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Dentro de unos días partirá hacia Mar del Plata la habitual caravana de automóviles que se moviliza para Semana Santa. Como en el verano que termina, en que la cantidad de accidentes y muertes se triplicó respecto del año anterior, cada palmo de la ruta esconde una acechanza y la posibilidad de una tragedia. Primera Plana hizo una investigación minuciosa a lo largo de la ruta para detectar los peligros y exponerlos a los automovilistas. He aquí el informe.

DON Santos Álvarez, claro, vive (¿sobrevive?) en la segunda mitad del siglo XX. No tiene ni botas de potro ni cinto de monedas. Su chambergo se ha convertido en una boina polvorienta. Tal vez, ni caballo tiene Don Santos Álvarez. Pasa su existencia arrastrándose dentro de los salones de una pulpería abandonada, como un fantasma.
A eso lo llaman el boliche de Liberata. ¿Hace cuánto? Doña Liberata le vendió la pulpería a Sánchez y él terminó alquilándosela a Borda, hace
como quince años. Pero Borda lo abandonó y ahí está Santos Álvarez, sacando los cadáveres. Porque la curva, la "curva de Liberata", a la salida de Chascomús, sobre la ruta nacional Número 2, goza también de otro nombre más siniestro: la Curva de la muerte. Allí, casi sobre el mojón del kilómetro 125, está el lugar más peligroso del camino a Mar del Plata. Los automovilistas aceleran, doblan, se topan con un paso a nivel, miran si viene el tren y matemáticamente se estrellan contra el boliche de Liberata, que cierra una segunda curva inesperada.
"Un año y medio atrás, murieron cuatro de un saque", comenta filosóficamente Don Santos. "Y al fin de la temporada pasada tuvimos el accidente más lindo: era una pareja de recién casados que iban a Buenos Aires para tomar un avión y viajar a Europa en luna de miel. El auto erró los palos esos y entró en el negocio. Fue a chocar contra la pared de atrás, después de hacer un agujero en el frente. Los novios se salvaron, pararon un ómnibus y alcanzaron su avión".
La travesía al primer balneario argentino está llena de acechanzas parecidas, zonas riesgosas para cubrir las cuales existe una teoría y una técnica no escritas, guardadas celosamente por la minoría de conocedores. Primera Plana recorrió el terreno, lo documentó fotográficamente v completó el panorama con varias entrevistas en profundidad para arrancarles sus secretos a los turistas habitués, choferes de ómnibus, camioneros y policías. El resultado permitió trazar un auténtico mapa de los riesgos en la ruta que —merecida o no— goza de la peor fama en materia de seguridad automovilística.
Al abandonar Buenos Aires, ya a la altura del kilómetro 59, empiezan las amenazas. El doble cruce de Etcheverry suma a los pasos a nivel (dos sucesivos) unas curvas que suelen provocar vuelcos. El patrullero del Automóvil Club, Carlos Manuel Alberti, confirmó que "ya van como cuatro o cinco que tumban en Etcheverry". Sin embargo, generalmente se trata de coches que vuelven a la Capital y aceleran para llegar antes. Una curva muy cerrada se halla más adelante, a la altura de Samborombón. El puente que cruza este río (kilómetro 95) hace añares que lo están reparando. Desgraciadamente, su peligrosidad no es cuestión de prudencia sino de suerte, explicó Francisco Mormina, mecánico de una minúscula gomería en el kilómetro 110 y medio. "Fíjese que nosotros vivimos a costa de esa obra, por los clavos que dejan sueltos sobre la ruta. A veces recogemos doce clavos en una rueda..." Como compensación, el automovilista victima puede tomar un auténtico café con leche criollísimo en la anexa hostería "Mi Estancia", un boliche típicamente campesino donde para sentarse es preciso espantar a las gallinas que picotean entre las mesas.
Otro mecánico, Osvaldo Aubía, en el taller "Estévez" de Chascomús, insistió que las curvas de esta localidad provocan más accidentes que las de una estrellita sexi. La peor, fuera de toda comparación, es la de Liberata, en el kilómetro 125, para entretenimiento filosófico de Don Santos Álvarez.
"Hace mucho tiempo, había una vez un camión tanque", asegura la leyenda. A una altura indeterminada entre Lezama (kilómetro 157) y Castelli (kilómetro 182), cuentan, volcó un carguero lleno de aceite. Vinieron las lluvias, pasaron los años y el tramo quedó eternamente patinoso, como una maldición bíblica. La verdad es que en días de lluvia esa zona es espantosamente resbaladiza, admitió el conductor de micro Francisco Daidone. Sobre todo a mitad de camino entre Lezama y Castelli, al cruzar el río Salado: es el escenario de la temible Curva de Guerrero, que costó vuelcos a los ómnibus de casi todas las compañías: Cóndor, Micromar, Costera, Río de la Plata... Ahora las llantas "agarran mejor" en un macadam nuevo, rugoso, que tapiza el tramo de Guerrero. Pero la posibilidad de patinajes imprevistos persiste en toda la región, "en realidad hasta las puertas de Dolores".
Además, arguyó Daidone, por aquellos pagos "cambia el aire". ¿Cómo es eso? Existe una evidente alteración atmosférica que, viniendo de Mar del Plata, perciben las personas más sensibles. El "aire de mar" se pierde definitivamente y el cambio brusco "emborracha" a los conductores inadvertidos. "Al salir del montecito hay vientos muy fuertes —puntualizó el chofer—, y puede suceder que si el auto va demasiado rápido, le exploten los parabrisas."
"Son bastantes los accidentes graves que lleva en su haber la barrera del ferrocarril en Dolores" (kilómetro 210), dijo Felipe Muñoz, uno de los dueños de la hostería "El Mirador". A la salida de Dolores, está la hostería más selecta (y cara) de la ruta: "Al ver verás". Su gerente propietario, David Koch, reveló a Primera Plana el horror de la "Trampa del Tigre": "Ayer mismo hubo un accidente, es bravísimo. Fíjense que hay dos arroyos, Tigre Chico y Tigre Grande. La trampa está en el segundo, a la altura del kilómetro 233. El puente que había no sé por qué motivo lo anularon y construyeron otro al lado, con un desvío precario. No hay carteles indicadores. Los autos siguen derecho, se meten rápidamente en el camino que no es y chocan contra los camiones. Porque, aunque parezca increíble, ahí han ido a habilitar un parking para estacionamiento de camiones gigantes, sin luces de ninguna clase. Acuérdense: el puente clausurado está a la izquierda, yendo hacia Mar del Plata".
El Valiant iba haciendo zigzag. Cuando el conductor del camión lo vio, era tarde. Choque de frente, nariz con nariz, a las once de la mañana. El automovilista era un profesor mendocino, que iba a veranear con su mujer. Literalmente deshechos. La causa: el sueño. El tramo entre General Guido (kilómetro 250) y Vivorata (kilómetro 367) es trágico. Los especialistas susurran su nombre traicionero: El bosque de la bella durmiente. Los hombres del volante están cansados, aprietan el acelerador, quieren terminar de una vez la tortura de la ruta Y los invade una somnolencia dulce dulce, dulce. No despiertan más.
Y justo en el kilómetro 276, a la salida de Maipú, es doblemente siniestro chocar. A comienzos de temporada, en ese punto se estrelló el doctor de la Torre, su esposa y un jovencito. A) día siguiente. Primera Plana interrogó al dueño del taller anexo a la hostería "El Rancho", frente a la cual se desencadenó el desastre. "No sé nada —farfulló—, yo nunca levanto accidentados. No quiero problemas con la policía. Si el hombre está ahí consciente, bueno. Pero si no, que la policía se arregle. Ella tiene guinches. Que después falta lo que falte, yo no quiero líos."
Por fortuna, no sólo la policía sino el Ministerio de Salud Pública de la provincia, poseen servicios de auxilio para las víctimas de choques. Las unidades móviles sanitarias residen en los destacamentos policiales de Mar del Plata, Vidal, Maipú, Dolores, Lezama, Chascomús y Etcheverry: cuentan con jeeps Gladiator Tornado Jet, médico, enfermero y chofer permanentes. Las ambulancias están dotadas de plasma y elementos de primeros auxilios, obrando como hospitales de apoyo los de Mar del Plata, Vidal, Maipú. Dolores, Lezama, Chascomús y La Plata. Si los accidentados no pueden ser atendidos en los establecimientos del interior, un avión-ambulancia los traslada a la capital bonaerense.
"La salida de Pirán es embromada, los días de lluvia es muy fácil volcar", avisa una gentil señorita que atiende un mostrador extraño, abierto sobre la ruta, a la altura del kilómetro 322. "Vale más la pena tonificarse y tomar acá un buen vaso de jugo de manzanas." Por 15 pesos, efectivamente, puede gozarse de aquella exclusividad regional y comprar productos de granja, zapallo en almíbar y demás exquisiteces de la Escuela Agrícola Salesiana de General Pirán. "La miel también es nuestra: viene de una estancia de Juancho", agrega.
Pero el mayor peligro de las cercanías parece estar encarnado en un puente angosto, de media calzada, sobre el kilómetro 314,5. Julio Neumann recalcó que era "bravo", y Ricardo Drabenche lo nombró, espontáneamente, entre los sitios azarosos. Tanto uno como otro saben lo que es la ruta 2: Drabenche es chofer a cargo de un camión de la empresa de Transportes "Namunkurá". Y Neumann es, él mismo, todo un riesgo: se desempeña como operador en una de las unidades con radar de la policía caminera. Ambos coincidieron —además—, con los conductores de micros, en que el factor más aterrador del camino, lo que le ganó su mala fama, no son ni sus curvas ni sus puentes, ni sus zonas patinosas, sino... los turistas.
Drabenche fue drástico: "Yo les prohibiría viajar de noche. Ellos van de paseo, uno está trabajando. Y hay que ver: el ochenta por ciento no sabe andar. Pasan el Cruce de Varela y prenden la luz alta. Ya no la bajan hasta Mar del Plata. Con los faros así, claro, no podés calcular". Idéntica queja de Luis Cerón, jefe de personal de "Micromar": "Al oscurecer, meten la reglamentaria y se olvidan". Choferes de la empresa comentaron, excitadísimos, la inconciencia lumínica de los automovilistas. "Algunos encajan una luz colorada delante. Atrás llevan un stop blanco. Vos los ves y creés que se te vienen de contramano". Paralelamente, el oficial inspector José Rodolfo Iraola, jefe del destacamento "Carnet" de la caminera, explicaba al corresponsal de Primera Plana en Mar del Plata: "Manejar en la ciudad es muy distinto de manejar en ruta. Es necesario tener conciencia de que se marcha a ochenta y que quien viene en sentido opuesto también se acerca a ochenta. Lo más difícil es apreciar, de noche, la distancia entre el coche propio y uno que se aproxima de frente, cuando se está por pasar a otro vehículo. Existe un secreto: a mil metros, las dos luces del vehículo que viene se ven como una sola. Hasta esa distancia, no hay peligro de efectuar el sorpasso. Pero a medida que las dos luces empiezan a separarse, es necesario acudir a la prudencia. Esa es la principal razón por la que los policías son implacables en reprimir a los automóviles tuertos".
El chofer de micro Francisco Daidone protestó contra "los que comen y toman" antes de manejar. "Si hasta se ven tipos que viajan con una botella de whisky en el asiento de al lado. ¿Y los que van sacando una mano por la ventanilla? Yendo a sesenta o más, si revienta una goma delantera se precisan las dos manos para conservar la dirección. El volante es una cosa seria. Ellos van conversando, tomando café, abrazados, manos afuera... Y nosotros, cuidando a los otros."
Un motivo frecuente de reventones y vuelcos es la falta de cuidados previos al viaje, declaró el jefe de la zona 8 de la caminera, subcomisario Walter Rubén Stefanini. "Se largan sin haber efectuado una revisación del vehículo. Y lo cargan con exceso: parece que quisieran desplazarse con la casa a cuestas. Cuando los ingenieros diseñaron el modelo y apreciaron sus condiciones de estabilidad, no calcularon un portaequipajes pletórico de sombrillas, cochecitos, mantas y demás. El problema crece en razón inversa al tamaño del auto. Viajan con las cubiertas lisas, con la dirección incontrolada (descontando por completo los golpes de viento), y en muchísimos casos, totalmente distraídos. Los 400 kilómetros requieren una atención constante, pero hay quienes sólo la ponen en práctica para tratar de distinguir los puestos de radar."
En temporada hay siete radares en la ruta. Actúan sólo de día, convenientemente disfrazados. Primera Plana entrevistó a la unidad 1, a cargo de Neumann y del operador Hugo Ricardo. Era un jeep común, sin inscripciones, pintado de azul y amarillo ("el jefe de policía es de Boca"), con dos hombres de particular. Se encontraba detenido a un costado del camino, como si estuviese descompuesto. Además de la pantalla, el radar cuenta con un velocímetro "Traff-O-Matic" cuya aguja denuncia científicamente la rapidez del auto sospechoso. Los operadores envían por radioteléfono la descripción del vehículo infractor al destacamento más próximo: cuando pasa por allá, lo interceptan. Aparte de la multa, deberá esperar dos horas, como castigo suplementario por apurado.
Uno de los hermanos Bazzigaluppi, de General Guido, reveló que hay una persona a la cual los hombres del radar no le hacen nada. La reconocen en seguida: el velocímetro pega en el tope. Y dicen: "Ahí va Fangio". Es el único capaz de cumplir la hazaña. "Es que su dominio supera a todo lo que uno puede imaginar", justificó Bazzigaluppi. "Un día estaba mirando un camión atravesado que bloqueaba la ruta, cuando veo una especie de bólido. ¡Zas, morimos! Pero no: el auto saltó a la banquina, aterrizó, frenó, y de adentro saltó el conductor, era Fangio. Yo estaba blanco de susto. «¿Qué pasó, pibe?», me preguntó" él, lo más fresco. Cuestión de rutina."
El chofer de camiones, Drabenche, evidenció un profundo odio contra los vaqueros. No contra los cowboys del Oeste sino contra los inmensos vehículos para trasladar ganado. "No soy yo sólo, es común. Los camiones jaula un la ruta son un asco. SI uno se queda, capaz que un micro se detiene para ayudarlo. El vaquero, nunca. Y nosotros les pagamos con la misma moneda: nadie los auxilia." El origen de la secreta guerra rutera parece ser higiénico: "Un día, una de estas jaulas me paró al lado y me ensució el camión de punta a punta", aulló Drabenche.
La verdad es que los camiones de transporte tampoco se salvan de las invectivas. Choferes de micro apuntaron que los camioneros salen solos a recorrer los 400 kilómetros, sin acompañante que los alterne en el volante. Es mucho. Primera Plana fue testigo de los efectos: en el kilómetro 271, pleno Bosque de la Bella Durmiente, un carguero de la firma González y Compañía se tumbó de costado y volcó varias toneladas de manzanas cara sucia sobre un Fiat 600. Un matrimonio y una nena, pasajeros del automóvil, se ahogaban bajo el océano frutal. Veinte minutos después, cuando lograron rescatarlos, la señora estaba con principio de asfixia.
Por fin, los micros recibieron su parte de crítica: el radarista Neumann describió su poder letal cuando algo o alguien pretende bloquearles el paso. "Llevan tanto peso y van a tal velocidad que necesitan muchos metros para ir frenando." Un melancólico automovilista los bautizó con más precisión: "Son los atilas de la ruta". Ecuánime, el oficial inspector Iraola sintetizó el problema. "Toda la ruta es igual, el camino tiene buena inclinación, las curvas son amplias... El peligro empieza cuando no se cumple el Código de Tránsito, y sobre todo, cuando se supera la velocidad permitida: 80 para automóviles, 70 para camiones y ómnibus. Y entonces no hay seguridad que valga."
PRIMERA PLANA
29 de marzo de 1966

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