Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

ARTES Y ESPECTÁCULOS
EL REBELDE DE LOS BIRAVENT

Moris

Revista Periscopio
21 de julio de 1970
Ilda Barbot

"Me considero habitante de la Tierra, todos somos hermanos, me siento libre, no pertenezco a ninguna nacionalidad ni país. Yo quiero ser amigo de todos y no quiero tener ningún nombre. Las ciudadanías son arbitrarias; los hombres nacen sin etiquetas."
Quince días más, y el sello Mandioca, exudará la segunda edición de Treinta minutos de vida (exactamente veintiocho), primer long play de Moris, un trovador argentino nacido en Montevideo y con carta de ciudadanía internacional expedida por la Federación Universitaria de Ciudadanos Mundiales, Estados Unidos.
Pero la historia de Treinta minutos reconoce otras raíces: Mauricio Biravent, 26, se convirtió en Moris desde que empezó a mirar con ojo crítico todo lo que lo rodea. Algunos de sus temas tienen que ver con hechos que lo sacudieron durante su infancia y adolescencia. Sin embargo, todos tienen un protagonista común: el hombre actual, ese hijo de la sociedad de consumo, confort y objetos. ('También le dijo cómo él tenia que pensar / vivir, sentir, amar y ser un ser normal. / Después le regaló el caos, la maldad, y la publicidad por fin lo convenció', resumen sus versos.) "Lo que yo digo es siempre lo mismo; cosas, sentimientos y verdades que observo." Ama un oficio, el de panadero: "Vendiendo pan no engañas a nadie. La gente sabe lo que te compra, no sos un publicista". Moris, acodado en la mesa de un café céntrico, destaca lo que podría ser "el mensaje que repite en su tema 'Rock del barrio', hasta el cansancio: 'El sol brilla en el cielo / inunda la ciudad / la vida pasa a tu lado / ¿no la ves pasar?..."

ESCÚCHAME ENTRE EL RUIDO
'Te engañaron, ya lo sabes, si no lo sabes, también, / con la pluma, la palabra y con el silencio también. / Aunque bien, bien lo sabía la bendita sociedad que eras algo más que un sexo y tu cédula de identidad...'
Para decir siempre lo mismo, como asegura, Morís encontró una vía, "la más pura": los recitales. En un año y medio se prodigó en más de quince (Payró, Di Tella, Auditorio Kraft, Astral y San Martín). Tampoco desecha la oportunidad de cantar en bailes populares: "Nadie baila mis temas; pero si alguno lo hiciera no me molestaría".
Hace unos años, cuando integraba Los Beatniks, un grupo pionero, arrojó su guitarra y adjetivó al público de "¡Burgueses de m... !" y dejó el escenario. "Creo que nadie se dio cuenta. Estaban todos de gala, jugando a su clase social; no querían pensar en nada", memoró la semana pasada. 'Sos el burgués más corrompido que existe / y te engañas pensando que sos un hippie. / Vos explotas a todos y no das nada / y eso es ser el peor capitalista / cuando tenés te haces el burro, vivís de arriba, qué asco me das ...'
"Entonces pocos conocían lo mío; la mayoría eran amigos. No había grabado ningún disco, cantaba en bares y plazas." Ahora, para consumar una de sus actuaciones, se viste "como siempre", con un sweater gastado, cualquier pantalón, un saco de cuero desteñido, o un traje y polera que no tienen mucho que ver. "Eso sí, voy bien afeitado, como un pibito." Sólo exhibe su guitarra electrónica, un buen equipo estereofónico, muchas ganas de cantar y la seguridad de ser comprendido por su público. Ya no tiene necesidad de pedir a los gritos que lo escuchen, como le ocurrió altri tempi.
'Escúchame hermano, entre este ruido actual. / Hermano te lo pido, ayúdame a seguir. / No esperes que te entiendan, por qué lo habrían de hacer, / son sólo maquinitas que no pueden fallar ...'
Confía en que "una canción, como un hecho, puede conmover al hombre. Yo le dejo la incógnita, la semilla; el fruto depende de la tierra en que caiga. Creo que mi público es muy fértil." Él también es público muchas veces. Los músicos jóvenes que forman la vanguardia beat argentina son muy amigos, se apoyan entre sí, se alaban recíprocamente durante los reportajes, tocan juntos, se escuchan. "Las cosas que tenemos van a estallar, dijo alguien el otro día", comentó el bardo, sin precisar quién ni cuándo.
"Me doy todo en los recítales. Los que van, no lo hacen para divertirse sino para hablar conmigo. Les cuento lo que me pasa: que estoy buscando trabajo, que me cuesta conseguirlo. Cuando me olvido de una letra, la gente lo acepta. Van a ver al músico, al hombre contradictorio, a un ser humano." La palabra recital le convoca muchos sinónimos: circo, playa, domingo de verano, amistad. "Cada actuación es una experiencia agotadora y extraordinaria, que me exige un desgaste fuera de lo común." Un drama que dura una hora y media.
El tema que despierta más fervor es 'Escúchame entre el ruido'. Seguramente porque los jóvenes se sienten identificados con sus versos: muchas veces fueron agredidos por sus ropas o su pelo largo. Moris grita: 'Ustedes dicen macho, varón y qué sé yo. / Me meten en un molde como si fuera un flan / y para recibirme de hombre de verdad / me tengo que pelear, no tengo que llorar...' Y acusa: 'Hay que hablar de las mujeres como cosas que hay que usar. / Tener la pose macha y la voz del arrabal; / pero y bien, bien los conozco, no me pueden engañar / tienen miedo, mucho miedo, que los llamen anormal ...'
La entrada a uno de sus recitales oscila en los quinientos pesos. "Yo la rebajaría a doscientos cincuenta, es una cifra linda. Los que van a escucharme no tienen mucha plata." Pero, el trovador disculpa la inflexibilidad de los empresarios: "Tienen que cobrar más caro para cubrir los gastos. Las salas son reducidas". Al finalizar, le pagan "en el acto". El 30 % lo absorbe su representante, Carlos Miccó (28, disc jockey de Radio Argentina). En el Kraft recaudó 17 mil, en el Payró 7; por baile cobra 40 mi) pesos viejos.
De vez en cuando recibe regalías de autor. Vendió treinta mil discos del simple El Oso y mil cien de 'Treinta minutos'. Aspira a vivir de la música; pero por ahora alterna sus andanzas por grabadoras y escenarios con la venta de cursos de inglés de la BBC de Londres. "Soy un optimista del trabajo", confiesa. De poder elegir, se convertiría en diseñador de muebles, técnico de grabación, cuidador de plazas o conductor de "uno de esos coches que llevan chicos a la escuela".

AYER NOMÁS
"Yo adoro la música, le doy tanta importancia como a las letras que escribo. Es un doble poder de comunicación." Moris es casado; tiene un hijo de algo más de un año, Antonio: los tres viven en un departamento de dos ambientes y 30 mil viejos mensuales. Su mujer, Inés González, es egresada de Bellas Artes: trabaja como secretaria de un médico.
'Cuando era muy pequeño él sabía vivir. / Todo era pureza, papá y mamá.
/ Si después creció, sufrió y lloró, / dónde estará la flor, dónde está el que se fue...'
Al mes de nacer, sus padres lo trasladaron a la Argentina. "Papá es dueño de una estancia en la provincia de Buenos Aires. Pero no tiene tanta plata. Me regaló un departamento que vendí para comprar otro en el que ahora vivo," Insiste en que no tiene nada importante que contar: "Mi biografía podría resumirse en la fecha de mi nacimiento", exagera.
'Ayer nomás en el colegio me enseñaron, / que este país es grande y tiene libertad...'
"De chico me eduqué en un colegio inglés, pago, de disciplina más que severa. A los doce años, papá me dijo: tenés que ser un técnico. Le hice caso. Al principio estudié con entusiasmo en el Otto Krause. Después empecé a faltar seguido. Dije que sufría de anemia. Papá se enteró de mi mentira y terminé por abandonar la carrera."
'Ayer nomÁs, mis familiares me decían / que hay que tener dinero para ser feliz. / Hoy desperté, vi mi cama y vi mi cuarto, / ya todo es gris y sin sentido, / la gente vive sin creer...'
"Después me fui de casa, tenía que vivir solo. Llegaba a las seis de la mañana, después de recorrer la ciudad de noche, devorando todo lo que pasaba," Trabajó seis meses en una oficina. Ganaba quince mil pesos y el departamento consumía trece. Vivía con muchos amigos; hoy casi todos integran las agrupaciones beat de Buenos Aires. "Eran sucios, vagos, no cooperaban. Comíamos puchero todos los días, sin carne. No teníamos plata." Dejó de trabajar para formar, con tres cómplices, Los Beatniks, el primer grupo que se lanzó a dar recitales. Corría el 64; Illia era Presidente.
Se mudó a una pensión, la de Doña Vicenta, en Retiro: ocho mil pesos por casa y comida. "Éramos muy amigos los del grupo, pero nos peleábamos. Yo quería cantar cosas más fuertes, ser independiente. Nací para solista. Ansiaba tener todo para mí, desde la promoción hasta los aplausos. Nos separamos."
Solo, se sumergió en La Cueva, de Pueyrredón y Juncal, el cubil de los músicos jóvenes de ese momento. "A veces actuábamos y nos regalaban cigarrillos, un sandwich o una gaseosa. Era nuestro agujero caliente, el útero de mamá. Había de todo. Chicas de la vida y chicas de su casa. Feos y lindos. Homosexuales. Comíamos, escuchábamos radio. La Policía era un fiel habitué: caía todas las noches." Allí conoció a Inés.
En el verano del 65 fue socio de la boite Juan Sebastián Bach, en Villa Gesell: "Cuando llegó el momento de repartir ganancias no me tocó nada —sonríe—, para mis socios yo no había trabajado, sólo cantaba." Al verano siguiente insistió allí junto con Javier Martínez (voz y batería de Manal). Terminaron haciendo un happening en plena calle, frente a la puerta, y la Policía los acorraló.
Hasta hace tres años las grabadoras despreciaban la música de Moris y sus congéneres. "Me hastié de hacer ante salas, de mendigar audiencias. Decidí casarme. Sólo por el civil", aunque tampoco a esa ceremonia le da importancia. Cree en Dios, y reniega del cristianismo aunque está bautizado.

MANDIOCA, LA MADRE DE LOS CHICOS
'Yo no pretendo que piensen como yo / y yo tampoco los quiero convencer; / pero algún día tenía que explotar / y decirles, esto va para atrás...'
"Es una editorial de música, con buenas intenciones —define el bardo a Mandioca, la empresa creada por Jorge Álvarez y Pedro Pujó—. Pero difunde muy poco a sus artistas." El año pasado, Álvarez le ofreció un sueldo de treinta mil pesos mensuales para que grabara un simple, un long-play y escribiera un libro sobre el rock'n roll. "Creo que el libro no se editará jamás, tampoco le puse título." Del LP se lanzaron apenas mil cien ejemplares. Moris demoró tres meses en consumar su opera prima. "Me dieron absoluta libertad para grabar los temas y también para montarlos. Todas las canciones necesitaron una sola toma: lo que llevó tiempo fue montarlas, seis horas cada una."
Moris se deprime con las condiciones que le imponen las grandes empresas. Odeón, por ejemplo, lo arrincona cuatro horas para grabar un simple. "Yo quiero experimentar, investigar; es imposible con tan poco tiempo", protesta. Treinta minutos fue grabado a su gusto, con el auxilio del técnico Salvador Salva. Algunos amigos colaboraron haciendo percusión con manos y boca; otros tocaron algún instrumento. Para' El pianito de Olivos' grabó dos cintas idénticas y después las volcó en una tercera con un lapso de dos segundos entre una y otra. De ahí el efecto de eco que hace errar a muchos: "Es un virtuoso".
Después de un larga duración, un simple, ráfagas de recitales y notas en revistas underground, Moris asegura que la edad no es un factor determinante en el hombre actual. "Tengo muchos más y me siento menor de 18." Son otras las cosas que lo sofocan: la regimentación, la militarización física y psíquica, la mecanización, la presión de la publicidad. 'Las máquinas fabrican frases para vivir / y todos repetimos, sin nunca descubrir'.
"No le veo la salida al mundo, tal como está, porque se busca cambiar de sistema para poder crear un mundo diferente. Para que esto ocurra, la gente tiene que querer el cambio, y eso no ocurre. Sólo nos queda asumir todas nuestras responsabilidades. Vivir sin miedo y también cantar sin miedo." Amén.

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