Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Rock en Buenos Aires
El difícil tiempo nuevo

El receso veraniego elimina los recitales. Varios de nuestros rockistas andan por Uruguay y Chile. Otros se quedan en casa, ensayando para la próxima temporada. Desde Año Nuevo hasta aquí, algunos de los enclaustrados y de los viajeros van repasando lo ocurrido con el Rock aborigen durante los últimos meses. No es nada fácil ser rockista en la Argentina. He aquí un resumen de lo que se conversa, y de lo que seguramente será núcleo de agitadas charlas en los meses próximos.
Vivir del Rock, aquí y ahora, es una fábula. Arco Iris sostiene que ha logrado la autosuficiencia económica, tocó a sala atestada en todos sus recitales de 1971, vendió muchas copias de Mañana Campestre. Vox Dei se defiende con una que otra gira. Alma y Vida debe hacer concesiones comerciales para ganarse el pan. Pero los pesos circulan en el ámbito de la música complaciente, netamente fabricada para producir mucha plata. Si vos tenés un conjuntito progresivo, y tratas de ir adelante con eso, te comerán los bichotes. Ningún club ni confitería quiere poesía ni alto nivel armónico, todo lo contrario, quiere chi-pún-chipún para que los clientes bailen. Que la vanguardia se vaya a experimentar a otra parte.
Desde el punto de vista de los sellos grabadores, meros manufacturadores de un producto llamado disco, la consigna es vender mucho, no interesa qué. Se invierte dinero donde más rinde, no importa en quién, mientras su placas sean muy compradas. La industria discográfica es un negocio, nadie hace beneficencia desde allí. Seguramente sabés que antes muchísimos disc-jockeys cobraban para pasar determinados discos por sus programas radiales. De acuerdo a la nueva legislación, la pasada es cobrada directamente por la estación, con tarifas según el horario y la categoría de la emisora. La grabadora va a gastar apoyando a quienes tienen más gancho vendedor. A todo esto se debe que escuchés por radio tanto chipún-hipún, complaciente, bien comercial, y pará de contar. El Rock queda entonces desplazado, arrinconado en recitales. En este plano, si el recital es organizado por una empresa (que no hace beneficencia tampoco), ésta se lleva una buena parte de lo embolsado. Por otra parte, las salas céntricas (cuando Pappo tocó en el Metro, el cuero de muchas butacas de la pullman fue tajeado a fondo) se resisten a alquilar. Si lo hacen todavía, hay que derivar buena parte de la recaudación en pagar seguros y contratar servicios privados de vigilancia. Esto es el mundo exterior, a grandes rasgos. En su mundo interior, el músico nuestro de Rock vive mayormente aislado. Conste que la situación es idéntica para los exploradores del Tango (como Rovira o Mederos). La primera ráfaga rockera se incubó en La Cueva, ese mitológico boliche. Hoy no hay nada por el estilo. Y si apareciera, lamentablemente se convertiría en campo de batalla de los traficantes de drogas y de los detectives de Toxicomanía. Algunos rockistas porteños y platenses barajan la posibilidad de constituirse en cooperativa, alquilar un cine o un teatro permanentemente, y constituir allí un centro de difusión donde puedan expresarse los ya conocidos y los novatos. Otros siguen soñando con alguna especie de "cueva" donde ir a zapar libremente, sin miedo a allanamientos y sin plagas de almas reventadas. La interación entre conjuntos y solistas es fundamental, hay cotejos y confluencias. La poesía, el cine, y en gran parte el teatro nuestro, mueren de angustia o caen en la rutina por falta de intercomunicación entre los creadores. Hay pibes llenos de ideas, vos podés ser uno, que se llenan de tierra en el comedor de casa. Eso sin entrar al terrible problema de lo caro que salen los buenos instrumentos y los equipos. Una comunidad de rockistas (tal vez con un periódico informativo, proponen algunos) permitiría a los recién llegados usar los equipos de los grupos consolidados, egoísmos aparte, claro. De esto se habla en Baires, últimamente. En una estupenda entrevista recientemente publicada, Claudio Gabis declaró a J.P. Palacio: "No hemos logrado un grado de madurez y crecimiento individual como para poder encontrarnos todos sin envidias, sin celos profesionales. . ." Nada de eso va a pasar mientras los rockistas se quejen y esperen que la comunicación caiga del cielo. Además de pensar en la posibilidad de un lugar donde reunirse y de un periódico de Rock, sigue en el pie el problema de ganarse la vida. En este campo, fundamental, el músico está desarmado. Para sobrevivir se ve obligado a trabajar en dos niveles, por un lado hacer concesiones, tocar cosas fáciles para trabajar en bailes y grabar cosas sencillitas, por el otro dejar sus creaciones más comprometidas para exponerlas en recitales. Es una gimnasia bastante humillante. Es muy frecuente que un grupo tire la toalla y se lance a una línea totalmente comercial, para después —habiendo ganado mucha plata— dedicarse a ser otra vez de vanguardia. Pero el dulce aroma del éxito y de las divisas suele ser irreversible. Viene el auto, la super-casa, el ultraconfort... y la gordura. El año 1972 será crucial en nuestro Rock. Pero los músicos solos no bastan para ir al frente. Necesitan la mayor solidaridad posible. En este terreno, el público —sí, vos que a veces vas a lo recitales o compras un disco— va a tener que tomar partido. Los periodistas, los pasadiscos en radios, los directores artísticos de las compañías grabadoras y los productores tratan al Rock como al primo pobre de la Música Joven, mientras todo el potencial se invierte en limbo-ritmos. Algunos rockistas coinciden en que el público que los sigue debe dejar de ser consumidor pasivo para convertirse en activista decidido. La consigna del 72 parece ser presionar en todos los frentes. En una privadísima reunión, días atrás, se propuso una acción directa de cartas, llamados telefónicos y hasta manifestaciones amables frente a compañías grabadoras y radios, reclamando para el Rock todo el apoyo que se le da a los fabricantes de chipún-chipún. En Estados Unidos y Europa, por ejemplo, los sellos siguen produciendo música complaciente altamente comercial (y de paso muy bien orquestada, no como aquí), pero dedican una porción de las ganancias en promover las creaciones progresivas.
Aquí, en LBG, nos gustaría escuchar lo que piensan ustedes sobre todo esto, oyentes o músicos. Cualquier nuevo tiempo es difícil. No pretendemos que todo sea dulce de leche. Lo fundamental, es que nuestros creadores de Rock tengan una oportunidad y que no se atrofien antes de empezar a crecer. Basta de arbolitos enanos, hace falta poner el cielo como límite. No hay tronco que valga con raíces estranguladas. Chau.
MIGUEL GRINBERG
La Bella Gente
25.02.1972

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