Aún no se ha revelado cuáles fueron las causas que
provocaron la tremenda tragedia. Mientras la opinión
pública teje sus propios interrogantes, los testigos que
milagrosamente escaparon de la muerte ofrecen valiosos y
variados testimonios
La noche del domingo 23, durante la visita del presidente
de la Nación al hospital Pirovano, cuando ya se tenía un
desolador panorama de la catástrofe del estadio de River,
una mujer (madre de un joven internado allí, víctima de la
tragedia), encaró al general Onganía: "La culpa la tiene
la policía, señor presidente. La policía cargó".
El general Onganía no contestó; prefirió buscar con la
vista a Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal, quien
se hallaba a pocos metros, y le dijo: "Usted oyó, ¿verdad?
Bueno, quiero un informe urgente de lo que dice esta
señora". Los que se encontraban en ese momento allí vieron
cómo el general Fonseca dialogó secretamente con varios
policías de alta graduación, quienes salieron presurosos.
El peritaje ordenado por el juez Oscar Hermelo en el
estadio de River Plate no aclara los interrogantes
acumulados por el público. Para muchos se está tratando de
archivar la verdad de la tragedia. Para otros, las dudas
se disiparon y acusan a los que siguen polemizando, de
pretender encender una hoguera absurda.
"Todo está bastante claro"
Esta es la impresión que parecen cobijar numerosos
funcionarios gubernamentales y municipales y algunos
dirigentes deportivos. Se refieren, naturalmente, a que
ningún obstáculo físico impidió a la muchedumbre abandonar
las tribunas populares de River Píate a través de la
puerta número 12. Según sus puntos de vista, las razones
del drama residen en "la brutalidad e incultura de la masa
de aficionados al fútbol", en su "elevada
irresponsabilidad".
El ministro del Interior, doctor Guillermo Borda, hizo
estas declaraciones en la comisaría 33ª, a pocas horas de
producida la catástrofe y cuando todo era confusión: "No
hay ninguna versión seria acerca de las causas que
originaron el accidente. Indudablemente, la puerta estaba
abierta. No cabe ninguna duda sobre eso. Parecería que la
caída de una persona motivó la de otras que iban detrás
originando la tragedia."
Las tareas de inspección llevadas a cabo durante los dos
últimos meses en todos los estadios de fútbol de la
capital, permitió al intendente municipal, general Manuel
Iricíbar, asegurar que "las condiciones mínimas de
seguridad existentes en River Plate no están afectadas.
Existen deficiencias, subsanables, en las instalaciones
eléctricas —agregó—, pero no han incidido en el accidente.
Las puertas corredizas de acceso, por otra parte, no son
las más adecuadas y el riesgo radica en que las mismas
pudieron estar cerradas al finalizar el match. Pero no lo
estaban".
Eso, al parecer, fue lo que creyó ver una anciana
vendedora de pasteles, que, con la condición de no revelar
su nombre repitió ante SIETE DIAS parte del testimonio que
brindó al juez Hermelo. "Es absolutamente falso afirmar
que las puertas estaban cerradas o los molinetes colocados
cuando finalizó el partido —puntualizó—. Yo estaba a pocos
metros de la puerta número 12 y no vi nada de eso...".
Otro testigo, negado a revelar su identidad, conversó con
SIETE DIAS durante el velorio de las víctimas, realizado
en la sede del club Boca Juniors: "Yo salí por la puerta
número 12 cuando faltaban menos de 15 minutos para que
terminara el encuentro. No tropecé con problema alguno. No
observé puertas cerradas ni molinetes. Todo estaba
normal..."
"El culpable está oculto"
"Cuando faltaban 2 ó 3 minutos para terminar el partido,
abandoné
la tribuna —recuerda José Luis Burgués, 22 años, internado
en el hospital Pirovano. Bajé por la escalera que conduce
hacia la puerta número 12, junto a un grupo de muchachos
que tendrían iguales intenciones: evitar la aglomeración.
Cuando llegué a la puerta la encontré completamente
cerrada. Traté de abrirla, pero no pude. Observé numeroso
público en la calle, por lo que pensé retroceder y
marcharme por otra salida. Sólo alcancé a subir unos 5
metros cuando vi un tropel de gente que se desplomaba
sobre mí. Me hice un ovillo para evitar los golpes y me
desmayé. Cuando desperté estaba en el hospital". Muchos
improvisados fiscales, acusaron al público de no tomar las
precauciones necesarias para marcharse minutos antes de
finalizar el encuentro; según el relato de Burgués, él fue
precavido, pero de nada le sirvió.
Interesado por sus quemantes declaraciones, el presidente
de River Plate, Julián William Kent, conversó con Burgués.
SIETE DIAS registró ese diálogo.
—Yo le puedo asegurar que la puerta estaba abierta...
—señaló Kent.
—Sin embargo, yo la he visto cerrada. Me consta porque
estuve allí.
—Yo ordené que se abrieran las puertas antes del fin del
partido ...
—No estoy mintiendo —insistió el herido—. Diciendo la
verdad creo hacerle un bien a River Plate, del que soy
hincha, y a la comunidad. Puedo asegurar que la puerta
estaba cerrada. Es más, con mis manos intenté abrirla y no
pude.
—No me explico lo que pasó —vaciló Kent.
—¿Y no se le ocurre pensar que alguien pudo haberla
cerrado?
La pregunta de Burgués quedó flotando en la pesada
atmósfera del hospital. En esa misma sala, poco después de
ser internado, Burgués recibió una extraña propuesta de
dos desconocidos: "Me pidieron —afirmó— que firmase una
declaración, asegurando que la puerta número 12 estaba
abierta ..."
Si la masa de aficionados es la culpable, ¿quién puede
interesarse en confirmar que ese obstáculo no interfirió
la salida del público?
En otra sala del Pirovano, José Herba, 16 años, que
también abandonó el estadio de River algunos minutos antes
de que concluyera el encuentro, relata su violenta
experiencia: "Bajé sin dificultad por las oscuras
escaleras. Cuando alcancé a ver la puerta me sorprendió
encontrarla cerrada y con los molinetes aún sin sacar. No
tuve tiempo de volverme, sentí que me empujaban hacia
abajo y caí. Inmediatamente comenzaron a desplomarse otras
personas encima mío. Durante los primeros momentos me
dieron por muerto. Comencé a gritar y agitar la única mano
que tenía libre. Alguien tiró de ella y me sacaron. Estaba
lo suficientemente lúcido como para volver a comprobar que
la puerta estaba cerrada y los molinetes fijos en su
sitio".
Son innumerables los testigos que brindan confesiones
similares a las de Burgués y Herba. Todos coinciden en la
oscuridad del pasillo, incomodidad para abandonar el
estadio y en las repentinas avalanchas que se generaron en
los últimos escalones de la salida número 12. También
coinciden en el motivo de ese tumulto: la puerta estaba
cancelada.
Ismael Calderón, primo hermano de uno de los fallecidos en
la tragedia, salvó su vida milagrosamente: "Estaba en la
primera fila de los que descendían —recuerda— y me vi
proyectado sobre las rejas de la puerta, que estaba
cerrada. Con un esfuerzo sobrehumano alcancé a treparme,
escapando a una presión inimaginable. Así pude ver cómo la
gente caía muerta debajo mío. Finalmente, creo que me
desmayé y caí sobre esa pila de cadáveres".
Roque Ramón López, 24 años, internado en la sala 17 del
hospital Pirovano, descendió las escaleras luego de
terminar el partido. "Cuando alcancé los últimos tramos,
observé el aglomeramiento y escuché que algunos policías
gritaban: ¡No pechen! La gente que venía detrás mío
cantaba y gritaba, y no creo que pudiera escuchar las
advertencias. No recuerdo si la puerta estaba cerrada,
pero no tengo dudas de que los molinetes estaban
colocados".
De acuerdo al testimonio de los heridos, la puerta habría
sido entreabierta por civiles y policías poco después de
que los primeros espectadores se estrellaron contra ella.
Pero, según sus observaciones, los molinetes fueron
sacados más tarde. "Abandoné la tribuna unos minutos
después de finalizado el match —confiesa Miguel Ángel
Romero, 19 años, también hospitalizado—. Los primeros
metros de la escalera los descendí sin dificultades.
Luego, sin saber porqué, comencé a rodar encima de otros
cuerpos. Mi caída fue frenada por algo muy duro; cuando
pude mirar con cierta claridad me vi aplastado contra uno
de los molinetes. Una parte de la puerta estaba abierta,
la otra cerrada. Unos muchachos me levantaron y trajeron
hasta el hospital..."
El drama desde la vereda
Otro ángulo para revelar las causas de la tragedia fue el
suministrado por los espectadores que abandonaron el
estadio por otras puertas de salida. "Yo lo hice por la
número 9 —señala Pedro Argana, 25 años—. Cuando caminaba a
la altura de la puerta número 12, comprobé con estupor que
estaba taponada por los
molinetes. La gente estaba atrapada contra ellos y no
podía salir. Los de adelante, morados por la presión que
estaban soportando, tenían la boca abierta y los ojos
desencajados. Todo el mundo gritaba. Los que estábamos en
la vereda hacíamos señas a los de arriba para que no
siguieran empujando, pero no nos entendían ..."
Rodolfo Sarretani, 50 años, abandonó el estadio por la
puerta número 14 y hasta cruzar la número 12 no advirtió
lo que sucedía en esos momentos. "Me quedé contemplando
horrorizado a una muchedumbre detenida junto a la puerta,
que gesticulaba desesperadamente, sin decidirse a salir.
Pensé que no lo hacían porque desde lo alto del estadio
arrojaban papeles incendiados o piedras. Luego me di
cuenta que unos caños grises les obstruía el paso. Todas
esas personas estaban moradas y congestionadas por la
presión. No se si eran molinetes, lo que estoy seguro es
que esos caños impedían desalojar la puerta".
Un testigo que calló su nombre, pero se identificó como
primo de Alfredo Aldo Quintana, una de las víctimas,
reveló sus observaciones: "Salí a la calle por otra puerta
y al cruzar el lugar del desastre, pude ver cómo algunos
hombres salvaban la vida escurriéndose por el espacio que
quedaba entre un molinete y la persiana plegadiza."
Curiosamente, estos tres testigos de la catástrofe
coincidieron con numerosos espectadores, quienes
aseguraron haber sido cargados por la policía montada
mientras intentaban ayudar a los heridos. Argana confiesa
que "para no ser atropellado por los caballos, reingresé a
la cancha por la puerta 11". Serretani asegura que "sólo
apretándome contra la pared del estadio evité que me
pisaran los caballos policiales". El testigo
individualizado como primo del fallecido Quintana tuvo que
ser más ingenioso. "Cuando la policía montada empezó a
cargar indiscriminadamente, tuve que treparme a un poste
de teléfonos o de luz, no recuerdo bien, para esquivar los
golpes".
La confesión del pintor Alberto Pérez Celis, 29 años,
socio activo de Boca Juniors (número 54521), es más
escalofriante. "Esperé que la tribuna quedara casi vacía
antes de marcharme. Cuando me acerqué a la escalera para
descender escuché gritos, gemidos... Por aquí no se puede
salir, exclamaban algunos; está la puerta cerrada,
gritaban otros. Me dirigí al muro de cemento que bordea el
amplio corredor ubicado debajo de las populares y me asomé
hacia la calle. Entonces observé algo que me pareció
terrible: la policía montada estaba cargando contra las
pocas personas que podían salir por la puerta número 12;
las empujaba hacia adentro..."
La última verdad
Según pudieron apreciar dos redactores de SIETE DIAS, el
día de la catástrofe, varios oficiales de la comisaría 33ª
se informaban mutuamente con susurros que los molinetes
estaban colocados en la puerta fatídica, al terminar el
partido. Uno de ellos, que no advirtió la presencia del
periodista, dijo a un colega refiriéndose a las
investigaciones que se llevarían a cabo: "¡Qué peritaje ni
qué ocho cuartos! La cosa se va a armar cuando comiencen a
hablar los heridos. Ellos saben la verdad, que es una
sola: en esa puerta, los molinetes estaban puestos."
Para determinar con precisión las razones del terrible
accidente, los protagonistas del peritaje realizado en las
instalaciones de River Píate aportaron la última y,
probablemente, definitiva versión. El subcomisario de
bomberos, Manuel García fue el encargado de realizar el
estudio policial.
"Examiné todos los elementos inertes que había en el
lugar: puertas, pasarelas y molinetes —confió a SIETE
DIAS—. También estudié las escaleras. En fin, todo lo que
pudiera aportar alguna ayuda al esclarecimiento del
suceso. En base a esas observaciones realicé mi estimación
objetiva. Pero hay muchos factores, humanos sobre todo,
que no se pueden determinar porque sólo duran un instante
y nunca más se pueden rescatar o reconstruir".
De alguna manera, sus palabras permiten sospechar que la
obtención de un panorama absolutamente exacto de lo
acontecido es prácticamente imposible. Es por eso que, tal
vez, las cinco posibles causas de la tragedia sigan
teniendo vigencia entre una población dolorida e
indignada. Esas explicaciones son: 1) Las puertas estaban
abiertas, los molinetes sin colocar y el público, en su
afán de salir rápidamente, provocó la terrible avalancha.
2) Las puertas estaban abiertas, pero los molinetes
colocados. El público se aplastó contra ellos, por la
presión de los que bajaban. 3) Las puertas estaban
cerradas y los molinetes colocados. El público se vio
atrapado y sin posibilidades de escapar. 4) La puerta
estaba cerrada y los molinetes sin colocar. El público, en
consecuencia, se aplastó contra ella. 5) La puerta estaba
abierta y fue cerrada por la policía para detener a unas
personas que presuntamente saldrían por ella. La acometida
policial provocó que los primeros pugnaron por subir
nuevamente, lo que provocó dos corrientes humanas
opuestas.
Pese a que la gran mayoría de los testigos del suceso
estima que las puertas no habían sido abiertas ni los
molinetes sacados, hay quienes juran haber visto lo
contrario. Desgraciadamente, la última palabra —dicha por
quien sea— no podrá escapar a la sombra de la duda
pública.
Revista Siete Días Ilustrados
2 de julio de 1968
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