|
Revista Siete Días Ilustrados
21.02.1975
cartas
Ya se sabe que hay trabajos más agradables que otros. En el
periodismo, por ejemplo, deben ser muy pocos los que se incomodan
cuando les toca entrevistar a una atractiva vedette o a un
importante hombre de Estado. Ambas tareas son una especie de
gratificación profesional, como es fácil de entender. Pero hay
experiencias que de golpe —tal vez por los protagonistas, quizá
por las circunstancias— adquieren un matiz distintivo, inesperado,
que las convierte en algo único, imborrable. En la cotidiana labor
de confeccionar una revista como Siete Días eso ocurre con más o
menos frecuencia. La semana pasada, la redactora Amelia Figueiredo
(Chana, como la nombramos cariñosamente sus compañeros de trabajo)
vivió uno de esos singulares episodios que merecen ser contados a
los lectores. Estas cosas, por lo general, en un medio como el
nuestro, no suelen trascender y sólo constituyen la cocina interna
de la Redacción, alimentando las charlas de los pocos momentos
libres que deja la máquina de escribir. Lo cierto es que a Chana
le tocó cubrir una nota con varios chiquitos en edad escolar:
debían explorar el mundo de los adultos y emitir sus juicios,
asombros y opiniones que luego se vertirían en la revista. La
realidad —una vez más— se obstinó en superar las expectativas de
todos. Los chicos no sólo aceptaron con alborozo la propuesta sino
que, a la hora de las definiciones, brindaron una verdadera
lección de convivencia. La nota (que se despliega desde la página
62) merece una especial atención, pues admite más de una lectura:
uno puede solazarse con la frescura de las respuestas o ponerse a
meditar acerca de algunas profundas reflexiones infantiles. El
candor, el entusiasmo, la sensatez, la picardía y el buen humor no
son méritos menores. ¿O me equivoco?
EL DIRECTOR
Foto de tapa: OSVALDO DUBINI
|
|