Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Tapas de Revistas
Revista Siete Días Ilustrados

Revista Siete Días Ilustrados
08.11.1971
En este número
Cuando un hombre viaja fuera de su país se convierte, de facto, en un informal embajador de su patria. No importa para qué se trasladó o quién es: en el extranjero puede ser mirado como modelo de una cultura, como representante de una manera de ser, de una conducta-tipo. En ese sentido, los integrantes del equipo científico norteamericano que el mes pasado se instaló en las costas del sur patagónico —iban a estudiar el lenguaje de las ballenas australes, una especie en extinción— no supieron cumplir con ese requisito: contrariando la norma de amabilidad para con la prensa que caracteriza al cuerpo diplomático de los Estados Unidos en este país, esos científicos no sólo obstaculizaron la labor de dos hombres de SIETE DIAS —que viajaron especialmente a Chubut para documentar esos trabajos— sino que, olvidando sin duda su condición de huéspedes, alegaron que la divulgación por parte de este semanario de tal información haría que los turistas fueran "a molestar a las ballenas". Un comentario tan insólito cuanto inoportuno: después de todo, los argentinos son dueños de hacer turismo como les parezca, y son sus autoridades de protección a la fauna las que deben disponer las restricciones que correspondieren. A pesar de todo, el redactor Otelo Borroni y el fotógrafo Carlos Dulitzky no se arredraron: obtuvieron la nota —vertida a partir de la página 44—, lograron un documento gráfico de primera calidad —una ballena hembra saltando fuera del agua en los esfuerzos del parto (fotos)— y olvidaron por último los sinsabores. A ello contribuyeron la Dirección Provincial de Turismo de Chubut —que facilitó su tarea y se mostró en todo solidaria con los periodistas argentinos— y la propia embajada de los Estados Unidos: al tener noticia del incidente ofreció su ayuda para que SIETE DIAS pudiera incrementar su informe, un gesto que obliga al agradecimiento.
• El domingo 31 de octubre se tuvo conocimiento en Buenos Aires de la distinción conferida a Juan Carlos Landrú Colombres, uno de los más prolíficos, talentosos y perseverantes humoristas argentinos. El premio (Moors Cabot) proviene de la Universidad de Columbia, en Nueva York, en mérito a sus "distinguidas contribuciones periodísticas al progreso de la comprensión interamericana". Nada más justo: humorista comprometido, si lo hay, Landrú —un cuarentón jovial, dicharachero y habitualmente bronceado por soles que nadie sabe bien dónde consigue— acredita una foja de servicios que prueba su vocación de crítico agudo, de observador profundo de la realidad, sin preocuparse demasiado por la reacción de los mentecatos, una especie inextinguible. Por pura casualidad —justo es admitirlo—, en este número se habla de él y de la pléyade de adictos a la mordacidad que trasformaron el humor en una vertiente filosófica o, por lo menos, en un testimonio periodístico tan válido (pero más revulsivo) que el del más sesudo editorialista. La nota arranca en la página 58 y a ella responde la tapa de esta edición, producto del talento de un humorista argentino radicado en París: Guillermo Mordillo.

 

siguiente en la sección