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Isla de Wight 1970
¿Requiem para los maxi festivales?
Muchos pronosticaron que el Festival de Música Pop de la isla de Wight (Inglaterra) —el de agosto del año pasado— era el último de la serie de grandes festivales.
Las revistas le dedicaron muchísimas páginas en todos los tonos.
Aquí conocimos "Woodstock" por la película documental que refleja hasta los últimos y más íntimos detalles del monumental festival realizado en Estados Unidos.
Y también tuvimos nuestro mini-frustrado-festival: el de Lobos, con el pintoresco Edgardo Suárez,
además dé otros más minis todavía.
Pero, ¿qué son los festivales de música "pop"? ¿Qué finalidad persiguen? ¿Qué buscan quienes participan en ellos?...

POP! Esto suena como un corcho que salta. Es alegre y sonoro. La palabra viene de un adjetivo inglés, "popular" (su significado es obvio), pero también es un sustantivo en el mismo idioma: "pop", que significa chasquido, taponazo.
"Pop music" es, entonces, música popular. No es jazz, ni es folklore, sino un género donde se reencuentran esas dos tendencias de la música anglosajona moderna, en una forma accesible a todos..
Y esas palabras: "pop music", designan uno de los fenómenos quizá más importantes de nuestra época, no sólo por la jerarquía de los temas musicales, sino también por el inusitado y valiente contenido de las letras. Fenómeno que resulta tranquilizador, si continúa sobre el mismo camino, ya que es signo de que la juventud de hoy quiere y puede cambiar un mundo que rechaza por su egoísmo, y por la primacía , que en él tienen el poder del dinero y el derecho del más fuerte. Todo esto envuelto en los acentos estridentes o líricos de una música rica, variada, que difícilmente deja indiferente, y en el marco de asambleas gigantes: he aquí la esencia de los festivales de pop-music.
LOS GRANDES FESTIVALES
Para escuchar música pop, y a sus estrellas —nuevas o veteranas—: Joan Baez, Leonard Cohen, los Who, los Rolling Stones, Donovan, Bob Dylan, Jimi Hendrix, Richi Havens, los Doors, Sly & the Family Stone, John Sebastian, etc., los jóvenes no dudan en hacer cientos de kilómetros a pie, en moto, en barco... o "a dedo".
Todo comenzó con los festivales de la canción de New-port (Estados Unidos). Durante algunos años se escuchó en ellos a Pete Seeger y a Joan Baez cantando las viejas baladas de los colonizadores del Nuevo Mundo, de los pioneros y buscadores de oro, y los cantos de la Guerra de Secesión. Después. Bob Dylan comenzó a¡ cantar sobre el bloqueo de Cuba, sobre la guerra de Vietnam, sobre los negros, los ghettos y los sobrevivientes de Hiroshima.
Los jóvenes norteamericanos descubrieron entonces su pasado, y mucho de su presente. Se preguntaban qué es lo que su país había hecho, hacia dónde se dirigía. Esta toma de conciencia dio nacimiento a una especie de solidaridad general, de Boston a Memphis y de San Francisco a Filadelfia.
De repente surgieron canciones que se permitían decir que el dólar no era un dios, que la guerra era él argumento furioso de las potencias que se sentían cuestionadas, que el racismo no era más que un viejo reflejo egoísta de "civilizados" pretenciosos. Una nueva generación, diciendo adiós a los temas anodinos y superficiales, venía a dar una lección a sus mayores, reclamando paz, amistad y justicia.
Este lenguaje era como una especie de esperanto, y ciertos temas se convirtieron en himnos, como el famoso "We shall overcome" - "Venceremos"-, que los negros pacifistas de Martin Luther King tomaron como canto de reunión.
La música no tiene fronteras, y las ideas que ella difunde se entienden tan bien en Inglaterra como en Francia, Alemania o Italia. La música pop se expandió rápidamente. Los millones de oídos que la escucharon, fueron como una tierra fértil que sólo esperaba las semillas.
La primera gran cosecha fue el Festival de Wight en 1969: más de diez mil participantes. Después, Woodstock, con sus 300.000 espectadores. Más adelante, Amougies (Bélgica), Rotterdam (Holanda), Clermont-Ferrand, Le Bourget, Aix-en-Provence, Biot (todos en Francia), y en agosto de 1970 el segundo festival de Wight, que reunió más de 200.000 jóvenes en cinco jornadas de música al aire libre. 
CÓMO ES UN FESTIVAL
Es evidente que no es posible escuchar música durante cinco días sin descansar. El programa se presenta entonces, en estos festivales, como una especie de auto-servicio, donde cada uno elige lo que le gusta: discutir con sus amigos, bañarse en la playa, comer, escuchar a tal o cual grupo o solista, dormir, trabar amistades, organizar debates, etc.
Se va al festival pop, porque en ninguna otra parte es posible hartarse de música "compartiéndola", "viviéndola" con los demás. Las salas de espectáculos de las ciudades son demasiado chicas; y hay que respetar horarios, vestirse más o menos "correctamente", a veces pagar precios muy altos...
El festival de música pop es ante todo, una inmensa reunión de recreación, en el mejor sentido del término, donde, liberándose de las concesiones de la vida cotidiana, uno puede organizar su tiempo como quiere, intentando la experiencia de una vida colectiva basada en el respeto a la libertad de cada uno, en la amistad y en una verdadera fraternidad (ésta es una palabra cada vez más frecuente en las conversaciones juveniles).
WIGHT 1970
La isla de Wight está al sur de Inglaterra, frente al puerto de Portsmouth, separada de la costa por un brazo de mar. El festival se desarrolla en una llanura —Freshwater—, bordeada por la colina del East Afton Farm, al oeste de Wight. En esa gran pradera había áreas para camping, para abastecimiento, un helipuerto, centros de transporte, el escenario del Festival, etc.
Los participantes en el segundo Festival de Wight (agosto de 1970) llegaron de Inglaterra, claro, pero también de los Estados Unidos, de Francia, de Alemania, de Holanda, de Italia, de Bélgica y de Suiza. Incluso había algunos argentinos, canadienses, hindúes, pakistanos y hasta japoneses.
El Festival se inició un miércoles, y terminó el domingo. La entrada general para todo el Festival costaba tres libras (casi tres mil pesos moneda nacional). Para los que sólo iban uno de los días, el precio variaba: el día más caro fue el domingo (dos mil pesos moneda nacional).
Las entradas se vendieron desde julio en más de doscientos locales, distribuidos en las cincuenta ciudades más importantes de Inglaterra. La organización corre por cuenta de una empresa, la Fiery Creations Ltd., que empleó en esa tarea más de quinientas personas.
¿ESCÁNDALOS EN EL FESTIVAL?
Los diarios franceses e ingleses se ocuparon más de los aspectos "escandalosos" del festival que del programa musical. Desde fuera, basándose en esa información, podría parecer que Wight fue una gran orgía de drogas, violencia, nudismo y amor libre. Es una imagen falsa, porque es incompleta. No puede negarse que algo de todo eso hubo; pero ¿en qué proporción, sobre más de doscientos mil participantes? ¿Por qué no se habla de las decenas de miles de jóvenes sinceros y pacíficos que asistieron al Festival? Muchos adultos, incapaces de comprender a la juventud y llenos de pánico, esperaban que ocurriera todo eso, y ciertos órganos de prensa se ocuparon de presentarles esa imagen, aunque para eso tuvieran que distorsionar la realidad.
Cuando hay muchedumbres tan grandes, es inevitable que haya algunos exaltados y desequilibrados, cuya única finalidad es destruir, por el placer de degradar y degradarse. Pero la gran mayoría de los jóvenes que participaron en el Festival de Wight eran tranquilos y cordiales, y sólo buscaban vivir cinco días de música, diálogo, amistad, camping y horizonte.
GRAVES DEFECTOS
Estos festivales ¿son, entonces, perfectos? Nada de eso. Cada vez resulta más evidente que el fin número uno de los organizadores es hacer grandes ganancias. Doscientas mil entradas a $ 3.000 cada una, son nada menos que seiscientos millones de pesos viejos. Como para hacer soñar a todos los empresarios de la Tierra.
Hay que agregar a esto todos los comercios que florecen alrededor de este género de espectáculos: hamburguesas y "panchos", bebidas, tejidos, discos, libros, ropa... Muchos opinan que el ambiente comercial se vuelve tan opresivo en los festivales, que quitan las ganas de volver a asistir a otro.
—Esto, en general, me gusta —decía un muchacho belga—, pero todo el comercio que hay alrededor me repugna. Te venden comida... Bueno, eso es normal. Pero todos estos quioscos de vestidos, collares, objetos de cuero, sombreros, discos, libros..., ¡hasta sacos de dormir de papel!
Otro factor que indigna a los jóvenes es la distinción que se establece entre quienes pueden pagar más y los que sólo tienen para una entrada "general" (los primeros disponían de un asiento, cercano al escenario, por diez mil pesos. ¿Y el amor, la justicia, la igualdad?
Sumemos a esto la insuficiencia de los baños -precarios y sucios, para los que también había que hacer cola—, del agua, de la atención médica, de los transportes... Sumemos la vigilancia policial, hasta con perros, ejercida para impedir la entrada de "colados"... Sumemos las incomodidades y conflictos inevitables en un inmenso campamento de más de doscientas mil personas, y comprenderemos por qué el último día se produjeron destrozos por unos quince millones de pesos...
LA IGLESIA EN WIGHT 
En febrero de 1970, el obispo católico de Portsmouth, monseñor Worlock, decidió enviar un equipo sacerdotal al Festival de Wight, y la misma intención expresaron los responsables de la Iglesia anglicana. De común acuerdo, ambas Iglesias instalaron en el Festival una gran carpa, bajo el nombre de CHRISTIAN COUNSELLORS (Consejeros Cristianos}. 
Se ofrecieron diversos servicios. Por de pronto, el alojamiento. Muchos jóvenes no tenían carpa, ni dinero para comprar siquiera una de las bolsas de dormir de papel (alrededor de $500), de modo que las dos terceras partes de la carpa servían para que muchos pudieran dormir bajo techo.
También se distribuían frutas y pan a quienes carecían de dinero para comer. Se instaló un puesto, atendido por varios seminaristas, hermanos y sacerdotes, en los que se facilitaban informaciones de toda clase. Se instaló un pizarrón para dejar mensajes, y se proporcionaban útiles para escribir y hasta postales, para los que querían enviar noticias a sus familiares.
Sin embargo, el principal servicio de los "Consejeros Cristianos" fue estar a disposición de los jóvenes. En turnos rotativos de seis, horas, los miembros de ambos equipos —anglicano y católico— circulaban por todo el terreno del Festival, conversando con chicas y muchachos, participando en discusiones —que surgían solas, a veces por la simple presencia del sacerdote o religioso— sobre infinidad de temas: la existencia, Dios, la libertad, la fe, la justicia, la paz, la sexualidad, las drogas...
El domingo, día de la clausura, los sacerdotes católicos celebraron la misa al aire libre, ante varios cientos de jóvenes. Por su lado, los anglicanos organizaron un servicio común con los pastores evangelistas, que también fueron al Festival.
—Estos jóvenes —decía un sacerdote- tienen a la música pop como signo de reconocimiento, porque, para ellos, es un lenguaje común, un clima en el que se sienten cómodos, como en su casa. El mundo actual les desagrada y los inquieta. Juntos tratan de construir un mundo más justo, liberado de sus opresiones. Se encuentran en la etapa de reflexión. Quizá nosotros podamos ayudarlos en ese esfuerzo. En todo caso, tienen derecho a nuestra presencia.
¿LA MUERTE DE LOS FESTIVALES?
Quizá los festivales de música pop hayan llegado a su fin. Quizá la vergonzosa explotación que se ha hecho de ellos haya terminado por asquear a los jóvenes. Es posible. 
Quizá no haya otros festivales, en Wight o en otras partes. Probablemente surja otra forma de encuentros, menos comercial. Eso no es lo más importante.
Pero la generación que produjo estos festivales y esta música está más viva que nunca, ardiente y animada por un deseo real de vencer al mundo. Puede no gustar el estilo de vida adoptado por los jóvenes, puede ser que no se coincida con sus ideas o gustos, y que se llegue a sentir una profunda pena por la triste vida de muchos de ellos.
Pero sería injusto ignorar o no querer ver que detrás de todo esto hay una protesta sorda, una concientización mayor sobre los problemas de nuestro tiempo, y una movilización espontánea para sacudir -aunque sea a través del escándalo- la estructura de una sociedad que cada vez parece tener más defectos.
revista Cristina
1971
Vamos al revistero