Revista Redacción
mayo 1973 |
Desde Fernando VII hasta Álvaro Alsogaray, la mayoría de los
personajes políticos aceptaron la caricatura o el comentario
burlesco. Los primeros pasos los dio El Mosquito, aguijoneando sin
prejuicios a la sociedad porteña. Hoy, tras muchos desniveles, el
estilo inaugurado por Tía Vicenta y perfeccionado por Sábat
retrotrae a épocas de esplendor del humor político.
LA historia del humor político en la Argentina no es muy abundante.
Sin embargo, sus
antecedentes son tan remotos como la propia vida del país. Según
algunos investigadores, el primero en hincar las picas del humor en
las instituciones sacralizadas de la colonia, y en los hombres que
la componían, fue el sacerdote Francisco de Paula Castañeda, quien
durante tres lustros, a partir de las invasiones inglesas, zahirió
tanto a los más conspicuos miembros de la Primera Junta de Gobierno,
como a los de la corona española. Esa actitud del fraile lo hizo
merecedor ya entonces —según Adolfo Saldías— a la aplicación de las
primeras leyes represivas sobre libertad de imprenta, con las
consecuentes limitaciones de expresión. A pesar de ello, Castañeda
continuo siendo un incansable forjador de pasquines satíricos; si
una publicación era impugnada o desaparecía, de inmediato otra la
reemplazaba para no dejar vacante el oficio de criticar sonriendo.
Así nacieron, una tras otras, simples hojas con extraños nombres
como El Desengañador Gauchi-político, Doña María Retazos, El
Paralipomenón y muchos más.
A partir de ahí, exigidos por el poder creativo de la tradición
popular, los diarios comenzaron a incluir con regularidad una
considerable cantidad de espacio destinado a la caricatura y a la
crítica intencionada.
La primera revista
El 24 de mayo de 1863 irrumpió en la escena política de Buenos Aires
el agudo estilete de El Mosquito, "periódico satírico-burlesco", de
tendencia alsinista que llegó a concitar la atención hasta de los
mismos personajes ridiculizados en sus páginas. Sarmiento, por
ejemplo, exigía estar en ellas semana tras semana. "Aunque fuera
para desagradarlo", decía.
Se trata, pues, de uno de los mojones en la historia del humor
político en la Argentina; posiblemente el primero con auténtico
sentido periodístico. En su staff se contaban, como jefe de
redacción, Eduardo Wilde y, como dibujante, Enrique Stein. Este
último, accedió a la profesión del lápiz —legalmente hablando— por
pura casualidad, ya que era hacia 1868 un parisiense llegado a
Buenos Aires para dedicarse a la apicultura y luego a la
agricultura. Como fracasara en sus negocios se dedicó a dar clases
de dibujo para subsistir, y en esa situación lo conoció Luciano
Croquet, quien se disponía a hacerse cargo de El Mosquito. Con el
tiempo, Stein se convirtió en uno de los más célebres dibujantes
caricaturistas. Uno de sus primeros trabajos, realmente audaz,
muestra a Mitre abandonando el lecho conyugal, que había compartido
con La República; don Bartolo se queja: "Me echas de tu cama para
que venga otro a tomar mi lugar, y tengo que callarme". Ella le
contesta: "Qué te importa. Bastante te vengás dejándome un muchacho
malo, feo y muy tragón que mantener...". Y el niño que Mitre le hizo
a la República se halla a un costado de la Cama, con una leyenda en
su pierna: "Guerra del Paraguay".
El Mosquito urticó con su atrevimiento durante tres décadas
(1863-1893). El 16 de junio de 1893 lanzó el número 1.580, y así
quedó cerrado el ciclo de la revista de humor de más larga vida
dentro del periodismo nacional.
Unos años antes, en 1884, con mucho menor éxito apareció Don
Quijote, del mismo estilo de El Mosquito.
Se institucionaliza el humor
Por obra del editor español Eustaquio Pellicer y tras un fracaso en
Montevideo, el 8 de octubre de 1898 apareció el primer número de
Caras y Caretas dirigido por Bartolomé Mitre y Vedia. Se trataba de
un "semanario festivo, literario, artístico y de actualidades". Allí
se publicaron aquellos famosos poemas, muchas veces atribuidos al
extraordinario versificador Luis García —quien utilizaba el
seudónimo de Luis Pardo—, ilustrando las tapas, generalmente
portadoras de alguna caricatura política. De allí en adelante, todas
las publicaciones —humorísticas o no— incorporaron a sus páginas la
sección permanente de humor que, más adelante, establecería toda una
tradición en el periodismo argentino.
Ya comenzaba el siglo XX. Con él llegó un periódico que no sólo
obtuvo un éxito espectacular, sino que se convirtió en la primera
experiencia sensacionalista en nuestro país: Crítica. Para
equilibrar las sangrientas noticias policiales, el vespertino
recurrió a la caricatura y a la historieta. Así fue cómo, a través
del tiempo, se perpetuó el nombre de Diógenes Taborda, más conocido
como el Mono Taborda. Si bien no encaró la caricatura política sino
esporádicamente, dejó, sin embargo, innumerables retratos de
profunda observación social.
En 1922, Ramón Columba, también colaborador de Caras y Caretas,
decidió hacer su propia revista, a la que llamó Páginas de Columba.
El autor, taquígrafo del Congreso de la Nación, comenzó a anotar lo
que ocurría en las sesiones de la Cámara y pintó con bastante
soltura los grotescos que allí se producían. Todo ese trabajo sería
luego recopilado en tres tomos titulados "El Congreso que yo he
visto".
Pero comenzó a transcurrir un tiempo vacío para el humor nacional.
Faltaban creadores y, para peor, desaparecían gran parte de los
grandes humoristas políticos de otras épocas. Hasta que en 1941
apareció Cascabel. Esta revista fue dirigida en casi todo su
itinerario por Emilio Villalba Welsh y contó con plumas como las de
Carlos Warnes y Conrado Nalé Roxlo, siendo la base de lanzamiento
para la nueva carnada de dibujantes: Oski, Ianiro, Flax (el
seudónimo de Lino Palacios). Allí es donde también aparece, ante el
alejamiento de algunos colaboradores y como dibujante de recambio,
Juan Carlos Colombres (Landrú) con un tipo de humor que venía a
renovar los prismas hasta entonces existentes, en base al absurdo y
al disparate. Su antecedente: la revista española La Codorniz.
Tras pelear enfurecidamente con el entonces Coronel Perón y luego
con el mismo, pero ya general, debió desaparecer a principios de
1947. En su momento brindó buenos servicios a la Unión Democrática y
dejó como saldo un nuevo cuerpo de inteligentes dibujantes, y agudas
críticas sobre la Segunda Guerra Mundial, a la que por momentos
estaban dedicadas tres cuartas partes de la revista.
Comenzada la era del 50 aparece el semanario Avivato, dirigido por
Flax, con la íntima colaboración de Faruk (Jorge Palacio, hijo de
Lino). Esta publicación intenta reiniciar la sátira política, aunque
de manera muy tenue. El intento se fortalece luego de la caída de
Perón, ya que hasta ese momento sólo había existido el humor
oficial, a través de PBT (en el estilo de Caras y Caretas) donde
actuaba como caricaturista Délfor Amaranto Dicassolo, quien luego
haría popular el programa radial La Revista Dislocada.
Otro intento en este sentido fue el de Luis J. Medrano, el sutil
humorista de La Nación y de los almanaques de Alpargatas, quien
lanzó Popurrí, pero sin ningún éxito. También puede citarse la
revista Descamisado que apareció para cubrir el hueco dejado por
Cascabel, pero con una visión política diferente; desapareció en
poco tiempo.
Las nuevas generaciones
Entre tanto, vale hacer un alto en el racconto de publicaciones,
para recordar a alguien que aunque no encaró el tema político de
manera directa puede considerarse uno de los más exquisitos
humoristas argentinos: Macedonio Fernández, quien influyó sobre
muchos de los actuales "bromistas". De la misma manera, es necesario
citar a Conrado Nalé Roxlo "Chamico" y a Arturo Cancela, autor de
"Historia Funambulesca del profesor Landormy" novela de crítica
social y política. Tampoco, por citar algunos ejemplos, puede
olvidarse a Arturo Jauretche en la crónica política semanal, ni a
Leonardo Castellani, quien desde el análisis teológico, satirizó con
agudas pinceladas a muchos personajes de nuestra compleja historia
institucional.
El 13 de agosto de 1957, el país asistió a uno de los más
importantes acontecimientos en materia de humor de "alto nivel".
Landrú, con el auspicio de diez oficiales de marina, lanzó aquel
gran "divertimento" que fue Tía Vicenta. Casi diez años duró esta
revista y, como dieciséis años atrás lo había sido Cascabel, se
convirtió en el reducto de una nueva generación en la que se
encontraban nombres como los de Quino, Garaycochea, Carlos del
Peral, Kalondi, Julián Jota (seudónimo de Julián Delgado, actual
director de la revista Mercado). La revista se distinguía por
manejar un inteligente humor, y una excelente información política.
Después reapareció como suplemento del diario El Mundo; en esta
etapa surgen nuevos dibujantes, como Manucho, Caloi, Ceo, Aldo
Rivero, Lembo, Limura (Pan Duro), Sanzol. En 1966, a pocos meses de
asumir el gobierno el general Onganía, la propia editorial Haynes
decidió clausurar esta publicación ante las reiteradas amenazas del
gobierno. La última tapa, en una clara alusión a los generales
Osiris Villegas y Onganía, anunciaba: "La era de las morsas"; y en
el dibujo de dos de estos animalitos, uno de ellos expresaba: ¡Al
fin tenemos un gobierno como Dios manda! Ni Onganía se creyó morsa,
ni dejó que se lo insinuaran.
Sucediendo a Tía Vicenta apareció María Belén, por cierto con un
enfoque político totalmente atenuado y aun directo. Sin embargo, de
esta, etapa no participaron gran parte de los colaboradores antes
mencionados, ya que discreparon con el propio Landrú, según parece,
por su posición tan apolítica. Así fue cómo se decidieron
a fundar 4 Patas. Carlos del Peral —en realidad Carlos Peralta—
encabezó el grupo de descontentos, y aunque la revista duró apenas
cuatro números significó el anticipo de un tipo de humor diferente.
Esto fue en 1960.
En 1968, otra vez Landrú, a través de la Editorial Primera Plana,
lanzó el semanario Tío Landrú, "la única revista que anda bien
cuando las cosas andan mal". En el primer número, el editorial La
Razón de mi Tío comenzaba comentando: "Hasta fines de julio de 1966,
mi hermana menor Tía Vicenta estuvo en contacto con todos ustedes,
pero dejó de aparecer por boriés ajenos a su voluntad. De inmediato
irrumpió alegremente mi sobrina María Belén, una frívola y snob
señorita del Barrio Norte, creadora de la C.G.U. (Gente Como Uno) de
la que aún no se sabe si amersó o abienudó al país...". Con muchas
interferencias oficiales, Tío Landrú llegó a durar casi un año.
Un año antes, en el 67, el Gobierno había pagado la emisión de
Hipotenusa, un semanario de humor político de poco éxito pero que,
en definitiva, fue la última revista de este tipo producida en el
país. Un poco antes, Leoplán también había
encarado algunas notas de sátira a los hechos y hacedores de las
decisiones que emanaban de la Casa Rosada.
Por último y aunque no se trata de una publicación, aunque sí de una
síntesis total del humor de hoy, citamos al uruguayo Hermenegildo
Sábat, quien se ha convertido en un productor de caricaturas con
nivel —según algunos comentarios— sólo comparable al del
norteamericano Levin. Sus primeros trabajos los realizó en la
redacción de Primera Plana, pero su mayor éxito fue el de reemplazar
con increíble efectividad a todo un equipo de fotógrafos en él
diario La Opinión. Hoy tira sus líneas en Clarín.
Llegado ya el final de este largo cuento que puede ser más largo
aún, porque faltan en él las entre-líneas de los hombres y las
empresas que hicieron el humor político en la Argentina, conviene
recordar que este necesario tipo de publicaciones ha existido
siempre que los gobiernos han tenido buen, humor, o más precisamente
sentido del humor. Aquí es, pues, dónde el doctor Cámpora podrá
demostrar su espíritu "deportivo"; él dirá.
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