Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

mujeres y el rock
¿Acaso no rockean las mujeres?
"Lo que quiero hacer es crear una experiencia emotiva real, conseguir que el público se vuelva a casa con la sensación de que algo ha pasado. No sé medirme: siempre termino de cantar en estado salvaje. Te imaginarás cuánto me cuesta bajar. Y cuando bajo, ¿con qué me encuentro?". Con estas palabras se quejaba Janis Joplin, en 1968, a Nat Hentoff, en un reportaje que giraba en torno de la entrega total que demanda el rock-and-roll y de su imposibilidad de adaptarse a las exigencias de una superestrella. Con todo, o justamente por eso, fue la única muchacha que en el ámbito de esa cultura se entregó por completo, que le dedicó sus últimos 10 años de vida a la torturada vida del rock, sabiendo inclusive que la gente disfrutaba más de su música pensando que ella se estaba destruyendo. A Janis, en verdad, lo único que no le interesaba destruir era el presente pensando en el mañana.
Muerta en 1970, a los 27 años, aún hoy su personaje conserva una aureola de “pesada”, no alcanzada por ninguna otra de las muchachas que se atreven al rock eléctrico. Aretha Franklyn, Roberta Flack, aún Tina Turner, venden carretillas de discos haciendo un buen rock comercial disfrazado de soul, presentándose ante auditorios finos o en discotecas caras, donde los excesos de euforia del público permiten ser controlados con mayor facilidad. Pero conservan el pellejo a cualquier precio.
“El rock es muy fuerte, me pone nerviosa”, dice otra ascendente rockera, Grace Slick. Funny, un conjunto de mujeres que interpreta un sobrio hard-rock, no logra darlo todo, extraer el máximo sonido de cada una de sus integrantes; quizá por eso no impacte como otros grupos masculinos totalmente lanzados. Para el resto de "chicas dulces” quedan las alternativas del folk estilo Joan Baez, el rock-melódico de Carole King y Carly Simons, o el jingle.
No sólo de ese lado del micrófono el campo de acción parece restringirse para las mujeres: desde casi toda perspectiva de aproximación es fácil notar que en el fenómeno del rock hay preponderancia de varones. El 80 por ciento —a veces mucho más— del público de los recitales, casi el 100 por ciento del show business, el ambiente está básicamente compuesto, trabajado, manejado, frecuentado, por varones.
¿Acaso el rock no es la música que expresa a una generación? ¿Acaso les cierran las puertas a las muchachas que quieren grabar? ¿O es que las chicas no leen los afiches anunciando que tal o cual conjunto se presenta tal día en tal lugar?

HIPOTESIS
• Por educación, idiosincrasia o propia elección, las mujeres demuestran tener menos acceso creador al mundo de la electrónica. Para la música, es más común que prefieran una guitarra acústica, a través de la cual obtienen sonidos al natural, en vez de una eléctrica, que les exige, además de la técnica, un conocimiento extra para armar, conectar y manejar los equipos. Esencialmente, el rock es el trabajo, la deformación, combinación y ampliación de los sonidos, algo que sólo se logra electrificando los instrumentos.
• Para interpretar y cantar rock hay que poner el cuerpo, no temer quedarse sin garganta, y una determinada fuerza en el movimiento de caderas que no todas se animan a desarrollar. Esta música tiene que ver con la exasperación de la sensibilidad. Cuando se dice que requiere una entrega total no es chiste: véase La Larga Lista de muchachos que dieron su vida por esta causa, aquí y en muchas partes. (“En el rock no vas a ganar o a perder: vas a ganar y a perder”, cantó Hendrix, y en su música como en su muerte no se admitieron más adjetivos que uno: Jimi Hendrix).
• Los recitales de rock tienen fama de peligrosos. Al mismo tiempo, cuando un grupo gusta a los chicos más bravos, es porque "algo pasa” con él a nivel musical. Hasta 1969, por ejemplo, el público de los Rolling Stones se identificaba con los Hell’s Angels. Todo recital de la calle Corrientes trae a los personajes y bandas más temibles de cada barrio. Nunca se sabe qué puede llegar a pasar, si van a hacer volar las butacas por, el puro gusto de la violencia, como repudio a la organización o a los “azules” que los esperan a la salida. Pero lo cierto es que a las chicas "eso” las asusta. Y no van.
• El público que sigue el rock es joven. Hay una élite intelectual, otra snob y algunas gentes con más de 20 años, pero los que hacen número son los chicos entre 13 y 17. Los recitales son en horarios nocturnos o en trasnoches. A las madres de las chicas de barrio no les resulta demasiado simpático verlas llegar de madrugada. Tampoco van.

EN BUENOS AIRES. 10 años de rock ni siquiera produjeron el fenómeno de las groupies, niñas que entregan su vida para hacer más llevadera la del músico a quien idolatran; sólo intérpretes. Hubo una tal Samantha Summers que en el 69 grabó para Mandioca un simple de soul-rock; una tal Diana que se lució cantando clásicos de jazz-rock en el primer B.A. Rock; una Cristina Plate (versión "caquera" de Joan Baez) y, también, una Tormenta pasajera. Pero que este verano en distintos balnearios de la Costa Atlántica se organizaran conciertos de tarde y numerosas señoritas sintieran en vivo y de cerca las vibraciones de esta música; que tres o cuatro muchachas están cantando y grabando rock en Buenos Aires y que otra sea la manager de un promisorio supergrupo, hacen que el panorama pinte algo diferente.

¡CAROLA SOLA! Carolina María Fasulo, o Carola Cutaia, despertó para el rock en el 70, cuando se alistaba en la troupe de la primera versión de Hair, ahí baila y canta, sola y junto al misteriosamente asesinado Negro Julio. Antes ha integrado el coro de la Cantoría del Socorro, después cambiará la música litúrgica por las lecciones de batería. “Quería empezar por lo primero, por la percusión —memora—, A partir de ahí empecé a armar ritmos, estructuras y luego a desarrollar lo que quería decir en esos tiempos”.
Esa iniciación se superpone con otro proyecto, desarrollado en Rumipal, Sierras de Córdoba: junto a Roberto Villanueva, Marilú Marini y Carlos Cutaia, trabaja en la adaptación de Las Bacantes, de Eurípides, para rock-escénico. Allí, también, hace buena parte del material que compone Damas negras, su primer disco, aparecido estos días. Por cierto, su repertorio queda vinculado a ese momento: un tema, María Corazón, alude directamente a su amiga Marilú; Oh gran lago, al espejo del Embalse de Río Tercero; y no cabe duda de que La loca alemana y El ermitaño son visiones desdobladas de sí misma.
Al volver a Buenos Aires decide convertir esa decena de temas en un LP. Odeón empieza por editarle un simple y con él “se tira al milagro: si el milagro sucede, la grabadora entonces comienza a hacer fuerza por imponerme, un doble juego estilo esos papis que te quieren cuando traés un 10”, recalca la cantante. Huérfano de apoyo, el disquito se pierde en la cantidad de novedades que reciben discjockeys y disquerías. Microfon le ofrece un nuevo contrato para su sello Talent —la mejor selección de la producción nacional— ,y le graba el lote completo de canciones. Con Damas negras en circulación, hoy Carolina siente haber cerrado aquel ciclo, haberse sacado de encima una época. Falta ahora que sus editores se saquen de encima los dos millares de placas que le prensaron para que le abran otra vez las puertas de los estudios; entre tanto, para ambos, queda seguir trabajando esa voz y ese producto que aspiran imponer.
Literalmente bombardeado por otros números musicales de diferentes calibres, el medio raramente descubre por sus méritos musicales a los nuevos valores sino que los conjuga con la habilidad con que entran a él. De no proyectar en recitales u otro tipo de presentaciones el personaje que hay en sus canciones, Carolina corre el riesgo de quedarse en el underground, la marginalidad, el círculo de amigos que no compran discos.
El año pasado se presentó en dos conciertos: uno en el Astral, otro en el Kraft; en ambos, el recibimiento a una muchacha que echaba la cabeza hacia atrás, sacudía su rubia pelambre y descerrajaba un rock callejero, fue contradictorio. Por un lado: carcajadas; por otro: muchos "¡Bravo nena! ¡Seguila!”. A estos últimos, Carolina espera poder entregarse desde abril en recitales armados como espectáculos de alto voltaje energético.

DE GABRIELA puede decirse que ya está en el ambiente del rock, dado su parentesco con Edelmiro Molinari (su marido, de Color Humano) y por haberse presentado varias veces junto a grupos o músicos progresivos livianos (Lito Nevia (nota MR: textual en la crónica), Emilio del Guercio). Pero su rock, como ella misma, es especial, cargado de reminiscencias folk, en música y poesía. No es que Gabriela tenga dificultad para cantar música electrónica sino que está fuertemente condicionada por su amor a la vida rural, al contacto con los animales, el trabajo al sol y “los hombres fuertes y débiles”. Precisamente, en estos momentos se encuentra en Rauch (P. de Bs. As.), inspirándose para su segundo disco.
Su iniciación fue lejos de aquí, en los pequeños cafés de Londres, en 1967, cantando temas de Dylan (“lo mejor que podía”), alternando la música con el colegio, sin pensar nunca en llegar a ser una profesional. Pero lo cierto es que desde que se presentó, hace tres años, en el último Festival B.A. Rock decente, Gabriela Molinari ha hecho lenta pero sólida escalada, sea a nivel discográfico o de presentaciones. Linda imagen, voz muy dulce, autora de temas con mucha paz, no resulta demasiado aclamada por el público pero sí recibida con una cordialidad que le permite avanzar a paso seguro. Afirma haber encontrado en esta actividad la misma resistencia que tienen las mujeres en todo lo que hagan dentro de una sociedad, como la nuestra, con ascendencia ítalo-hispana. Pero, de momento, avanza al ritmo de su propia necesidad creativa.

MUJER MANAGER. La sociedad norteamericana, en cambio, no deja tan a la deriva a sus hijos pródigos: las compañías acostumbran a adelantar regalías y de repente un grupo nuevo que reúne condiciones puede encontrarse con 100 mil dólares para equipos, alquilar por un año una casa de campo y ensayar tranquilos hasta estar a punto para grabar. Y hacerlo entonces en óptimas condiciones: estudios exclusivamente de rock, donde todo el personal técnico es gente de rock y conoce la riqueza de cada sonido. "Ese respeto y trabajo de constitución interna hace que mágicamente un grupo funcione", cuenta Mónica Socolosky, una argentina de 27 años que fue manager de Vox Dei, Sol y Orions Beethoven, y trabajó varias temporadas como asistente de uno de los principales contratistas neoyorkinos. "Los 8 tipos de Dreams —ejemplifica— se mueven comunitariamente, hay entre ellos una interrelación tan honesta que va hacia afuera y se traduce en su música".
De vuelta al pago, Mónica no se queda en recuerdos y palabras: el día que escucha a La Banda del Paraíso en una Villa Miseria, se entera de que Daniel Mancini no tiene guitarra; en ese momento ella dispone de una y se la ofrece. Al grupo le falta también un especialista en ventas y ella se propone para colocar las cintas en alguna grabadora: ese mismo día los hace firmar contrato en RCA. Su magia es una suma de entusiasmo y eficacia; y es ella, desde entonces, quien maneja todos los aspectos extramusicales del grupo. O del supergrupo: porque La Banda del Paraíso es una formación de casi diez músicos. Con el agregado de un dúo de mujeres: Lidia Milani y Susana Silva.
A pesar de estar entre "pesados”, ninguna de las tres teme un boomerang violento: "Todo tipo patotero es parental, paternalista. Cuando te ganaste el patotaje de ese tipo para que te proteja, podés quedarte tranquila: si en La Banda alguien intentase hacernos alguna a cualquiera de nosotras, el resto lo frenaría", asegura Mónica.

LA POLENTA DE SUSANA. Susana "Agujerito” Silva aporta otra hipótesis a las enunciadas para indagar los porqués de la supremacía varonil: "Más que una incapacidad, hay una pereza femenina para integrarse a sectores de trabajo y creación tradicionalmente masculinos”. Para romper ese estado, pide cantar como
solista en los últimos recitales de La Banda y ahora está a punto de ser lanzada como rockera por el sello Talent.
Susana posee antecedentes como cantante "seria" (integró Los 9 de Cámara) y “profesional”: es una de esas voces anónimas que se contratan para grabaciones “con cachet de música”. El año pasado, cuando Rubén de León —alma mater de La Banda— la invita a participar en su LP, Susana descubre en el rock la posibilidad de hacer lo que más quiere: no hay partitura que la reprima, puede soltar su garganta a la par del aullido eléctrico de los instrumentos. En Aire puro grita “Quiero respirar are puro”, y se pregunta: "Cómo pude estar tanto tiempo con aire no-puro”. En el recital del Astral, mientras hace ese tema, la mirada de algunos músicos le exige "Más polenta, menos cantadito”. Pero al terminar el concierto todos le confiesan: “Te pasaste Negra”. "Y sí. Ahora me gustó —advierte Susana—. Tengo ganas de cantarme, de hacer rock con las cosas que me pasan, como en alguna época traté de escribírselas a la literatura”.
Predecir el destino de esta potencial Janis Joplin morena resulta imposible. Pero de hecho, pase lo que pasare con ella y las otras chicas que se atreven al rock, hay latente un augurio: que el ambiente rockero, como algunos colegios, pueda volverse mixto. j. c. k.
PANORAMA, MARZO 21, 1974

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