En el vestíbulo —vagamente francés— de la Residencia
Presidencial de Olivos, la señora Silvia Elvira Martorell
de Illia, esposa del Jefe de Estado, recibió, el jueves
último, entre las 20.50 y las 21.55, a un representante de
Primera Plana. La señora de Illia fue acompañada por sus
dos secretarias privadas —una de ellas. Lucy Rébora, no
intervino en la conversación— y por otros tres
funcionarios. Peinada con su habitual rodete, vestida con
un sweater rojo, la Primera Dama se instaló ante un vasto
escritorio de estilo también francés, a la derecha de un
óleo estridente, firmado por Benito Quinquela Martín. Tres
magnetófonos se desplegaban en el escritorio: dos de ellos
pertenecían a Primera Plana. La que sigue, es la versión
completa de ese extenso diálogo.
—La casa donde la familia Illia vivió sus últimos años, en
Cruz del Eje, está en el centro de la ciudad, a dos
cuadras del correo y a tres de la plaza. La dirección
exacta es Avellaneda 181. Esa casa les fue regalada por
los vecinos mediante una colecta organizada por gente del
Comité Radical de la ciudad.
—Gente del Comité, no. Por sus amigos y sus enfermos.
Entre los amigos y los enfermos, por supuesto, están
también los amigos del Comité, que allá no se llama
Comité, sino Hogar Radical.
—Nuestras informaciones indican que el doctor Illia nunca
cobraba a sus pacientes, por lo que la situación familiar
no era muy próspera. Sólo en el último lustro habían
comprado un coche, un Kaiser Bergantín. El doctor Illia
era el único profesional del pueblo que no tenía
automóvil. De todas maneras, la que más lo utilizó fue
usted, señora, que había aprendido a manejar, de soltera,
en el coche de su padre. Sus veraneos en Cruz del Eje
empezaron cuando usted cumplió diez años. Durante el
invierno su familia vivía en Alta Gracia o en Buenos
Aires. Iban también la mitad del verano a Mar del Plata,
con sus padres y sus dos hermanas. Usted es la mayor.
—No. No está bien todo eso.
—¿No?
—Exacto, no. No fui a Cruz del Eje cuando tenía diez años.
Fue mucho antes, a raíz de que toda mi familia es de allá.
Cruz del Eje es de Córdoba. Yo soy cordobesa de
nacimiento, así que fijesé. En Alta Gracia vivimos después
que mi marido fue Vicegobernador. Mis padres compraron su
casa allá, más o menos en el año 40 ó 42. Somos tres
hermanas. La mayor, yo. Los veranos no los pasaba la mitad
en Mar del Plata. Mi padre era ingeniero (Don Arturo
Martorell. Su madre se llamaba Mercedes Kaswalder) y
dirigía el camino a Mar del Plata. Cuando nos invitaban a
Mar del Plata, la verdad que llorábamos. No queríamos ir
ninguna, porque nuestro mundo era Córdoba y Cruz del Eje.
Teníamos los amigos, teníamos los recuerdos y nos gustaba
más. Nuestros padres, bastante adelantados para esa época,
nos comprendían muy bien y nos tenían mucha confianza, y
nosotros íbamos a pasear.
—En Cruz del Eje, ustedes paraban en casa de una hermana
de su madre.
—Sí, mi tía mayor.
—Que ya murió.
—No, no. Vive, gracias a Dios. Es mi segunda madre para
mí. Y se conserva muy bien y muy dinámica. Los padres de
mi madre, los abuelos, la familia de mi madre, fueron unos
de los fundadores de por ahí.
—Usted conoció al doctor Illia en casa de otra tía que
vivía en Cruz del Eje.
—No en casa de esa misma tía. Lo conocí siendo muy chica,
justamente porque él fue médico de mi tío, que falleció en
el año 30.
—El apellido de esa familia era Cichero.
—Exacto.
—Estuvieron unos tres años de novios ...
—Falta mucho para eso. Yo era muy niña, imagínese, y no
tenía edad para afilar.
—¿Cuántos años tenía usted?
—A ver, déjeme ver. Mi marido llegó a Cruz del Eje en el
29, y bueno, justamente a los pocos meses de llegar me vio
él a mí. En esa época las niñas no eran como ahora, que
salen a los 12 años, así que me vio siendo yo muy chica
para esa época. Después lo volví a ver en el año 35, a su
regreso del viaje a Europa. Ahí fue cuando en realidad lo
conocí y estuve tres años de novia, sí.
—¿Con el beneplácito de las dos familias?
—Ah, gracias a Dios, sí. Y con nuestro mundo propio.
—Ya en esa época el doctor Illia se entregaba a la
política de manera muy activa, y usted lo veía poco. Por
las noches, cuando él volvía del campo, en el auto de don
Américo Delgado, se fijaba bien si en su casa había una
luz prendida. Entonces, según cuenta don Américo, "se
bajaba, saludaba y seguíamos viaje". Delgado tiene 65 años
y conoce al doctor Illia desde hace 35. Es presidente in
aeternum del Comité de la UCRP en Cruz del Eje. Es un
hombre alto y gordo, con cara y —casi con seguridad— con
espíritu de caudillo de pueblo. "Silvia es una mujer
admirable, siempre me emocionó su paciencia y su temple",
dice el señor Delgado. Contó además que usted pasaba
largas temporadas sola con sus chicos porque "el doctor",
como lo llama todo el mundo, se iba al campo por un mes o
a veces más, para las campañas políticas. Quizá para
matizar un poco su aburrimiento, usted...
—Gracias a Dios nunca tuve aburrimiento en mi vida. Por
eso lo combato en la juventud moderna cuando dicen: "Estoy
aburrida, estoy aburrida". No conozco lo que es
aburrimiento.
—... usted comenzó a actuar en política. Fue secretaria
del partido entre 1946 y 1953...
—Empecé a actuar en política desde que me casé con mi
marido. Porque estar en la casa era participar en
política. Era estar cuidando el hogar mientras el marido
andaba en estas cosas que sabíamos qué eran: por su
nación, por su pueblo. Así que... ya actuábamos con toda
responsabilidad. Gracias a Dios, los amigos de mi marido
me eligieron secretaria del partido desde que la mujer
tuvo voto. Así que desde el 45 estuve siempre de miembro
del Comité, departamental y del circuito. Empecé por el de
circuito, que es el primero.
-Entre 1948 y 1952, cuando el doctor Illia fue Diputado
Nacional, ¿usted vivió en Buenos Aires?
-No, yo no me aparté nunca de Cruz del Eje.
-Como secretaria del partido, usted llevaba la
contabilidad de las afiliaciones...
—Eso siempre lo tengo de ejemplo acá. Que no faltó un
centavo gracias a Dios.
—Todas las personas a quienes los redactores de Primera
Plana consultaron en Cruz del Eje, coincidieron en que
usted era una excelente ama de casa. Que no sólo cocinaba
muy bien, sino que también era muy hábil para la costura.
Más de una vez, cuando hubo estrecheces económicas en su
casa, usted reformaba las camisas y trajes de su padre.
—Permanentemente, y no por estrecheces. Gracias a Dios,
no. Lo mismo que arreglo ahora.
—Usted misma atendía a sus chicos, y aun cuando tenía dos
muchachas se levantaba temprano para mandarlos al colegio.
—Gracias a Dios, fui la primera maestra de mis hijos.
—En Cruz del Eje, la señora Úrsula, directora de la
escuela primaria provincial, dijo que usted era muy
personal y se ocupaba de todo en la casa. "Aunque no eran
católicos prácticos —agregó ella—, siempre fueron gente
buena."
—Ah, eso está muy mal, la contestación, muy mal.
¡Católicos prácticos!
Fijesé que esta señora Úrsula nunca estuvo muy en contacto
mío. Ella es directora de una escuela de La Banda. Las que
pueden hablar de mí son las que han convivido directamente
conmigo en la escuela de los chicos, la escuela Sarmiento,
que después se llamó General San Martín, pero que ahora ha
vuelto a su nombre primero. Ahí me conocen muy bien de
actuación. De mi casa partieron varios niños para ir a esa
escuela, cuidados y arreglados por mí. Pierda cuidado
usted. ¡Si usted le puede llamar no ser cristiano ni
católico a eso! Nosotros hemos sido siempre los mismos. Y
seguimos cien por ciento los mismos. No queremos cambiar.
¿Me entiende usted? Para los amigos y la gente que uno
trata diariamente no puede cambiar. Tiene que ser la
misma, ¿eh? Fijesé. Muy importante.
—Cuando el doctor Illia atendía el consultorio, usted
hacía las veces de enfermera, según investigaron nuestros
redactores en Cruz del Eje. Aprendió a poner inyecciones y
lo hacía muy bien. También sabía cuidar heridos y ayudaba
mucho a su esposo. Este dato nos fue proporcionado por la
señora Úrsula. Su casa cordobesa, señora, tenía el
consultorio adelante, atrás el comedor y el dormitorio
matrimonial, y arriba, sobre el garaje, la pieza de los
chicos con una especie de salida independiente. Estaba
amueblada en estilo provenzal, y en los últimos años
ustedes aprovecharon el patio para construir algunas
piezas más. En cierto modo, la casa parecía un comité.
Durante todo el día desfilaba gente. "Esa mujer es una
santa —proclamó en Cruz del Eje el señor Delgado—. A veces
venían los caudillos de campo, más de cincuenta, y le
llenaban la casa de barro. Además, había que alimentarlos
a todos. Pero ella estaba siempre de buen humor."
—Voy a agregarle unas palabras. Esa casa no fue un comité
nunca. Fue un hogar de todas las personas que llegaban. Le
voy a decir: en los tiempos peores y de más lucha, venían,
por ejemplo, los hijos de los contrarios, y sin embargo se
sentaban en la mesa con mis hijos. Y yo les decía: "Esto
ustedes piensan así... Perfecto. Esto mis hijos piensan
así... Pero primero la amistad y todo lo demás." No todos
pueden decir eso. Al final en todas partes del mundo —no
sé, en el cielo o en el infierno seremos distintos—, pero
aquí, el que más el que menos nos parecemos.
—Todos también en Cruz del Eje coincidieron en que es
usted una mujer de mucho carácter, y además muy dinámica y
nerviosa.
—No, nerviosa no. ¡No, qué esperanza! Soy así, dinámica,
pero nerviosa no. Nerviosa le llamo yo al que se atora por
cualquier cosa.
—El señor Américo Delgado cuenta que jamás, en 35 años de
amistad, le oyó al doctor Illia hacer una broma o reírse
de un chiste. Era poco amigo de las fiestas y de la vida
social.
—No, de la vida social no. Allí, pobre don Américo, no sé
qué le llamará él a la vida social cuando hacíamos siempre
vida social, pero dentro de mi casa. Esa era la
diferencia. De todas partes del país, de todas partes del
mundo llegaron a ese pueblito y a esa casa de Cruz del
Eje.
—Ustedes se casaron el 15 de febrero de 1939 en la
parroquia de Punta Alta, ahora iglesia de Nuestra Señora
de Luján. Fue en Puerto Belgrano, una base naval a 30
kilómetros de Bahía Blanca. Los padrinos fueron sus
padres, el ingeniero Martorell y doña Mercedes Kaswalder.
Usted tenía entonces 24 años, dicen en Cruz del Eje.
—¡No, por favor! A los 24 años ya era madre. No diga la
edad, no tiene importancia. (Según La Razón del 15/XII/63,
la señora de Illia nació el 11 de noviembre de 1918. Su
marido, el 6 de agosto de 1900)
—Allí, en Puerto Belgrano, vivía su hermana Marta, que
murió hace 3 años y estaba casada con quien luego fue el
contraalmirante Horacio Esteverena.
—Permítame, le voy a explicar. Fue justamente el primer
verano después del casamiento de mi hermana, porque mi
hermana se casó en julio y yo en febrero. Y mi padre, como
nosotros teníamos un concepto del hogar, qué sé yo, que lo
mantenemos, no nos podíamos separar de la hermana. Mi
padre dijo: "Vamos a ir a veranear para ver a la hermana."
Ese verano yo no fui a Cruz del Eje. Mi marido, o mi novio
mejor dicho, vino a visitarme y nos casamos.
—De todos los entrevistados en Cruz del Eje, sólo (...)
(Por circunstancias especiales, no es posible identificar
aquí a ese testigo. La señora de Illia, sin embargo,
conoce ese nombre, que fue mencionado en el diálogo) hizo
serios cargos contra el matrimonio Illia.
—¡Mire usted! ¡Un señor al que le hemos abierto las
puertas de mi casa!
—Criticó la falta de devoción de usted y el doctor Illia.
"No recuerdo — dijo— ni nadie recuerda aquí haberlos visto
en misa."
—¡Ah, no! Mire, le voy a decir más. No faltamos nunca a un
tedeum en ninguna época del año. El señor (...) no estaba
entonces. El llegó a Cruz del Eje después del peronismo, o
un mes o dos antes. Más: asistimos a muchas partes donde
lo criticaban. Sin embargo, nosotros nunca lo criticamos.
La verdad que nosotros hemos ido muchas veces a misa.
Ahora, la verdad es que el creyente no necesita solamente
ir a misa para darse cuenta de todas las cosas. Nosotros
somos muy creyentes. Mi marido es educado en un colegio de
curas. Mi abuela es fundadora de la que hoy es catedral,
en Cruz del Eje, y está allí un..., ¿cómo se llama?..., un
santuario. La verdad es que no estuve en eso
constantemente, porque mi marido era un hombre de mucho
trabajo, y yo también, y no nos parecía que..., ¿me
entiende usted? Mire: ¡católico apostólico romano es este
hogar! Y práctico en..., en los hechos, ¿me entiende?, en
la obra.
La secretaria de la señora de Illia, doña Fayd Calvet de
Montes, terció a esta altura del diálogo: "Es la primera
esposa de un presidente —informó— que hizo una capilla en
la residencia de Olivos."
—No, no. Yo no soy de las que me gusta estar apareciendo
por todas partes. Yo voy y lo hago modestamente. Es lo que
a mí me gusta, y a mi marido también. Yo tenía otro
concepto de mi amigo (el señor...) y pienso siempre que es
mi amigo, a pesar de estas cosas que pasan.
—Éste testigo indicó que sus hijos son un producto de la
educación liberal que ustedes les dieron.
—Mire, señor. Tan liberal fue la educación de mis hijos,
que ya le digo, a mi casa llegaron de todos los hogares de
Cruz del Eje, ¿me entiende? Mi chica estuvo en la Acción
Católica. Ese testigo llegó al pueblo cuando ya los chicos
fueron más grandes y se apartaron de la casa porque
tuvieron que estudiar. Usted sabe, la lucha por el
estudio. Mis hijos tenían condiciones para el estudio.
Mire si seré católica que hemos creído en la conducta de
nuestros hijos, y nosotros nos quedamos en el lugar que
correspondía. ¿Qué lugar le corresponde a una madre?
Dentro del hogar, ¿no es cierto?, para esperar a un marido
que está luchando y que está saliendo, ¿verdad? con todas
estas cosas, y no para deshacer un hogar. La mujer nunca
debe irse de su hogar. Pero fijesé, tres chicos, y los
tres llenos de aspiraciones para estudiar. ¡Cómo no van a
ser libres! Libres, sí, pero libertad bien entendida. Los
chicos son los tres maestros y universitarios, pero nada
de eso que dice este señor. ¡Me extraña enormemente eso, y
no lo creo! Porque yo, fijesé, no soy muy besamanos, pero
tengo fe en la gente, así que esto no lo tomo en cuenta,
porque le aseguro que no es así. Ya le digo, mi chica
estuvo en la Acción Católica. A veces, en la vida, nos
encontramos con gente que porque no hace lo mismo que la
demás gente, la tilda de cualquier cosa. Eso, claro, es
algo que va en lo que Dios nos da a rada uno, ¿me
entiende? Para mí es Dios. No sé qué será para los demás.
Yo no tendría calidad para decir esas cosas, ni para
sentirlas ni pensarlas de él. Para mí es una gran persona
desde que lo hemos conocido, y lo hemos conocido en los
últimos tiempos, porque él no hace muchos años que está en
Cruz del Eje. Así que vea usted, poco y nada puede decir
de nuestras cosas, ¿no?
—El testigo aseguró, además, que el doctor Illia como
médico, era un fracaso, que usted era "pizpireta y
mandona", "demasiado coqueta".
—¡Mire usted! ¡Yo, coqueta! ¿Usted me ve cómo soy yo?
La secretaria Montes terció nuevamente: "La señora es muy
femenina, eso sí. Realmente la mujer tiene que ser coqueta
porque es su parte de femineidad."
—¡Fijesé! Los otros días el señor (...) vino acá,
tranquilamente. Mire, ¡haber sabido esto antes! ¡Linda
polémica hubiera tenido yo con mi amigo (...)! No conozco
a los redactores que le han informado eso, pero conozco a
(...) Y desde ya le digo: yo no lo acepto. No lo acepto, y
no lo creo. Y allá yo, y allá (...). Dios juzgará.
—En la misa de las seis de la tarde, el domingo pasado,
seis personas desmintieron la imagen de nuestro testigo.
Dijeron que ustedes eran "gente muy buena y sencilla". A
veces, según una de esas personas, "se la veía a la señora
Silvia con el delantal de cocina por la calle".
—No, ahí se equivocó. No era de cocina: un coqueto
delantal que me regalaba alguna amiga de las que cosen y
bordan muy lindo. Entonces yo, para ir más cómoda, como
tenía que hacer mis compras y soy una mujer que me doy
maña para muchas cosas, me parecía mejor ir con el
delantal que tenía bolsillo y ponía allí mis cuantas
cosas: mis boletitas, mi dinero y, qué sé yo, de vez en
cuando llevaba algunas cosas para hacer las diligencias.
Fijesé qué suerte poder hablar así de la vida íntima de
cada uno, ¿eh? Sinceramente que es interesante, ¿eh?
Fijesé si muchos pueden contar así la vida, ¿eh? Así, tan
limpia, ¿eh?
—Nuestro testigo agregó que usted no actuaba
socialmente...
—¡Si le parece no actuar socialmente lo que yo hacía! Vea:
actuaba en el Hogar Radical, actuaba como presidenta en
las Comisiones Benéficas. ¡Hoy tengo el producto de la
actuación! Tengo un niño acá en la Residencia, que me lo
han traído, que le han cortado una pierna (fue en el
tiempo que estuvimos allá), y ese niño ya creció, y hoy
necesita otra vez y viene hacia mí. ¿A usted le parece que
eso no es hacer sociedad? ¿Qué le parece hacer sociedad?
¿Ponerse en un rincón a beber y a morirse de risa y a
hablar del prójimo? ¿Eso le parece a usted hacer sociedad?
—No, señora.
—Bueno, entonces pasemos a otro término.
—"Con los chicos no era demasiado severa", dijo de usted
la señora Juanita Torres, en Cruz; del Eje.
—¿Juanita Torres? No existe. Yo no la conozco. Será de
algunas Torres muy desconocidas.
—"Esos chicos eran la peste", dijo. "Montaban cualquier
caballo y una vez el menor casi se mata en la pileta."
—Esas cosas son ciertas. La peste, no. Está muy
equivocada. Seguramente esa señora Torres, aunque no la
conozco, mandó muchas veces a su chico a jugar a mi casa,
porque una de las madres que siempre aceptaba a los niños,
y que le hice la vida para los niños dentro de mi casa,
para que no anduvieran en la calle, fui yo. Mis chicos
salieron de mi casa, para venir a Buenos Aires ya
perfectamente educados, capaces de saber éste es el Mal,
éste es el Bien, deben caminar por acá, elijan. Tampoco
uno está permanentemente para andar detrás de los hijos,
¿eh? Perfecto.
—Seguramente la señora Torres dijo "peste" en un sentido
figurado.
—Sí, peste es una palabra que se usa allá. Es muy de allá.
Mis chicos eran... ¿cómo decirle? Para toda madre, su hijo
es el mejor del mundo. Pero mis chicos, la verdad que
tenían muchas inquietudes. Hoy las tienen hasta decir
basta. Tuvieron que hacer cursos libres. ¡Primero,
segundo, han pasado los años libres, porque los chicos se
aburrían con los otros! Por eso yo voy y le digo a mucha
gente: los niños no se deben dividir por edad, porque el
mío tenía 6 años, por ejemplo-, y era un chico avanzado
para 8 ó 10. Hoy tropiezo con eso con el chico mío. El
chico mío tiene amigos de 25, 30 años. Porque mi chico es
un chico que tiene inquietudes, así que no es para decir
peste. Yo diría otra cosa.
—La palabra "peste" quizá significara eso: inquietos.
—Inquietos, sí. Y ya le digo: inquietos, y darlo todo por
los demás. A veces por generosos, yo misma tenía
contratiempos. Iba a buscar una cosa y... "¿Y querido,
pero y cómo?", "Bueno, mamita, se lo di."
—Quisiéramos verificar otras informaciones: ¿usted suele
levantarse poco antes del mediodía? Nuestros
investigadores indican que a menudo usted contesta desde
su cama la correspondencia y firma allí las cartas de
recomendación.
—Ahora, este asunto de levantarme tarde se lo voy a
explicar: no crea usted que me levanto tan tarde. Trato de
pasar por la mañana en el piso de arriba de la Residencia,
para estar más aislada, porque ya aquí no se puede, está
invadido por mucha gente. Entonces me quedo arriba,
primero para dar la oportunidad de airear y limpiar todo
esto: uno debe ser comprensivo, y también para estar un
poquito más aislada. Verdaderamente, me despierto a la
siete o siete y cuarto, a esa hora ya estoy con toda mi
correspondencia y mis cosas. No doy muchas
recomendaciones. No me gusta hacer esas firmas. Trato
directamente esas cosas.
—Durante las tardes, según nuestro datos, usted hace vida
social, va a cócteles en las embajadas, participa de
algunas canastas de beneficencia, pero sin jugar nunca.
—La verdad que voy más porque me invitan mucho, y quiero
cumplir y quiero conocer. Me había apartado muchos años de
la vida de la Capital, y me gusta llegar para
interiorizarme bien de todo. Ahora: no es sólo eso lo que
hago.
—Hay aquí más datos, señora: usted va con frecuencia al
centro de Buenos Aires, y a veces hasta figura en la lista
ele audiencias de su marido. Con él suele almorzar en la
casa rosada.
—No sé, porque me parece que él tiene que trabajar
mientras almuerza, y no me gusta molestarlo. Él tiene que
estar con la gente, arreglar algunas cositas de
conversaciones, y después está con sus edecanes y su
gente.
—El doctor Illia duerme los sábados y domingos en Olivos,
y durante la semana, en la Casa Rosada.
—Exactamente. Por eso, sí, porque Olivos es un poco
distante, y él tiene mucho que hacer, y le parece que las
horas son oro. Para nosotros, los minutos son oro.
—En Olivos, señora, usted supervisa el estado de las
gallinas y las vacas, y presta especial atención a los
chicos que viven en la Residencia.
—Así es.
—¿Cómo fue su infancia, señora?
—Ojalá todos pudieran tener mi infancia, mi juventud, y...
bueno, mi madurez, si Dios quiere. Ojalá muchos, la
pudieran tener como la mía. A los 4 ó 5 años vine a Buenos
Aires, mi padre era ingeniero jefe de Obras Sanitarias de
la Nación. Entonces estuvimos en el distrito de Boca y
Barracas; después fue ingeniero en Palermo, después en la
calle Charcas.
—¿Qué tal alumna era?
—Ah, muy bien, muy bien. Hoy tengo el recuerdo y el cariño
de todas mis amigas, de mis compañeras y maestras.
—Según nuestras informaciones, usted ingresó en 1932 a la
Escuela Nacional de Bellas Artes "Prilidiano Pueyrredón",
y egresó en 1936 como profesora de dibujo. No tuvo
aplazos. El promedio de sus notas era de aproximadamente 7
puntos.
—No sé si seré muy antigua o muy moderna: me parece que
las notas en sí no tienen ninguna importancia. Fijesé que
en las notas muchas veces influye la forma en que el chico
está. Mi chico conversando conmigo es una cosa, y cuando
va a rendir es otra. Porque claro, es el estado espiritual
de la persona. He visto a gente recibirse con 10 y después
en la práctica no servir para nada, y después a otros con
grandes aplazos hacer maravillas en la práctica.
—Usted no tuvo aplazos, sin embargo.
—No, no. Vivía detrás de la puerta en penitencia. Será que
he sido un poco pícara. De lo que me alegro mucho, porque
quiere decir que tenía inquietudes.
—Se le adjudica un gran amor por los animales, señora...
—Mire, el amor principal es el prójimo para mí. Ahora, los
animales nos acompañan. Me interesan, los quiero mucho.
Tengo varios: gallinas, caballitos, vaquitas, ovejitas,
todo lo que puedo.
—¿Le gusta pintar, señora?
—Sí, pero no pude tener muchas ocasiones de pintar en la
vida. Coloreo fotografías, y esas cosas...
—Sabe cocinar, coser...
—Gracias a Dios, de todo. Hasta le arreglo una heladera,
si usted quiere.
—¿Qué comidas prefiere?
—Le voy a explicar: tengo abuelo español, tengo abuelo
italiano, tengo abuelo austríaco y tengo abuelo criollo.
Así que mi marido dice que todo me gusta.
—¿A qué horas escuchan música?
—Bueno, los sábados y domingos, por lo general cuando
viene mi esposo, por lo general siempre escuchamos música.
Nos gusta mucho la música.
—¿Qué música, por ejemplo?
—Música clásica, música antigua, lo que usted busque. Y
folklore también. En fin, depende del momento en que
estamos.
—¿Cuál es su pintor predilecto? Goya, se dice.
—Es uno de ellos, sí. Me gustan mucho los pintores de
colores vivos. Parece que estuvieran más de acuerdo con mi
forma de ser. Quinquela, Fader, Bernaldo de Quirós...
Casualmente tengo que irlo a visitar a Quirós. Sé que
tiene obras preciosas.
—¿Cuál es su ocupación principal, ahora?
—En este momento, acompañarlo a mi marido, y sobre todo en
esta primera figura en que estoy; segunda figura, porque
soy la señora del Presidente. Me gusta dedicarme a algo
efectivo, y sobre todo a los niños, en la Comisión
Remedios de Escalada de San Martín. La Comisión va muy
bien, demasiado bien. Lo que más nos interesa ahora es la
edad preescolar. Le dedicamos todo el día. Para decirle la
verdad, a nosotros nos interesa todo. Ahora duermo poco.
Seis o siete horas por día. Somos gente muy trabajadora.
Nos gusta mucho trabajar.
—¿Qué tipo de joyas prefiere?
—Esta (señalándose el corazón).
—¿Le gusta viajar, señora?
—Sí, me gusta mucho viajar. Es muy interesante todo. A
cualquier parte que usted vaya, todo es interesante. Sobre
todo después de las visitas que hemos tenido, usted elige
uno y dice qué interesante; elige otro y dice qué
interesante. La verdad que me gustaría mucho el Japón. Esa
parte me encantaría.
—¿Extraña Cruz del Eje?
—No. Yo tengo una forma de ser que... yo me habitúo donde
estoy. Hago mi propia vida, mi propio mundo. Recuerdo
aquello con mucho cariño.
Para mí siempre está permanente todo.
—¿Cómo cree que debe ser la mujer del presidente
argentino?
—Me parece que debe ser una mujer-mujer, y no apartarse de
eso, y ser siempre, como es uno... ¿Por qué va a cambiar?
La mujer en este momento tiene mucho que hacer. Es muy
importante poder acompañar al marido en todas estas cosas.
Así que ahí estamos en esta labor, con toda
responsabilidad, tratando de hacer lo mejor en estos años
en que a uno le tocan estas cosas.
—La señora Mercedes Villada Achával de Lonardi acaba de
indicar que una cualidad esencial es la discreción.
—Mire: lo primero que debe ser uno es natural. Porque si
usted quiere cuidarse mucho, resulta que en cualquier
momento se descuida, ¿verdad? Así que yo trato de ser como
soy yo y apartarme mucho de mi persona.
(A esta altura del diálogo, la señora de Illia interroga
al redactor sobre el artículo "Las seis que aún pueden
acordarse", publicado en las páginas 29 y 30 de este
número.)
—En la portada del número 145, Primera Plana publica una
fotografía suya, tomada con teleobjetivo, durante el
desfile del 9 de julio pasado.
La secretaria Montes vuelve a terciar: ¿Por qué con
teleobjetivo?
—Me imagino entonces las arrugas que debo tener. ¿Por qué
no me la muestra?
—No está impresa todavía, señora.
—¿Usted la va a publicar en la revista sin que yo la vea?
¿Y si no la acepto? Me la tiene que mostrar a mí, ¿no le
parece?
—Quizá. Sería un acto de gentileza, señora. En la portada
hay, además, un título: "La señora presidenta".
—No. No digan "La señora presidenta", No me gusta. Soy muy
respetuosa. Me parece que el presidente elegido es mi
marido. Y "La señora presidenta" no me gusta. Yo no soy
así.
—A madame Yvonne de Gaulle se le suele llamar
respetuosamente Madame la Presidente.
—Bueno, pero cada uno tiene su forma de ser. ¿Por qué voy
a ser yo igual que la señora Madame... Présidente?
La secretaria Montes quiere entonces acotar lo siguiente:
"Cuando la señora vino a la Residencia presidencial de
Olivos, me dijo a mí que éste iba a ser el hogar para
todos los argentinos, y que ella nunca quería dejar de ser
la esposa del Presidente de la Nación, que nunca quería
escuchar que le dijeran Presidenta, porque el cargo lo
eligió el pueblo para un hombre. Ese título sólo lo puede
otorgar el pueblo por elecciones. Hasta el día de hoy
hemos tenido la enorme satisfacción de que nunca, en la
correspondencia que llega aquí, se le dice Presidenta a la
señora. Nunca." .
—De todas maneras, Primera Plana respetará
escrupulosamente lo que la señora Illia dijo.
—Y, dígame una cosa... ¿No tendrá hecho el artículo ya?
—¿Cuál, señora?
—El que va a salir en la revista.
—Tengo que escribirlo, señora.
—¿Y por qué no publican esto que hemos hablado?
—Es lo que vamos a hacer, señora.
17 de agosto de 1965
PRIMERA PLANA
Ir Arriba
|
|
|
|
Productos realizados en tela,
material amigable con varios rubros, paseamos por los que nos
llaman... Realizando productos para decoración, vestimenta,
juegos para niños y niñas... Y los que sigan
presentándose!!!
https://www.facebook.com/shigndecoracion/
|
|