Historia íntima de un proceso que culminó la
semana pasada
El precursor de la salida electoral fue el mismo jefe
militar que luego tendría a su cargo la responsabilidad de
concretarla: el general Juan Carlos Onganía. Pocos conocen
que el 29 de marzo —el mismo día que Guido asumió la
presidencia— se intentó el primer golpe de estado contra
la salida electoral. Pocos saben que entonces, por primera
vez, el general Onganía se jugó a favor de la realización
de elecciones.
El 29 de marzo a las 17.4, el legalismo había ganado su
primera batalla, pocas horas después de la caída de
Frondizi. Los tres comandantes en jefe (general Poggi,
contraalmirante Penas y brigadier Cayo Alsina) habían
decidido hacerse cargo del gobierno a las 15 de ese día.
El legalista general Fraga, secretario de Guerra, estaba
preso; Rojas Silveyra era, a esa altura de las cosas, el
único miembro del gabinete militar que se oponía a que una
junta militar asumiera el poder. El legalismo estructuraba
rápidamente su estrategia: demorar la toma del gobierno
por la junta, para poder maniobrar y lanzar una
contraofensiva que, admitiendo como irreversible la caída
de Frondizi, impidiera, al menos, la dictadura militar.
Con ese objeto, Rojas Silveyra se entrevistó, pocas horas
antes de las 15, con el general Poggi, entonces comandante
en jefe del Ejército. Durante el diálogo, el secretario de
Aeronáutica recurrió a un truco: inventó una reunión de
brigadieres. "Señor general —dijo entonces Silveyra—, de
un momento a otro se reunirán los brigadieres. No habrá
ningún problema en aceptar la constitución de una junta
militar. Pero una cuestión de cortesía hacia mi arma haría
necesario esperar la reunión, para que nadie piense que se
coloca a la Aeronáutica ante el hecho consumado." Poggi
aceptó. Perdió, así, la oportunidad de hacerse cargo de la
presidencia de la junta militar.
En realidad, a esa altura de las cosas, Rojas Silveyra ya
estaba informado de que el doctor Julio Oyhanarte, desde
la Corte Suprema de Justicia, preparaba el "contragolpe".
El "contragolpe" consistía en utilizar, "sin pedir permiso
a nadie", la ley de acefalía y hacer posible que el doctor
Guido asumiera la presidencia de la República. Mientras
Poggi era "entretenido", el doctor Rodolfo Martínez,
ministro de Defensa Nacional, enviaba dos emisarios a la
Corte (eran las 16.40) con una nota del doctor Guido por
la cual solicitaba prestar juramento como presidente de la
República. El doctor Oyhanarte lleva el problema a un
acuerdo de emergencia, pronuncia un rápido discurso y, sin
dar tiempo a contramarchas ni consultas, da por aceptada
la situación. Inmediatamente, Oyhanarte transmite al
doctor Guido la novedad. Todo ocurre a un ritmo increíble:
a las 16.55 ya estaba Guido, acompañado por dos personas,
en la Corte de Justicia. A las 17.4 prestaba juramento. El
general Poggi y los otros comandantes en jefe quedan
desconcertados. Garrido, el escribano encargado de
protocolizar las ceremonias de asunción de cargos por los
funcionarios importantes, estaba en Balcarce 50. Pero los
comandantes no se animan, todavía, a jurar. Para eso había
que hacer una nueva revolución, pues el doctor Guido ya
era presidente.
A la noche se reunieron todos los generales con mando en
la Capital Federal y Gran Buenos Aires. A propuesta de
algunos amigos del comandante en jefe, votaron si se
derrocaba o no al nuevo presidente. Por 14 votos contra 2
resolvieron derrocarlo, desconocer su juramento ante la
Corte y asumir el poder. Fue entonces cuando uno de los
dos generales que había votado en contra del
derrocamiento, el general Juan Carlos Onganía, pidió la
palabra y dijo:
—Contra el presidente Guido no hay ninguna acusación que
formular. Se lo quiere derrocar porque se quiere impedir
la salida electoral. En ese caso, Campo de Mayo, a las
órdenes del señor presidente, reprimirá. Campo de Mayo
luchará, 3Í es necesario, para que los ciudadanos puedan
votar.
Los "golpistas" no se animaron a derrocar a Guido e
intentaron entonces cercarlo, presionarlo. En tanto,
preparaban para más adelante la toma del poder. Campo de
Mayo, por primera vez, tomaba posición en favor de la
salida electoral. Es curioso, pero, si se deja a un lado
el nombre de Rojas Silveyra, entonces secretario de
Aeronáutica, los personajes que fueron decisivos —ese 29
de marzo— para mantener a Guido y asegurar así la salida
comicial son simbólicos: Rodolfo Martínez, Julio Oyhanarte
y Juan Carlos Onganía. Se estaba así, por supuesto,
viviendo la etapa precursora de lo que sería luego el
movimiento azul de setiembre. Derrotados parcialmente, los
azules habían impedido ese día que los colorados asumieran
el poder. Sin el episodio del 29 de marzo y sin el
juramento fallido de Poggi, todos los hechos subsiguientes
hubieran tenido otras variantes. El 29 de marzo cayó
Frondizi; pero, paradójicamente, el legalismo comenzó a
contraatacar.
Después de Frondizi
Desde el 29 de marzo hasta el 23 de setiembre de 1962 se
vivieron momentos sumamente confusos: en abril, el general
Rauch enfrenta y derroca al comandante en jefe del
Ejército, general Poggi; Loza, un preazul, pasa a ser
indeciso secretario de Guerra; mal aconsejado, vacilante,
el general Loza enfrenta el primer alzamiento de Federico
Toranzo Montero (jefe entonces de la guarnición Salta) en
agosto. Fracasa y debe renunciar. Guido designa nuevo
secretario de Guerra al general Señorans y se produce el
segundo alzamiento de Toranzo Montero, también triunfante.
A mediados de agosto, los "gorilas" controlan totalmente
el gobierno: Adrogué, ministro de Interior; Lanús, de
Defensa; Bonifacio del Carril, de Relaciones Exteriores;
Cornejo Saravia, de Guerra; Lorio, comandante en jefe del
Ejército; Labayru, jefe del Estado Mayor y "eminencia
gris" del sector que ya se denomina colorado y que domina
la situación. El coronel Juan Francisco Guevara se declara
rebelde y da a conocer una carta que tiene, en su momento,
amplia repercusión. A principios de setiembre, los
colorados elaboran su programa (la famosa "cartilla" de
Labayru, que incluía la derogación de la Ley de
Asociaciones Profesionales y la intervención a la
Universidad) y se preparan a asumir, directamente, el
gobierno. Se conspira en todas partes, públicamente. Los
colorados descuentan que podrán tomar el poder, evitar las
elecciones y controlar, por un interinato de varios años,
el aparato del Estado.
Campo de Mayo
Tan seguros estaban los colorados —a esa altura de las
cosas— de poder tomar el gobierno en cualquier momento
("Ni un militar se va a oponer", comentaba esos días a los
periodistas el almirante Rial en el Centro Naval), que
comienzan a complementar su plan de gobierno con una
depuración del Ejército. En ese momento aparecen entre los
azules tres variantes básicas para oponerse a la política
de los colorados.
a) Algunos (muy pocos) se pliegan a la actitud
insurreccional del coronel Guevara.
b) Otros intentan contraatacar en el plano del gobierno
civil. Apoyados por Guido, quieren designar al almirante
Kolungia ministro de Defensa, como primera etapa para una
recuperación del gabinete.
c) Los más se pliegan al movimiento legalista que se
aprestaba a iniciar la guarnición de Campo de Mayo.
Campo de Mayo desconfiaba ideológicamente de Guevara y,
por otro lado, entendía que el "operativo Kolungia" era
ineficaz. Varios jefes de la guarnición estaban arrestados
(como el general Lanusse) y otros habían sido separados.
Había que actuar rápidamente, sin esperar a que un paso
previo —la designación, previsiblemente rechazada por los
colorados, de Kolungia— los ubicara como legalistas en una
futura lucha.
Los generales Julio Alsogaray y Juan Carlos Onganía
mantuvieron, esos días, una importante entrevista con el
doctor Julio Oyhanarte, amigo personal del presidente
Guido. Los jefes militares preguntaron a Oyhanarte si
Guido respaldaría una actitud en defensa de la salida
electoral. Oyhanarte contestó afirmativamente, pero indicó
la posibilidad de que el presidente pudiera ser cercado
por los colorados y propuso una variante; llevar a Guido a
Campo de Mayo. La variante fue aceptada por las partes;
Oyanarte. en tanto, renunciaba como miembro de la Corte
Suprema de Justicia para quedar, definitivamente, en
libertad de acción. El operativo "Guido en Campo de Mayo"
tampoco pudo cumplirse después: cuando se inició el
movimiento de setiembre, el presidente ya estaba
totalmente incomunicado. El 18 se inicia la lucha y el 23
triunfan totalmente los azules. Campo de Mayo había
operado, todo el tiempo, con el siguiente "slogan":
"Camaradas: estamos dispuestos a luchar para que el pueblo
vote.. . ¿Esta usted dispuesto a luchar para que no
vote?". En seguida hay nuevo gabinete: el doctor Rodolfo
Martínez es, otra vez, ministro de Interior. Se anuncia
que habrá comicios el 23 de junio de 1963 (luego, por
razones técnicas, se postergaron para el 7 de julio). El
comunicado 150, redactado, entre otros, por un periodista
azul (Mariano Grondona), estableció los principios en que
basaría su acción el Ejército: retorno a la Constitución
Nacional; incorporación de los peronistas a la vida
política, pero imposibilitando el restablecimiento del
régimen depuesto, supremacía del poder civil.
Varias batallas (cruentas e incruentas) debió seguir
librando luego el Ejército Azul para asegurar la salida
electoral. El primer brote ocurrió en Aeronáutica: un
grupo extremista de derecha, encabezado por el brigadier
Cayo Alsina, se levantó en armas en diciembre y fue
derrotado. El segundo episodio tuvo por epicentro a la
Marina de Guerra, cuyos jefes intentaron, el 2 de abril,
un movimiento subversivo que fracasó luego de varios días
de incertidumbre y recios combates en Magdalena, al sur de
la provincia de Buenos Aires. Luego, con otros métodos, el
general Rauch, que había sido designado ministro de
Interior, intentó frustrar la salida electoral, antes de
las elecciones, había que realizar una tarea depurativa de
gobierno que demandaría varios años. El Ejército Azul
debió desplazar a Rauch, pero los argumentos que éste
había esgrimido cobraron cierta fuerza y crearon algunas
dificultades. Finalmente, días antes de las elecciones se
aseguraba que desplazados de distintos matices intentaban
también estructurar un movimiento para impedir la salida
electoral y las autoridades militares debieron adoptar
serias medidas de precaución.
En lo político, también se desarrollaron diversos
enfrentamientos —dentro del gobierno—, en todos los cuales
quedó claro que, a pesar de algunas vacilaciones, los
azules trataban de consolidar el llamado a elecciones. La
primera batalla, en ese sentido, fue sobre el "ámbito" de
la convocatoria: los amigos de Aramburu querían que
únicamente se convocara a elecciones para presidente y
vicepresidente; otro sector se opuso a esa tesis que
dejaba un desmesurado poder en manos del presidente
electo. Triunfó la tesis de la convocatoria amplia. Parte
del equipo ministerial (encabezado por el ingeniero
Alsogaray, cuando era titular de Economía) libró una
batalla contra el ministro del Interior, doctor Rodolfo
Martínez. Según se asegura, esa fracción era partidaria de
postergar las elecciones. Alsogaray tuvo que renunciar,
luego de una exigencia del general Rattenbach. Con
Martínez, se hizo fuerte la ortodoxia del comunicado 150.
Pero después del 2 de abril, una compleja situación
militar obligó a que Guido aceptara la renuncia que. pocas
horas antes, había presentado el doctor Rodolfo Martínez.
Rauch fue entonces ministro por un mes; finalmente, debió
renunciar, pero la ortodoxia azul tuvo que pagar un nuevo
tributo: también Rattenbach dimitió. Del primitivo equipo
político de los azules no quedaba sino el comandante en
jefe del Ejército, general Juan Carlos Onganía. Inclusive,
algunos asesores de la Secretaría de Guerra, que
cumplieron un papel importante en la etapa de
estructuración del plan político, debieron pasar a
desempeñar otros destinos. La línea fundamental —salida
electoral amplia, con participación restringida del
justicialismo— siguió en pie.
La contradicción interna
Con el último ministro del Interior del período
preelectoral —general Osiris Villegas— se acentúa una
etapa que ya había comenzado a desconcertar a algunos
observadores en la época del general Rauch: el "azulismo"
parece retroceder políticamente ante la tenaz acción
psicológica de sus adversarios, y limita, muchas veces, el
peligro de bloquearse ante sus propios amigos civiles. Un
decreto establece una innecesaria proscripción del
justicialismo para presentar candidatos a electores de
presidente, gobernadores y senadores (pero ya se había
convenido que la Unión Popular no presentaría esos
candidatos); otro amenaza con vetar todas las listas que
incluyeran ex miembros de Unión Popular. Se suceden luego
los decretos aclaratorios, y el Frente Nacional y Popular
bordea la posibilidad de una abstención electoral.
En realidad, durante todo el proceso preelectoral el
sector azul de las Fuerzas Armadas vive desgarrado por una
contradicción interna: aspira a la realización de
elecciones, porque entiende que solamente un gobierno
constitucional puede restablecer la disciplina militar y
sacar al Ejército de su estado deliberativo. Quiere,
además, la incorporación del peronismo a la vida política
porque comprende que, de otra manera, ese importante
sector político-social se verá obligado a inclinarse,
fatalmente, hacia la extrema izquierda. Pero se resiste a
admitir las consecuencias de esas posiciones: esto es, que
Perón, de alguna manera, siga manteniendo su gravitación
electoral.
Como consecuencia de esa circunstancia, toda la campaña
electoral se caracterizó por el constante esfuerzo por
limitar los alcances del frente electoral que formaron los
justicialistas, los frondizistas y otros grupos afines. Se
vio así cómo, desde algunos sectores netamente
antiperonistas, se alentaron candidaturas que,
aparentemente, respondían a la ortodoxia justicia-lista
pero que, en realidad, tendían a crear una separación
entre la masa de esa tendencia y su jefe natural. La
candidatura de Raúl Matera fue interpretada, por algunos
observadores, como una experiencia en ese sentido.
Con respecto al radicalismo intransigente, ocurrió un
fenómeno similar. Diversos esfuerzos se hicieron para
quebrar la solidaridad entre los ucristas y Arturo
Frondizi. La posición de Oscar Alende, que fue proclamado
en una primera instancia como candidato presidencial de
toda la "UCRI, pero que luego fue reemplazado de la
fórmula por el sector frentista, también recibió algunos
importantes estímulos. Alende terminó resistiendo el
cambio de fórmula y yendo a comicios como candidato de un
sector disidente de la UCRI, que desacató a la mayoría del
Comité Nacional.
No solamente Alende y Matera fueron los candidatos
disidentes dentro de las estructuras que habían adherido
al Frente. La democracia cristiana, que en un principio se
había plegado a esa coalición, terminó retirándose y
proclamando fórmula propia: Sueldo Cerro. En una segunda
etapa, los democristianos intentaron una alianza con los
peronistas disidentes y pusieron sus electores a
disposición de una nueva fórmula encabezada por Raúl
Matera: surgió, así, la fórmula Matera-Sueldo. Dentro de
las corrientes social-cristianas que habían dado su apoyo
al Frente, el núcleo que respondía al general Justo León
Bengoa también se retiró (pero en una posición mucho menos
belicosa hacia el frentismo, que las otras fracciones).
Bengoa consiguió también el apoyo de núcleos menores,
disidentes del justicialismo: el partido de la Justicia
Social y el partido Laborista.
Acción psicológica
Un hecho desusado en esta campaña electoral fue la acción
psicológica, que prácticamente reemplazó a las técnicas
clásicas de enfrentamiento político. La acción psicológica
se usó, a veces, dentro de los partidos (el equipo de
Alende lo hizo ampliamente en la Convención Radical
Intransigente de Córdoba) pero, fundamentalmente, fue
utilizada contra la salida electoral. Los sectores que se
oponían a las elecciones, y que fueron derrotados en el
campo de batalla dos veces, trataron de crear un clima que
obligara al Ejército a rectificar su posición en favor de
la salida electoral. Incapacitados para derrocar a los
militares en el terreno de las armas, trataron de
anularlos mediante una acción psicológica que complicara
sus objetivos, los aislara de los sectores civiles que
habían apoyado el pronunciamiento azul y los colocara en
situación de tener que cumplir los objetivos que habían
intentado ya, sin éxito, los colorados. Dos hombres (ambos
adictos al sector militar colorado) cumplieron esa función
en forma singular: el sacerdote Meinvielle (llegado a la
extrema derecha luego de varias vacilaciones, amonestado
reiteradamente por la Curia, objeto de juicio por insania
que le formularon dos de las personas a quienes acusó de
comunistas y de un juicio por calumnias iniciado por la
Secretaría de Guerra) trató de crear la imagen de una
conducción militar que responde a los objetivos
comunistas. Meinvielle calificó como comunistas a
importantes jefes del Ejército (entre ellos, a unos diez
generales) y señaló que los militares azules están
cumpliendo una etapa que calificó de "paso del
mencheviquismo al bolcheviquismo".
Acusaciones
Otro vocero de esta increíble acción psicológica es el
candidato a senador por el radicalismo del Pueblo, doctor
Ricardo Bassi. Lo notable, en este caso, es que por
primera vez el candidato de un partido importante, con
posibilidades teóricas de triunfar, puso todo su empeño en
evitar las elecciones. Bassi exhibió grabaciones de cintas
tomadas en el extranjero con el objeto de demostrar una
presunta intervención de Rogelio Frigerio en la
integración de la fórmula frentista. La utilización
abierta del espionaje telefónico —y, sobre todo, realizado
en el extranjero— constituyó también un hecho nuevo en la
campaña electoral, sobre todo si se tiene en cuenta que
fueron los radicales quienes denunciaron al peronismo por
la utilización que hacía de ese tipo de métodos. Pero lo
más curioso es que mientras el padre Meinvielle acusó de
comunistas a los jefes del Ejército Azul, el doctor Bassi
señaló prácticamente a los mismos como "frigeristas".
aunque sin dejar de decir que los jefes azules habían
realizado un pacto de no-agresión con el partido
Comunista. Según Bassi, mientras por una parte un grupo de
asesores civiles (ninguno de los cuales es realmente
frigerista) da la tónica "integracionista" al Ejército, el
coronel López Aufranc, un católico social que simpatizaría
con la Unión Federal, según versiones de buena fuente)
mantenía entrevistas con Victorio Codovilla en un
departamento del barrio Norte. En la última etapa de la
campaña electoral, los militares hacían así la experiencia
de una acción psicológica que —ejercitada antes
fundamentalmente sobre civiles— tendía a acusar siempre
como "comunistas" o "frigeristas" a elementos a los que se
quería inhibir para intervenir en los problemas políticos.
Las 48 horas finales: Todos parecían haberse
equivocado
Cuando los dirigentes gremiales y políticos frentistas
explicaban el viernes al ministro del Interior la
situación creada y le pedían la postergación de las
elecciones, el general Villegas contestaba
sistemáticamente: "Ya conozco el episodio... si cuando
ustedes discutían eso yo los estaba escuchando detrás de
una ventana". Y, en efecto, durante las últimas dramáticas
120 horas preelectorales, el ministro del Interior tuvo en
sus manos toda la información que le permitió saber que el
proceso votoblanquista en el frentismo había pasado "la
línea de no-retorno". Pero, como dijo melancólicamente
Basilio Serrano, ya era tarde. El gobierno intentó, en dos
comunicados sucesivos, dar garantías al Frente, pero la
sucesión de decretos anteriores y el clima creado hacían
imposible una revisión de la decisión de votar en blanco
si no se aplazaban las elecciones. Y el gobierno no podía
ceder tanto. Se llegó así, finalmente, a una situación no
querida por el Frente ni por el gobierno ni por los
militares. Todos, de alguna manera, habían equivocado sus
cálculos. Y la fría dialéctica de los hechos rebasó a los
protagonistas.
El esquema operativo de los generales Onganía y Villegas
se basaba en no vetar, ni directa ni indirectamente, al
Frente Nacional y Popular. Pero lo que la conducción
político-militar quería era evitar un plebiscito, de modo
que ninguna solución pudiera imponerse casi coactivamente
al Ejército. Onganía y Villegas habían llegado a la obvia
conclusión de que solamente el Frente podía producir un
plebiscito en su favor, y trataron de limitar sus fuerzas.
Para eso, se estimularon algunos problemas internos
frentistas mientras se obligaba a los dirigentes a una
esgrima constante con el gobierno y los militares que les
impedía estructurar sus cuadros y su campaña electoral,
resolver el problema de las candidaturas provinciales,
etc. La sombra del veto, en tanto, no terminaba nunca de
ser totalmente disipada, lo que traía también problemas
económicos de gran magnitud, pues pocos empresarios se
animaban a contribuir financieramente a sostener una
coalición política de la cual no tenían garantías de si
podría ir a elecciones.
Y llegó así la solución no deseada por nadie. La única
manera que encontró finalmente el frentismo para
reorganizar sus cuadros, salvar su coherencia, pasar a la
ofensiva y evitar la derrota fue declarar el voto en
blanco, que se volvió, por la naturaleza de los términos
en juego, irreversible. El gobierno no había medido el
punto-límite de resistencia del frentismo pero, por otro
lado, la incapacidad de la mayoría de los dirigentes
frentistas no había sabido articular su propia estrategia.
En lugar de proseguir su campaña —sin hacer caso a los
decretos y amenazas— para poder luego negociar desde
posiciones de fuerza, el Frente admitió el desgaste
constante y se dejó trabar por sus contradicciones
internas. La decisión votoblanquista se convirtió en la
única posibilidad de disimular una derrota, ante la falta
de imaginación de sus dirigentes. Quizá por eso que
explica el escritor Máximo José Kahn ("Nadie conoce a su
enemigo mejor que su enemigo"), fue Álvaro Alsogaray quien
hizo la más precisa radiografía de ese fracaso: "Las
luchas, deslealtades y convenios clandestinos han sido tan
inferiores que terminaron por impedir su estructuración
(del Frente). La excusa que hoy se esgrime de que fueron
las impugnaciones y otros actos de gobierno los que
forzaron la abstención es falsa y sirve únicamente para
disimular el propio fracaso".
Lo interesante es que ni siquiera Alsogaray se regocija
del fracaso del Frente. A nadie (y menos a los militares)
se le escapa que un voto en blanco masivo puede
constituirse en un ingrediente sumamente explosivo en el
futuro cercano. A nadie se le escapa que el fracaso de los
muy moderados dirigentes políticos del frentismo abre la
vía a los sectores gremiales (y fueron las 62 las que
dictaron su ley) y que la situación puede tornarse
incontrolable si desaparecen adversarios que eran, en el
fondo, mediadores (los Serrano, Güiraldes, Amadeo, Eduardo
Paz, Tecera del Franco, y otros). Muchos oficiales fueron
exponiendo sus inquietudes a la Secretaría de Guerra:
temen ante su conciencia estar avalando un fraude y temen
las consecuencias del voto en blanco. Mientras, en la
Secretaría de Guerra se hacían cálculos sobre el número de
votos en
blanco: si había menos de dos millones, quería decir que
de todos modos se había quebrado la espina dorsal del
peronismo duro. Hasta tres millones, la situación era, de
todos modos, controlable. Por encima de esa cifra, el
proceso se tornaba imprevisible y la estabilidad del
próximo gobierno constitucional pasaba a ser tan frágil
que convertiría en derrota toda la etapa azul.
Los mismos dirigentes gremiales, temerosos de ser
desbordados en el episodio, trataron infructuosamente de
conseguir la postergación de las elecciones. El mismo
viernes a la tarde, el sindicalista peronista Carulias
concurría a la Secretaría de Guerra y se entrevistaba con
Onganía. Si bien Carulias se negaba luego a revelar a
PRIMERA PLANA los detalles de la conferencia, las
conclusiones son obvias: había intentado, sin éxito,
revertir el proceso que llevaba a la abstención. Un día
antes, el jueves último, había llevado la misma misión
Vandor ante el secretario de Guerra, general Repetto.
Las conclusiones de todos estos hechos indican la
presencia de varios derrotados (quizá definitivos) en los
partidos del Frente. Los dirigentes del plenario del
Frente Nacional y Popular quizá resulten desplazados en
próximos procesos políticos. Gómez Machado no pudo, luego
de la decisión votoblanquista, controlar más a la UCRI,
cuyos cuadros —en sus líneas mayoritarias— pasaron más o
menos disimuladamente a cobijarse bajo el ala de Alende.
El mismo candidato a vicepresidente por el Frente,
Sylvestre Begnis, se convirtió en campeón de la
concurrencia ("Yo gano Santa Fe", le dijo a Gómez
Machado); Julio Oyhanarte se ubicó en una posición
intermedia y Acuña pasó a representar la ortodoxia
frondizista en la provincia de Buenos Aires. Pero el mismo
Alende era escéptico con respecto a esos matices: "Le
apuesto una cena para diez personas —dijo a un periodista—
que el 12 de octubre Gómez Machado estará ocupando su
banca en el Congreso Nacional". Los frentistas de la UCRI
intentaban aún, en las últimas horas, frenar ese nuevo
giro de la situación: algunos argumentaban que lo
fundamental era la unidad con el justicialismo; otros
describían las actitudes de Alende y las enfrentaban a sus
palabras. Así, por ejemplo, contaban cómo la misma noche
en que Alende había manifestado que "votar en blanco era
votar por Aramburu", exactamente una hora y cuarto
después, mientras celebraba su cumpleaños (5 de julio) en
el piso de un amigo, cerca del Jardín Botánico, con la
presencia de un ex colaborador directo de Frondizi, hacía
un largo aparte con el general Pedro Eugenio Aramburu para
estructurar definitivamente un acuerdo con vistas al
Colegio Electoral. Algunos sostienen haber sido testigos
del episodio; otros insisten en que, finalmente, Alende se
entenderá con Illía.
Complejo problema presenta la C G T
Los militares y los políticos moderados comprendieron ya,
hace tiempo, que no puede haber estabilidad en la
Argentina si los sectores laborales no se sienten
representados por la estructura del Estado. Unos y otros
vieron así, con alarma, que la decisión votoblanquista del
peronismo anulaba una posibilidad de conciliación y abría
perspectivas peligrosas para el país. La actitud política
de la CGT, al solidarizarse con el planteamiento político
del Frente Nacional y Popular, hizo prever que los
sectores obreros se habían colocado decididamente en la
tesis de influir sobre las causas (es decir, influir en el
aparato de poder, con miras a obtener en él una
coparticipación decisiva) y no simplemente sobre los
efectos (al estilo sindicalista clásico). Si se considera
fracasado el frentismo, puede vislumbrarse la posibilidad
de que esa tendencia, al influir sobre las causas, adopte
ahora la línea a encauzar por variantes menos
controlables.
Si el nuevo gobierno hubiera aparecido como consecuencia
de la culminación de un proceso aceptado por el peronismo,
ese gobierno tendría la cooperación de las 62
organizaciones. Y, como resultado de esa cooperación,
habría derivado un apoyo de la Confederación General del
Trabajo, ya que el justicialismo, a través de su sector
gremial, tiene mayoría en tres de los cuatro cuerpos
directivos de la central obrera y obtiene en el siguiente
el quórum suficiente con el apoyo del MUCS.
El sentido preciso de una cooperación de las 62 y la CGT
con el futuro gobierno, para tal caso, fue gráficamente
definido por Jerónimo Isetta, dirigente de Avellaneda,
cuando expresó que la consigna sería "no apretar en
seguida". Pero cuando —luego de la declaración
votoblanquista del frentismo— el viernes 5, las 62
organizaciones forzaron el quórum en el Comité Central
Confederal con el apoyo del MUCS y decretaron una semana
de lucha a partir del 8 y un paro general para el próximo
viernes, la posibilidad de "no apretar en seguida" pareció
desvanecerse definitivamente; las aspiraciones de José
Alonso de formar parte en un futuro cercano de un Consejo
Económico Social (posibilidad que muchas veces revelara a
los periodistas) pareció desvanecerse por completo y las
esperanzas empresarias de encontrarse con un movimiento
obrero conciliador amenazaron con comenzar a disiparse.
Por de pronto, las 62 iniciaron una acción para cuyos
objetivos no parece ya importar mucho que los gremios
independientes amenacen con abandonar la CGT al considerar
que se ha violado su carta de principios ("prescindencia
política"). Juan Racchini, miembro del secretariado,
indicó el sentido de la nueva etapa cuando, hacia fines de
la semana pasada, dijo a los periodistas: "Seguiremos
adelante con el secretariado de la CGT o con lo que quede
de él".
Los políticos ya habían comprobado que ningún canje de
garantías con la CGT era posible sin efectuar ese canje
con el ala gremial del peronismo; las 62 organizaciones. Y
las 62 proyectaron siempre cualquier posibilidad de
acuerdo en los temas económico-sociales al previo
surgimiento de soluciones concretas en el aspecto
político. El objetivo de los políticos había sido tratar
de verificar con precisión el grado de apoyo que hubieran
podido obtener de los trabajadores en una primera etapa
gubernamental.
Pero el planteo de las 62 era el inverso, y eso crea el
problema actual: aunque uno de los candidatos
presidenciales (Horacio Sueldo) llegó a adoptar como
programa los once puntos de la CGT, todos estaban
convencidos de que era muy difícil dar satisfacción a esas
aspiraciones con la simple decisión de un gobierno,
cualquiera fuese ese gobierno, ya que lo hacían imposible
las condiciones económicas del país.
PRIMERA PLANA
9 de Julio de 1963
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