Vida Moderna
Historietas: Los argentinos en su salsa

El vendedor de Biblias se detuvo un instante junto a la ventana del café. Vestía de negro; una galera coronaba su cabeza puntiaguda. Entornó los ojos para saber si alguien lo observaba. Y no, nadie lo observaba. Entonces bajó la vista, más allá de su prominente abdomen, recogió la pierna derecha y luego la estiró para asestarle un rudo puntapié a la cajita de fósforos que yacía sobre la vereda. Volvió a erguirse, recuperó su sobriedad anterior y se alejó parsimoniosamente.
Del otro lado de la ventana del café, entre los resquicios de la cortina y tras el humo de sus primeros cigarrillos, un muchacho de 18 años lo había estado mirando. Era un estudiante del Nacional Buenos Aires que distraía su rabona haciendo dibujos sobre la mesa, en las servilletas de papel. Esa imagen del vendedor de Biblias no se te borraría nunca y trece años después, en 1938, le serviría para hacerse famoso. La caricatura del adusto hombrón de galera y actitudes ingenuas seria bautizada con el nombre de Don Fulgencio.

 

 

 

 

 

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"Jamás supe cómo se llamaba aquel hombre—explicó Lino Palacio, su creador—, pero me hizo pensar en los que no tuvieron una infancia tan divertida y hermosa como la mía. Después, cuando Ezequiel P. Paz, director de La Prensa me encargó una historieta cómica, sin vacilar recurrí al recuerdo de aquel hombre." El éxito de la tira superó al que había despertado, desde hacía seis años, un personaje foráneo, Juan de Malempeor, un vagabundo filósofo.
Don Fulgencio residió en La Prensa hasta que su efigie decoró un aviso del café Sorocabana, en 1943. La dirección del diario advirtió a Palacio que no debía mostrar a su muñeco fuera de la tira, "pero la discusión fue breve": Crítica y La Razón disputaron un encarnizado duelo por conquistarlo, que ganó La Razón ofreciéndole 2.000 pesos mensuales, el doble de lo que ganaba en La Prensa. Don Fulgencio se instaló en la contratapa del diario para desplazar a Bómbolo de la cabecera de las historietas y desencadenar una novela maliciosa: la que inventaron los redactores al advertir que el personaje de Palacio se parecía a uno de ellos. "Jamás los pude convencer de que Don Fulgencio fue sacado del vendedor de Biblias. Ese periodista me odió siempre, a pesar de mis explicaciones."
Con 'El hombre que no tuvo infancia' se inició una nueva era de las historietas cómicas: la de los personajes extraídos de la vida cotidiana; en adelante, cada uno caricaturizaría un rasgo bien típico del hombre argentino. Y así fue como José Antonio Guillermo Divito, después de consagrar a Bómbolo como al gordo cachazudo y amorfo, ideó El Otro Yo del Doctor Merengue, que representaría el recato y el prejuicio de los porteños almidonados. "El Doctor Merengue soy yo mismo cada vez que veo pasar un budín y me avergüenzo de darme vuelta, o cuando le elogio la corbata a un amigo y pienso que tiene un gusto espantoso", explicó Divito, fundador del semanario Rico Tipo y famoso por sus chicas. Pero la fisonomía del Doctor Merengue fue extraída de otra persona: "Un burrero que frecuentaba el Jockey Club y andaba siempre sacando pecho. Era capaz de perder su fortuna y simular un gesto displicente. Su mucama reveló una vez que en la intimidad afloraba su otro yo, desinflaba el tórax y chillaba por cualquier cosa".
El Otro Yo, que nació en 1942 en la revista El Hogar, comenzó a publicarse diariamente en Clarín, dos años después, y a integrar, en adelante, la galería de personajes clásicos del humor nacional. En su revista, Divito inició después la tira de su muñeco más popular, Fulmine, la representación ideal del jettatore. "Era un carrerista amigo mío, a quien todo el mundo le escapaba. Una vez gritó el triunfo de un caballo que llevaba varios cuerpos de ventaja, a 50 metros del disco. Diez metros después se mancó."
En el apogeo de Merengue y Fulgencio, Divito y Palacio agregaren nuevos personajes a su elenco. Divito editó una revista dedicada exclusivamente a El Otro Yo, y Palacio transformó a Don Fulgencio en partenaire de Radragaz y Fernández, un par de maniáticos que hablaban con una sola vocal y crearon, entre sus lectores, una psicosis imitativa: por entonces, una división completa de la Escuela Argentina Modelo debió ser suspendida por haber entonado el Himno Nacional en el idioma de Radragaz. Varios profesores acusaron a Palacio de propiciar la deformación del idioma.
En 1945, Palacio incorporó a La Razón al "primer muñeco que ridiculizó la viveza criolla", Avivato, y al año siguiente Eduardo Ferro concibió a su antípoda: "Bólido (nacido en la revista Patoruzú) es la contrapartida del chico rana; un cadete de oficina sin picardías, retraído y torpe, a quien jamás se le podría ocurrir escaparse antes de hora o quedarse con los vueltos". Otro personaje de oficina sirvió al dibujante Adolfo Norberto Mazzone para crear a Batilio: "Es la cara de un empleado que había trabajado conmigo en la firma importadora Woff Godfrid; el correveidile del jefe. De alguna manera me tenía que vengar". Batilio apareció en El Mundo, en 1948, y en 1951 en Rico Tipo; la revista chilena Pingüino lo incorporó poco después.
La lentitud física y mental de Bólido contrastó con su rápido arraigo. Para aprovecharlo, un fabricante de alcancías utilizó su figura y eludió, con recursos propios de Avivato, la aprobación y derechos de autor de Ferro. Batilio, en cambio, alentó a Mazzone a insistir con otro ejemplar oficinesco y obtener nuevas ganancias: Fiaquini, "hecho a mi imagen y semejanza, entre bostezo y bostezo". En el 50, el prototipo del haragán ingresó a Rico Tipo, al lado de una nueva creación de Divito: Fallutelli, un correveidile más sumiso y astuto.

Las vertientes subterráneas
La burla a la mujer fue un arma que los dibujantes de historietas esgrimieron con menos frecuencia y, también, con menos saña. Lino Palacio lo intentó por primera vez, en 1930, desde el diario uriburista La Opinión. "Ramona existió tal como ahora se la conoce. Era mucama de mi abuelo y fue trasplantada directamente desde la campiña gallega a su nueva casa, en Buenos Aires. Aquí vio por primera vez una escalera, que ella insistía en barrer desde abajo hacia arriba. Una vez la mandasen a barrer la vereda y se barrió toda la manzana. La encontramos cuando completó el circuito, de regreso al punto de partida, agotadísima." Ramona aparece todavía en La Razón, pero bajo la pluma de Cecilia Palacio, hija de Lino.
En 1953, Divito conoció a una mujer que devoraba toda clase de dulces: "Se atragantaba con bocaditos y bombones, pero, atormentada por la balanza, tomaba café con sacarina". Esa mujer se convertiría al poco tiempo en Pochita Morfoni. Dos años después, una avispada sobrinita de Divito, Vivian Lares, le inspiraría la creación de un personaje representativo de la niñez moderna y sin inhibiciones: Gracielita, una criatura temperamental pero menos intelectualizada que Mafalda, de Joaquín Lavado (Quino).
Una y otra desplazaron a Periquita de las preferencias del público adulto, apoyadas en lo imprevisible del carácter femenino. Semejante cualidad sugirió a Ferro, a su vez, la idea de componer a una veinteañera sorpresiva. A partir de 1963, el resultado de esa búsqueda se llamó Pandora, una ridícula muchacha de pies grandes y piernas cortas, pacata, tierna e ingenua, pero enamoradiza hasta el descaro.
No bien los tipos básicos del porteñismo se fueron agotando, el oficio de las personas inspiró nuevas formas de humorismo, nuevos muñecos. Mazzone, que empezó por reírse de la fealdad a través de Capicúa (del italiano: cabeza y cola), un suertudo a pesar suyo, en 1941 fue llamado por el director de El Mundo, Muzio Sáenz Peña, para que inventara a un presidiario. Durante una semana soñó con cárceles y trajes a rayas, hasta dar con el nombre y la caricatura exactos. Se llamó Piantadino, historieta a la que cuatro años después se incorporó Afanancio, un cleptómano sin remedio.
En 1942, Ferro consiguió una entrevista con Ricardo Peralta Ramos, director de La Razón, para ofrecer sus servicios como dibujante. "Me preguntó si tenía algo pensado. Le dije que sí porque no podía perder la oportunidad. Esa noche no dormí hasta encontrar al muñeco que me salvara. Me acordé que mi padre me llevaba a pasear por la costa y que una vez, fascinado, vi un buzo. Lo empecé a dibujar y me salió un alfeñique asomado a una escafandra. Antes de ir al diario la pregunté al director de la desaparecida revista La Cancha qué nombre le pondría. Sin titubear, José López Pájaro lo bautizó Chapaleo."
Dos años después, cuando Dante Quinterno (creador del indio Patoruzú) se decidió a editar Patoruzito, una revista subsidiaria, pidió a Ferro que se asomara de nuevo a sus recuerdos de la infancia e hiciera a otro personaje marinero. Ferro trazó a otro esmirriado y lo vistió con una remera a rayas horizontales: Langostino, Navegante Independiente. Durante años, ninguna mujer pudo convencerlo de que olvidase a Corina. una vetusta barcaza. En 1945, La Cancha resolvió ridiculizar la profesión de referee, y López Pájaro también recurrió a Ferro. Una fotografía del arbitro futbolístico Bartolomé Macías fue la génesis de Don Pitazo, un contradictorio juez cuya cabeza sólo servía para amortiguar violentos botellazos.
Hace dos años nacieron Tara Service, el grandote que jamás consigue reparar ningún artefacto, que Ferro incluyó en Patoruzú, y Herculacho, otro musculoso que rompe todo sin querer, imaginado por Divito después de leer La fuerza, bruta, de John Steinbeck. Fueron los pioneros de un filón inédito: explotar la paradoja del físico exagerado y el cerebro minúsculo. Antes, el humorismo había exprimido la antítesis: a la viveza de Piantadino, Fallutelli y Avivato, se sumó el endiablado ingenio de Luzbelito, de Toño Gallo, y la escondida fortaleza e inteligencia de Cara de Ángel, ideado por Quinterno y dibujado por Ferro.

Picotas a la sociedad
Desde siempre, en todas partes del mundo, los personajes de historieta radiografiaron tímida o cruelmente los vicios típicos del ser humano, aun cuando el vehículo fuera el Pato Donald o el Gato Félix. En la Argentina, Don Pancho Talero, cuyas desventuras registró semanalmente El Hogar, a partir de 1922, fue ideado por Arturo Antonio Rómulo Lanteri. Satirizaba los defectos de la política criolla y se reía de la high-life a través de la mujer de Talero, Petrona Cascallares, y de su hija Mechita, casada al fin con un inmigrante italiano, Polpettini. Para continuar esa burla. Lanteri rastreó la trayectoria de un personaje verídico, El Negro Raúl, e ilustró con él las páginas de Mundo Argentino.
La psicología del flamante millonario fue abordada en El Nuevo Rico, la tira con la que el dibujante Héctor Rodríguez hizo famosa la frase 'Federico, a casa', orden que el millonario daba a su lacayo en la sección chistes de Crítica, en 1935. Araceli desenterró a un eterno personaje del servicio militar, Payuca Cabo Conscripto, y Daloisio reprodujo en El Mundo la versión autóctona de Mutt y Jeff: Trik y Trake. Caras y Caretas, durante los años 30, había impuesto ya al prototipo del oportunista, cuyas desgraciadas historias concluían siempre con la misma frase: 'Sonaste, Maneco'.
De aquel entonces, el único que sobrevivió a las transformaciones del gusto popular y a la evolución técnica de la historieta es el indio Patoruzú, cacique patagón. Dante Quinterno, su creador, lo agregó a su tira Julián de Montepío, que La Razón publicaba en 1928. Dotado de todas las virtudes de una raza ideal —fortaleza, bondad, abnegación— y de una fortuna que no acaba de gastar socorriendo a los necesitados, no tardó en convertirse en protagonista. Hijo de Patoruzek y criado por la vieja Pacha Mama, Patoruzú asume, sin proponérselo, el papel de un Quijote inadaptado y menos imaginativo. Es, obviamente, el maestro de su hermanito Upa, un panzón balbuceante y condenado al infantilismo, y el reverso de su padrino Isidoro Cañones, un vividor cazafortunas, a quien siempre termina perdonándole su irresponsabilidad.
Cuando Patoruzú se convirtió en revista, hace treinta años, Quinterno pergeñó a Don Fierro, clásico cascarrabias que grita en su hogar y tiraniza a su mujer, para desahogarse de la sumisión que le inflige su despótico jefe.

Los muñecos sin fronteras
Mucho antes de que los dibujantes argentinos decidieran perpetuar en tinta china el modo de ser de su país, sus colegas norteamericanos habían aprovechado el vacío para coparlo con personajes de consumo internacional, producto de una elaboración minuciosa. La historieta cómica que más mundo recorrió, antes de aposentarse también en las páginas argentinas, fue Blondie, que La Razón publica desde hace 25 años con el nombre de Hogar, Dulce Hogar, Blondie, la esposa de Dagwood, fue creada en 1930 por Chic Young y adquirida por la King Features Syndicate por 10.000 dólares anuales. Ahora, la tira aparece en 780 diarios y revistas de 42 países, y su autor gana 180 mil dólares por año. Desde entonces, su fama y sus adeptos, además de sus ganancias, se han multiplicado; acaso porque Blondie sea una de las pocas historietas cuyos protagonistas envejecen, se transforman. Según Coulton Waugh (The comics, 1947), al principio la heroína era una pizpireta de piernas bien torneadas y gran espontaneidad. Dagwood, en aquella época su novio, pertenecía a una prejuiciosa familia multimillonaria, no muy dispuesta a dotar a la chica con su apellido.
En la primera tira, Dagwood llevó a Blondie a que conociera al viejo Bumstead, su papá:
—¿Puedo llamarlo Pop, señor Bumstead? — cascabeleó ella.
—¿Está segura de que se casaría con mi hijo si yo no fuera dueño de varios ferrocarriles?
—Realmente, señor Bumstead, ¡soy una chica de su casa! Querría a Dagwood aunque usted tuviera un solo ferrocarril.
La familia Bumstead aceptó a Blondie con la condición de que Dagwood renunciase a su herencia. Tiempo después, Young incorporaría a los hijos del matrimonio y a los perros, sufrientes espectadores de cada reyerta. Según el antologista Waugh, el impacto de Blondie fue logrado gracias a los siguientes factores: "Ella es más bonita y dulce que otras heroínas de historieta, pero no es una vampiresa. El es joven y no demasiado fuerte e inteligente, así que el lector se siente representado y satisfecho. Entre los dos consuman un matrimonio romántico".
En 1913, George McManus creó a Jiggs y Maggie, otro matrimonio que La Nación adoptó diez años después con los nombres de Trifón y Sisebuta. McManus murió en 1958 y su hermano Charles siguió con la tira hasta que fue heredada por William Kavanagh, con todas las características de origen: Trifón es un irlandés que no cambiaría una partida de naipes con su amigo Dinty por una velada de gala; Sisebuta, de cara horrible, insiste en vestirse como una adolescente y en probarse como soprano. Las peleas del matrimonio culminan siempre de la misma manera: él se resigna a los designios de ella. Su autor alcanzó a ganar 250 mil dólares anuales repitiendo la fórmula.
En casi todos los casos, encumbrados a través de sus muñecos, los dibujantes alcanzaron a solidificar sus finanzas convirtiéndose en empresarios. Quinterno hizo de Patoruzú la revista madre de su editorial; Mazzone convirtió a Capicúa, Piantadino y Afanancio en pilares de la sociedad anónima que integra con sus familiares para la edición de mensuarios; Divito, a quien Noticias Gráficas resarcía con entradas al teatro Maipo su página de caricaturas, preside desde hace veinte años el directorio de Rico Tipo; Lino Palacio dio su nombre a una de las agencias de publicidad más sólidas del país. Es, en suma, el camino recorrido por sus predecesores norteamericanos.
Desde que Lanteri hiciera el film mudo Las aventuras de Pancho Talero (1928) y, después, el sonoro 'Pancho Talero en Hollywood' (1930), con Pepito Petray, muchos otros personajes fueron explotados por el cine. Pepe Iglesias encarnaría a Avivato y a Piantadino, y Enrique Serrano a Don Fulgencio. La arista más reciente, la de la publicidad filmada, proyectó al estrellato a los muñecos Anteojito y Antifaz, de García Ferré, que acaparan la simpatía del público más menudo. Sin embargo, Anteojito y Antifaz tuvieron un antecedente previo: la historieta Macachín y Bentavé, de Eduardo Linaje, aparecida en 1928. Sus desventuras eran reparadas por el Soldadito Flit.
Además, América latina conoce a la mayoría de los personajes concebidos en Buenos Aires: es, tal vez, una recompensa que no soñaron sus creadores, sometidos a esquemas localistas. Pero que las frases y nombres de tantos muñecos hayan sido definitivamente incorporados a la risa del mundo, no es un fenómeno postrero. Quienes les dieron vida han quedado encadenados, para siempre, a su propia obra. No les preocupa: también están respaldados por ella. 
primera plana 
28 de septiembre de 1965
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