En una entrevista sin precedentes en el periodismo
local, el dirigente obrero desnudó su personalidad
descubriendo los aspectos más ignorados de su vida, de
su trayectoria laboral y gremial. Antes de explicitar
qué opina de sus enemigos y de las razones por las que
se intenta agredirlo, evocó los primeros años de su
vida de obrero en Buenos Aires y contó qué hizo el 17
de octubre de 1945.
Seguramente, pocas figuras del acontecer
político-gremial han sido tan ásperamente atacadas
como el secretario general de la CGT, José Rucci (49,
dos hijos). No sólo quienes están del lado de
enfrente, políticamente hablando, han dirigido sus
dardos contra él: desde el seno del peronismo, su
partido, y hasta desde las mismas filas gremiales, han
sido numerosas las agresiones verbales. También ha
sufrido ataques más graves: en varias ocasiones se
llegó a amenazarlo con la liquidación física, y el
pasado miércoles 14 un tiroteo —que muchos creen
dirigido a poner en peligro su persona— acabó con la
vida de su chofer y amigo, Luis Osvaldo Bianculli.
Como las criticas que Rucci siempre ha suscitado son
inseparables de su personalidad toda. Siete Días
consideró necesario obtener un retrato total,
minucioso y profundo del dirigente peronista. No poco
trabajo le costó al redactor Daniel Plá lograrlo: tres
entrevistas en dos días, interrumpidas por reuniones y
compromisos de Rucci, depararon siete horas netas de
grabación. Lo que sigue es una síntesis de los
principales tramos de la charla.
—¿Por qué dicen que usted no tiene suficientes
antecedentes en lo gremial?
—Yo no he tenido otra actividad que no sea gremial.
Llegué a Buenos Aires a los 17 años y el primer
trabajo que tuve aquí fue de lavacopas, en la calle
Pedernera y Rivadavia, en una cadena de confiterías
que se llamaba la Cosechera, en el año 1947.
—¿De dónde venía?
—De Rosario, donde desde los 14 años trabajaba en la
sodería Biarritz y en el cine Heraldo vendiendo
caramelos.
—¿Dónde nació?
—En un pueblo que se llama Alcorta, a unos 20
kilómetros de Rosario.
—¿Cómo se compone su familia?
—Yo y dos hermanas que están casadas.
—¿Por qué se vino a Bueno Aires?
—En aquel tiempo Rosario era una plaza difícil para
conseguir trabajo, así que decidí largarme. Una vez
instalado en Buenos Aires recorrí varios trabajos.
Empecé en la Cosechera, después en la fábrica de
naranja Bilz en Palermo de día y de noche en la
cervecería. En ese entonces tenía apenas 19 años.
—¿Hasta los 20 años qué tipo de formación gremial
recibe?
—Bueno, mi formación la hice en la calle. Lo que pasa
es que desde los 12 años, por razones que no vienen
ahora al caso mencionar, empiezo a andar solo por la
vida.
—¿En su familia había antecedentes gremiales?
—Sí. Mi viejo fue secretario general del centro de
estibadores de Alcorta.
—¿Cuándo despierta al peronismo?
—El 17 de octubre de 1945. Recuerdo que estaba
trabajando en una confitería por Belgrano, pero ya no
de lavacopas. Me habían dado el puesto de sereno, así
que juntaba de noche las sillas y seguía meta lampazo.
Ese día yo también fui uno de los tantos que ganaron
la calle. Y a raíz de eso me quedé sin puesto.
—¿Y qué pasó después?
—Al poco tiempo entré en la Hispano Argentina, que era
la fábrica de las pistolas Ballester Molina, pero me
duró poco. El siguiente trabajo fue en la fábrica
metalúrgica Ubertini, que queda enfrente de la plaza
Martín Fierro. Ahí fue donde se realizó la huelga más
prolongada del sindicalismo argentino. Y curiosamente
fue a raíz de que me habían echado. En ese entonces ya
estaban despertando en mí inquietudes sindicales. Y es
cuando me nombran por primera vez delegado gremial. Un
día después de haber estado enfermo vuelvo y me topo
con un nuevo jefe de personal, que tengo entendido era
de la policía, que me dice que yo ya no trabajaba más
ahí. Me acuerdo que como yo quería entrar para hablar
con los patrones, el jefe me agarró de un brazo y me
tiró para afuera. Ahí nomás le pegué un trompazo,
armándose una tremolina donde volaban mesas y sillas.
Intervino la policía y fuimos todos a parar en cana.
Cuando salimos terminamos con esa huelga que duró 7
meses. Es en ese momento cuando me llaman de la Unión
Obrera Metalúrgica para integrar la paritaria. Y es
desde ese momento —cuando tenía 25 años— que hasta el
presente fui metalúrgico.
—¿Esa fecha entonces es el comienzo de su carrera
gremial?
—Sí, se puede decir que es entonces cuando entro de
lleno al gremialismo, si bien desde entonces, en el
52, hasta el 54, colaboro con la UOM pero no como
dirigente. Al poco tiempo se crea una situación en el
gremio y lo dejo, pasando a trabajar de peón en la
fábrica Catita. Me pasaba las 8 horas meta barrer —y
después el energúmeno de Kelly dice que yo nunca
laburé— todas las secciones, aprovechando para hablar
con la gente. Fue así que a los 6 meses me nombraron
delegado. Por ese entonces yo ya tenía otras ideas.
Así que de peón pasé a la comisión interna. Era el año
55, cuando los gorilas habían tomado el poder. Ese día
salimos a la calle y montando los camiones nos
acercamos a Plaza Mayo. Estaban a les balazos limpios.
Me acuerdo que de repente aparecieron los aviones
ametrallando; bueno, yo no sé cómo, pero en cinco
minutos estábamos en Plaza Constitución.
—¿Cuáles eran sus principios gremiales en ese
entonces?
—En el caso particular de Catita habíamos logrado,
después de mucho batallar, una especie de
participación en les beneficios de la empresa. Yo
siempre sostuve que el trabajador debe estar integrado
al capital, para que ese capital cumpla una función
social.
—¿Por qué motivo piensa que lo nombraron delegado?
—Era una época en que recién aparecían los convenios
colectivos de trabajo, a los cuales los patrones no le
daban cumplimiento. Y como a mí siempre me gustó la
discusión, mis compañeros pensaron que era el más
indicado para representarlos ante los patrones. Así me
fui creando una imagen de lo que en el futuro podría
ser. Pero al poco tiempo fueren intervenidos los
sindicatos y la CGT, pasando a trabajar en la
clandestinidad.
—Siendo delegado de base, ¿se sentía representado por
los entonces dirigentes de la CGT?
—Sí, me sentía representado, pero indudablemente no
hay nada perfecto. Más en un proceso peronista como el
nuestro que tenía la pretensión de romper con una
situación que se venía arrastrando de años. Quiero
decir que en este aspecto no podemos detenernos a
calificar si aquel dirigente es bueno o malo. Porque
nadie puede ser perfecto, pero sí hay una cosa que no
se puede negar: el peronismo en su época dignificó a
los trabajadores.
—¿Cómo es su día?
—Nunca me levanto antes de las 9 de la mañana porque
siempre me acuesto pasadas las dos o tres de la
mañana. En esta vida sindical y política todas las
reuniones más importantes se hacen de noche. Me
levanto, tomo mate dulce y leo los diarios. Una vez
hecho eso otra vez al campo de batalla. Vengo a la CGT
o al local de la Unión Obrera Metalúrgica de la calle
Cangallo. Almuerzo a los saltos. Es muy raro que los
mediodías me siente es una mesa a comer.
—¿A qué hora comienza su descanso?
—Al final del día, es decir cuando terminamos. Después
ceno y veo un poco de televisión.
—¿Le atrae mucho la televisión?
—Sí, pero lo que no veo son los noticiosos.
—¿Por qué?
—Yo de las cosas me hago una composición muy
particular y a veces siento algunos comentarios donde
me estoy dando cuenta que ese tipo que está hablando
ahí es medio idiota. Y para escuchar idioteces no
escucho nada. Yo me hago la composición de lugar sobre
las cosas y me puedo equivocar, pero tengo la
satisfacción de decir que me equivoqué yo y no que me
equivoqué por otro que hace cierto comentario en la
televisión. Donde siempre tienden más que nada e
equivocar a la gente. Si no, no tendríamos a ciertos
energúmenos en la televisión que dicen barbaridades.
—¿El periodismo da la imagen real de quién es Rucci?
—No, realmente no me muestran como soy, claro que
puede ser por desconocimiento o por intereses. Si
mucha gente me conociera bien de cerca, si conociera
lo que yo he sido y lo que soy no tendría mucha
significación. No soy nada extraordinario, soy un
hombre muy común, soy un hombre que no tengo vicios
como pueden tener otros y que tienen la pretensión de
hacerle críticas al secretario general de la CGT.
Aunque parezca un absurdo yo no conozco un hipódromo,
jamás he entrado al casino de Mar del Plata. Entonces
yo veo a veces tipos que se erigen en el símbolo de la
moralidad, pero ocurre que si a esos tipos los ven en
el casino nadie dice nada. Pero es de imaginar si me
ven a mí en el hipódromo, Dios me libre: paso a ser el
tipo que se afanó toda la guita de los trabajadores
para ir al hipódromo. Yo le he hecho juicio a una
revista porque dentro de las barbaridades que dijo
afirmó que yo tenía estancia en Jesús María. Y esto
salió en un diario de Córdoba y dos abogados le
mandaron un telegrama intimándole y el tipo luego sacó
que había sido mal informado. Pero si yo no digo eso,
queda la noticia y se crean la imagen de que soy un
estanciero. Aparte de eso dijo que yo había viajado al
Brasil para depositar mis gruesas finanzas y lo otro
que dijo era que yo estaba complicado en un asalto. Es
de imaginar que a este tipo le tengo que hacer una
querella, no por salvarme yo, sino porque está
levantando una injuria o una calumnia al secretario
general de la CGT. Yo creo que acá se habla mucho de
la libertad de prensa, incluso el gobierno. La
libertad de prensa existe según criterio de este
gobierno en este momento y yo digo que no hay libertad
de prensa, que son todas mentiras. Acá hay
libertinaje. Porque en un país ordenado donde nosotros
nos propongamos hacer las cosas bien, no podemos de
manera alguna permitir que un pasquín asqueroso
formule una serie de agravios y de calumnias a
cualquier hombre que se siente y que es una persona
honorable. Sin embargo eso ocurre acá.
—¿Se refiere al mal uso de la libertad de prensa, o a
la falta de ella? Porque en este momento usted
manifiesta lo que quiere ...
—Yo digo que la libertad de prensa existe en este
momento en la medida que esa libertad le convenga al
gobierno. Si esa libertad determina criticar a la
central obrera y sus dirigentes y al secretario
general, el gobierno no hace ninguna objeción. Habría
que ver si ciertos funcionarios del gobierno
aceptarían que esa crítica que nos formulan a nosotros
se la hicieran a algunos de ellos. No sé qué pasaría
si esa revista que me atacó dijera del ministro del
Interior las cosas que dice de Rucci.
—¿Cuándo tuvo el primer contacto con Perón?
—Fue cuando concurrí a Madrid en el año 70, unos seis
o siete meses después de resultar electo secretario
general. Fui el primer secretario de la CGT que se
animó para verlo a Perón.
—¿Por qué?
—Porque ningún otro fue. No sé, sería porque tenían
miedo de que el gobierno los defenestrara como
secretarios generales. Como a mí eso no me preocupó,
fui.
—¿Cómo lo impresionó ese encuentro con Perón?
—Yo creo que todo individuo que no lo conoce a Perón,
cuando lo ve
enfrente siente una sensación de ver algo
inalcanzable. Quizás a los minutos, a la hora de haber
conversado con él vuelva a la realidad, pero en el
primer instante uno está un poco allí como no sabiendo
qué hacer ante algo sagrado. Para mejor cuando voy a
entrar, cuando me dicen "Pase", estaba él pegado al
portón. Así que yo cuando lo vi por primera vez estaba
a un metro. Y lo único que me dijo fue: "Hola Rucci,
¿cómo le va?".
—¿Cómo es la relación entre usted y Perón?
—Yo creo que he cultivado ciertas relaciones con el
general que me ligan un poco a ciertas cosas que a lo
mejor en otros no sé si se dan. Por lo menos no las
conozco. Yo he estado en la casa de él, en la cocina,
hemos estado solos conversando, hemos ido arriba,
donde tiene su escritorio. Es decir mi relación con el
general es hasta un poco familiar. Tanto es así que,
cuando yo voy, por respeto digo: "Bueno general, si
usted considera que podemos seguir conversando ..." y
él me ha dicho: "No, usted está aquí en su casa, ésta
es su casa y venga las veces que quiera. Yo necesito
que venga". Así que, generalmente, cuando voy a
Madrid, que estoy 15 días, fácilmente 10 estoy en la
casa de él.
—¿Es decir que le participa de cosas y momentos
íntimos?
—No, para las cosas que se manejan a nivel político
existe un hombre como Cámpora que es el hombre de más
confianza de él. Ahora, en conversaciones de cómo se
ve el panorama, en una oportunidad estuve con él y le
dije que no me sentía capacitado 'para seguir al
frente de la CGT porque había una serie de presiones
que se habían planteado y que lo primero era
comunicarle que no quería seguir más. Bueno, hubo una
cosa que a mí me alentó, porque el general tiene un
poder de síntesis muy grande. Dice dos palabras y lo
convence a uno.
—¿Puede decirse que tiene una actitud paternal hacia
usted?
—Un poco sí. A raíz de una charla donde le comentaba
que me parecía que tenía la mitad del país en contra,
frente a una serie de cosas que salen en los diarios y
declaraciones que se hacían, a pesar de toda la buena
voluntad de llevar las cosas bien, le dije que creía
que había llegado el momento en que no me encontraba
capacitado para seguir al frente de la CGT. Entonces
me dijo: "Vea, usted nunca suponga que no lo apoyan
por lo que le digan los que tiene alrededor. Si los
que lo rodean le dicen que no lo apoyan, es porque
realmente tiene apoyo. Si por el contrario dicen que
lo apoyan, es ahí cuando tiene que tener cuidado".
Entonces así conversando decidí seguir adelante. Tanto
es así que en este último mandato, cuando terminé, yo
ya decididamente dejaba la CGT, no quería seguir más.
—¿Por qué siguió?
—Puedo decir que seguí por un compromiso de lealtad y
por una serie de cosas que se habían planteado en ese
momento, y algunos consideraban que mi alejamiento de
la CGT iba a provocar una situación bastante crítica
en el movimiento obrero.
—¿Fue Perón el que lo alentó a seguir?
—Sí, indudablemente el hecho de que haya sido reelecto
y el que en una oportunidad dijera que no se podía
cambiar el caballo en la mitad del río, se estaba
refiriendo a que tenía que seguir.
—¿Vive un poco angustiosamente la función de
secretario general?
—No, puedo asegurar una cosa y que no es vanidad: en
los primeros tiempos me costaba mucho, porque yo soy
un dirigente gremial de cuarta categoría, porque yo no
soy dirigente del orden nacional de mi gremio, no
estoy en la cúspide de la Unión Obrera Metalúrgica. En
consecuencia, cuando llegué a la CGT no tenía la más
mínima noción de cómo se manejaba esto. Lo hice porque
soy un poco corajudo y tenía mucho entusiasmo, además
de estar imbuido de un profundo sentimiento obrerista.
Así que le metí para adelante. Dije algunas cosas que
yo creía que debían hacerse. Soy un convencido de que
el movimiento obrero tiene que politizarse y cada día
más, a pesar de que el gobierno dice que los
dirigentes gremiales no pueden incursionar en
política. Tanto es así que lo primero que hice es
darle un matiz, si se quiere ideológico, a la CGT.
Lógicamente ahora es distinto, hoy me siento capaz
para ser secretario general. Estos dos años que he
vivido me han dado mucha experiencia y creo que
ciertas actitudes que he asumido han tenido el valor
de permitir la unidad de la CGT. Por primera vez un
secretario general es elegido casi por unanimidad, en
el último congreso, cosa que quedó bien clara. Porque
yo me puedo haber equivocado muchas veces pero siempre
actué con convicciones.
—¿Alguna vez se reprochó haberse equivocado?
—Honestamente nunca me he equivocado fiero; es más: en
varias oportunidades mi postura quizás un poco
intransigente frente a determinados problemas permitió
que muchos dirigentes no se equivocaran.
—¿Las decisiones las comparte o las toma
unilateralmente?
—Hay mucha gente que cree que la CGT es un cuerpo
inerte, pero yo puedo asegurar que de un año y medio a
esta parte la central obrera se fijó una estrategia
que la mantiene en forma inalterable.
—¿Cuál es esa estrategia?
—A veces cuando uno quiere lograr un determinado
objetivo pareciera que no hace nada por alcanzarlo,
pero es precisamente ese no hacer el que está
permitiendo llegar a ese objetivo.
—¿Cómo se explica ese no hacer?
—Yo soy de aquellos que sostienen que los dirigentes
gremiales que, en estos momentos, plantean como
premisa reivindicaciones sociales de los trabajadores,
o quieren quedar bien con la gente demagógicamente o
son unos inconscientes.
—¿Por qué?
—Porque no conozco ningún país del mundo que haya
logrado la justicia social si previamente los pueblos
no tuvieron el poder en sus manos. Esto implica que el
dirigente gremial tiene que tener como consigna
primero el poder y como consecuencia de éste, la
justicia social. Porque si el poder lo tienen quienes
han colocado al país en un grado de dependencia,
permitiendo el estrangulamiento económico, provocando
a su vez una tremenda crisis, ¿cómo voy a ir a
reclamarles reivindicaciones sociales? Sería lo mismo
que pedirle peras al olmo. Entonces lo que hay que
hacer es recuperar el poder a través del pueblo para
que sea éste quien ejerza la justicia social.
—¿Usted es un hombre de mucha suerte?
—Sí, mucha suerte. Dentro del juego honesto y leal del
enfrentamiento a un problema hay que tener habilidad
para poder lograr el objetivo planteado. Yo he tenido
momentos en que se había llegado a un acuerdo y he
dicho no. muchos se agarraron los pelos porque yo
decía que no.
—Me parece entenderle que a veces hay que tomar
decisiones acerca de determinada estrategia no del
todo resuelta. Que salga bien, ¿depende, a veces, de
la suerte?
—Puede ser un poco de suerte y puede ser también que
uno no es tan inútil como parece.
—¿José Rucci es un estratega?
—Yo, a nivel de central obrera nunca hago las cusas
caprichosamente. Cuando yo hago algo es porque lo
tengo bien pensado. Y porque lo que voy a hacer va
detrás de determinado objetivo. Tengo la gran
satisfacción de que muchos hombres del Consejo
Directivo han aceptado ciertas tesis que yo he marcado
y las cosas se han dado así.
—¿Usted es un intuitivo?
—Puede ser ... no sé. Pero yo no juego a la lotería
con la CGT. Me puedo equivocar, pero creo que el
asunto para que funcione se tiene que hacer así. Las
cosas nos han demostrado que en muchos aspectos hemos
dado soluciones concretas. Definir en este momento la
situación de los trabajadores no sería hablar sobre
una novedad. Y la CGT está en condiciones, en este
momento, de parar todo el país. Pero no lo para. Y en
este proceso que estamos viviendo, en estos momentos,
dentro de la estrategia política que ha establecido el
general Perón, vamos a las elecciones. Queremos las
elecciones. Porque creemos que ganamos. Y si creemos
que ganamos tenemos la pretensión de que la mayoría
del pueblo es peronista y queremos que tenga el poder.
—¿Usted está convencido de que habrá elecciones?
—Yo estoy convencido de que el gobierno no tiene
elementos valederos como para truncar las elecciones.
Ahora, si alguien pretende o intenta obstaculizar las
elecciones, bueno, yo creo que cosas muy desagradables
pueden suceder.
—¿Qué actitud asumiría el peronismo si no hay
elecciones?
—El peronismo tiene sus dirigentes, yo no puedo
contestar, pero en lo que se refiere a la CGT puedo
decir que truncar las elecciones implica frustrar las
legítimas aspiraciones del pueblo, y que la CGT va a
estar con el pueblo.
—Algunos sectores sostienen que muchos peronistas se
desilusionaron con las actitudes de Perón...
—Las urnas van a demostrar el 11 de marzo la vigencia
de Perón. Además soy un convencido de que si el
general no venía no iba a haber elecciones.
—Hay quienes consideran un des acierto la composición
de la fórmula Cámpora-Solano Lima...
—Acá los candidatos tienen relativa importancia. Lo
único importante son las grandes coincidencias
programáticas que esos candidatos tengan que plasmar
en función de gobierno.
—¿Por qué se hace hincapié en la edad de Perón? ¿Puede
desprestigiarlo?
—Para contestar eso basta con citar algunos ejemplos:
Churchill, Stalin, De Gaulle, Adenauer y otros tantos.
El problema no es la edad, sino que tenga mentalidad
revolucionaria para enfrentar los hechos que estamos
viviendo. El general me dijo una vez: "Mis herederos
naturales son la juventud". Indudablemente existe un
trasvasamiento generacional y obviamente nadie está
más adiestrado que la juventud para ser el elemento de
avanzada. Pero esto no significa que los jóvenes
tengan que tirar todos los días un viejo por la
ventana. Ahora bien, yo honestamente debo confesar que
a veces viendo la televisión veo cada dirigente
político que me parece que todavía estamos en el
comité de la campaña y el asado con cuero.
—¿Se siente cansado de la responsabilidad que implica
dirigir la CGT?
—Sí, y más por lo sucedido hace unos días cuando
asesinaron a quien yo quería como a un hijo. Así que
por razones afectivas me siento bastante decaído, como
si pensara: "¿Para qué peleamos tanto si al final de
cuentas la mayoría de las veces las consecuencias son
trágicas?". Caen como un latigazo que llegan a minar
el espíritu.
—¿Este análisis lo hace por primera vez?
—Sí, es la primera vez que me ocurre una cosa de ésas.
Me ha mortificado mucho, pero no ha llegado a
frustrarme. Han pasado los días y sigo con el mismo
espíritu para estar al frente de la CGT.
—¿A usted lo han amenazado de muerte?
—Sí, dos por tres sale en los diarios: "Rucci
amenazado de muerte". Pero en forma directa nadie me
ha sentenciado.
—¿El día de la muerte de su compañero sintió miedo?
—Yo no considero que haya un hombre que diga que no
tiene miedo.
Si lo dice, es un mentiroso, un hipócrita. También hay
quienes asumen responsabilidades y son conscientes de
los riesgos que corren: no es falta de miedo, pero sí
es estar preparado para afrontar ciertas situaciones
que saben que se pueden presentar.
—¿En el caso suyo está preparado para enfrentar la
muerte?
—No sé si estoy o no. Pero si la cosa viene de frente
no me tiembla el pulso.
—¿Por qué dice "de frente"? ¿Las demás veces viene de
atrás?
—Sí, lamentablemente viene de atrás, pero como la
situación es difícil, yo no puedo ahora —por vergüenza
y por convencimiento— renunciar a la CGT y mandarme a
mudar. No voy a hacer como otros dirigentes que se han
mandado a mudar, yo voy a seguir y seguir. Es una
especie de mandato que yo me he impuesto y lo voy a
cumplir.
—Pero, ¿por qué lo quieren matar, señor Rucci?
—Porque como tengo amigos, también tengo enemigos.
Además será porque le debe molestar a alguien que yo
sea peronista y secretario general de la CGT. Mi
conducta y lealtad con Perón le aseguro que irrita a
muchos.
—¿Y a pesar de eso se piensa quedar?
—Dicen que los que no tienen fe no merecen vivir, y
los que no tienen capacidad para que su conciencia les
diga lo que tienen que hacer, tampoco. Yo no podría
largar todo esto e irme. Me convertiría en nada y no
quiero no ser nada.
—¿Qué quiere ser?
—Ser lo que soy, nada más. No tengo pretensiones, no
tengo veleidades. Podría ser candidato no sé a qué del
Frente, pero no quiero ser candidato a nada.
—¿Si le ofrecieran el Ministerio de Trabajo,
¿aceptaría?
—No, porque no me sentiría a gusto. Para ser ministro
de Trabajo hay que tener chofer con uniforme, hay que
andar de traje, corbata y camisa blanca. Además es más
importante ser secretario general de la CGT que
ministro.
—Cambiando de tema, ¿tiene tiempo para su familia?
—Muy poco. A los chicos (un hijo de 14 y una chica de
7 años) los veo los fines de semana. Soy un hombre que
no tiene vida privada. Yo no me puedo dar el lujo de
salir con mis hijos y mi señora. La verdad es que si
me preguntaran qué quisiera hacer empezaría por no ser
más secretario general de la CGT. Laburando en una
fábrica ganaría 80 mil pesos por mes y podría subirme
a los tablones para ver un partido de fútbol. Pero
como no lo puedo hacer, entonces me siento un poco
cansado.
—Pero algún momento libre debe tener...
—Sí, pero lo utilizo para dormir. A veces leo un poco.
La verdad que tengo una biblioteca bastante numerosa,
no la tengo de ahora sino de hace años. Siempre me
gustaba caminar por la calle Corrientes y compraba
libros a dos pesos en esas casas donde los liquidaban.
—¿Qué tipo de lectura prefiere?
—Biografías, libros ideológicos siempre me
entusiasmaron los temas políticos. Hace poco en México
compré libros de Emiliano Zapata, Pancho Villa y José
Antonio Primo de Rivera.
—¿Por qué le atrae ese tipo de personajes?
—Me gustan también Quiroga, Güemes ... no sé, será por
algo que digo siempre. Que las masas se mueven detrás
de las ideas. Y las ideas, generalmente, pertenecen a
los caudillos.
—¿Usted es un caudillo?
—No sé si tengo capacidad para mandar, pero que no me
gusta que me manden, sí lo sé.
—¿Pero tiene aspiraciones de caudillo?
—Lo que yo siempre planteé en un Comité Confederal,
salió. ¿Por qué?, no sé. Pero que me siento cómodo en
esos congresos donde realmente hay que debatir les
problemas, sí- Y como yo estoy fuera de todo tipo de
especulaciones, como yo no tengo compromisos ni con
este gobierno ni con ningún otro, tengo la autoridad
moral para decir lo que se me dé la gana y hay otros
que quién sabe si pueden. Hago lo que puedo y lo que
no, lo dejo. Ahora sí, yo he tenido grandes
satisfacciones con la gente. Debo reconocer que por mi
función me he ganado también enemigos. Nadie en este
mundo puede tener la uniformidad. Ahí está un tipo
como Tosco. que si él pudiera encontrar una fórmula
para que yo no fuera secretario general de la CGT, yo
ya no estaría. Pero lo que pasa es que no la puede
encontrar.
—¿Hay un enfrentamiento real entre Tosco y Rucci?
—Lógicamente. Yo lo conozco, ha actuado conmigo, hemos
estado en una comisión juntos. Y sé lo que es él.
Tosco es el dirigente que se ha tragado un montón de
libros y da la casualidad que algunos de ésos yo
también los he leído. Los ha asimilado en tal forma
que hoy, para discutir cualquier cosa, no sale de ese
esquema. Y yo soy un tipo que no. Primero, porque soy
un obrero . . .
—El también ...
—No, él es un empleado. Y se supone que un empleado
tiene mayor preparación que un obrero. Yo solamente
tengo quinto grado. Entonces se da el caso del tipo
que es obrero, frente al tipo intelectualizado. Él es
un intelectualizado que está dentro del esquema
filosófico marxista.
—Pero usted también es un conocedor del marxismo.
—Pero yo no lo llevo con la propiedad y la dialéctica
que lo lleva él.
—Si me disculpa, parece que tuviera un complejo
respecto a Tosco.
—No, lo que pasa es que yo hago la diferencia entre
aquel tipo intelectualizado como creo que es Tosco y
yo, pero a nivel ideológico. Es que entre nosotros hay
una diferencia como de acá a la China. El peronismo no
habla de un sindicalismo sectario, pero, ¿qué es lo
que pasa? Que el sindicalismo que concibe el peronismo
no es de ninguna manera el que profesa Tosco. Él puede
decir cosas muy lindas y hasta ye comparto cuando le
da con un caño al gobierno. Pero en los hechos él es
el caballo de Troya de los comunistas. Él como
marxista intenta sacarle las direcciones gremiales a
los peronistas. El gran drama de Tosco es que yo sea
peronista, por eso cuantas veces puede me da con un
caño. En resumen, lo que pasa es esto: él combate al
secretario general de la CGT. ¿Por qué? Porque el
secretario general está dentro de un esquema sindical
peronista, y él está en un esquema sindical marxista.
Ese es todo el problema.
—¿Alguna vez habló con Perón sobre Tosco?
—Un día estábamos en Vicente López, y el general —que
tiene la costumbre de tomar té con galletitas— se
había sentado frente al televisor en espera de su
merienda mientras charlábamos. De repente aparece
Tosco en la pantalla y Perón me dice: "Otro más que
está trabajando para Lanusse".
—Muchas gracias, señor Rucci. Creo que se ha
franqueado conmigo como no lo había hecho nunca con
ningún periodista.
—No, creo que nunca me hicieron hablar tanto.
Daniel Plá
Fotos: Osvaldo Dubini
Revista Siete Días Ilustrados
26.02.1973