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Siete Días Ilustrados 28.09.1970 IMAGEN Y SEMEJANTE El
Día de la Primavera —y del Estudiante— el presidente Levingston
dio nueva muestra del signo que aspira imprimir a su gobierno:
aunque escoltado por vasta custodia, se permitió dar un paseo por
los bosques de Palermo y dialogar con sorprendidos —no es para
menos— grupos de festejantes del sol y del aire tibio (ver página
88). Si bien el hecho no pasa de la mera anécdota, es justo
concederle el mérito de una manifestación de buen ánimo. Pudo
colegirse que muchos de los veinteañeros que protagonizaron el
encuentro lo consideraron insólito, acaso porque cobijaban la idea
de que un presidente no debe permitirse el más leve rasgo de
informalidad y que el ejercicio de esa magistratura exige el
sometimiento a un rígido hermetismo. Lo cual, para los sectores
lúcidos de la comunidad, constituye una muestra de desprecio o,
mejor, el indicador más fiel de la debilidad de un gobierno. Los
psicólogos suelen decir que la hosquedad es, a menudo, fruto de la
timoratez. El martes de la semana pasada, Levingston recibió,
en la Casa Rosada, al ex presidente José María Guido. A la salida,
frente a los periodistas, Guido supo amurallarse tras dos o tres
frases hechas para eludir los riesgos de cualquier definición, por
leve y amable que fuera. Desde ya que los periodistas descontaban
que Guido —y lo mismo pasó con Frondizi, hace quince días— no
incurriría en la imprudencia de ventilar flamantes intimidades,
pero suponían, ilusos, que su obliteración no llegaría a extremos
de tener que reconocer, ante la justificada insistencia de los
hombres de prensa, que "esto parece un diálogo de sordos". Y lo
era, claro. Y lo peor es que ese concepto puede ser extendido a la
actitud oficial, frente a las inquietudes populares, desde que a
mediados de 1966 fueron clausuradas las instituciones de la
democracia. Por eso, valga este reconocimiento a la actual
Administración, que en los primeros cien días de trabajo ha
insinuado pautas de sensibilidad dialoguista, un métier
inquietante, es cierto, pero absolutamente indispensable para
atemperar la discordia y el clima de violencia que padece el país.
Por de pronto, la restauración de la libertad de prensa
—taxativamente garantizada por Levingston en un mensaje a la
Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas, ADEPA— fue
saludada con alborozo por toda América (el dibujo, arriba,
apareció hace una semana en el matutino El Mundo de Puerto Rico).
Pero el gobierno debe saber, por obvio, que no basta con
incrementar el diálogo para profundizar la revolución, una tarea
que le insumirá —según versiones— alrededor de cinco años. Los
difíciles tiempos venideros requieren, por parte del gobierno, una
clara definición política y una digna respuesta a las angustias
económicas que padecen quienes directamente deben construir la
grandeza material del país, sean empresarios, industriales u
obreros. En el curso de esta semana, los trabajadores percibirán
el flaco, irrisorio aumento del 7 por ciento estipulado por el
ministro de Economía, cifra que aparejó una reacción en cadena:
una encuesta organizada por SIETE DIAS (ver página 60) refleja
cabalmente el criterio con que es asimilada esta mejora. "Tras
cuatro años de aumentos por decreto, sin posibilidad de discusión,
¿cómo aceptar recompensa tan magra? ¿Qué clase de saneamiento
económico se ha hecho si, al cabo de tanto tiempo, un aumento del
10 ó 15 por ciento, digamos, precipitaría la espiral
inflacionaria?", se pregunta uno de los entrevistados. Mucho
convendría que interrogantes como éste propiciaran respuestas
coherentes, siquiera sea para abolir de una buena vez el diálogo
de sordos, el marginamiento de quienes tienen justos reclamos que
hacer; como por ejemplo el grupo de universitarios marplatenses a
quienes el Día del Estudiante sorprendió en plena huelga de hambre
(ver página 78). Llevaban diez días sin probar otra cosa que jugo
de naranja y té, y todo por conseguir mejoras en el nivel
académico. NORBERTO FIRPO
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