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Predicantes
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Revistero de rock

 

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La patrulla policial hendió el humo del sótano y empezó a pedir documentos. Un oficial trepó al tablado, en donde un cuarteto de ululantes había ya enronquecido: "¿Esto es un acto comunista?" Mientras el guitarrista intentaba disuadirlo, los otros tres estallaron: "¡Sólo queremos la paz, la paz." Para demostrarlo, se arrojaron de nuevo sobre sus instrumentos y aullaron: "Será la última guerra / vendrá la paz / es un engaño absurdo / para matar". Tapándose los oídos, el oficial emprendió un discreto retroceso. El coro, ensimismado, prosiguió: "Y si vas a la guerra / no vuelvas más / serás sólo / una máquina de matar".
Algunos días después de su presentación en sociedad, en un vetusto sótano de la avenida Pueyrredón, en Buenos Aires (ex Cueva de Passarotus y templo del buen jazz; ahora sólo La Cueva, los émulos del desertor Bob Dylan lucieron sus principios, sus apretados pantalones de corderoy y sus chaquetas azules, para anunciar que tras el lema de Pacifismo y amor libre, los cuatro habían adoptado un mote inconformista: The Rebel Beatniks; para los íntimos, The Beatniks. Además de hacerse crecer el pelo, alientan el propósito de popularizar estribillos con mensaje, estentóreos folk-rocks sobre la conveniencia de abolir grescas y prejuicios raciales.
El curriculum del equipo es más bien exiguo: Maurice Moris Birabent y Antonio Pérez Estévez competían, por lo menos hasta fines del verano pasado, en los dos reductos nocturnos más célebres de Villa Gesell, el Juan Sebastián Bar y La Mosca Verde. Pérez Estévez (24 años, los otros tienen 23), reputado como buen instrumentista, goza de mediana fama en los círculos jazzísticos; Birabent se especializó en componer desenfrenados yeah-yeah. Los otros dos, mientras tanto, trashumaban de uno a otro balneario, a la pesca de changas: Alberto Fernández Martín recaló en Mar del Plata, detrás de una batería, en donde conoció a Pajarito, un juglar que tuvo especial predicamento en Villa Gesell. Pajarito prefiere que lo conozcan sólo por su sobrenombre, aunque tiene más de uno; también lo llaman Zaguri por su admiración a Brigitte Bardot.
Bajo la tutela de la casualidad, el otoño los reunió en Buenos Aires, un día —como tantos— que planeaban qué hacer después del desayuno. Solidariamente, se pusieron a escribir canciones. La primera nació apenas se apagaron tos rezongos de la mamá de Moris, harta de la infructuosa rebeldía de su hijo. "Rebelde me llama la gente/ rebelde es mi corazón /soy libre y quieren hacerme / esclavo dé una tradición", escribió el muchacho. Otras canciones, como 'No, jamás iré a matar' y 'Que ese rencor amor se vuelva' ya apuntalaron su prédica de agresivos pacifistas. El organigrama de The Beatniks adjudica segunda prioridad a los asuntos del amor: menos angustiosamente, sus estribillos recetan una revaloración de usos y costumbres, siquiera sea para acabar con la frivolidad. Por to menos, es lo que propone 'El amor no es cuestión de besos solamente', con letra de Jorge Giannonni, un contemplativo amigo del grupo.
La semana pasada, en tanto el cuarteto bramaba los versos del Soldado ("¿No ves que en dos mil años no hubo paz?"), una habitué de La Cueva, rabiando de entusiasmo, opinó: "Estos inventaron el Mahatma Gandhi swing". A su lado, un ensordecida parroquiano circunstancial, Alfredo Goitre (23 años, estudiante de derecho), no se resignaba a que "el camino de la paz pase por mis tímpanos". 
revista Primera Plana 
9 de agosto de 1966