Revista Siete Días Ilustrados
26.10.1970
LA RESPONSABILIDAD
Está por verse si el flamante reacondicionamiento del
gabinete nacional puede ser conceptuado como un definitivo
ajuste al proceso abierto en 1966. Si ésa es la imagen que
pretende dar el gobierno, entonces el alejamiento de los
ministros McLoughlin y Moyano Llerena no puede interpretarse
como un mero cambio de hombres sobre un plan en marcha; eran
titulares de dos ministerios capitales —Interior y
Economía—, de modo que la sustitución revela el ánimo de
emprender otro plan. Puede —ojalá— significar la apertura de
una corriente operativa más eficiente, merced a la
habilitación de más anchos canales de diálogo y a la puesta
en marcha de criterios más realistas en cuanto a las
necesidades sociales.
A la luz de estos nuevos acontecimientos, es oportuno
exhumar algunos conceptos vertidos en el curso de las
últimas semanas por el presidente Levingston; dijo, por
ejemplo, que es "misión fundamental de la Revolución
Argentina" evitar los errores que llevaron al país "a una
situación de frustración, de enfrentamiento y de estéril
estancamiento". Nada hay tan imprescindible, entonces, como
determinar cuáles fueron las causas que condujeron a ese
callejón (y con amplitud suficiente para aceptar que parte
de ese trayecto fue recorrido en los últimos cuatro años). A
partir de ese examen, arbitrar medidas del todo explícitas
que permitan colegir que existen —ahora sí— ideas
coherentes, claras y precisas, para "terminar con las
situaciones de atraso e injusticia". ¿Pero cómo?
Lamentablemente, no abundan los textos oficiales que
respondan a esa pregunta. Se sabe que "hay que profundizar
la revolución", un slogan ambiguo, y que esa tarea demandará
no menos de cuatro años; que "es imprescindible que nos
desprendamos de la inútil servidumbre de sistemas e ideas
que ya probaron su fracaso", y por eso la disolución de los
partidos políticos es un hecho irreversible; que, mientras
tanto, las oficinas ministeriales bullen de aspiraciones de
deseos. Algo más que eso habrá sido el lincamiento general
de las reformas económico-sociales "que atenderán a las
necesidades del interior del país y de los sectores más
rezagados", según anunció Levingston hace tres semanas. Pero
ese material estará ahora a reconsideración del nuevo
ministro y, obvio es suponer, sufrirá modificaciones.
El ejemplo es oportuno: desde 1955, los vaivenes que padeció
la Casa Rosada invalidaron todo esquema político y social de
mediano plazo. Tal vez estribe allí la causa principal del
mentado estancamiento. Es, pues, la versatilidad de
criterios, antes que la calidad de esos criterios, lo que
indujo a la Argentina a sufrir las desavenencias que
contradicen y ofenden al "estilo de vida nacional". Es
triste, pero por omisión se corre el riesgo de que ese
estilo no sea el del "agresivo desarrollo, con justicia, en
paz y tolerancia", sino el de las eternas disputas entre
sectores que comparten el poder, el de los drásticos cambios
de frente, el de la marginación de quienes tienen sobrados
motivos —y madurez suficiente— para arbitrar su propia
suerte.
Lo más tremendo es que el sistema no haya sabido encontrar
los medios —fuera de la represión— para sofrenar una ira
terrorista que no reconoce paralelos en la historia del
país: es que al renegar de los adversarios (una institución
básica para el buen manejo de la cosa pública) florecieron
los enemigos. "Existen hay en el país tensiones sociales que
pueden poner en peligro el trabajo y el sacrificio de todos.
Es que debe entenderse que existen intereses antinacionales,
dentro y fuera del territorio, que pretenden azuzar odios y
rencores, que desean la división y el ¡caos como única forma
de impedir el reencuentro nacional", reconoció el
presidente.
Para domeñar esa furia e impedir el extravío, el gobierno
debe encarar una acción decidida y pujante, orientada en una
sola (y única) dirección, la que contemple exclusivamente
los intereses argentinos, la que mejor satisfaga las
expectativas nacionales —todavía latentes— nacidas a
mediados del 66. Es sensato interpretar que el ansiado
reencuentro no habrá de alcanzarse en un clima de embozada
intolerancia, y que tan nociva resulta la violencia como el
des crecimiento de la mayoría silenciosa, el grueso de una
ciudadanía absorta que péndula entre la esperanza y la
incertidumbre.
Esta semana, los dos ministerios fundamentales para capear
la tormenta cuentan con nuevos jefes (ver página 102). En
buena medida de ellos —y.de las órdenes que se les impartan—
depende que la Argentina se encamine rectamente hacia la
normalización de sus instituciones, a partir de "una acción
esclarecedora constante sobre la población". El presidente
ha dicho, también, que "la Revolución Argentina es una
política": es a estos hombres —bienvenidos— a quienes
corresponde ejercerla. Una responsabilidad mayúscula, en un
momento clave.
NORBERTO FIRPO
Director
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