Revista Siete Días Ilustrados
06.11.1972
EN ESTE NUMERO
Un desgastado lugar común suele reiterar que el ámbito de
trabajo (o la escuela, depende de la edad) es el "segundo
hogar", con segura alusión a la cantidad de horas que uno
pasa, comparativamente, en su oficina o con la familia. En
el caso de los periodistas —los de Siete Días lo saben bien—
ese paralelo es inevitable: a más de las consabidas 8 horas
de todo ciudadano "normal", redactores y fotógrafos
trasnochan, madrugan, duermen en cualquier rincón del país o
le arruinan el week-end a la esposa en cuanto una nota así
lo exige. Y la referencia a los fines de semana no es
casual; en esta edición son varías las notas que costaron
sábados y domingos: Futaleufú, el show de la cerveza en
Córdoba, el reportaje a Helvio 'Poroto' Botana y el informe
sobre las repubtiquetas de barrio en Buenos Aires
interfirieron los ravioles, el cine o la salida de Francisco
Juárez, Norberto Angeletti, Leda Orellano y Otelo Borroni,
respectivamente.
Claro que si el trabajo suele invadir la vida privada de los
periodistas, éstos se toman a menudo la revancha: en algún
rincón de la tarde siempre hay un rato libre para el ajedrez
o el buen humor; en este último rubro se inscriben, sin
duda, los periódicos apócrifos, consistentes en planchas de
telgopor adheridas a las paredes de Redacción y en las
cuales cada redactor fija sus titulares, comentarios o
furiosos editoriales, con frecuencia referidos a los
diversos torneos de ajedrez y/o fútbol. (Los nombres de esas
publicaciones murales son parte del divertimento: la
dirigida por Luis Laplacette, nativo de Areco y hombre de
campo a la par que periodista, se llama La Voz del Tambo; la
de Daniel Pfiner —estudiante de Filosofía y Letras— es El
Filósofo Ilustrado; la de Andrés Oppenheimer, por alusión a
su origen germano, El Pregonero de Bavaria). En última
instancia, una manera de cobrarle, a la profesión, lo mucho
que se mete en la vida de cada uno.
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