Revista Pelo
Nº 58 (1975) |
El Litto Nebbia Trío y Aquelarre decidieron formar una tesonera
combinación: ellos mismos son los productores, publicistas,
programadores y actores de una serie de
minifestivales que se caracterizan por su clima de bonanza, la buena
música, la seriedad y por el hecho de estar contenidos en un marco
distinto: las canchas de fútbol. Pero en su clima misterioso y
espectral que toman esos ámbitos durante la noche.
Nosotros estuvimos en Quilmes.
En la cancha de uno de los clubes de fútbol más viejos de la
Argentina. Un estadio pequeño y viejo. Todo madera y alambre. Esos
alambres contenedores de violencias. Parecían ridículos, cómicos,
ante la mansas sombras que se deslizaban para encontrar, sin
estridencias, su lugar en las gradas. Detrás del alambre, sobre el
césped de la cancha, un precario escenario. Pequeño e insuficiente:
todos los equipos juntos, las luces apiñadas. No había
grandilocuencia en eso.
Y la presencia grandilocuente (que tienen todas las canchas de
fútbol) se había vuelto intima con las luces tímidas y dirigidas que
iluminaban de rojas, azules y verdes el rectángulo mágico.
Y por supuesto había demora.
Nadie protestaba. Algunos lo hacían con cantos tipo "oba-oba,
planck-planck": pero eso es sólo rock and roll. El sector de las
plateas, finalmente, quedó cubierto, en la penumbra se adivinaban
más de quinientas personas. Los cuatro Aquelarres aparecieron desde
la boca del túnel.
Como en el fútbol hubo una ovación, mezcla de expectación y suspiro
por el fin de la espera. Subieron. Era raro verlos recorrer ese
camino. Era también lindo. Litto Nebbia subió detrás de ellos.
Estaba tranquilo, serio.
Ni animoso ni demagógico. Había rondado el escenario, entre la
sombra y la luz, mirando
sin controlar, los avatares del armado, la sonorización y esas
cosas. El subió para decir
qué era eso. Esa unión Aquelarrenebbiat. Para todos fue casi obvio
que él lo explicara. "Libbio Netta se sabe todo, loco" (textual en
la revista), alguien lo dijo por ahí. Y contó que era una
experiencia nueva, que unos días se había frustrado en Morón a causa
de la lluvia, y que después pensaban llevar lo mismo al interior.
Dijo otras cosas más y el silencio era grande. Aquelarre estaba
listo. Litto terminó. Hubo aplausos mesurados. Y explotó "Canto":
primer álbum de Aquelarre, riff en "tuttí", Del Guercio y Starc
agitando sus banderas. Nueva ovación ante el reconocimiento. Los
ansiosos comenzaron a estremecerse en frío. Una hora y media demandó
la revisación de gran parte del repertorio Aquelarre, temas de todos
los álbumes (las pertenecientes a los dos primeros, más aplaudidos).
Los juegos de luces eran elementales, pero justos. No había super
espectáculo. Sólo lo necesario para los climas. Todas las luces de
la cancha estaban apagadas. Nadie se movía. Los pocos que circulaban
iban hasta un pequeño puesto de hamburguesas. Todo en silencio. El
humo que despedían se mezclaba, por momentos, con las luces del
escenario. No sería un gran efecto estilo Pink Floyd live, pero al
menos olía bien. Sí: la cosa era en familia. Una especie de B. A.
Rock de entrecasa.
Aquelarre no estaba exponiendo su música. No era un recital. Y los
que estaban allí no estaban escuchando para opinar. Simplemente
había que compartir la noche. 5 horas de hamburguesas, música y paz.
No es válido, entonces, que nos pongamos el disfraz de críticos y
digamos que fulanito estuvo desafinado o que el sonido era
cuqui-riki. Al promediar hubo otra buena ovación. tipo cumpleaños
por la cantidad de gente, pero emocionante al fin: todos reconocimos
"Violencia en el Parque". Después hubo chistes con boleros y música
tropical. Buen goce. Sabrosos. Llegó el paréntesis. No hubo
"otra-otra" cuando se retiró Aquelarre: las manifestaciones de
entusiasmo estaban de más y todos sabían cómo era el planteo. El
grupo ya había hecho lo suyo y todos estaban satisfechos Aunque ya
con frío. La noche se hacía cada vez más silenciosa. Y eso se notaba
a pesar de los soplidos de Miles Davis que salían por los equipos de
amplificación mientras duraba el bache para el recambio de batería y
algunas conexiones. El puesto de hamburguesas tuvo clientes de
golpe. Y hubo murmullo. Algunos juegos, y comentarios. Litto Nebbia
subió. Ya era familiar. Astarita también; con una camiseta bien
nacional (ver foto). ("Desde ahora la pienso usar en todas las
presentaciones", dijo). González subió su armatoste. Parco y con los
ojos mirones. Ya hacía frío. Había viento y las partituras de
González se volaban. La gente reía. Ganó el viento. Litto comenzó
con sus temas, difíciles de ubicar porque pareciera que la música de
él hubiese estado siempre.
"Che: esa guitarra con la que está tocando es la que usaba
Edelmiro?". "Claro: no ves
que tiene el cutriñiki rojo que la diferencia...". "¡Ah: mató!".
"¡Sí: mató!".
Tres, cuatro temas de la misma forma, Astarita aporreando la
Singerland; a veces le daba al gong. González tocaba su bajo de
caja, a veces con arco.
Hubo un paréntesis. Litto pasó al piano eléctrico (Moreto, del grupo
Alas, se lo había prestado, era un Fender negro). Tocaron así un
tema. Poco después vino un enrosque total: los tres se trenzaron en
una infernal zapada de jazz, que pareció no ser demasiado bien
entendida.
Pero fue total. Muy justa, con verdadera fiebre. Y el frío continuó.
Pero también la música. La noche descendía en profundidad y paz. A
dos cuadras se podía escuchar la voz de Litto clara y ronca
curiosamente : "Madrugada de hoy / vine a confesarme / yo no soy un
impostor / no tengo las esperanzas / el socorro está en mi sangre /
y en mi frente gira un sol". Madrugada del sábado, del sábado 22 de
febrero de 1975. Quinientos cuerpos algo ateridos estaban allí, casi
ocultos en una cancha de fútbol, bien al sur del mar de la gran
ciudad, escuchando su ceremonia, viviendo su rito. Sin ninguna
fantasía, apenas como un ejercicio de vivir. Parecía que allí
transcurría la vida y en ese silencio de la ciudad, el espectáculo.
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