CARTA AL LECTOR
LA PORTADA: Por segunda vez, en cinco meses, la Universidad
dicta la carátula de PRIMERA PLANA. En aquella oportunidad
(Nº 86) se pretendió averiguar hasta qué punto la
politización mellaba a los estudiantes; ahora, otra
politización inspira el artículo central: la interna, la que
año tras año, desde 1957, decide en tensos comicios la
representación de las aulas y los graduados ante el Consejo
Superior. Se trata de una puja vehemente, que puebla de
carteles y leyendas los pocos lugares disponibles dentro y
fuera de las facultades, que encrespa las aguas de una y
otra corriente y que, finalmente, proporciona uno de los
índices más claros de la actualidad nacional. En las páginas
10, 11 y 12 se vuelcan el derecho y el revés de ese choque
ideológico que encuentra a la Universidad de Buenos Aires,
en 1964, en una de sus mayores crisis, en el centro de una
tormenta de fantasmas y realidades.
* * *
HISTORIA: También ayudan a escribirla —y, quizá, con la más
absoluta imparcialidad— los objetos inanimados, un friso de
yeso, un sillón, la perilla de la luz. Algunos parisienses
todavía destellan enojo al pasear la vista sobre sus
edificios y reconocer las huellas de la limpieza que sobre
ellos desató el ministro de Cultura, André Malraux. En
Buenos Aires, donde no hay construcciones tan antiguas como
en París, las limpiezas suelen ser más demoledoras: un
ejército de albañiles reduce a escombros las reliquias.
Dentro de unos días, la célebre residencia de la familia
Saint, en Arenales al 1600, dejará a la ciudad sin su rostro
semicentenario. No es la primera que desaparece; tampoco
será la última. Un especial hechizo ha terminado por
habitarlas, a despecho de las presencias humanas que todavía
circulan a través de su pompa. De ese hechizo y de la
nostalgia que lo ampara, dan cuenta las páginas centrales.
* * *
LIBROS: Hasta el Nº 8, PRIMERA PLANA no contó con una
sección bibliográfica estable, a pesar de que la mayoría de
sus redactores pugnaba por verla aparecer. No era fácil: una
desoladora rutina había terminado por esterilizar, en la
prensa comercial argentina, a tan atrayente rubro de la
información. Salvo esporádicas excepciones, la
despreocupación acabó por reemplazar al cuidado, las
fórmulas hechas vencieron, y un escritor de la talla de
Roberto Arlt dejó testimonio, en el prólogo de sus
Lanzallamas, de ese opaco desierto. Cien números después de
aquel comienzo, PRIMERA PLANA no está disconforme con la
ruta elegida: ni crítica farragosa, ni noticia apresurada.
Selección previa, y luego, opiniones accesibles, contacto
con los autores, investigación de sus vidas y su quehacer
literarios, vigilancia de la producción extranjera, buceos
en bibliotecas. Cuando el lector recibe el par de carillas
que habitualmente se destina a cada libro, debe encontrar
algo más que muletillas y un resumen argumental. Las páginas
de esta semana (37 a 41) pueden servir de ejemplo: para el
comentario de Leonardo da Vinci se recurrió a Ernesto Schóó,
no sólo, porque conocía este volumen desde su publicación en
francés, sino porque era capaz de aportar una visión apoyada
en decenas de estudios sobre el creador florentino; Tomás
Eloy Martínez, un incansable seguidor de James Hadley Chase,
era el mejor candidato para reseñar Un loto para Miss Quon;
Ramiro de Casasbellas releyó la prosa y la poesía de Alberto
Vanasco, siete libros, antes de juzgar Los muchos que no
viven. Las editoriales argentinas suelen ser reacias a la
publicidad: el hecho de que cada día avisen más en nuestras
columnas ofrece un síntoma nada despreciable del
predicamento alcanzado.
Hasta el martes próximo.
EL DIRECTOR
24 de noviembre de 1964
|