Revista Siete Días Ilustrados
31.01.1975
carta
El número 400 de Siete Días —o sea éste— encuentra a la
revista en su más alto nivel de circulación: todas las
semanas, no menos de un millón de argentinos y decenas de
miles de hispanoparlantes de todo el mundo recogen, entre
estas páginas, el eco objetivo de todo cuanto nos importa,
nos preocupa o nos divierte, expuesto siempre —es una
pretensión íntima— con sencilla amenidad y sin
engolamientos. El tiempo demostró que el ejercicio de este
periodismo, sustentado en el sentido común y en la
sensibilidad de un grupo de periodistas jóvenes, despojados
de estereotipos, puede resultar algo más que una exitosa
fórmula editorial: esta línea de conducta depara amigos para
siempre, permite establecer una cálida corriente de afecto
entre quienes escriben y quienes leen, a veces separados
entre sí por mares y continentes. Dése por descontado que
este principio tutela a quienes todas las semanas nos
reunimos para compaginar cada edición; es, reconocidamente,
el más grave de nuestros trabajos, el que exige mayor
responsabilidad, porque allí se deciden los temas que
integrarán la entrega, su tratamiento, su extensión y el
adecuado enfoque fotográfico; porque allí contribuimos a
testimoniar la historia de todos los días, un compromiso
mayúsculo.
A fines de noviembre, en una de esas reuniones acordamos
festejar este número 400 ofreciendo a nuestros lectores
imágenes hasta ahora inéditas de la Argentina, aquellas que
contuvieran los sentimientos de su pueblo, que mostraran el
rostro doméstico de sus gentes. La consigna impartida a todo
el elenco de fotógrafos de la revista, que viajó de uno a
otro extremo del país, era sorprender a ese pueblo en sus
quehaceres y en sus ocios, en sus alegrías y en sus raptos
de euforia. Finalmente, cuando la tarea estuvo concluida y
hubo que elegir entre miles de placas las que mejor
representaran ia idiosincrasia nacional, casi no hubo dudas
de que ese vasto collage debía titularse como reza en la
tapa: "Argentina querida". Esas dos palabras sintetizan, sin
alarde chauvinista, una de las propuestas más ambiciosas
encaradas por Siete Días. El resultado de ese esfuerzo se
imprime a partir de la página 27.
En este número se oficializa el nombramiento de Abel
González como Jefe de Redacción (foto) y ios de Rodolfo
Andrés y Juan José Calzetta como Prosecretarios. Los tres
son miembros del cuadro estable de Siete Días; su ascenso
jerárquico, entonces, revalida un criterio que la Dirección
sustenta desde los orígenes mismos de la revista: no hay
razón para que sus jefes no fluyan de sus propias filas,
siendo éste el más fecundo vivero de buenos profesionales
que existe en Buenos Aires. Si la Dirección demoró un año y
medio en cubrir una jefatura vacante es precisamente, porque
en este orden de decisiones tampoco hay ligerezas
concebibles. González (43), Andrés (27) y Calzetta (28)
asumen sus nuevos cargos por méritos que nadie discute e
identificados con esta consigna. La Editorial Abril, esta
Dirección y sus compañeros de tareas les desean éxito en la
ardua qertión que ahora emprenden. El Director
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