Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

the beatles
Los escarabajos y la manzana
Bueno, es un hecho: se acabaron los Beatles. La década del 60 fue casi toda suya. Fueron más que protagonistas. Fueron, en realidad, el patrón-medida de lo que se entendía por mito popular en los últimos años prelunares. A su lado, Bardot, Loren, Brando y demás quedaron reducidos a la categoría de porotos, de meros ídolos. Ellos, los Beatles, representaron algo más: un estilo de vida, no una moda.
¿Por qué se separaron? Esta es la pregunta que ha alimentado millones de centímetros en la prensa mundial. Pero es una pregunta mal formulada y que sólo obtendrá por respuesta versiones más o menos vagas, más o menos precisas de un conflicto familiar, de esa intimidad de los fuoriserie que, cuando es penetrada, actúa como marihuana para el bobo de turno.
paulLa pregunta correcta la hizo John Lennon durante una charla que tuvo con el sabelotodo Marshall Mc Luhan, en Toronto, Canadá, a fines del 69: ¿Por qué tenían que terminar los Beatles? El propio John dio la respuesta, clara como una lámpara, simple como un anillo, en ese histórico monodiálogo: 'El modelo Beatles tiene que ser echado a la basura. Si sigue siendo el mismo va a terminar en monumento o en museo. Y si algo no es de esta época son los museos. Y como ya han comenzado a convertirse en museo, lo mejor es que sean disueltos, deformados o cambiados'. Así hablaba John Lennon.
Las cosas se precipitaban. George Harrison había grabado un par de elepés con su nombre (orquestaciones y electrónica); Ringo Starr, su meloso Sentimental Journey, aparte de actuar (“No quiero hacerlo más”, dice ahora) en Candy y en The Magic Christian (dos films sobre guiones del talento-portunista Terry Southern), De John, ya se sabe: fue el cabecilla en hacer rancho aparte, guiado por o guiando a Yoko Ono, una Andy Warhol a la japonaise por quien abandonó a Cynthia para delirar a dúo en salas de grabación, practicar la desnudez doble faz, suturar la disyuntiva amor/porno con sus dibujos y desplegar las sábanas de la paz.
Es justo, le tocaba a Paúl, declaró Ringo hace pocas semanas, en Nashville, USA, mientras eternizaba Beaucoups of Blues, el primero de dos volúmenes dedicados a la country music, uno de cuyos emisores más adolarados es el tenue Bob Dylan.
Y Paul largó su disco y lo bautizó simplemente McCartney, y se hizo el adiós definitivo. O no. Como conjeturan los astutos nostradamus del showbiznez.
La cuestión es que, por ahora, la separación suena tan definitiva como Yesterday. Es, según dicen, un divorcio tan civilizado como el de los Bee Gees. Pero todo tiene una historia y una petite histoire. Veamos lo que se llama:

john y yokoUNA HISTORIA A GROSSO MODO
Pongámonos cómodos. Seguramente no hay en el mundo un pueblo más capacitado que el argentino para englutir (no digo digerir) una historia a grosso modo. La cosa, en lo que a Paul se refiere, empezó así.
A los 14 años conoce a John, que le lleva dos de ventaja. Paul ya componía canciones; John no. Esto es el punto de partida de algo que hoy ya nadie discute: Paul es el de mayor talento musical; John, el de mayor invención poética, como lo prueban sus dos libros, sus letras, su transformación de beetles (escarabajos) en Beatles, su vida misma. A orillas del Mersey, ambos deciden acatar la ley de los complementarios. Se juntan, entra George, se les muere Stu Sutcliffe, Pete Best es amurado, Ringo bate el parche, Brian Epstein ve el negocio y comienza la función. ¡Con ustedes, beatlemania! En fin, toda la saga está perpetuada a la perfección en La autorizada biografía, de Hunter Davies, el mejor ejemplo, por muerte, de lo que debe ser una biografía autorizada.
Mientras estuvieron juntos se respetaron los roles. John hacía de líder, Paul de trabajador. George de orientalista avizor de Ravi Shankar, Ringo de amo de casa. Pero Paul era algo más que un buen músico mimado; junto a John aprendió a paladear el mando, hasta tal punto que, en verdad, siempre fue el que tuvo más conciencia grupal. Fue con Brian Epstein que comenzaron los problemas. No lo quería mucho, para decirlo de algún modo. Le
desconfiaba. Me refiero a los números. Según Sir Joseph Lockwood, el capo de emi, Paul tiene pasta de abogado. Y de financista, habría que agregar. Apple, la marca del imperio económico de los Beatles, fue una idea y un esfuerzo suyo. Apple, una manzana que ha dado a Gran Bretaña tanta fama como la que le cayó a Newton en la cabeza y que ahora, además de fruto tentador, se ha convertido en la manzana de la discordia.
Después de la muerte de Epstein, Paul fue, de hecho, el maestro de finanzas. Hasta que apareció Allen Klein, el nuevo administrador, un norteamericano regordete que, para muchos, se parece al Boob de Submarino amarillo, el hombre de ninguna parte. Klein entró por una puerta y Paul salió por otra: No estoy en contacto con él y NO me representa de manera alguna. Así habló McCartney en una entrevista redactada (preguntas y respuestas) por él mismo y en la que precisa, a propósito de Yoko y John: Quiero a John; en cuanto a lo que hace, no ME causa placer. Luego de señalar que las diferencias son personales, musicales y económicas, Paúl confiesa que no sabe si serán permanentes o temporarias. Esta acta de defunción de los Beatles (no de Apple, sostenida por un contrato hasta 1973) termina con la partida de nacimiento de McCartney Productions.
Nietzsche decía que el signo de madurez de un pueblo está dado por su capacidad de reírse de sí mismo. Los Beatles fueron ese signo para Gran Bretaña: en lo que a ellos respecta, hicieron el camino al revés. No es un juicio; es una observación.
Los escarabajos han comenzado a comerse la manzana. See you, Beatles!
MARIO TREJO
15/IX/70 • PRIMERA PLANA Nº 398
 

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