Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Dibujo de la Revista Mutantia
Revista Vea y Lea

Gene Tierney, hermosa y excelente actriz del elenco de la 20th. Century Fox, posa elegante y llena de gracia ante la cámara de Arlington Adams, quien ha obtenido el fotocromo exclusivamente para Vea y Lea


AÑO III — Nº 54 Director: Emilio Ramírez 11 DE NOVIEMBRE DE 1948
50 AÑOS DESPUES DE AQUEL ARMISTICIO
EL alborozo con que el mundo, el 11 de noviembre de 1918, recibió la noticia de la tregua bélica, expresada en el escueto documento impuesto por las armas aliadas y firmado en el hoy doblemente histórico vagón ferroviario, entre los árboles del bosque de Compíegne, no reconoce parangón ni en el viejo continente tan atormentado, ni en estas riberas atlánticas, apenas lamidas entonces por los lengüetazos de la hoguera.
Vino otra guerra mundial, mucho más cruel y prolongada, y una vez más la lucha cesó. Pero aquel júbilo de hace treinta años, aquella alegría desbordante con que los pueblos aclamaban, casi con delirio, los nombres de Wilson, Foch. Lloyd George, Douglas Haig, Ciemenceau, Alberto I, Díaz, Joffre y Orlando, no se vio hace tres años ni lejanamente renovada, en el sentir de los que vivieron aquel momento.
"El júbilo popular, aun en la masa menos culta, estaba como recubierto de un estrato de pesimismo. En 1945, y aun mucho antes, la "gran ilusión" de Norman Angell era, para la inmensa mayoría pensante, no ya una simple ilusión, sino la Utopía con inicial mayúscula.
¡Qué contraste con aquel 11 de noviembre! La guerra, en la convicción expresada por los hombres rectores de la época, había sido eliminada para siempre. Ese flagelo milenario del mundo quedaba extirpado sin apelación. Su Majestad Jorge V, en solemnísima sesión del Parlamento inglés, lo afirmó categóricamente: "En esta gran lucha que determinará en forma definitiva el porvenir del mundo...". El famoso cardenal Mercier, primado de la Iglesia belga y presa preciada del kaiser durante la conflagración, dijo en Malinas: "La bárbara divisa según lo cual la fuerza priva sobre el derecho ha recibido su golpe de gracia". Eduardo Benes, primer ministro de la flamantísima República Checoslovaca, presidida por el esforzado Tomás Masaryk, se dirigió al entonces primer ministro italiano en estos términos: "La paz victoriosa en lo sucesivo asegurada...", contestados,así por el honorable Víctor Manuel Orlando (único sobreviviente, hoy, de aquellos prohombres) : "...En esta hora histórica en que se realizan para siempre los ideales de los pueblos que lucharon por la libertad". Y, en Versalles, en vísperas del tratado de paz, Woodrow Wilson declaró enfáticamente que "con la Liga de las Naciones empezará una nueva era para la historia de la humanidad", mientras el famoso "Tigre", Georges Ciemenceau, afirmaba que "es ei momento de la victoria, y aprovecharemos la ocasión", en tanto que el gran gales David Lloyd George glorificaba la gesta redentora con estas palabras: "La generosidad en el momento del triunfo es una virtud que da sus frutos". 
No destacamos estos conceptos sino para apreciar, repetimos, el contraste. No puede haber sarcasmo en la evocación, aun juzgando que la humanidad no ha sacado ningún provecho moral de sus incontables penurias y que el mundo, en estos últimos treinta años, después de aquel jubiloso 11 de noviembre, tiene hoy problemas sin resolyer mucho más graves que los de entonces.
No hay sarcasmo en el recuerdo, no. El hombre ha sufrido inenarrablemente después de aquella guerra, durante la segunda guerra, en la segunda trasguerra que configura un belicismo a veces más cruel que el mismo choque de los ejércitos. El hombre sigue buscando, escudriña anheloso, confundido, en las tinieblas, sin hallar el remedio para sus muchos males.
Puestos o citar, recordamos a Aldous Huxley: "Eí industrialismo y el urbanismo lo cambiaron todo. Podemos vivir y trabajar en una ciudad sin darnos cuenta del paso del sol, sin ver nunca la tuna y las estrellas".
Podemos vivir. . . ¿No sería mejor decir que podemos resistir, sin morir demasiado aprisa, a influjos de la ciencia, que parece preverlo todo y precavernos de todo, que supo, en un momento crucial, desintegrar el átomo; pero que aun no ha sabido darnos nuestro verdadero armisticio, el sosiego feliz de la paz fecunda? 
En la patria de Confucio afirman que el hombre, para ser dichoso, necesita cada día pisar la tierra con el pie desnudo. Lograr esto, tan simple y hacedero para los orientales, ¿ha de costarnos tanto a nosotros?

Dibujo de la Revista Mutantia

 

siguiente en la sección