RODOLFO MEDEROS
"no soy músico de elites"
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Desde los teatros pequeños, extraviados en los suburbios de Buenos Aires, hasta colmar las principales salas, Rodolfo Mederos transitó el áspero camino de la indiferencia. Había dejado atrás las orquestas de tango tradicionales (cuyos arreglos, alguna vez, le encargó Osvaldo Pugliese) y las influencias de Astor Piazzolla, que en los comienzos de composición fue su sombra inexorable. Se mezcló con el jazz y sus músicos en su primer y casi desconocido long play, "Fuera de broma". Se acercó a los músicos de rock con mentalidad abierta para grabar el segundo, "De todas maneras". Ahora, Mederos finalizó la grabación del tercero, con los dos nuevos integrantes de Generación 0, el ex Ave Bock Francisco Arregui (guitarra) y Gabriel Calderaro (batería), quienes reemplazaron a los hermanos Ragazzi. Pero, con melodías actuales o disonancias cotidianas, la sensibilidad es aún Buenos Aires.

Antes del Hípico
-¿Cuál es el balance de tu carrera, antes y después de lo del Hípico?
-Vos hablás del Hípico como un punto de referencia que, evidentemente, es muy claro. Y sirve como tal por ser un acontecimiento visiblemente social. Se podría dividir mi carrera en pre y post Hípico. Antes de lo del Hípico cabalgué muchas otras formas, en tantas cabalgaduras... El Hípico se realizó hace un año y ya tengo unos cuantos años de músico. Si bien la música es una actividad diaria y constante, uno no es músico un día, sino que es una suma de cosas, ese pasaje es muy suave. Es como el nacimiento de un chico: primero pasa por el estado fetal, es solamente necesidad de comer, de nutrirse. En un momento determinado, lo único que rodea al feto son tejidos y cordones umbilicales, y el alimento es uno solo, que son los jugos maternos. Ese es el primer lazo físico que se corta pero siguen otros que, por ahí, son más fuertes. Algunos no los llegan a cortar nunca, el famoso Edipo. Luego pasará a ser racional. Entonces iniciará la etapa del discernimiento, empezará a crecer su cerebro. Comienza a discernir qué es lo que conviene hacer y lo que no, y a controlar su aparato fiscalizador. Llega a una autonomía, a la que habría que tender siempre, donde ya no existen lazos ni cordones, ni sutiles ni gruesos. De esa manera, se convierte en un ser libre, que decide por él y, como consecuencia, actúa. En ese momento, está en situación de producir algo, a través de su vida anterior, donde se nutrió, y, luego de cortar los hilos que lo unían con la dependencia, todo el material aprehendido lo reinvierte. Esto, que es un poco la sinopsis de la vida de un individuo, también es la de la de un músico. Culturalmente sucede lo mismo: conviene y es natural que uno absorba la cultura anterior que es donde, de alguna manera, uno se apoya para revolucionarla, a su vez crecer y modificarla. En todo caso, lo que yo me propongo hacer crecer o cambiar tengo que conocerlo. Quiero decir que para construir el lenguaje propio, la casa de uno al fin y al cabo, necesitás la acomodación de un material que no es tuyo, no te pertenece, aunque todo lo que existe, en definitiva, es de uno. Yo ordené toda la música que escuché en mi vida, la pasé por sutiles tamices y salió esto que es hoy mi música. No hago ningún juicio de valor, es esto. Todo ese proceso tiene productos que son muy visibles. No Se va a decir que hay un edificio donde descargan ladrillos y arena. Sólo se podrá decir que existe cuando estén colocados, por lo menos, el techo y las paredes.

Después del Hípico
-¿Vos pusiste la piedra basal del edificio, que es tu música, en el Hípico?
-Quiero decir que el Hípico es lo visible, como lo pueden ser las cuatro paredes y el techo. Pero detrás de eso hay toda una historia que de no ser, no sería este edificio. En definitiva, lo del Hípico no es casual, es un hecho notorio pero sirve sólo por eso. No sirve si se lo desconecta del todo. Me quemé mucho las pestañas para llegar a lo del Hípico y, en general, esas cosas se dan de una manera bastante accidental, no digo casual porque nada lo es. Se dan casi de un modo coyuntural. Mucha gente cree que en el Hípico nació un músico, craso error porque se desconocía toda la historia anterior. Lo del Hípico es muy valioso; mi tarea es social, hago música para que disfrute mi generación o mi momento histórico, entonces es importante que se me vea, que se vean las cuatro paredes y el techo, que se descubra el fenómeno visible. Por eso, el Hípico, El Coliseo y la Cortada son importantes en tanto y en cuanto muestran una estructura más o menos acabada. Pero a esa estructura no hay que desconectarla de todo el proceso previo. Al Hípico le doy la importancia suficiente que tiene porque siempre digo que la música no basta con escribirla sino hay que hacerla conocer. Es como un soldado que tiene un arma; para dispararla tiene que saberlo hacer en el momento oportuno, si no, no es soldado.

Los submundos del tango
Por eso, muchos músicos, en especial los de tango, tienen una actitud pasiva. Los músicos de tango se sienten invadidos por lo que ellos llaman música "beat", lo cual es cierto pero, si sabemos que hay un medio que no es fácil, hagamos las cosas para oponernos. Ellos se recluyen en submundos de tango, en tanguerías nocturnas, y se quedaron en eso. Ellos, de alguna manera, también son artífices de su destino. Por eso digo que a la música hay que pelearla y tocarla, y mostrar el edificio. No basta con planificar arquitectónicamente la casa; concretamente hay que hacerla para poder vivir.
-¿El tradicionalismo de los músicos de tango es la clave de su crisis de popularidad y del desinterés del público?
-Claro. La cuestión no pasa por hacer una música de "onda", de moda, para estar con los pibes porque eso es tan vano y superficial que no puede durar una década, y qué es una década en la historia de la humanidad. Si bien hay que actualizarse, el asunto no pasa por decirse: "Ahora voy a hacer un tanguito moderno", sino por rescatar la música natural que existe en esta ciudad. En este momento, en este reportaje, no hay música pero sí la hay.
Eso es lo que hay que rescatar, y es muy porteño ya que estamos acá. La cuestión es largarnos por los canales normales y actuales, cosa que ellos no entienden y no entendieron nunca. Los tangueros no quisieron hacerlo, no supieron, y quizá tuvieron capacidad. Entonces se recluyeron en su actitud conservadora, se opusieron ante cualquier cosa que conspirara contra eso, contra la desfiguración de ese arquetipo, de un Buenos Aires que no existe. Que no existe formalmente, claro está que sigue existiendo, de tal manera que para ellos todo lo nuevo es enemigo y contaminante, y quedaron como estereotipados. Eso es lo más trágico. No pasa por ponerse a la moda sino por rescatar la esencia de esta cultura, y tocarla con toda la polenta. Si un tipo siente algo que esencialmente es de acá y lo expresa, con un lenguaje fresco y joven, no puede dejar de sustraerse a eso, a menos que sea un alienado, un insensible total, un loco. Pero si una cosa está hecha con sinceridad, polenta y el espíritu de acá, tiene que reaccionar, si no es como un marciano, un contacto del sexto tipo. Los tangueros se recluyeron, quizás por temor, porque aventurarse en eso consideraron que era peligroso y podían sucumbir, y se quedaron donde estaban. Colón también por temor a no llegar —en definitiva, no llegó— podría haberse quedado, sin embargo se lanzó en tres carabelas que eran la muerte. Habrá sido un mercenario o un visionario, pero se jugó. No sé si le agradezco mucho eso, pero quiero decirte que es una actitud activa en contra de la pasividad de los tangueros. No quiero tirarme contra ellos porque son lo que son, están ahí y han hecho, en su época, todo. Solamente les critico que no permitieron filtrar cosas para hacer crecer la música esencial de Buenos Aires. Eso sí es dramático y pernicioso.

Piazzolla y los cambios
-¿Piazzolla fue uno de los que, el año pasado, intentó modernizar superficialmente su música con la incorporación de los instrumentos eléctricos?
-No conozco, porque no he hablado con él, acerca de sus necesidades reales de la inclusión de sonidos actuales. Lo que pasa es que el asunto del sonido actual es tan relativo. De pronto, Los Beatles incorporaron instrumentos hindúes, que no son precisamente actuales. El concepto de actual es muy resbaladizo, hay que manejarlo muy bien. Puedo utilizar escalas antiguas para componer algo que resulta actual. Lo actual es un momento, una necesidad, no importa si eso se usó o se usará. El cambio de Piazzolla al poner
esos instrumentos no sé, te decía, si se debió a una necesidad o a una cuestión de ponerse en onda. En todo caso, en él no es tan grave porque es un músico con todas las letras y nunca, por más que escriba mal y feo, va a sonar mal y feo. A pesar de él, es un músico sumo. Recuerdo que él hace poco descalificó a los instrumentos eléctricos, no sé si eso se debe a que se dio cuenta que no sirven para él porque, en definitiva, nada sirve y todo sirve; eso es también relativo y resbaladizo. No sé si hizo eso porque sentía que se iba de la mano. Toda la cuestión mecánica-tímbrica exterior hay que usarla, si uno siente la necesidad por supuesto, y a la necesidad hay que dejarla sentir, no hay que frustrarla. Hay algunos que dicen: "Yo no siento necesidad de hacer esto", lo que traducido significa: "Yo no quieto sentir eso, no quiero dejarme sentir por eso". Es aquello de que el hombre es macho y no llora y es un tonto porque quiere) decir que se asume como un insensible. Las mujeres son las que lloran, que invento nefasto ése. Ellas son las sensibles, los hombres no tienen corazón; esto es medio un tango.

Las falsas quimeras
Se debe ser muy sincero, hacer algo porque genuinamente se sienta, no importa si esto es actual, pasó o va a venir; si es revolucionario, estrambótico, simple o ingenuo. Eso no importa: yo siento esto y hago esto. Yo incorporo todo el basamento tímbrico nuevo al servicio de una música que es primariamente música. No escribo para sintetizador hago música con un concepto adentro. Es lo mismo si lo hago con campanas, laúdes, trombón a gas o sintetizador, eso ya se verá. No me propongo hacer una música para tal cosa, eso no existe. Sí se puede incluir un pasaje de sintetizador dentro de una obra si conviene a la estructura, así como Bach hizo un concierto para clave. Eso está fenómeno porque se puede sacar partido honestamente, pero previamente el concepto debe estar adentro. Quiero decir que la música está primero y la canalización, sea para clave o sintetizador, es posterior.
-¿Cómo llegás a cortar el cordón umbilical con la música de Piazzolla?
-Uno no corta los cordones cuando no quiere crecer, cuando se pone un techo. Los límites son dialécticos, uno los puede correr, ensanchar. Los techos existen pero nada impide que uno
los ponga cada vez más arriba si creció lo suficiente como para poder hacerlo. No hay ninguna limitación para eso, salvo que uno mismo se imponga límites por medio de mecanismos insanos que habitan en uno y que son bastante frecuentes. El crecimiento es infinito; lo que sucede es que, por lo general, se corre detrás de falsas quimeras: algunos pretenden el estrellato; otros, montañas de dinero; y otros, no sé, las adulaciones, todo lo que es fatuo.
Romper el cordón
El crecimiento es otra cosa, lo demás viene por añadidura, si viene, pero no es lo esencial. Habría que saber qué es lo esencial y lo que no. Mi cordón umbilical no se corta en un día, nada se hace en un día, quiero decir que nada se hace en un momento preciso. Si bien es cierto que hay un momento en que la gota rebalsa, no podemos hacer responsable a una gota por el hecho de rebalsar. Hay que entender que todo hace a la cosa... Yo mucho no me planteo esas cosas de la rotura del cordón. Sé que estoy haciendo música con la que me identifico. Quizá, si me pusiera a hacer un análisis frío y objetivo, y empiezo a escuchar mis músicas anteriores, comparadas con la actual y con la de gente de la cual pude haber recibido influencias, puedo notar que mi personalidad se fue definiendo como un proceso natural. Si rompí mi cordón umbilical con Piazzolla es porque no me impedí crecer pero no en la alocada carrera del querer siempre más y sí en dejarme ser lo que soy, sin poner ninguna cosa por delante.
-¿Ese es el motivo por el que comenzaste a tocar para el público de rock?
-Claro. A propósito de lo que te decía sobre que las cosas no hay que apresurarlas ni tampoco frenarlas, hay como una inercia natural, propia. Vuelvo a decir que adelantarse o atrasarse es entorpecer y enrarecer el fenómeno, que, a su vez, se vuelve en su contra. No es que uno se deje arrastrar, uno camina, no corre ni se queda, sólo camina. Por esa razón, todavía falta tiempo, quizá, para que sucedan las cosas que intuyo y me gustarían que sucedieran. En este movimiento es como en la vida: algunos piensan que las cosas hay que hacerlas antes de determinada edad. A las cosas no las detengo pero tampoco las apuro. En todo caso, sé muy bien que lo que hago es sólido, que es lo que tengo que hacer y no otra cosa. Lo demás depende de una cuestión coyuntural. Mi música perdurará si es importante, si no lo es, para qué me voy a preocupar, a menos que mi visión sea tan de hormiga que me diga: "¡Ah! con el Hípico triunfé, qué feliz soy". Por supuesto, soy feliz pero me reconozco en mis dimensiones. Si mi música sobrepasa eso, no importa un Hípico más o menos, y si no, haré lo que me corresponda hacer desde este momento.

Sin chocolate ni lentejuelas
-¿Cómo analizás la separación de los hermanos Ragazzi y la gran ovación que recibiste en el Luna Park del 7 de julio?
-Esos dos hechos son uno solo, el segundo. El que los hermanos Ragazzi se hayan desvinculado de Generación 0 es un hecho anecdótico, que no importa en ese sentido. Puede importar para ellos y para mí, en tanto y en cuanto nos tengamos aprecio. El hecho que sí importa es la comprobación total de que la gente, el gran público, por algunos músicos menospreciada (generalmente, se habla del gran público en actitud descalificante), es muy criteriosa y de una sensibilidad realmente despierta, o por lo menos fácil de despertar, y ésa es la función nuestra o mía. Mi función no es entretener ni distorsionar criterios, sino apuntar a la mayor claridad y sensibilización, tomando a la música como una cuestión humanística y no como un simple momento esteticista. Eso se comprobó y, para mí, fue como terminar un examen, como haber llegado a hablar, a no ser un músico de antros elitistas. Estoy contento porque, en definitiva, compruebo que el público es una masa de semejantes capaces de movilizar cosas y a mí me toca esa responsabilidad. Así me puedo sentir contento de asumirla. Ese es el misterio, el sentido del aplauso; esa es mi versión, creo que clara, del Luna Park. Los pibes, porque la mayoría de. los que estuvieron son gente joven, pueden haber estado en algún momento de su vida confundidos o carentes de información, que es lo más frecuente, y así, incoherentemente, actúan. Pero intuitivamente, no racionalmente, no son oligofrénicos. Cuando escuchan música, no hablo de que sea evolucionada o no, buena o mala, pero que sea genuina, que venga de buena entraña, la sienten, no sé si la piensan. Y cuando escuchan alguna mentira también la sienten. En ese caso, quizá, demoren tiempo en reaccionar pero a la
postre la sienten. Ahí estuvo la prueba. No necesité vestirme con lentejuelas ni repartir chocolatines para que sintieran lo que hago. Fue una cosa hermosísima. No hice nada para atraerme a las masas femeninas; Sin embargo, hubo un respeto y una necesidad de escuchar realmente reconfortante, y en ese sentido hay que seguir trabajando. Los que no lo hagan, los que se-opongan a ese fenómeno, los que de alguna manera demoren ese proceso, van a quedarse fuera.

Un secretito
-¿En qué sentido necesitas crecer ahora?
-En un sentido, lo del Luna Park me permitió crecer en un cincuenta por ciento, y el otro cincuenta fue de la gente. Todos participamos de las mismas cosas, es decir que el triunfo no es de Rodolfo Mederos y Generación 0 sino también del público. No planteo mi evolución de llevarla en tal sentido; sigo enraizando en qué momento estoy, haciendo como una auto-elevación. Lo del Luna Park fue una evolución porque me permitió crecer humanamente con respecto a la gente, sintiéndome muy bien, respaldado. En definitiva, me permite crecer en todo: en fuerza, bondad, m qué se yo. En cuanto a lo musical, lo que te voy a contar son planes, primeras sensaciones. No sé si me hacés esta pregunta casualmente pero no casualmente estoy, precisamente, en una etapa de ligera transición. De pronto, estábamos ensayando con el conjunto (ya conozco el sonido del grupo y, así como sé que suena bien, también sé que todavía hay mucho jugo para sacarle) sentí la necesidad de encarar otro tipo de trabajo. Quizá esto comenzó a darse con el tema "Los últimos días de marzo", que tiene un desarrollo más elaborado, que es como una pequeña obra, a diferencia de los temas anteriores que eran más breves, si se quiere, de un corte más ortodoxo. El otro día, así al pasar, le dije a Gustavo (Fedel) que quería escribirle un concierto para piano y quinteto. Gustavo es el miembro más antiguo, el que ha soportado todos los embates de las tormentas. Esta idea no surgió solamente por un respeto y un cariño que siento por él, que también tienen que ver, sino porque es un excelente músico. Y como poco a poco lo voy conociendo más, musical y humanamente, esto es como un secretito que no debería decir, me dio ganas de hacer algo, no sé si un concierto porque quizás suena muy grandilocuente, donde la voz predominante sea el piano. Y quiero que sea el piano de Fedel, no un piano. Más allá de lo anecdótico, es una necesidad de meterme en formas, en estructuras y arreglos que hasta ahora no usé. También quiero escribir una gran fuga para quinteto. Pero sé que todavía es prematuro, necesito un tiempito más. Siempre que se le hace un reportaje a un músico se supone que lo único que importa es su música, pero así como es importante, también lo es el público y todo aquél, digamos, corresponsal de guerra que hace que la música se difunda, sea quien fuere, y lo hace de buena entraña. Esta nota vos la harás porque tendrás que hacerla, porque te gusta o mil cosas más, motivos que a mí me pueden interesar o no, pero si se hace a mí me beneficia, nos hace amigos en este territorio. Y esto también importa.

Revista Pelo
11/1978

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Su música parecía condenada a desaparecer pero el público que asistió, en 1977, al festival del Hípico la arrancó de su anonimato. Luego de un año, otro festival, esta vez en el Luna Park, le reportó una nueva y poderosa confirmación. Rodolfo Mederos es la vital demostración de una continuidad sin concesiones y el resultado, crecientemente masivo, de una evolución con conciencia. Su música es hoy la amalgama de su pasado y su necesidad de crecer.
Rodolfo Mederos
Rodolfo Mederos