Revista Siete Días Ilustrados
31.12.1973
Aunque las fiestas de fin de año son —de corriente y a nivel
familiar— propicias para el cumplido halagüeño, vale la pena
subrayar que la frasecita del tituio no es una mera
cortesía, no obstante la familiaridad que nos une (al cabo
de seis años de encuentros semanales) con los lectores de
Siete Días. Es, nomás, la sincera expresión de un grupo de
hombres y mujeres jóvenes cuyo oficio consiste en
zambullirse en la realidad cotidiana, en reflejar todo lo
bueno y todo lo malo que pasa a nuestro alrededor y que, por
lo tanto, nos involucra, nos alegra, nos aflige, nos
emociona, nos compromete. Al término de un año de inmensos
trajines, durante el cual esperanzas y exasperaciones
tejieron una apretada red, nuestros deseos no pueden ser
otra cosa que sinceros. Somos argentinos y queremos
protagonizar el país que anhela la mayoría, el país que
puede ser; tenemos familia y deseamos para ella una
felicidad sin sobresaltos; somos periodistas y nada nos
gustaría más que oficiar de testigos de la confraternidad
humana. La sinceridad de nuestros augurios, entonces, excede
ei marco de la simple gentileza.
Por idénticas razones nos complace testimoniar el
agradecimiento a lectores y anunciantes —cuya confianza en
Siete Días nos obliga a una permanente superación—, y
también a nuestros compañeros de taller, con quienes
compartimos tantas urgencias y tantas satisfacciones, por
ejemplo la de congregarnos —simbólicamente— en torno al
Arbolito Tuerca que, en celebración de la Navidad,
concibieron los muchachos de la sección Mantenimiento
(fotos). El emblema, concebido con materiales metálicos de
rezago, constituye algo más que una demostración de ingenio:
es la prueba del júbilo que nos embarga a todos, hoy y aquí,
de cara a un futuro que deseamos venturoso.
Norberto Firpo
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