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Revista Siete Días Ilustrados

Siete Días Ilustrados
23.11.1970
REFLEXIONES
A partir de las 9 de la noche del domingo 15, los televisores de Buenos Aires mostraron una imagen presidencial poco frecuente: de traje oscuro y corbata estampada, instalado en un sillón de cuero, de espaldas a una biblioteca, casi no quitó la vista de la cámara durante los doce minutos que insumió su llamado a la reflexión. Aunque no tenía papeles delante (o, por lo menos, eso era lo que aparentaba) ni por una vez pudo descubrírsele un titubeo, una expresión que no estuviera encuadrada en la mesura y en el estilo coloquial que gusta utilizar en sus presentaciones públicas. Desde Olivos, esa noche, el presidente quiso dar —es evidente— muestras inequívocas de serenidad personal en un momento que juzgó —ya antes— tumultuoso, extremadamente difícil. Acaso imaginó que, sin mucho esfuerzo, la platea trasferiría esa imagen a la del gobierno todo, una cualidad indispensable para merecer confianza.
Imposible saber, en tan breve lapso, si el "examen de conciencia" que pedía es capaz de restaurar la añorada tranquilidad pública. Por otra parte, la semana que precedió a su alocución fue pródiga en esa clase de exámenes, librados fuera y dentro de las esferas de poder, a nivel de las mayorías expectantes y sobre todo en el sector de la conducción sindical, cuyos réditos pudieron precisarse a media tarde del jueves 12, cuando fuentes oficiales reconocieron que la Confederación General del Trabajo había conseguido paralizar al país; que el promedio de ausentismo laboral en todo el territorio de la República superaba el 80 por ciento.
"El triste espectáculo de un país detenido en su vida activa durante varios días, tanto a ustedes como a mí nos deja un amargo sabor en el espíritu", expresó el general Levingston. No especificó si parte de esa congoja se debía a que la Empresa Ferrocarriles Argentinos optó por no trazar sus habituales —en estos casos— diagramas de emergencia, inhibiendo así a usuarios que eventualmente no adherían a la huelga. Una actitud sin beneficiarios a la vista, ya que en alguna medida distorsionó los índices del acatamiento popular a la CGT.
Otro tema de examen: los gruesos desórdenes ocurridos en Salta y Tucumán (foto) durante las 48 horas previas a las 36 de huelga, permitieron a los argentinos impregnarse por anticipado del "amargo sabor" a que aludió el presidente. Cualquier somera evaluación de hechos de esta índole induce a suponer, con buen criterio, que el ánimo levantisco sobrevuela enormes regiones del país,, y que la subversión prospera, embozadamente, a la sombra de los justos reclamos económicos, de las aspiraciones socialmente legítimas, de la secuela de frustraciones que la ciudadanía carga sobre sus espaldas.
El asesinato de un alto funcionario policial, el sábado 14, al estilo de los que se perpetraban en el Chicago de los años 30, es prueba por demás elocuente de que el crimen se ha vuelto una forma de expresión ideológica; la más aberrante, desde luego, e inadmisible en un medio civilizado. Pero no de otra manera pueden explicarse delitos semejantes (Aramburu, La Calera, Garín, Alonso, por citar apenas los más tremendos) ocurridos en el curso de este año, todos los cuales —incluido el del subcomisario Sandoval— llevaron la rúbrica de alguna organización terrorista.
Por sí solos, estos hitos proponen un llamado a la reflexión. No se trata sólo de lamentar las pérdidas que ocasionó la huelga, ni de reiterar —con palabras— la urgente necesidad de un reencuentro cívico con miras a la prosperidad futura, ni tampoco de remontarse a las ensoñaciones. Habrá que sobrepasar "viejos esquemas y perimidas figuras que hoy persisten" —insistió el presidente—, para obtener "un auténtico orden democrático y representativo". Pero, haciendo abstracción de los adjetivos, ¿por qué persisten esos esquemas y esas figuras? Las reflexiones deberían incidir en ese meollo.
El general Levingston señaló que "el peso de largos años de promesas sin cumplimiento ha gravitado en el descreimiento colectivo". Pero hay algo más: el descreimiento es la vía más rápida hacia el rencor y la intolerancia. Si es cierto que en las desdichas masivas abrevan los "permanentes enemigos del país", entonces no es sólo a través de la represión sino obliterando esas fuentes como habrá de construirse "un país moderno, pujante y libre". Puede deducirse que la obra de gobierno, prolijamente enunciada en una larga serie de solicitadas, en el curso de este mes, no ha sido suficiente para restar adeptos a la huelga y a la violencia, o por lo menos para propiciar el relevo de los "viejos dirigentes politizados", como calificó el ministro Cordón Aguirre el miércoles 11.
Ese día, casualmente, la dirección de SIETE DIAS y las autoridades de Editorial Abril debían resignarse, tras ímprobos esfuerzos, a que la revista interrumpiese —por primera vez y por consecuencia del cese de tareas dispuesto por la CGT— su aparición semanal. Por supuesto, un hecho menudo dentro del universo de trastornos que acarreó la huelga, pero no menos significativo —y deprimente— para quienes tienen la obligación de servir con puntualidad a sus miles de lectores. El hecho de que SIETE DIAS haya faltado a la cita la semana pasada debe computarse, simplemente, como una irregularidad que fue producto de otras irregularidades mucho más trascendentales.
NORBERTO FIRPO

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