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Durante la Música, él
suele recurrir a la magia, a los juegos de chicos, a las preguntas de
todos, y a conjurar lo mejor que tiene adentro. Suele tomar las palabras
y los sonidos que emanan del viento, de los vientos que se arremolinan
en la ciudad.
Habla de cosas claras, aunque no profundamente conocidas.
De cómo son, en definitiva, casi todos los hombres.
De cómo otros no viven.
De la fuerza que hay en algunos.
No en los muertos, no con ritmos muertos.
Habla de las imaginaciones inevitables.
De los parches que dejan las evoluciones.
Habla de la creatividad vital.
O de su ausencia.
De las ironías semiocultas.
Habla de un arte en el que se eliminan los estèriles martirios, las
provocaciones, las tibias amenazas, y en cambio se resucita la
expresión natural.
Habla de la música popular en plenitud.
Hoy, cuando muchos se llenan la boca recyéndose "nacionales y
populares", ser el emergente natural de un eco popular es quizás
un paso arriesgado. Quizás él lo sepa. Por eso la ironías, alguna
"locura": únicas salidas sanas ante posibilidades
comprimentes.
Charlie García no pertenece a la clase de los compositores sospechosos
(sospechosos porque consagran más tiempo y más valor a volubles
justificaciones que a la sinceridad), sino a la de los que pueden (o
aparentemente intentan) lograr la sanidad del rock.
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