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Revista Siete Días Ilustrados

Revista Siete Días Ilustrados
16.08.1971
GERMAN ROZENMACHER
El viernes 6 —un viernes de sol que prometía mejores cosas— una noticia increíble, una disparatada ráfaga de espanto, sacudieron a la gente de SIETE DIAS, paralizaron sus cuerpos y mentes; Germán había muerto en Mar del Plata y con él su hijo Juampi, un chico de 5 años, que tantas veces había venido a la Redacción a buscarlo. Noticias inverosímiles, malamente trasmitidas por allegados, hablaban de escapes de gas, de hornallas demasiado tiempo encendidas (a falta de calefacción). Germán había sido enviado a Mar del Plata para investigar tres notas, y aprovechando una estadía que abarcaba un fin de semana su familia lo había acompañado; después, la solidaridad de algunos colegas marplatenses —especialmente el corresponsal del matutino porteño Clarín— permitió tender un puente para saber más, para estar seguros, para poder descartar la hipótesis de una broma siniestra. Había muerto Germán, había muerto Juampi; Chana (Amelia Figueiredo, la mujer de Germán) y Lucas, el menor de los dos hijos, se habían salvado porque una súbita enfermedad del bebé los había hecho pasar la noche en una clínica de niños.
Después llegó el miedo; miedo del momento en que habría que darles el último adiós, miedo de escribir estas líneas porque llorar es una vergüenza y hablar de Germán con distancia habría sido un insulto. También otros miedos más solapados, porque ya se sabe que alguna vez se deja de sufrir y quienes se fueron pasan a ser memoria, y nadie puede soportarlo y así es de todos modos: ese viernes, y los días que siguieron, cada cual quería retenerlo a Germán periodista en las Malvinas, en la Isla de Pascua, en Houston con los astronautas de Apolo 10, en la Patagonia; a Germán escritor desgarrando su autobiografía de hijo de inmigrantes en 'Réquiem para un viernes a la noche', aprendiendo a querer a sus compatriotas en 'Cabecita negra', ahondando sus temas más caros en 'Los ojos del tigre' y 'El avión negro'; a Germán hombre cambiando de trabajo, escapándose a Europa, repartiendo personalmente y con ayuda de Chana la primera edición de Cabecita negra, riéndose de su propia desprolijidad para escribir y para vestir, cantando viejos temas de jazz a la noche, cuando en la Redacción sólo quedaban dos o tres redactores cansados, aferrando el brazo de alguien para hacerle oír la canción que acababa de imaginar para un espectáculo de café-concert que ya no podrá ser, peleándose a gritos con el vendedor de una sastrería elegante porque no tenían medidas para él, tan bajito y rechoncho, polemizando horas porque era peronista, y porque era hincha de Boca, y porque consideraba que tal o cual conjunto teatral había sido injustamente maltratado.
Pero estas líneas no pueden contar todas las anécdotas; no pueden ser una biografía ni una nota sino tan sólo una pretensión imposible. Apenas es posible atar recuerdos sueltos, rememorar su serie de excelentes reportajes, evocar la primera vez que se puso una camisa floreada y se pavoneaba imitando a un hippie, entender la fascinación que sentía por aquella frase póstuma de Juan Duarte suicidado: "Perdón por la letra, perdón por todo". El viernes 6 murieron, en Mar del Plata, Germán Natalio Rozenmacher Piñack, de 35 años, y su hijo Juan Pablo; el primero era periodista, escritor, dramaturgo, crítico teatral y licenciado en Letras de la Universidad de Buenos Aires: a nadie debe sorprender que haya sido elegido por el infortunio porque ya se sabe que, parientes o amigos, siempre se van los que uno más quiere.
SIETE DIAS

 

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