión de cortesía hacia mi arma haría necesario esperar la reunión, para que nadie piense que se coloca a la Aeronáutica ante el hecho consumado." Poggi aceptó. Perdió, así, la oportunidad de hacerse cargo de la presidencia de la junta militar.
En realidad, a esa altura de las cosas, Rojas Silveyra ya estaba informado de que el doctor Julio Oyhanarte, desde la Corte Suprema de Justicia, preparaba el "contragolpe". El "contragolpe" consistía en utilizar, "sin pedir permiso a nadie", la ley de acefalía y hacer posible que el doctor Guido asumiera la presidencia de la República. Mientras Poggi era "entretenido", el doctor Rodolfo Martínez, ministro de Defensa Nacional, enviaba dos emisarios a la Corte (eran las 16.40) con una nota del doctor Guido por la cual solicitaba prestar juramento como presidente de la República. El doctor Oyhanarte lleva el problema a un acuerdo de emergencia, pronuncia un rápido discurso y, sin dar tiempo a contramarchas ni consultas, da por aceptada la situación. Inmediatamente, Oyhanarte transmite al doctor Guido la novedad. Todo ocurre a un ritmo increíble: a las 16.55 ya estaba Guido, acompañado por dos personas, en la Corte de Justicia. A las 17.4 prestaba juramento. El general Poggi y los otros comandantes en jefe quedan desconcertados. Garrido, el escribano encargado de protocolizar las ceremonias de asunción de cargos por los funcionarios importantes, estaba en Balcarce 50. Pero los comandantes no se animan, todavía, a jurar. Para eso había que hacer una nueva revolución, pues el doctor Guido ya era presidente.
A la noche se reunieron todos los generales con mando en la Capital Federal y Gran Buenos Aires. A propuesta de algunos amigos del comandante en jefe, votaron si se derrocaba o no al nuevo presidente. Por 14 votos contra 2 resolvieron derrocarlo, desconocer su juramento ante la Corte y asumir el poder. Fue entonces cuando uno de los dos generales que había votado en contra del derrocamiento, el general Juan Carlos Onganía, pidió la palabra y dijo:
—Contra el presidente Guido no hay ninguna acusación que formular. Se lo quiere derrocar porque se quiere impedir la salida electoral. En ese caso, Campo de Mayo, a las órdenes del señor presidente, reprimirá. Campo de Mayo luchará, 3Í es necesario, para que los ciudadanos puedan votar.
Los "golpistas" no se animaron a derrocar a Guido e intentaron entonces cercarlo, presionarlo. En tanto, preparaban para más adelante la toma del poder. Campo de Mayo, por primera vez, tomaba posición en favor de la salida electoral. Es curioso, pero, si se deja a un lado el nombre de Rojas Silveyra, entonces secretario de Aeronáutica, los personajes que fueron decisivos —ese 29 de marzo— para mantener a Guido y asegurar así la salida comicial son simbólicos: Rodolfo Martínez, Julio Oyhanarte y Juan Carlos Onganía. Se estaba así, por supuesto, viviendo la etapa precursora de lo que sería luego el movimiento azul de setiembre. Derrotados parcialmente, los azules habían impedido ese día que los colorados asumieran el poder. Sin el episodio del 29 de marzo y sin el juramento fallido de Poggi, todos los hechos subsiguientes hubieran tenido otras variantes. El 29 de marzo cayó Frondizi; pero, paradójicamente, el legalismo comenzó a contraatacar.

Después de Frondizi
Desde el 29 de marzo hasta el 23 de setiembre de 1962 se vivieron momentos sumamente confusos: en abril, el general Rauch enfrenta y derroca al comandante en jefe del Ejército, general Poggi; Loza, un preazul, pasa a ser indeciso secretario de Guerra; mal aconsejado, vacilante, el general Loza enfrenta el primer alzamiento de Federico Toranzo Montero (jefe entonces de la guarnición Salta) en agosto. Fracasa y debe renunciar. Guido designa nuevo secretario de Guerra al general Señorans y se produce el segundo alzamiento de Toranzo Montero, también triunfante. A mediados de agosto, los "gorilas" controlan totalmente el gobierno: Adrogué, ministro de Interior; Lanús, de Defensa; Bonifacio del Carril, de Relaciones Exteriores; Cornejo Saravia, de Guerra; Lorio, comandante en jefe del Ejército; Labayru, jefe del Estado Mayor y "eminencia gris" del sector que ya se denomina colorado y que domina la situación. El coronel Juan Francisco Guevara se declara rebelde y da a conocer una carta que tiene, en su momento, amplia repercusión. A principios de setiembre, los colorados elaboran su programa (la famosa "cartilla" de Labayru, que incluía la derogación de la Ley de Asociaciones Profesionales y la intervención a la Universidad) y se preparan a asumir, directamente, el gobierno. Se conspira en todas partes, públicamente. Los colorados descuentan que podrán tomar el poder, evitar las elecciones y controlar, por un interinato de varios años, el aparato del Estado.

Campo de Mayo
Tan seguros estaban los colorados —a esa altura de las cosas— de poder tomar el gobierno en cualquier momento ("Ni un militar se va a oponer", comentaba esos días a los periodistas el almirante Rial en el Centro Naval), que comienzan a complementar su plan de gobierno con una depuración del Ejército. En ese momento aparecen entre los azules tres variantes básicas para oponerse a la política de los colorados.
a) Algunos (muy pocos) se pliegan a la actitud insurreccional del coronel Guevara.
b) Otros intentan contraatacar en el plano del gobierno civil. Apoyados por Guido, quieren designar al almirante Kolungia ministro de Defensa, como primera etapa para una recuperación del gabinete.
c) Los más se pliegan al movimiento legalista que se aprestaba a iniciar la guarnición de Campo de Mayo.
Campo de Mayo desconfiaba ideológicamente de Guevara y, por otro lado, entendía que el "operativo Kolungia" era ineficaz. Varios jefes de la guarnición estaban arrestados (como el general Lanusse) y otros habían sido separados. Había que actuar rápidamente, sin esperar a que un paso previo —la designación, previsiblemente rechazada por los colorados, de Kolungia— los ubicara como legalistas en una futura lucha.
Los generales Julio Alsogaray y Juan Carlos Onganía mantuvieron, esos días, una importante entrevista con el doctor Julio Oyhanarte, amigo personal del presidente Guido. Los jefes militares preguntaron a Oyhanarte si Guido respaldaría una actitud en defensa de la salida electoral. Oyhanarte contestó afirmativamente, pero indicó la posibilidad de que el presidente pudiera ser cercado por los colorados y propuso una variante; llevar a Guido a Campo de Mayo. La variante fue aceptada por las partes; Oyanarte. en tanto, renunciaba como miembro de la Corte Suprema de Justicia para quedar, definitivamente, en libertad de acción. El operativo "Guido en Campo de Mayo" tampoco pudo cumplirse después: cuando se inició el movimiento de setiembre, el presidente ya estaba totalmente incomunicado. El 18 se inicia la lucha y el 23 triunfan totalmente los azules. Campo de Mayo había operado, todo el tiempo, con el siguiente "slogan": "Camaradas: estamos dispuestos a luchar para que el pueblo vote.. . ¿Esta usted dispuesto a luchar para que no vote?". En seguida hay nuevo gabinete: el doctor Rodolfo Martínez es, otra vez, ministro de Interior. Se anuncia que habrá comicios el 23 de junio de 1963 (luego, por razones técnicas, se postergaron para el 7 de julio). El comunicado 150, redactado, entre otros, por un periodista azul (Mariano Grondona), estableció los principios en que basaría su acción el Ejército: retorno a la Constitución Nacional; incorporación de los peronistas a la vida política, pero imposibilitando el restablecimiento del régimen depuesto, supremacía del poder civil.
Varias batallas (cruentas e incruentas) debió seguir librando luego el Ejército Azul para asegurar la salida electoral. El primer brote ocurrió en Aeronáutica: un grupo extremista de derecha, encabezado por el brigadier Cayo Alsina, se levantó en armas en diciembre y fue derrotado. El segundo episodio tuvo por epicentro a la Marina de Guerra, cuyos jefes intentaron, el 2 de abril, un movimiento subversivo que fracasó luego de varios días de incertidumbre y recios combates en Magdalena, al sur de la provincia de Buenos Aires. Luego, con otros métodos, el general Rauch, que había sido designado ministro de Interior, intentó frustrar la salida electoral, antes de las elecciones, había que realizar una tarea depurativa de gobierno que demandaría varios años. El Ejército Azul debió desplazar a Rauch, pero los argumentos que éste había esgrimido cobraron cierta fuerza y crearon algunas dificultades. Finalmente, días antes de las elecciones se aseguraba que desplazados de distintos matices intentaban también estructurar un movimiento para impedir la salida electoral y las autoridades militares debieron adoptar serias medidas de precaución.
En lo político, también se desarrollaron diversos enfrentamientos —dentro del gobierno—, en todos los cuales quedó claro que, a pesar de algunas vacilaciones, los azules trataban de consolidar el llamado a elecciones. La primera batalla, en ese sentido, fue sobre el "ámbito" de la convocatoria: los amigos de Aramburu querían que únicamente se convocara a elecciones para presidente y vicepresidente; otro sector se opuso a esa tesis que dejaba un desmesurado poder en manos del presidente electo. Triunfó la tesis de la convocatoria amplia. Parte del equipo ministerial (encabezado por el ingeniero Alsogaray, cuando era titular de Economía) libró una batalla contra el ministro del Interior, doctor Rodolfo Martínez. Según se asegura, esa fracción era partidaria de postergar las elecciones. Alsogaray tuvo que renunciar, luego de una exigencia del general Rattenbach. Con Martínez, se hizo fuerte la ortodoxia del comunicado 150. Pero después del 2 de abril, una compleja situación militar obligó a que Guido aceptara la renuncia que. pocas horas antes, había presentado el doctor Rodolfo Martínez. Rauch fue entonces ministro por un mes; finalmente, debió renunciar, pero la ortodoxia azul tuvo que pagar un nuevo tributo: también Rattenbach dimitió. Del primitivo equipo político de los azules no quedaba sino el comandante en jefe del Ejército, general Juan Carlos Onganía. Inclusive, algunos asesores de la Secretaría de Guerra, que cumplieron un papel importante en la etapa de estructuración del plan político, debieron pasar a desempeñar otros destinos. La línea fundamental —salida electoral amplia, con participación restringida del justicialismo— siguió en pie.

La contradicción interna
Con el último ministro del Interior del período preelectoral —general Osiris Villegas— se acentúa una etapa que ya había comenzado a desconcertar a algunos observadores en la época del general Rauch: el "azulismo" parece retroceder políticamente ante la tenaz acción psicológica de sus adversarios, y limita, muchas veces, el peligro de bloquearse ante sus propios amigos civiles. Un decreto establece una innecesaria proscripción del justicialismo para presentar candidatos a electores de presidente, gobernadores y senadores (pero ya se había convenido que la Unión Popular no presentaría esos candidatos); otro amenaza con vetar todas las listas que incluyeran ex miembros de Unión Popular. Se suceden luego los decretos aclaratorios, y el Frente Nacional y Popular bordea la posibilidad de una abstención electoral.
En realidad, durante todo el proceso preelectoral el sector azul de las Fuerzas Armadas vive desgarrado por una contradicción interna: aspira a la realización de elecciones, porque entiende que solamente un gobierno constitucional puede restablecer la disciplina militar y sacar al Ejército de su estado deliberativo. Quiere, además, la incorporación del peronismo a la vida política porque comprende que, de otra manera, ese importante sector político-social se verá obligado a inclinarse, fatalmente, hacia la extrema izquierda. Pero se resiste a admitir las consecuencias de esas posiciones: esto es, que Perón, de alguna manera, siga manteniendo su gravitación electoral.
Como consecuencia de esa circunstancia, toda la campaña electoral se caracterizó por el constante esfuerzo por limitar los alcances del frente electoral que formaron los justicialistas, los frondizistas y otros grupos afines. Se vio así cómo, desde algunos sectores netamente antiperonistas, se alentaron candidaturas que, aparentemente, respondían a la ortodoxia justicia-lista pero que, en realidad, tendían a crear una separación entre la masa de esa tendencia y su jefe natural. La candidatura de Raúl Matera fue interpretada, por algunos observadores, como una experiencia en ese sentido.
Con respecto al radicalismo intransigente, ocurrió un fenómeno similar. Diversos esfuerzos se hicieron para quebrar la solidaridad entre los ucristas y Arturo Frondizi. La posición de Oscar Alende, que fue proclamado en una primera instancia como candidato presidencial de toda la "UCRI, pero que luego fue reemplazado de la fórmula por el sector frentista, también recibió algunos importantes estímulos. Alende terminó resistiendo el cambio de fórmula y yendo a comicios como candidato de un sector disidente de la UCRI, que desacató a la mayoría del Comité Nacional.
No solamente Alende y Matera fueron los candidatos disidentes dentro de las estructuras que habían adherido al Frente. La democracia cristiana, que en un principio se había plegado a esa coalición, terminó retirándose y proclamando fórmula propia: Sueldo Cerro. En una segunda etapa, los democristianos intentaron una alianza con los peronistas disidentes y pusieron sus electores a disposición de una nueva fórmula encabezada por Raúl Matera: surgió, así, la fórmula Matera-Sueldo. Dentro de las corrientes social-cristianas que habían dado su apoyo al Frente, el núcleo que respondía al general Justo León Bengoa también se retiró (pero en una posición mucho menos belicosa hacia el frentismo, que las otras fracciones). Bengoa consiguió también el apoyo de núcleos menores, disidentes del justicialismo: el partido de la Justicia Social y el partido Laborista.

Acción psicológica
Un hecho desusado en esta campaña electoral fue la acción psicológica, que prácticamente reemplazó a las técnicas clásicas de enfrentamiento político. La acción psicológica se usó, a veces, dentro de los partidos (el equipo de Alende lo hizo ampliamente en la Convención Radical Intransigente de Córdoba) pero, fundamentalmente, fue utilizada contra la salida electoral. Los sectores que se oponían a las elecciones, y que fueron derrotados en el campo de batalla dos veces, trataron de crear un clima que obligara al Ejército a rectificar su posición en favor de la salida electoral. Incapacitados para derrocar a los militares en el terreno de las armas, trataron de anularlos mediante una acción psicológica que complicara sus objetivos, los aislara de los sectores civiles que habían apoyado el pronunciamiento azul y los colocara en situación de tener que cumplir los objetivos que habían intentado ya, sin éxito, los colorados. Dos hombres (ambos adictos al sector militar colorado) cumplieron esa función en forma singular: el sacerdote Meinvielle (llegado a la extrema derecha luego de varias vacilaciones, amonestado reiteradamente por la Curia, objeto de juicio por insania que le formularon dos de las personas a quienes acusó de comunistas y de un juicio por calumnias iniciado por la Secretaría de Guerra) trató de crear la imagen de una conducción militar que responde a los objetivos comunistas. Meinvielle calificó como comunistas a importantes jefes del Ejército (entre ellos, a unos diez generales) y señaló que los militares azules están cumpliendo una etapa que calificó de "paso del mencheviquismo al bolcheviquismo".

Acusaciones
Otro vocero de esta increíble acción psicológica es el candidato a senador por el radicalismo del Pueblo, doctor Ricardo Bassi. Lo notable, en este caso, es que por primera vez el candidato de un partido importante, con posibilidades teóricas de triunfar, puso todo su empeño en evitar las elecciones. Bassi exhibió grabaciones de cintas tomadas en el extranjero con el objeto de demostrar una presunta intervención de Rogelio Frigerio en la integración de la fórmula frentista. La utilización abierta del espionaje telefónico —y, sobre todo, realizado en el extranjero— constituyó también un hecho nuevo en la campaña electoral, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron los radicales quienes denunciaron al peronismo por la utilización que hacía de ese tipo de métodos. Pero lo más curioso es que mientras el padre Meinvielle acusó de comunistas a los jefes del Ejército Azul, el doctor Bassi señaló prácticamente a los mismos como "frigeristas". aunque sin dejar de decir que los jefes azules habían realizado un pacto de no-agresión con el partido Comunista. Según Bassi, mientras por una parte un grupo de asesores civiles (ninguno de los cuales es realmente frigerista) da la tónica "integracionista" al Ejército, el coronel López Aufranc, un católico social que simpatizaría con la Unión Federal, según versiones de buena fuente) mantenía entrevistas con Victorio Codovilla en un departamento del barrio Norte. En la última etapa de la campaña electoral, los militares hacían así la experiencia de una acción psicológica que —ejercitada antes fundamentalmente sobre civiles— tendía a acusar siempre como "comunistas" o "frigeristas" a elementos a los que se quería inhibir para intervenir en los problemas políticos.

Las 48 horas finales: Todos parecían haberse equivocado
Cuando los dirigentes gremiales y políticos frentistas explicaban el viernes al ministro del Interior la situación creada y le pedían la postergación de las elecciones, el general Villegas contestaba sistemáticamente: "Ya conozco el episodio... si cuando ustedes discutían eso yo los estaba escuchando detrás de una ventana". Y, en efecto, durante las últimas dramáticas 120 horas preelectorales, el ministro del Interior tuvo en sus manos toda la información que le permitió saber que el proceso votoblanquista en el frentismo había pasado "la línea de no-retorno". Pero, como dijo melancólicamente Basilio Serrano, ya era tarde. El gobierno intentó, en dos comunicados sucesivos, dar garantías al Frente, pero la sucesión de decretos anteriores y el clima creado hacían imposible una revisión de la decisión de votar en blanco si no se aplazaban las elecciones. Y el gobierno no podía ceder tanto. Se llegó así, finalmente, a una situación no querida por el Frente ni por el gobierno ni por los militares. Todos, de alguna manera, habían equivocado sus cálculos. Y la fría dialéctica de los hechos rebasó a los protagonistas.
El esquema operativo de los generales Onganía y Villegas se basaba en no vetar, ni directa ni indirectamente, al Frente Nacional y Popular. Pero lo que la conducción político-militar quería era evitar un plebiscito, de modo que ninguna solución pudiera imponerse casi coactivamente al Ejército. Onganía y Villegas habían llegado a la obvia conclusión de que solamente el Frente podía producir un plebiscito en su favor, y trataron de limitar sus fuerzas. Para eso, se estimularon algunos problemas internos frentistas mientras se obligaba a los dirigentes a una esgrima constante con el gobierno y los militares que les impedía estructurar sus cuadros y su campaña electoral, resolver el problema de las candidaturas provinciales, etc. La sombra del veto, en tanto, no terminaba nunca de ser totalmente disipada, lo que traía también problemas económicos de gran magnitud, pues pocos empresarios se animaban a contribuir financieramente a sostener una coalición política de la cual no tenían garantías de si podría ir a elecciones.
Y llegó así la solución no deseada por nadie. La única manera que encontró finalmente el frentismo para reorganizar sus cuadros, salvar su coherencia, pasar a la ofensiva y evitar la derrota fue declarar el voto en blanco, que se volvió, por la naturaleza de los términos en juego, irreversible. El gobierno no había medido el punto-límite de resistencia del frentismo pero, por otro lado, la incapacidad de la mayoría de los dirigentes frentistas no había sabido articular su propia estrategia. En lugar de proseguir su campaña —sin hacer caso a los decretos y amenazas— para poder luego negociar desde posiciones de fuerza, el Frente admitió el desgaste constante y se dejó trabar por sus contradicciones internas. La decisión votoblanquista se convirtió en la única posibilidad de disimular una derrota, ante la falta de imaginación de sus dirigentes. Quizá por eso que explica el escritor Máximo José Kahn ("Nadie conoce a su enemigo mejor que su enemigo"), fue Álvaro Alsogaray quien hizo la más precisa radiografía de ese fracaso: "Las luchas, deslealtades y convenios clandestinos han sido tan inferiores que terminaron por impedir su estructuración (del Frente). La excusa que hoy se esgrime de que fueron las impugnaciones y otros actos de gobierno los que forzaron la abstención es falsa y sirve únicamente para disimular el propio fracaso".
Lo interesante es que ni siquiera Alsogaray se regocija del fracaso del Frente. A nadie (y menos a los militares) se le escapa que un voto en blanco masivo puede constituirse en un ingrediente sumamente explosivo en el futuro cercano. A nadie se le escapa que el fracaso de los muy moderados dirigentes políticos del frentismo abre la vía a los sectores gremiales (y fueron las 62 las que dictaron su ley) y que la situación puede tornarse incontrolable si desaparecen adversarios que eran, en el fondo, mediadores (los Serrano, Güiraldes, Amadeo, Eduardo Paz, Tecera del Franco, y otros). Muchos oficiales fueron exponiendo sus inquietudes a la Secretaría de Guerra: temen ante su conciencia estar avalando un fraude y temen las consecuencias del voto en blanco. Mientras, en la Secretaría de Guerra se hacían cálculos sobre el número de votos en
blanco: si había menos de dos millones, quería decir que de todos modos se había quebrado la espina dorsal del peronismo duro. Hasta tres millones, la situación era, de todos modos, controlable. Por encima de esa cifra, el proceso se tornaba imprevisible y la estabilidad del próximo gobierno constitucional pasaba a ser tan frágil que convertiría en derrota toda la etapa azul.
Los mismos dirigentes gremiales, temerosos de ser desbordados en el episodio, trataron infructuosamente de conseguir la postergación de las elecciones. El mismo viernes a la tarde, el sindicalista peronista Carulias concurría a la Secretaría de Guerra y se entrevistaba con Onganía. Si bien Carulias se negaba luego a revelar a PRIMERA PLANA los detalles de la conferencia, las conclusiones son obvias: había intentado, sin éxito, revertir el proceso que llevaba a la abstención. Un día antes, el jueves último, había llevado la misma misión Vandor ante el secretario de Guerra, general Repetto.
Las conclusiones de todos estos hechos indican la presencia de varios derrotados (quizá definitivos) en los partidos del Frente. Los dirigentes del plenario del Frente Nacional y Popular quizá resulten desplazados en próximos procesos políticos. Gómez Machado no pudo, luego de la decisión votoblanquista, controlar más a la UCRI, cuyos cuadros —en sus líneas mayoritarias— pasaron más o menos disimuladamente a cobijarse bajo el ala de Alende. El mismo candidato a vicepresidente por el Frente, Sylvestre Begnis, se convirtió en campeón de la concurrencia ("Yo gano Santa Fe", le dijo a Gómez Machado); Julio Oyhanarte se ubicó en una posición intermedia y Acuña pasó a representar la ortodoxia frondizista en la provincia de Buenos Aires. Pero el mismo Alende era escéptico con respecto a esos matices: "Le apuesto una cena para diez personas —dijo a un periodista— que el 12 de octubre Gómez Machado estará ocupando su banca en el Congreso Nacional". Los frentistas de la UCRI intentaban aún, en las últimas horas, frenar ese nuevo giro de la situación: algunos argumentaban que lo fundamental era la unidad con el justicialismo; otros describían las actitudes de Alende y las enfrentaban a sus palabras. Así, por ejemplo, contaban cómo la misma noche en que Alende había manifestado que "votar en blanco era votar por Aramburu", exactamente una hora y cuarto después, mientras celebraba su cumpleaños (5 de julio) en el piso de un amigo, cerca del Jardín Botánico, con la presencia de un ex colaborador directo de Frondizi, hacía un largo aparte con el general Pedro Eugenio Aramburu para estructurar definitivamente un acuerdo con vistas al Colegio Electoral. Algunos sostienen haber sido testigos del episodio; otros insisten en que, finalmente, Alende se entenderá con Illía.

Complejo problema presenta la C G T
Los militares y los políticos moderados comprendieron ya, hace tiempo, que no puede haber estabilidad en la Argentina si los sectores laborales no se sienten representados por la estructura del Estado. Unos y otros vieron así, con alarma, que la decisión votoblanquista del peronismo anulaba una posibilidad de conciliación y abría perspectivas peligrosas para el país. La actitud política de la CGT, al solidarizarse con el planteamiento político del Frente Nacional y Popular, hizo prever que los sectores obreros se habían colocado decididamente en la tesis de influir sobre las causas (es decir, influir en el aparato de poder, con miras a obtener en él una coparticipación decisiva) y no simplemente sobre los efectos (al estilo sindicalista clásico). Si se considera fracasado el frentismo, puede vislumbrarse la posibilidad de que esa tendencia, al influir sobre las causas, adopte ahora la línea a encauzar por variantes menos controlables.
Si el nuevo gobierno hubiera aparecido como consecuencia de la culminación de un proceso aceptado por el peronismo, ese gobierno tendría la cooperación de las 62 organizaciones. Y, como resultado de esa cooperación, habría derivado un apoyo de la Confederación General del Trabajo, ya que el justicialismo, a través de su sector gremial, tiene mayoría en tres de los cuatro cuerpos directivos de la central obrera y obtiene en el siguiente el quórum suficiente con el apoyo del MUCS.
El sentido preciso de una cooperación de las 62 y la CGT con el futuro gobierno, para tal caso, fue gráficamente definido por Jerónimo Isetta, dirigente de Avellaneda, cuando expresó que la consigna sería "no apretar en seguida". Pero cuando —luego de la declaración votoblanquista del frentismo— el viernes 5, las 62 organizaciones forzaron el quórum en el Comité Central Confederal con el apoyo del MUCS y decretaron una semana de lucha a partir del 8 y un paro general para el próximo viernes, la posibilidad de "no apretar en seguida" pareció desvanecerse definitivamente; las aspiraciones de José Alonso de formar parte en un futuro cercano de un Consejo Económico Social (posibilidad que muchas veces revelara a los periodistas) pareció desvanecerse por completo y las esperanzas empresarias de encontrarse con un movimiento obrero conciliador amenazaron con comenzar a disiparse.
Por de pronto, las 62 iniciaron una acción para cuyos objetivos no parece ya importar mucho que los gremios independientes amenacen con abandonar la CGT al considerar que se ha violado su carta de principios ("prescindencia política"). Juan Racchini, miembro del secretariado, indicó el sentido de la nueva etapa cuando, hacia fines de la semana pasada, dijo a los periodistas: "Seguiremos adelante con el secretariado de la CGT o con lo que quede de él".
Los políticos ya habían comprobado que ningún canje de garantías con la CGT era posible sin efectuar ese canje con el ala gremial del peronismo; las 62 organizaciones. Y las 62 proyectaron siempre cualquier posibilidad de acuerdo en los temas económico-sociales al previo surgimiento de soluciones concretas en el aspecto político. El objetivo de los políticos había sido tratar de verificar con precisión el grado de apoyo que hubieran podido obtener de los trabajadores en una primera etapa gubernamental.
Pero el planteo de las 62 era el inverso, y eso crea el problema actual: aunque uno de los candidatos presidenciales (Horacio Sueldo) llegó a adoptar como programa los once puntos de la CGT, todos estaban convencidos de que era muy difícil dar satisfacción a esas aspiraciones con la simple decisión de un gobierno, cualquiera fuese ese gobierno, ya que lo hacían imposible las condiciones económicas del país.
PRIMERA PLANA
9 de Julio de 1963

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