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iracundias
El cantar de juglaría

 

 

Revistero de rock

 

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Los riesgos del éxito económico: No es fácil seguir enojado a lado de una piscina. En la foto: Los Gatos, Los Montoneros, Billy Bond

Melenas, pacifismo y filosofía: Nadie sabe por dónde pasan los caminos de la libertad. En la foto: Birabent, Cabral, Los Walkers)

 

 

Parece ser, al fin de cuentas, el método más efectivo, a pesar de sus riesgos: cada vez que en una sociedad estable comienzan a proliferar los gérmenes de la rebeldía, del inconformismo, el cuerpo social se pone a segregar inútiles anticuerpos represivos, pero termina con la fiebre según un mecanismo de defensa paradójico; simplemente, hace un lugar a los nuevos, los felicita y palmea, los aplaude. Finalmente, los incorpora, deglute y digiere. Cuando aún era un desconocido, en 1956, el dramaturgo inglés John Osborne casi hace volar a medio Occidente con una obra potente como la dinamita, corrosiva como vitriolo: se llamaba: 'Recordando con ira', y muchos de sus admiradores se autobautizaron iracundos. Meses después, Osborne se repantigaba en una silla de lona, junto a una pileta de natación, acompañado por dos rubias nutritivas: al dorso de la foto probatoria, el redactor de una agencia noticiosa agregaba una reflexión bastante profunda: "Quién sabe qué será de él ahora. No es fácil seguir enojado al lado de una piscina".
La semana pasada, Primera Plana pudo verificar que algo parecido sucede con una singular especie autóctona, los cantantes de protesta, o sea la parte oral de un grupo más amplio al que alguien se ocupó de bautizar, confusamente, con el calificativo de beatniks. Los juglares criollos, casi siempre poco dispuestos a vérselas con los grandes temas locales, suelen gemir algunos problemas ajenos, como la guerra; pero lo que les permite sentirse perseguidos es la incomprensión general frente a sus distintivos exteriores: las frecuentes incursiones policiales en La Cueva, en Pueyrredón y Juncal, uno de los reductos favoritos de lo protesta, casi siempre fueron motivadas por una cantidad de melenudos por encima de la cuota mínima, o por un exceso de algarabía juvenil. Las canciones mismas, en cambio, parecen incapaces de horrorizar a nadie; el conjunto llamado, precisamente, Los Beatniks se disolvió tras haber hecho oír sus iracundias antiburguesas en el pomposo Hotel Hermitage, de Mar del Plata. Por supuesto, el decadente auditorio (en ropas de soirée) se mantuvo del todo impermeable a los estremecimientos del autoconmovido conjunto.

El canto del naufragio
Al igual que otra media docena de conjuntos, Los Beatniks integraron, hasta su desaparición, un movimiento conocido como 'Los náufragos de La Cueva', que floreció hacia 1965 y que ahora cuenta con unos 70 sobrevivientes. Los diversos clanes, tras una sesión de bossa nova en el antro de sus amores, prolongada hasta la medianoche, se desgranaban luego hacia cualquier bar y cantaban "hasta que nos echaran", según relató uno de los feligreses. El centro de gravedad se desplazó, hacia octubre del año pasado, en dirección a la más pacífica confitería La Perla del Once: "Al final del día, los que trabajaban sabían dónde encontrarse con sus amigos, una necesidad mucho mayor desde que algunos abandonaron sus hogares. Vivíamos de las becas [los préstamos] de alguno del grupo que caía con plata y nos pagaba la comida a todos". Al parecer, el descanso también escaseaba, un inconveniente con sus facetas positivas: "Después de romper el rutinario encadenamiento del tiempo, tras varias noches sin dormir, nos tornábamos supercreativos". En ese estado de levitación, Los Beatniks engendraron sus más severas denostaciones contra la automatización, las tradiciones y la guerra, durante nueve noches, en el Teatro del Altillo; una de sus piezas favoritas dice así: "Será la última guerra, vendrá la paz; es un engaño absurdo para matar. Soldado despierta, ven, no luches más". Curiosamente, su auditorio fue siempre civil, salvo alguno que otro conscripto que tampoco supo bien qué hacer.
"En aquel entonces —evocaron, como si hubieran pasado más que algunos meses, Horacio Martínez y Pipo Lernoud—, el público no estaba preparado para interpretar ese mensaje. Hoy hay más gente que sufre, por eso hay más gente que escucha." Martínez (24 años), representante del conjunto Los Gatos, y Alberto Raúl Pipo Lernoud (20), un compositor amigo del grupo, rememoraron la trágica expulsión de los iracundos, perpetrada por los mozos de La Perla: la acusación de que fueron objeto tenía algo que ver con "algunos jóvenes infiltrados, que cantaban y pedían plata".
Como otros náufragos ortodoxos, Los Gatos (Lito, Moro, Ciro y Kay) no trabajan, al menos en el sentido habitual del término; rehúsan, por principio, ganarse la vida en tareas rutinarias, aun al precio de no comer, Pero por ahora el hambre parece definitivamente ahuyentada: los cuatro adolescentes —promedian unos 19 años— redondean unas 12 presentaciones más o menos fugaces por semana, en confiterías, bailes juveniles y shows de televisión. Con un monto global de ingresos que les permite no esforzarse más que viernes, sábado y domingo; el resto de la semana lo dedican a leer ciencia-ficción y a platicar. Los primeros indicios de un peligroso acercamiento al éxito lo vivieron hace dos meses, cuando la canción La Balsa, del gato Lito Nebbia, fue grabada, lanzada y convertida en uno de los mayores hits: la grabación, consumida por unos 50 mil fanáticos, copó el primer puesto eh el ranking nacional de ventas. Dice así: "Estoy muy solo y triste en este mundo abandonado. Tengo una idea, es la de irme al lugar que yo más quiera. Me falta algo para ir, pues caminando yo no puedo. Con mi balsa yo me iré a naufragar". La letra le valió a Lito el mote de suicida, quizá porque no todos los admiradores del conjunto saben exactamente en qué sentido usan ellos la palabra naufragar: "Es quemar los días, charlar incansablemente en un café, salir de la rutina, quebrar las barreras del tiempo".
Del conjunto Los Beatniks sobrevivió el ahora compositor Maurice Birabent (25 años), que acostumbra deambular descalzo por el confortable living de la casa de sus padres, en el barrio de Congreso, mientras insiste en que sus alusiones antibélicas no se refieren solamente a la guerra en el sentido castrense del término, "también a la vida como una guerra diaria, cotidiana, de unos contra otros, por culpa de la Gran Farsante, nuestra sociedad, empeñada en convertirlo a uno en un mero sexo con cédula de identidad". Su voz áspera, acompañada por una guitarra tatuada de rojo y amarillo, suele prolongar esas denuncias en canciones como éstas: "Te engañaron, ya lo sabes, y si no lo sabes también", y "Este hombre ha de comer, de parado en un bar, pizza, vino y disparar, y después a trabajar. Disparar y vomitar, y nunca tarde llegar".
Quizá la filosofía de esa constelación semiiracunda, emparentada tanto con sus antepasados beat como con los actuales partidarios del Flower Power, una horda pacifista y neohedonista fuerte en usa, Inglaterra y Escandinavia, no sea tan superficial como suponen sus detractores: "Después de todo —comentó un habitué del Bar Moderno—, nadie sabe por dónde pasan los caminos de la libertad". Lo cierto es que otros jirones del movimiento 'Los náufragos de La Cueva' siguen empecinándose en su apostolado, y algunos ya pisan los umbrales de las firmas grabadoras de discos. Curiosamente, no son todos novatos o improvisados: uno de les más flamantes cantantes de protesta se llama Facundo Cabral (30 años), y hasta hace un año y medio transitaba la celebridad bajo el seudónimo de El Indio Gasparino. Arrepentido de haber dedicado años a crear canciones como "Volveré, volveré", o "Juana Luisa Valdez", Cabral se alejó de toda actividad hacia fines de 1965, y ahora retorna con su nuevo —y verdadero— nombre para detectar conflictos sociales, poblar sus letras con lustrabotas y canillitas precoces, además de los consabidos soldados: "Un día después de la guerra, si es que lo hay, voy a volver a mi pueblo, si es que lo hay". Sus primeros reclamos los voceó en la Sociedad Hebraica de Buenos Aires y en Pierrot le Fou, un café concert de Villa Gesell; ahora se dedica a reeditar sus antiguos discos, que circulan por toda Latinoamérica, anhela equipararse con Georges Brassens y se toma su tiempo para escuchar "las cosas importantes que dice Bob Dylan",
Más inspirados por el pasado local que por las probables catástrofes futuras, Los Montoneros (cuatro folkloristas nacidos en San Telmo, de entre 18 y 28 años) suelen mechar su repertorio vernáculo con canciones propias, a veces un tanto urticantes: "La música es el signo de protesta de mi pueblo, que dormido, se siente ya maduro y ambiciona que sus hijos tengan fe". Según explicaron, juzgan a sus temas por su calidad total, no se reclinan del todo en los contenidos políticos, y más bien se proponen incitar a la discusión que catequizar. Mucho menos reflexivos son Los Walkers, también originarios del último barrio colonial de Buenos Aires, cuyas presentaciones pregonan en inglés, desde confiterías y programas televisivos, un constante reclamo a la tolerancia de la gente. Confían en que esas canciones "golpeadas, que no dejan reaccionar", convenzan a los mayores de que el pelo largo y los sacos Mao no están reñidos con la virilidad: "Las jóvenes —arriesgaron— no tienen la menor duda de ello".

Ramsés vs. Tanguito
El panorama incluye a otros juglares: Ramsés (22 años), un habitué del Bar Moderno oculto tras oscuros anteojos de abuelo; Los Hippies (un grupo que declara ser bastante anti-beatnik, aunque pueda ser confundido con ellos en su apariencia); Billy Bond, el único italiano entre tantos argentinos; y otras tres docenas que si no siempre se manifiestan en actividad plena, al menos incursionan en bailes de barrio y se mantienen en buen estado atlético. Antes de ser presentado por el Showman Antonio Carrizo ante las cámaras del Canal 9 —donde procedió a alisarse un flequillo convenientemente ensortijado—, Ramsés debió abandonar el Bar Moderno y su anterior seudónimo: nadie puede triunfar como iracundo bajo el nombre de Tanguito. Sus baladas fustigan tanto a la Policía, ocupada en apresar a sus pilosos camaradas, como al Papa "que bendice las armas para matar" (sic). Antes de arribar al contrato, Ramsés cantaba y bailaba con otros 40 náufragos en la Plaza San Martín, de donde eran prolijamente expulsados por los agente de la Seccional 15ª, de ahí su fervor libertario.
La ideología de aquel grupo bullanguero es mejor explicada por Los Hippies, que en aquel entonces se llamaban Los Ovnis: "Se trata de festejar todos los días la tremenda alegría de vivir, y dejar de lado la sociedad, la historia y toda la 'mano' ['lo demás', en argot hippy]". Ejemplos de alegría de vivir, según fueron expuestos a una redactora: "Un buen jugo de tomate, despertar a tu lado". Uno de ellos, Enrique Sappia (25 años, licenciado en Relaciones Públicas de la Universidad del Salvador), no se conforma con el nombre que bautizó al conjunto, a raíz de que él mismo solía andar descalzo por la calle como algunos colegas norteamericanos; "Los pinchazos atentan contra el bienestar", reconoció, tras optar por enfundarse en zapatos burgueses, apenas amortiguados por el efecto de pantalones pintarrajeados con leyendas pacifistas y corazones. "Los beatniks son unos resentidos", denunciaron.
También Billy Bond, alias El Rebelde, 'né' Julián Canterini, descarta en principio los cantos de protesta en boga, y en cambio se identifica con la línea verde, de sátira social más que de queja, que instauraran desde Londres Los Beatles: si su primer disco fustigó la sobreprotección paterna, su último éxito, el shake "La bomba está por explotar la plaza en cuanto la banda pasa", importado del Brasil, se interna en una maraña de alegorías, donde la plaza es el mundo, la bomba representa tanto la guerra como la miseria y la banda simboliza a "la gente que trabaja".
De todas maneras, ahora los canales de Buenos Aires, las confiterías de los grandes barrios, los circuitos musicales que proveen a los bailes de fin de semana, y hasta los sellos grabadores, parecen haber condenado a la más dulce muerte a los últimos náufragos, los han aceptado y despojado de la mayor causa de sus sinsabores: la falta absoluta de dinero. Bien comidos y vestidos, siempre enemigos del trabajo rutinario pero para nada necesitados de ejercitarlo, los cantantes de protesta ya no tienen por qué protestar. El precio de la seguridad es la sonrisa: el tema de Los Gatos "Ayer nomás", fue metamorfoseado por la RCA Víctor, para su grabación, en una canción romántica; originalmente, tal como la escribiera Pipo Lernoud, decía: "Ayer nomás en el colegio me enseñaron, que este país es grande y tiene libertad. Hoy desperté y miré mi cuarto, en este mes no tuve mucho que comer". Aunque accedieron a los cambios, ejecutados por el propio Lito, no se resignan del todo: Pipo rumia su descontento, insiste en que "hasta que no nos dejen grabar lo que queremos, grabar será deformarnos".
revista Primera Plana
20 de noviembre de 1967