OTRA VEZ EL ESCANDALO
LA FALDA NO SIRVE MAS

La Falda Rock
Nuevamente el festival de La Falda volvió a ser noticia, y nuevamente lo fue por tos motivos más distantes de la convocatoria musical. Este evento se ha transformado en un cúmulo de desaciertos y problemas tal que, de no ser detenido a tiempo, podría transformarse en una tragedia mayúscula. La Falda ya no sirve más porque hace tiempo que perdió de vista sus objetivos iniciales.
La realización del quinto festival 'de música contemporánea de La Falda ha vuelto a reabrir las reiteradas polémicas sobre la conveniencia de realizar este tipo de eventos al aire libre. Algo parece quedar en claro después de cinco años: el rédito del festival es negativo. Más allá de notorias y alevosas malversaciones de la información sobre los hechos acaecidos, La Falda no parece poder digerir sus propias contradicciones y en cambio las aquilata peligrosamente año tras año. Las deficiencias organizativas, la carencia de una infraestructura adecuada, el rechazo inocultable de la población serrana hacia el espectáculo (incluyendo a las autoridades), la actitud irracional de gran parte del público, la prensa desinformada (a favor y en contra) conforman los elementos más nítidos del largo inventario de falencias y desaciertos que con enfervorizada tozudez reúne el festival.
El rock argentino ya pagó —y con creces— la inocencia del crecimiento; desde el más encumbrado de los músicos hasta el más oscuro asistente saben de que va la historia, por eso pretender que la reiteración de errores y carencias forman parte del folklore del evento no es más que avalar peligrosamente la inoperancia de quienes son sus responsables, tanto los productores como los músicos.
Año tras año se repiten incansablemente las mismas imágenes como en un gastado film; todos saben lo que va a ocurrir, porque el empresario sabe que va a llover pero no toma ninguna providencia y el músico sabe que lo van a abuchear —porque así ocurrió el año anterior— y sin embargo va y vuelve a pelearse con el público, y los productores que se quejan de las falencias también vuelven a reiterar desteñidas quejas y frágiles amenazas de "ésta es la última vez".
El problema radica en cuál es el fundamento que sostiene la repetición de un festival que sólo sirve para el regodeo escabroso de la prensa amarillista. Poco puede decirse de la música cuando las condiciones técnicas existentes son de mínima (y este año lo fueron más que nunca), tampoco resiste el argumento de mostrar agrupaciones del interior, ya que organizativamente no es posible cubrir el espectro nacional y los pocos exponentes que llegan son de un nivel pobrísimo. Entonces el público concurre a ver a los "grandes" de la capital en condiciones de marcada inferioridad con respecto de su lugar de origen, además de tener que soportar la inconducta de otros concurrentes y las malas condiciones reinantes. Afuera del festival las cosas no van mejor y pronto el rechazo de los habitantes del lugar se hace sentir sobre los eventuales visitantes. Todo esto conforma un microclima que va aumentando con el transcurrir del festival hasta terminar en el caos total, que tan sabiamente sabe reflejar la prensa "seria" y que se transforma en una abierta agresión hacia el rock y todo lo que lo conforma. Puntualmente aparecen muertos que nadie identifica —el año pasado fueron dos, este año cuatro; cosas de la inflación—, escándalos con drogas, sexo y el "desenfreno típico al que la juventud se entrega en estas circunstancias". La realidad es otra: hay incidentes y serios, y tarde o temprano va a ocurrir algo trágico porque las condiciones son propicias, desde las malónicas entradas de gente que no quiere pagar hasta los que demuestran su desagrado arrojando un botellazo al que tienen más cerca. Claro que esa prensa a la que todos critican acusando de deformadora y sensacionalista es la misma a la que habitualmente acuden pagando las notas para promocionar nombres o espectáculos. En fin; venalidad con venalidad se paga. La pregunta es clara: para qué sirve un evento que lo único que hace trascender son los elementos negativos, porque difícilmente se pueda encontrar algo para acreditar al movimiento.
El festival tiene en Mario Luna a su cabeza visible, aunque siempre tiene algún socio eventual dispuesto a compartir el descalabro. Luna es un hombre de amplia trayectoria en su provincia en lo que hace al rock, y sería difícil dudar de la transparencia de sus intenciones; lo que resulta más claro es advertir que llevadas a la práctica terminan siendo inapropiadas. A pesar de la debacle, Luna sigue insistiendo año tras año, sufriendo incluso graves perjuicios económicos. En esta última edición más del setenta por ciento de la concurrencia no había pagado su localidad. Si a esto le suman los enormes costos de producción resulta obvio que como negocio La Falda no existe.
Entonces, cuál es el saldo de un festival donde hay constante violencia y perturbación, rechazo de la población lugareña, desorganización y pérdidas económicas. Muy simple: negativo. Y no sirve más; hay que detenerlo ahora antes de que sea tarde. Antes de que algo irremediable ocurra dentro del perímetro del anfiteatro para darse cuenta que el lugar y su circunstancia son propicios para el desastre. Hace cinco años, cuando La Falda se insinuaba, dijimos que era muy importante apoyar un evento que tuviera características nacionales, y que para ello fuera hecho en el centro mismo del país. Pero también señalamos en posteriores ediciones los errores que iban engrosando su realización. Hoy La Falda sólo sirve a la reacción para cargar las tintas sobre el rock y lo que genera, y ya nadie se acuerda de la música y la paz y el amor. Y ya no se trata de señalar responsables sino de solucionar esto de la única manera posible: no haciendo más el festival, al menos con estas características, e incluso en ese lugar. No quisiéramos que pase otro año y tener que escribir una página trágica de algo que está en su esencia tan alejado de lo que debe ser una pacífica reunión para escuchar música.
Revista Pelo
marzo 1984

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