Congreso
Oficialistas bajo montañas de rumores
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El pasado domingo 14, en una mesa redonda difundida por Radio Municipal, se discutió la utilidad o insolvencia del actual Congreso Nacional. Uno de los participantes, la periodista y escritora Alicia Justo (hija de Alicia Moreau de Justo), hizo una prolija revisión, diario de sesiones en mano, de los epítetos que en estos tiempos se intercambian los diputados; su lista, obviamente incompleta, empezaba con la palabra "traidor" y terminaba con el vocablo "porquería". Después hizo una enumeración de las leyes y proyectos útiles sancionados hasta el momento: esta lista era mucho más corta que la anterior.
Aunque muchas personas se nieguen a creerlo, los diputados son, en alguna limitada medida, sensibles a esta suerte de santa indignación que sus modalidades de trabajo inspiran a la opinión pública. La acorralada sensibilidad de los diputados se irrita aún más cuando —como en la pasada semana— toda clase de amenazas, de rumores, rebotan en los pasillos del Congreso.
Así como —cuando se desatan las crisis y estallan las huelgas; cuando las amas de casa blasfeman en las calles— algunos militares caen en la tentación de pensar que si se obligara a los ministros a vestir uniformes las cosas mejorarían, muchos diputados — cuando los límites empiezan a resquebrajarse— bajan la voz y murmuran apellidos de generales. Esto es un tic que perdona a pocos. Una prueba bastante sutil la dio en la pasada semana el diputado alendista Vicente Musacchio: "A este paso —dijo, mientras se desplomaba sobre su banca— no sé para qué hicimos el sorteo de mandatos."
El sorteo de mandatos tiene por finalidad establecer qué diputados han de permanecer dos o cuatro años en sus puestos; tales equitativas precauciones, ciertamente, pierden sentido cuando los congresos son clausurados antes de tiempo.
El clima de hostigamiento comenzó a zamarrear a los diputados más o menos el día —hace pocas semanas— en que el chaqueño Juan Luco, jefe del bloque justicialista, anunció que su fino oído ya captaba tintineos metálicos, ciertos tropezones, "ruidos de espadas y de botas". Entonces, el candor de este Congreso joven —alrededor de 25 sesiones, más de 70 horas de debates, 7 proyectos de importancia aprobados hasta la pasada semana— se hizo trizas entre los puños de los diputados.

Ruido y furia
"Debe haber algo más que ruido detrás de todo esto, ¿no?", dijo el diputado Luis Amura, ex UDELPA. En seguida cerró la puerta.
Desde hace algunas semanas, todos en el Congreso, desde los jefes de bloques hasta los bibliotecarios, desde el lustrabotas Aguirre hasta el drástico capataz de ordenanzas Silva (el último representante de la tradición de servidores negros de la Cámara de Diputados), desde el presidente Arturo Mor Roig hasta los imperturbables postulantes que rellenan las antesalas, todos se han entregado al deporte un poco frenético de la caza del rumor.
Si se intentara poner orden en la maraña de este proceso se obtendría, aproximadamente, el siguiente esquema:
• Los diputados oficialistas estaban entregados a la dolorosa compulsión de sancionar una ley de salario mínimo en la que pocos creían, cuando los rumores sobre un inminente golpe de Estado llegaron a perforarles las orejas. La marejada coincidió con los primeros estallidos internos en el bloque de la UCRP: Roberto Garófalo, unionista de la Capital, se lanzó en una repentina, aunque ingenua, embestida contra las Fuerzas Armadas, pidiendo una investigación en SOMISA; el bloque oficial tuvo que detener el proyecto, so pretexto de algunos errores de sintaxis, y Garófalo arremetió entonces contra sus correligionarios y, extrañamente, también contra Emilio Ibarra, el presidente de la Lotería Nacional.
• El oficialista mendocino Luis Bobillo, de la línea moderada que inspiran los hermanos Leopoldo y Facundo Suárez, anunció después que se pediría la separación de Garófalo del bloque. "Es hora —dijo Bobillo— de que se empiece a entender que el país está por encima del comité."
• Pero el mal ejemplo dado por Garófalo preocupa ya a los líderes parlamentarios del gobierno; es un hecho que varios diputados nacionales, sobre todo entre los más jóvenes, muestran inequívocos signos de desesperanza ante la abulia de la Casa Rosada, y se teme que chispazos como el relatado actúen a manera de detonantes.
• Precipitadamente, mientras los rumores arreciaban, el illiísta Raúl Fernández y el balbinista Juan Carlos Pugliese, algo más que meros puntos de referencia dentro del bloque de la UCRP, comenzaron su tarea de apaciguamiento. Usaron dos clases de argumentos: a) La inoperancia no es del gobierno, sino de cierta "segunda línea de la administración", constituida, al parecer, por burócratas perversos e indolentes; y b) De todos modos, pase lo que pasare, "tenemos que rodear a don Arturo. . . hasta el sacrificio". Tal como era de esperar, estos argumentos sólo sirvieron para sembrar el pánico.

El silencio
No fue fácil encontrar durante las últimas semanas a muchos diputados del gobierno en el Congreso. Varios proyectos fueron reiteradamente pospuestos porque, según explicación del presidente Pugliese, no se pudo obtener quórum para reunir al bloque. Una repentina ola de gripes diezmó las filas gubernistas, y los que concurrían al Congreso se perdían por los
pasillos, se demoraban en la cafetería, hablaban y escuchaban, devoraban rumores. Para dominar la situación, los líderes de la mayoría debieron descargar sobre las mesas de trabajo varios proyectos que esperaban turno, entre ellos uno de Héctor Llorens, íntimo amigo del presidente Illia, sobre moratoria para las deudas privadas (ver página 49). En la pasada semana, la situación tendía a normalizarse.
"Es el problema de siempre con los oficialistas nuevos", explicó un miembro de la mesa directiva del bloque de la UCRP. Según él, cuando un diputado del gobierno llega a su banca, tarda poco en descubrir que es sólo una pieza ínfima en la maquinaria oficial y que la devoción de sus adictos, allá en la provincia, guarda poco parentesco con la frialdad con que es mirado en Buenos Aires por los ordenanzas de los ministerios.
Lo que es peor, descubre que para estar informado del pensamiento y de los planes del gobierno, una de las peores maneras es ser diputado oficialista. Los planes verdaderamente importantes de un gobierno, no interesa qué partido esté en la Casa Rosada, deben ser más o menos secretos; lo menos sensato sería confiarlos a un cuerpo colegiado y parlanchín que, bastante desconectado de la realidad, habita un caserón de una manzana donde viven y trabajan, todos los días, casi mil quinientas personas.
Entonces, tras varios meses de desamparo, cuando ya los enemigos han tenido tiempo de trabar cierta especie de áspera amistad, los líderes opositores se conmueven y empiezan a filtrarles a los oficialistas algunos datos, entre café y café. Aunque esto también es una forma de acción psicológica.
Esa situación hace entender que trazar ahora un resumen de las versiones que durante la pasada semana circularon en el Congreso, es una tarea que excede las disponibilidades de espacio de la presente edición; pero, de todos modos, es curioso comprobar que los oficialistas creían en todos los rumores de golpe que circulaban: absolutamente todos.
23 de Junio de 1964
PRIMERA PLANA-Página 10

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Rumores en el Congreso
Justicialista Juan A. Luco
Rumores en el congreso
Raúl Fernández, Héctor Llorens, Roberto Garófalo




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