Nada mejor para delinear el perfil de Pichuco que
recopilar lo que de él relatan sus amigos. El resultado da
cuenta de su famosa generosidad, sus andanzas juveniles,
sus pasiones y debilidades, sus virtudes y defectos
No puede causar sorpresa que alrededor de uno de los más
grandes mitos populares argentinos como fue Aníbal Troilo,
circulen infinidad de anécdotas. Sin embargo, no fue tarea
fácil recolectar las más originales. Para ello hubo que
rastrear entre familiares, amigos, músicos, cantantes y
demás noctámbulos y recorrer —por supuesto— los lugares
por donde transitó el genial Pichuco. De esa manera, tras
una extenuante semana, se cosecharon medio centenar de
situaciones, episodios y ocurrencias que sirven para
trazar un vivo retrato de Troilo. Entre todos esos
testimonios se seleccionaron doce, los que a juicio de
Siete Días pintan mejor a Pichuco como músico, amigo y ser
humano.
• Troilo fue un burrero empedernido. Se jugó lo que tenía
y lo que no tenía. Y, por supuesto, ganó mucho y perdió
también, tanto que algunos de sus amigos dicen que se
patinó una fortuna a las patas de los caballos más
famosos. También de los desconocidos, claro. Hasta que un
día, Zita lo convenció de que no jugara más. Cuando le
preguntaban, el Gordo decía: "Ya no van más, los pingos.
¡Pensar que antes hasta me jugaba los boletos del
colectivo!" (Uno de sus músicos).
• Lo conocí en una fiesta. En ese entonces había una chica
que hacía baile español y estaba loca por él. Yo fui
confidente de ella. Cuando conocí a Pichuco me dije: ¿Y
por este gordo tanto lío? Y al final fui yo quien me quedé
con él, conquistada por su hombría de bien (Zita).
• Un día fuimos a la casa de Troilo con un locutor amigo.
El Gordo abrió el placard y le regaló un traje porque el
muchacho se había entusiasmado con él. Si no lo paro es
capaz de regalarle todo, de quedarse desnudo (Francisco
Marafiotti, uno de los dueños de Caño 14)
• Cuando tocaba con Troilo, en el Marabú, solía atar un
piolín en el picaporte de la puerta del camarín de las
bailarinas, y cuando Pichuco pasaba por ese sitio, yo
tiraba de la cuerda, se abría entonces la puerta y las
chicas le protestaban al Gordo porque creían que era él
quien la había abierto para espiarlas. ¡Si le habrán
tirado cosas al pobre Gordo! (Astor Piazzolla).
• Enrique Santos Discépolo profesaba especial admiración
por Pichuco, al extremo de inquietarlo en una oportunidad
que de sopetón le dijo: "Por favor, no hagás nada más". El
Gordo le preguntó extrañado: "¿Cómo?". Enrique le aclaró:
"No hagas nada más, que ya lo hiciste todo" (Tania).
• El año pasado, lo encontré al Gordo cerca de su casa, y
lo invité a tomar algo en el bar de un amigo. "No puedo ir
—se disculpó—. Zita me espera dentro de una hora para
salir". Tanto insistí diciéndole que no íbamos a demorar
mucho, que al final aceptó la invitación. Pero, una vez
que nos sentamos, el tiempo se nos pasó rapidísimo, y sin
darnos cuenta estuvimos 27 horas charlando y tomando. De
repente, el Gordo se levanta y nos dice seriamente: "Che,
me voy, que Zita me está esperando para salir" (Homero
Espósito).
• Yo lo he visto al Gordo cobrar millones en SADAIC,
repartirlos entre veinte tipos que lo acompañaban o lo
estaban esperando, llegar a su casa, y que Zita le
pidiera: "Dame 200 pesos, que debo hacer unas compras". Y
Pichuco, contestarle sin inmutarse: "Huyyy, vieja, no
tengo ni un mango" (Rinaldo Martino, ex futbolista y
copropietario de Caño 14).
• Una noche nos reunimos varios amigos con Aníbal para
comer y después fuimos a un bar. La intención era tomar
café. Sin embargo, junto con el café se fueron
descorchando tantas botellas que todos teníamos una
alegría bárbara. Por ahí, me puse a cantar sin imaginarme
que toda la festichola terminaría con la llegada de la
cana. Como no sirvió ninguno de los muchos —y repetidos—
argumentos que intentamos, nos llevaron a la comisaría
decimotercera, y de allí al Departamento de Policía.
Mientras estábamos allí, al Gordo se le ocurrió
preguntarle a un amigo: "Escúchame, ¿a quién venimos a
sacar?" El otro, sin extrañarse, le contestó: A nadie; los
presos somos nosotros" (Roberto Rufino).
• Jugamos mucho tiempo juntos al fútbol. Me acuerdo cuando
lo hacíamos para Ateneo de la Juventud. El Gordo jugaba al
medio, de centrohalf, y yo de insider. Era un tipo
técnico, habilidoso. Las quería todas. Siempre mandando. A
todos nos gritaba: "Dale, corré, patadura". Y el único que
no se movía era él (Antonio Maida, ex director de Radio
del Pueblo),
• La primera vez que entrevisté a Troilo fracasé
lamentablemente. Ocurrió que él no quería responder a mis
preguntas y sólo me permitía escuchar y tomar whisky a la
par suya. En la segunda entrevista pasó lo mismo. A la
tercera noche yo tenía un poco más de práctica y aguante y
tomé y parloteé de lo lindo. Lástima que a la mañana
siguiente ya no me acordaba de nada de todo lo que
habíamos conversado. Más tarde, en un período de abstemia,
le hice un lindísimo reportaje (María Esther Giglio).
• Cuando decidimos transformar a Caño 14 en una casa de
tangos, lo fuimos a ver al Gordo para que actuara con
nosotros, y le ofrecimos un porcentaje de las copas que se
tomaran porque de otra manera no podíamos pagarle.
Enseguida, Pichuco nos dijo: "No se hagan problemas,
muchachos, les pagan a los músicos y listo. Yo, si no les
alcanza la guita, toco gratis. Pero no me hablen de
porcentajes porque no voy a andar contando las copas. ¡Yo,
contando las copas! (Atilio Stampone).
• Tenía unas ganas de hacerlo pero no me atrevía hasta que
una noche me decidí. Me paré, le pedí permiso al público,
y subí al escenario. Allí, canté Sur, acompañado por
Troilo. Nunca me sentí más orgulloso en mi vida (Joan
Manuel Serrat).
Revista Siete Días Ilustrados
30.05.1975
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