Revista Siete Días Ilustrados
26.09.1975
Cuando el país vivía enzarzado en una guerra fratricida
—entre unitarios y federales—, una humilde madre sanjuanina,
llamada Deolinda Correa, dio origen al más curioso de los
mitos argentinos. Esposa de un combatiente rosista, Deolinda
huyó por el desierto —con su pequeño a cuestas— para
librarse del asedio de un jefe federal; en la empresa dejó
la vida, pero el niño se salvó en forma providencial. A
partir de ese momento, su tumba —reputada de milagrera— se
convirtió en iugar de peregrinación
para miles de personas, desterrando banderías políticas y
militares en una mancomunada veneración. Esta semana, una
película —dirigida por Hugo Reynaldo Mattar e interpretada
por Lucy Campbell (en la foto)— revivió esa epopeya y el
fervor de un pueblo que depositó en la difuntita todo el
calor de su fe y su esperanza. Más allá del valor o de la
calidad del fim, hay en la historia de Deolinda Correa un
mensaje de unión y fraternidad que los argentinos no
debiéramos soslayar. Mirar el pasado puede ser un modo
atinado de enfrentar el futuro.
Carta
Entre las evidencias que reporta la vida cotidiana, hay una
del todo incontrastable: la solemnidad es como un viejo búho
enfermo, atacado de aburrimiento, que se marchita
abandonado, de toda suerte. La solemnidad es una rémora de
los tiempos del cuello duro y la pacatería a flor de piel,
cuando era necesario ejercer el desprecio para parecer
importante. Ese estilo desapareció desde que fueron
cubiertos los abismos entre las clases sociales y ya no hizo
falta oficiar de "señor" para serlo realmente. Hoy, los
engolamientos y las afectaciones constituyen una sospecha de
inseguridad interior, a la vez que una fórmula rococó para
conquistar el ridículo: los escasos sobrevivientes de esta
rancia especie se nutren de reproches y de tanto en tanto
exhalan alguna protesta —tanto como para despuntar su
resentimiento—a contramano de una realidad que exige al
hombre ser más y más sincero consigo mismo y con quienes lo
rodean. Esta disquisición está inspirada en una nota de este
número, la que empieza en la página 62: si la irrupción de
Gerald Ford en la Gasa Blanca estuvo precedida por toda
clase de prevenciones, la franqueza de su estilo político le
ha permitido gozar, en pocos meses, de un grado de
credibilidad popular que Nixon nunca había alcanzado y que,
de paso, está cimentando un sólido consenso electoral.
Parece indudable que este fenómeno resulta una consecuencia
del atractivo que provee la confiable imagen de Ford, libre
de toda sospecha de solemnidad. Las fotos que ilustran la
nota aludida son más elocuentes que estas palabras.
EL DIRECTOR
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