La semana pasada deambuló a pie o en su automóvil, con una
abultada agenda en la mano y sin demasiado tiempo para
fijarse si las medias que llevaba hacían juego con el
traje. Tato Bores abrió muchas veces esa agenda sobre la
que garabateó números y letras. Dos preocupaciones o dos
ocupaciones lo obligaron a correr de un lado a otro: el
nacimiento de un hijo y su nueva aparición por TV, que se
inicia el domingo próximo.
El hijo, Sebastián, 3 kilos, es el segundo (el otro:
Alejandro, de 5 años). El ciclo de TV es el tercero que
hace con su libretista, Carlos Warnes.
Los dos acontecimientos derivan en dos expectativas casi
similares: "Apenas si pude estar un rato con mi mujer en
el sanatorio. Al chico casi no lo he visto". Pesa mucha
melancolía en estas frases, mucha ingenuidad escondida
entre un fárrago de palabras. La inquietud es la misma
cuando se acuerda de su programa de TV: "Hay que hacer
reír en serio. No salir del paso con cualquier cosa. Yo me
estoy jugando todos los domingos".
Este es el Tato Bores que también conviene descubrir; el
otro, el que 20 minutos por semana aparece en la pantalla
del televisor, con una desordenada peluca y un habano, es
un reflejo, una consecuencia de este hombre de 1.60 de
altura, 74 kilos, 36 años, que vive en un departamento de
Bulnes y Libertador.
Las diferencias más visibles con el Tato Bores de la TV
son escasas: un hablar más lento, pero no demasiado, un
lenguaje directo y llano y una mejor percepción de su voz
enronquecida, de su abundante gesticulación, de su
franqueza casi infantil.
Pánico y cautela
La inquietud que carcome a Tato Bares antes de empezar su
programa no debe sorprender demasiado. "Yo era más
gracioso a los 20 años, era un irresponsable, un fresco. A
veces encuentro libretos viejos, de mi época de revistas y
me preguntó cómo los pude representar, cómo no me daba
cuenta de lo malos que eran. Hoy volvería a hacerlos
únicamente si de eso dependiera no morirme de hambre".
Bores sabe que él ha evolucionado, pero sabe que el
público también y que el lugar que ocupa frente a ese
público es una torre que no tiene que derrumbarse.
"Cada audición es como dar un examen. La macana es que no
hay tres tipos delante de uno. Creo que hay más, por lo
menos cuatro. Empiezo el programa con un pánico loco y lo
termino igual, destrozado, como si hubiera subido al
Tupungato." Según Bores, la larga experiencia en el oficio
no sirve de nada, no le sirve a él. "Cada vez es como si
fuera la primera."
Es una tensión que se inicia el lunes, con Warnes y su
máquina de escribir al lado, y concluye el viernes,
después de haber escrito y tachado, fumado y consumido
whisky. "Si con eso bastara... ¿Y si el libreto no es muy
bueno? Warnes descansa el viernes, pero el domingo me
tengo que largar solo. No es tan simple como parece."
El ahora responsable Bores alcanza otros extremos de
cautela: rechazar ofertas para radio, teatro, para más
emisiones de TV, inclusive. "No tengo capacidad para
realizar varias cosas al mismo tiempo. No me da la cabeza.
Con los 20 minutos del domingo me sobra. Yo no quiero
repartirme, me saldría todo peor." Por eso, además, sólo
acepta trabajar seis meses al año, 26 programas desde mayo
a octubre. "Me piden siempre: «Quédese un mes más». Yo
pienso, pienso. ¿Y si la gente se aburre, si la gente
empieza a decir: «Eh, ya está bien, este tipo me cansa»?
Prefiero que digan: «¡Lástima que terminó!»"
No se trata solamente de un método de autoconservación,
una coraza, sino de la necesidad de no defraudar. Después
de quince años de éxitos en radio y teatro y de unos pocos
films, Bores ha anclado en la televisión y parece
dispuesto a no salir de allí: "Llego a más gente y eso me
importa, que se diviertan; quiero llevarles un poco de
risa. Si no me importara me pasaría la vida en el estudio,
haría dos funciones por día, filmaría películas. Dejar de
ser actor seis meses al año me cuesta dinero..."
Sin embargo, la fórmula de Bores le viene dejando óptimos
dividendos. 'Siempre en domingo' tuvo, en 1961 y 1962,
excelentes índices de audiencia. Por un lado, gracias a
los agudos monólogos sobre la actualidad que propone
Warnes; por el otro, gracias al estilo comunicativo,
desopilante, con que Bores los entrega al espectador.
Dentro de esos monólogos, la política juega un papel
preponderante y hasta ganó un personaje para el programa:
el ingeniero Álvaro Alsogaray.
Sería erróneo pensar que la responsabilidad con que Bores
se mueve en su tarea es una fría regla profesional. Es —y
él no lo admite del todo— el resultado de un largo cariño
por el público o, tal vez, el resultado de un largo cariño
por todos sus semejantes, una actitud que Bores desparrama
cuando habla de sus amigos, saluda a los porteros del
Canal 9, cuando tutea a la mucama, cuando regala corbatas
u ofrece su casa, su whisky, sus cigarrillos, sus cómodos
sillones, su idioma repleto de lunfardo, de calle, de
Buenos Aires.
"No soy un tipo al que nadie le importa nada. Me preocupo
por todo. A la mañana me digo: «Tengo que cambiar». ¿Pero
cómo? ¿Ud. se da cuenta de todo lo que pasa? ¿Cómo se va a
quedar tranquilo después de leer el diario, de mirar la
cara de la gente? Y además soy chinchudo, soy parlatutti.
La gente que me encuentra por primera vez me dice: «¡Qué
distinto de la TV!» ¡Qué le voy a hacer! Yo no soy
gracioso, lo único que sé es contar cuentos bien."
Una mezcla de sentimientos
Tato Bores, ser humano, no consigue ocultar sus aristas;
niega su evidente timidez, le da otro calificativo a su
exigencia de comunicación con el mundo y sus habitantes1.
Son características que agrupa bajo una denominación: "Soy
un tipo común". Y que disfraza corriéndose a los márgenes
de la charla: "Mi deporte favorito es cazar moscas" o "Soy
maniático con la comida. No quiero engordar porque si,
quiero engordar con motivo".
De pronto responde a una pregunta e informa que tiene 20
trajes; en seguida se vuelve atrás: "No ponga eso, alguien
se puede molestar. Ponga que tengo los trajes que necesita
un tipo que es vidriera pública". Otra vez la frescura
infantil que una voz ronca o un cabello un tanto ralo no
logran disimular. Y al momento, de sopetón, mientras duda
si atender el teléfono, una confesión: "Claro que me
preocupa todo. Yo esperé muchos años, hice mucha
amansadora; da trabajo llegar, seguir adelante, aunque Ud.
sea albañil o plomero o actor. A mí las cosas no me
cayeron del cielo. Tres meses me pasé en un hall de Radio
Belgrano, tres meses de 5 a 11 de la noche, esperando que
apareciera un avisador para poder lanzarme solo en un
programa, a las 9, media hora para mí. Me ofrecieron salir
con tandas y a las diez y media. Seguí esperando. Un día
apareció el avisador. Esa es la vida. A los 20 años yo era
un astro de la radio; sí, no es exageración, era un astro.
Después me encerré en el teatro y me esfumé; perdí el
tiempo en el teatro, en la revista, en las boîtes. La
boite es un pan amargo de ganar, tenés que aguantarte a
los borrachos que te dicen: «Che, Tatito, ese chiste ya lo
oí antes». No sé si perdí el tiempo en el teatro, pero
fueron años que pasaron muy rápidamente. Ahora, no quiero
tenerle la vela a nadie".
Desparramado en el sillón, Tato Bores es esa mezcla de
sentimientos y una mezcla de antecedentes: el chico que
abría puertas de coches en el Cervantes o tomaba mate con
linyeras en la Costanera. El adolescente que ingresó en la
escuela Otto Krause y nunca supo manejar una regla de
cálculos ("Y eso que lo elegí porque había que ir a la
mañana y a la tarde"). El muchacho que aprendía clarinete
y tocaba las maracas en la orquesta de Luis Rolero; el
mismo Mauricio Borestein, nacido en una casa de Carlos
Pellegrini y Tucumán, que una noche, en la despedida de
soltero de Santos Lipesker, repartió unos chistes,
sorprendió a Julio Porter y a Pepe Iglesias, y comenzó así
su labor de actor cómico.
El mismo que está desesperado por llegar al sanatorio, por
ultimar los detalles de su emisión de TV y que se va hacia
atrás en los recuerdos: "Cuando hice la conscripción bajé
12 kilos en un mes y después llegué a pesar 87". El mismo
que asegura haber heredado la barriga del padre y los
nervios de la madre. El mismo, en fin, que explica que su
vertiginoso hablar en la TV viene de la primera vez que
recitó en un escenario: "Tenía que decir: «¿Esto es
América, verdad?» y el miedo me obligó a largar las
palabras de un tirón".
¿Y Alsogaray?
Bores sabe inventar recursos, o sabe transformar en
recursos un elemento casual, un rasgo de su carácter.
"Para que no me molestaran en la boite, dejé de vestirme
bien y me vestí de atorrante. Así podía decir cualquier
cosa: un atorrante puede decir cualquier cosa. La pegué:
nadie me embromó más. La peluca, el habano y los lentes
sin vidrios que uso en la TV son algo parecido. A cara
limpia, Ud. no puede decirlo todo. Pero si se da un toque
de locura, sí."
Algo es evidente: Tato Bores es un notable humorista. Pero
no es el resultado del favor de un público. El ha formado
a su público y con armas valederas, sin demagogia, sin
groserías. Dentro de cinco días tornará a enfrentarlo.
—¿Y Alsogaray? ¿Qué va a hacer sin él, ahora que no es
ministro?
—No tiene nada que ver. En una de ésas, lo usamos de
nuevo.
30 de abril de 1963
PRIMERA PLANA
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