Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

El grupo de Moris
Denso, intenso y en vivo
Revista Pelo
julio 1972

En estos momentos de crisis sucesivas dentro del rock argentino, tres figuras siguen insistiendo como en la primera época: Litto Nebbia, Pajarito Zaguri y Moris. Cada uno de ellos soportó los vaivenes de la moda y, de una u otra manera fue haciéndose de un público. Dos de ellos han obtenido trascendencia popular masiva. En primer lugar, obvio. Litto Nebbia: casi cien temas grabados le otorgan un activo desarrollo que será muy difícil de superar por cualquier artista de rock en la Argentina de hoy. Pajarito logró también reconocimiento, fugaz pero fuerte, a través de su Barra de Chocolate. Algunas argucias publicitarias, además, le sirvieron en una u otra época para mantenerse en la escena.
Pero Moris, a pesar que tiene tantos años como ellos en la música de rock, es uno de los músicos más ignorados de la música popular argentina. Recién en los últimos dos años su nombre comenzó a ser respetado por el público, sus letras empezaron a ser "escuchadas" y eventualmente reconocidas. Pero Moris no tiene discos: "no es comercial", dicen las grabadoras tradicionales. "Es muy duro ideológicamente, no es comercializable", eufemizan los productores y apañadores de lo progresivo, los organizadores de recitales no pueden jugarse demasiado con él: Moris lleva público siempre, pero no en grandes cantidades.
Todos estos argumentos, esgrimidos sistemáticamente, bastarían para enterrar definitivamente a cualquier artista de rock. Menos a Moris. Porque, él más que nadie, sufrió todos los percances, desilusiones, contratiempos, trampas, falsas promesas, etc., que suelen presentársele a cualquier músico que quiera decir lo suyo honestamente, sin entongarse con nadie.
El fenecido sello Mandioca trató de publicitar sus valores de típico cantante urbano: un simple y un long play (escasamente difundidos) quedaron como único testimonio, desde entonces de la obra de Moris.
Su trabajo, solitario, escasamente apoyado continuó en los recitales. Esa constancia lo erigió en uno de los músicos argentinos que más recitales ha dado, una frecuencia en la que apenas puede superarlo Litto Nebbia.
Agresivo siempre, ácido, férreo, increíblemente franco sobre el escenario, Moris no cosechó en su carrera demasiados amigos: es seguramente difícil soportar su constante ejercicio de la autenticidad y el "no callarse". Tiene, eso sí, respetos: nunca fue silbado en un escenario, nunca se cuestionó su conducta, el público, finalmente, absorbió su imagen real, sin camelos sofisticados, ni volteretas artísticas. Eso probablemente es lo que más le gusta a la gente sobre él. Sus compañeros, los músicos, a veces cuestionan su música "repetitiva y un poco antigua", según algunos: sin embargo nadie se atreve a cuestionar su camino: con seguridad el más férreo anticomplaciente de la Argentina.
Por sus verdades, casi escupidas, por su música demasiado personal, por su "neurosis urbana" quizás, Moris ha estalo siempre solo. Solo en el escenario, solo en su vida de músico. Nunca estuvo en la zapada, en el circo, en los yeites o en los clanes circunstanciales de ciertos músicos., El hizo su propio camino. EÍ quedó solo.
Desde hace casi dos años, sin embargo, viene buscando alguna complementación grupal. Hizo varios intentos, algunos medianamente públicos, pero la mayoría terminaron en el fracaso al poco tiempo.
A principios de julio, Moris dio uno de sus más importantes recitales. Fue en el cine Studio, fugaz asiento de la organización Rock Centro. Moris se presentó ante las cuatrocientas personas que lo fueron a ver solamente a él como trío: Daniel Russo, un bajista uruguayo y Eduardo Pipman, baterista, lo acompañaron eficazmente ante un público sorprendido de que los temas de Moris pudieran tener posibilidades rítmicas y melódicas más allá de su guitarra.
Ese recital fue esencialmente importante para la carrera de Moris. Él sintió, quizás por primera vez, que su música podía tener un sonido más amplio, y contabilizó la posibilidad de que sus letras mediante una mayor atracción musical pudieran llegar con mayor efectividad. Y así ocurrió: él mismo estuvo más suelto, creativo y espontáneo. Había como ganas de trasmitir las vivencias más profundas: esas que cuando se sintetizan son la esencia del arte.
El trabajo literario de Moris, a pesar de ciertas aristas que suelen encontrar los meticulosos, es con seguridad uno de los más homogéneos que ha producido el rock latino. Poseedor de una visión clara de lo qué significa la alienación social y, particularmente, urbana llega a través de escenas cargadas de absurdo y ridiculez, consiguiendo muchas veces un patetismo chocante, núcleo efervescente del destino de su mensaje. Moris no tiene canciones de amor: no hay romance, no hay sueñitos onanísticos. no hay ego. Seguramente tiene un amor más heroico para expresar: el que está destinado al ser humano.
De eso tratan, precisamente, los más recientes temas de Moris (una respuesta elocuente para quienes piensan que no se renueva). Cualquiera podrá comprobarlo en "Rock del Muchacho de Oficina" o "Yo soy el Mendigo del Dock Sud".
Ahora hay un Moris más intenso para hablar musicalmente de sus pensamientos, de sus densas fotografías urbanas. El 18 de agosto próximo será, probablemente, otro día importante para Moris en esta nueva etapa: con su grupo grabará su segundo long play en vivo en un recital del Atlantic. ¿Es qué hay otra manera de registrar la música de Moris. La calentura, las reacciones del público, los imprevistos son la esencia de la comunicación de Moris; por todo eso su segundo álbum va ser en vivo, una fiesta compartida un compromiso de cantar y de escuchar. Ese long play no asegura que Moris obtenga el reconocimiento que otros tienen, tampoco se convertirá en ídolo popular, pero será un nuevo acceso, una mano estirada para meterse en la poesía popular urbana de Buenos Aires con toda su rayadura, con toda su agresión y con todos sus habitantes. Esos mismos habitantes que no pueden (y otros que no quieren) escuchar a Moris.

 

Ir Arriba

 

 


Moris
Moris