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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Dos notas de la revista Superhumor
marzo 1983


¿Rock y Perón, un solo corazón?


No todo es talento

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Hace apenas unos días, Fito Páez cumplió veinte años. Pianista desde siempre, poeta y compositor de la mayoría de los temas que sustentan el vertiginoso éxito de su conciudadano Juan Carlos Baglietto, debuta ahora como columnista de SUPERHUMOR. Insobornablemente comprometido con la tarea de oxigenar la atmósfera que cubre a los argentinos, y de manera muy especial a sus hermanos de generación. Fito tratará de barajar las cartas marcadas que la realidad de los últimos años le ha tirado sobre la mesa, Sin ocultar ningún gesto de temor por la responsabilidad asumida, el rosarino deja sonar la primera nota afirmando que no todo es talento e inspiración sobre estas pampas. Escribe Fito Páez

- Qué talentoso el chico, ¿vio?.
-Y... sí. Medio loquito pero con talento; pero no se preocupe que ya se le va a pasar.
- Qué se le va a hacer. Está en la edad del pavo, pobrecito.

Creo que más de uno se sentirá identificado con este diálogo de vecinas resignadas, a la par que advertirá que pasaron diez, veinte, treinta años, y el chico sigue en la edad del pavo.
Existe pues en nuestro planeta una supuesta casta de loquitos creadores, esparcidos por todos los rincones, dueños de una sensibilidad especial de los más variados colores y nacionalidades, dispuestos a transformar en obra todo lo que perciben.
Ahora bien, no todo es talento e inspiración.
Encontramos a través de la historia ciertos elementos que inciden decisivamente en el producto de estos sujetos. El primero y más llamativo de ellos es la ubicación histórica y geográfica, lo que determinaría el condicionamiento político, social, económico y cultural que rodea su ámbito y, por ende, su obra.
El segundo, y no por ello menos importante, sería el elemento afectivo; o sea, su relación con aquéllos con quienes mantiene un intercambio de afectos desinteresados: pareja, amigos, familiares, bichosect. Alguien en mi cuidad natal, Rosario, pregonaba: "Por más hombres que hagan arte y menos artistas." Porque en definitiva, ¿qué es la creación? No, no nos equivoquemos. Crear no es sólo patrimonio de unos cuantos tocados por no sé qué varita mágica. La creación es la transformación de uno o varios elementos internos o externos en hechos sensibles (léase capaz de emocionar).
En una empresa se aplica el concepto de la división del trabajo; en la sociedad moderna también se lo aplica. Aunque preferiría decir que se lo impone como norma imperativa y operativa de vida ya que no todos podemos ejercer todos los oficios. ¿Por qué este párrafo? Porque no pretendo un mundo de Picassos o Serrats, por el sólo hecho de decir que todos somos capaces de crear. Mi interés radica en demostrar que todos los seres humanos nacemos con las mismas condiciones, pero las circunstancias nos condicionan luego ante el simple hecho de identificar un núcleo y transformarlo en cuadro sensible.
En primera instancia podemos decir que un creador es la resultante de los elementos anteriormente descriptos, sumados al ejercicio real del oficio (entiéndase estudio, momentos de ocio creador, Cuchi Leguizamón, etc). Y a partir de aquí surgen las jerarquías creativas -evidentemente no es lo mismo un Richard Clayderman que un Manolo Juárez- que en ningún momento dejan de ser subjetivas aunque a veces, como en este caso, se hacen sumamente necesarias.
Cambio de tribuna y pregunto: ¿Por qué se le acredita al artista esa característica que lo distingue del resto de sus conciudadanos?.
Elemental, Watson: existe todo un sistema equipado y preparado para cumplir esa función. Es decir, un creador -quiera o no- denuncia. Por obvia deducción, si la denuncia adquiere orientación social, molesta al triste imperio de los ballenatos poderosos, por lo cual ellos se encargarán cuidadosamente de mantener mansitos a sus corderitos montando todo un sistema político, económico, social y cultural basado en el confort y las buenas costumbres, además de reprimir todo aquello que directa o indirectamente, afecte la sensibilidad o despierte en alguno de nosotros la posibilidad de creer en otra forma de vida basada en valores totalmente opuestos a los suyos.
Tanto es así que cuando un sujeto denominado creador entre los mortales, baja su dedo en reprobación de algo, ya sea con su actitud o con su obra, se lo caracteriza con la distinción y generalmente con el cariño de quienes conviven a su lado, por el solo hecho de ver lo que ellos no ven o al denunciar algo que ellos mismos hubieran querido denunciar. Esto implica la inminente disconformidad de todos con un sistema reaccionario y caduco que no hace más que reflejar la profunda crisis moral que afecta a las instituciones impuestas y, por consecuencia, al hombre mismo.
En definitiva, un creador -con su capacidad de transmitir- sensibiliza; por lo tanto, cuanto menos creadores, mejor. Un buen ejemplo lo tenemos aquí nomás: hace ya casi siete años de gobierno de facto, hace ya casi siete años de represión. Represión que también afecta a los creadores y fundamentalmente al surgimiento de éstos. "Si atacamos la raíz, el árbol no nacerá." El problema es que olvidan que hay ramificaciones que están vivas y -lo que es peor- están alertas.

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UNA RELIGIÓN EN EL DESCONCIERTO
"- Al rock ya no se lo baila.
- Es cierto. Ahora se lo vuela".
(Paráfrasis a Fernando Gulbert)

Los jóvenes preguntaron desde siempre en la historia, buscando una respuesta. O a lo sumo, un eco. Tres discípulos interrogan a Confucio acerca de las virtudes de un gobernante. Confucio -como buen maestro- responde con sentido práctico: "Tener un buen ejército, alimentar a su pueblo y ofrecer confianza". La urgencia de sus años los vuelve exigentes y con la adarga del interrogante acometen de nuevo: "¿ Y si fueran dos?" "Alimentar a su pueblo y ofrecer confianza", sentencia el iluminado. Un tercero, con la impertinencia de una agudeza en estado silvestre, interroga nuevamente: "¿Y si fuera una?" Confucio, categórico, (se) define: "Ofrecer confianza".

Esto es sólo una escena de connotaciones teatrales de la saludable manía de preguntar, que acucia a todo hombre joven, y no sólo a los jóvenes.
Siempre ellos preguntaron a lo largo de los calendarios humanos, como si un sortilegio de ancestral urgencia, los determinara a interrogar; como acicateados por el tábano de una intuición que les revela (¿revela?) lo efímero del mundo y su consiguiente salvaje apuro por preguntar, para luego saber y pensar. Un joven pregunta a Jesucristo acerca del modo de ganar el cielo. Cuathemocín, torturado por el conquistador hispano, responde (preguntando) a su vejado hermano de raza: "Estoy yo acaso en un lecho de rosas". Los jóvenes soldados habrán preguntado (aunque más no fuere al viento) en la soledad de la ínsula malvínica ¿Por qué?, observando uno de sus miembros camino de la amputación, o los otros que vieron descerrajarse sobre sus cuerpos los bastones represores en los tristemente inolvidables 30 de Mayo-16 de Diciembre, como una lluvia apocalíptica, Los mismos jóvenes, que en los años 60 preguntaron (afirmando): "¿Por qué no prohibimos la prohibición de la imaginación?". Iguales a aquéllos, los nuestros, que sin el paraguas y la levita de la iconografía escolar exigieron (preguntando) a los cabildantes "El pueblo quiere saber de qué se trata". Todavía seguimos preguntando. Legiones casi infinitas de "generaciones preguntantes", como HamIet, "desean ser" y preguntar para conocer "cuál es la cuestión".
Algunos pocos afortunados encuentran respuestas parciales (¿distorsionadas?) y mínimas, análogamente mínimas y parciales a las que el mismo sistema formula a los incipientes dirigentes del mañana. Otros siguen (seguirán) preguntando a gritos como Juanes en el desierto; y por las evidencias de los hechos actuales, es más factible que hallen camellos astronautas que respuestas definitorias. Los jóvenes son, obstinadamente, pascalianos: "Pienso (preguntando piensa) luego existo". Y aunque preguntar les cause problemas ("Quien añade ciencia, añade dolor". Eclesiastés) están dispuestos, con tal de crecer en la libertad (es decir, la Verdad) a soportar más de una llaga y un escarnio. Pues llega un momento en que se dicen al modo serratiano "Harto de estar harto/ya me cansé/de preguntarle al mundo/¿por qué y por qué?".

¡OH,LAS COMPARACIONES!

Y es precisamente en la esfera de la música donde la interrogación adquiere un protagonismo excepcional. En la Argentina, el rock es el movimiento de masas más importante, comparable por su vital impulso con el epígono del peronismo en sus bases populares, junto a una creciente población de militantes cristianos progresistas. No es un estertor o un espejismo, un eructo en el pantagruélico festín del consumismo canibalista. Aunque algunos de sus representantes, sin una lucidez responsable, en ocasiones transitan arenas movedizas. Pero de cualquier modo, más de una década y media en el espectro de la música popular nacional ratifica la consolidación de la aluvional empresa. El rock después de largos tiempos de Torquemadas e inquisidores y silencios digitados, se impuso como un acto de vida permanente. Es tiempo de que se le otorgue carta de ciudadanía argentina, pues ha evidenciado un compromiso con la realidad de nuestro tiempo, que otros géneros han soslayado sospechosamente. Debe tener una cédula con una identidad. La nuestra.
A riesgo de previsibles impugnadores que preguntarán la relación que guarda el cerdo con la Luna (léase, el rock con el peronismo y las huestes de laicos religiosos), he observado, en la práctica personal de espectador de recitales, que el género es una tribuna política y una manifestación religiosa dentro de sus muy peculiares fronteras. La asistencia a sus recitales muestra con quirúrgica evidencia un poderoso organismo, sus proteínas ideológicas y sus viscerales cuestiones con la vida.
La levadura expresiva del joven (aún el resistente al rock), encauzada en el oceánico crecimiento de esta música, encuentra el fermento colectivo en una comunidad de similares intereses e idénticas razones. Entonces "sucede" sin convocarse esa liturgia y al "hallarse" se muestran (entre otras actividades, preguntando) en una plenitud espiritual que en la convivencia de una comunidad alienada apenas giraba los postigos de sus mentes y su alma. Y encuentran sus respuestas.
No aventuro que les sirvan muchas de ellas, pero la incuestionable comunión de júbilo compartido los redime y los alimenta para otras empresas humanas. También los justifica para reincidir en el ritual abierto de sentidos sintonizados en una frecuencia que encuentra interlocutores válidos. En definitiva, en el país sigue creciendo hacia su madurez una religión (del latín "religio": volver a ligar) en el desconcierto nuestro de cada día, bautizada con el agua viva de un espíritu inquisidor, inconformista e insobornable.
¿Una tribuna política? Puede ser. La circunstancia histórica del movimiento rockero actual, lo avala. Una corriente sutil que postula "la verdad popular de la Belleza" (y la Verdad es Belleza, al decir de Mallarmé). Un credo político donde conviven realidades y dimensiones, a veces más profundas y totalizadoras que la de un parcelado proselitismo. En los recitales, los participantes ejercen la soberanía de opinión con características senatoriales; sin proponérselo: brazos en alto elevando ideas, réplicas y contrarréplicas cuestionándolas; oposiciones enérgicas desnudando otras propuestas; abstenciones a viva voz; toma de posiciones partidarias y apasionadas; lenguaje poético interpolado de polémicas y exabruptos; votaciones temperamentales y entronizaciones de propuestas que implican a la mayoría de los espectadores. Ejercitan un acto cívico de democracia.
En el rock campea un aire de espontaneidad comunitaria -esa sensación que salva, según Hesse, a los hombres de sus crisis de relación. Da la impresión de que casi todo está dado, porque la entrega es tácita desde la convocatoria misma. La energía potente que exhala el gran "aura populis" del rock nacional es inherente a sus fieles, porque la coincidencia en el Uno de la música y el sentimiento, cierra las celadas a la evasión y a la complacencia.
Sólo queda al descubierto un corazón unánime y monumental que pregunta sin cesar. ¿Latirá el espíritu con tanta potencia que el corazón no es más que un aliado de tanta energía sublimada?
El viaje del rock no ha comenzado, ni prosigue. Siempre estuvo "siendo", pues hace la misma travesía con distintos ojos.
Boskquin Ortega

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