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Revista Siete Días Ilustrados
31.05.1971
En este número
Es posible que en tiempos de Rosendo Mendizábal y de Pascual
Contursi los orilleros de Buenos Aires y, en general, los
fanáticos de la música canyengue, vivieran ya acongojados por la
posibilidad de la decadencia del tango; es que desde sus orígenes
el tango se bamboleó entre la arremetida de las cadencias foráneas
y el desprecio que mereció entre los snobs y la aristocracia
porteña. Sus seguidores sufrieron estoicamente estos embates y
acuñaron un estigma que no tardó en integrar la personalidad misma
de sus feligreses, que rápidamente pasó a reflejarse en su música
y en sus versos. Lo cierto es que, a ta luz del actual esplendor
tanguero, se equivocaron quienes lloraron por anticipado su muerte
inexorable: a lo sumo, es una especie de ave fénix, enraizada en
la mitología de Buenos Aires, que no termina de extinguirse y que,
tal vez por eso, tampoco termina de renacer olímpicamente de sus
cenizas. No es extraño que a esta conclusión arriben los lectores
del informe que empieza en la página 32, un material que recluta
la opinión de los líderes del dos por cuatro, los que representan
a la vieja guardia y los que pretenden acomodarlo a la
idiosincrasia de la era atómica. Pero lo más notable es que un
contingente de fangueros conspicuos dio cuenta de que sus
bandoneones tienen aire para rato cuando, la semana pasada,
impregnaron Nueva York con sus acordes: la delegación contribuyó
así a celebrar la Semana de Mayo en los Estados Unidos. Dos de sus
protagonistas (Troilo en un ensayo, y Roberto Goyeneche firmando
autógrafos) aparecen en las fotos de arriba, junto a la
reproducción de un programa del espectáculo. Sobre este tema
escribe el corresponsal de SIETE DIAS, Juan Abraham, a partir de
la página 6.
• No hay antecedente de un hecho similar: hace cuatro décadas, una
empresa petrolera instaló a 27 kilómetros de Comodoro Rivadavia un
campamento de obreros y técnicos que hoy es un pueblo de 236
casas, en cuyo ejido palpitan algunos orgullos patagónicos: hay un
hospital modelo y una pileta de natación cubierta y con agua
caliente. Para sus vecinos, sin embargo, el principal orgullo ha
de consistir en que acaban de consumar un operativo inédito, digno
de Ripley. El pueblo —se llama Diadema— fue adquirido, con todas
sus pertenencias (inclusive el busto de San Martín que preside la
plaza) por sus moradores. Dos hombres de SIETE DIAS visitaron el
lugar, dialogaron con los artífices del negocio y recogieron el
vasto anecdotario que acumula la nota, entre las páginas 58 y 62.
• A media tarde del domingo 23, dos enviados de SIETE DIAS se
sumaban al nutrido contingente de periodistas que desde pocas
horas antes empezó a rondar el suntuoso chalet de Stanley
Sylvester, en el barrio más elegante de Rosario. Es que Sylvester,
de 58 años, un hombre de hábitos parsimoniosos —cónsul británico
en esa ciudad y gerente del frigorífico Swift—, acababa de ser
secuestrado por un comando del clandestino Ejército Revolucionario
del Pueblo, en una maniobra despojada de toda espectacularidad.
Aun así, los hombres de prensa pasaron casi inadvertidos frente al
enorme despliegue de fuerzas de seguridad que anegó Rosario. En
tanto se procuraba hallar alguna pista que condujera a la guarida
en donde Sylvester juega al ajedrez y goza de buen trato (según
escribió él mismo a su esposa), los operativos policiales habían
logrado —por lo menos— mantener en vilo a la población: "Jamás
hemos presenciado una acción de esta envergadura", escribió un
periódico local. Desde la página 12 se vierte un informe sobre el
zarpazo del ERP y sus derivaciones, recogidas hasta el cierre de
esta edición.
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