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Revista Siete Días Ilustrados
17.10.1975
carta
El respeto a la vida y el derecho a la dignidad debieran estar,
entre los seres humanos, por encima de todo cuestionamiento. Los
tiempos que corren son demostrativos, sin embargo, de que ello no
es así, de que este principio fundamental —cimiento de todos los
otros— es cotidianamente vulnerado, para dolor y desasosiego de
quienes piensan que la violencia, cualquiera sea su fuente, es un
flagelo contagioso, una rémora de los tiempos en que el hacha de
sílex cubría las carencias de la justicia e imponía la ley del más
fuerte, una manera de preservar la sobrevivencia. Desde que la
civilización aseguró el predominio de la inteligencia, abrió
cauces al debate e instauró el derecho a disentir, la brutalidad
es inexcusable y el miedo que ella engendra se erigió en el más
cruel de los fantasmas del mundo moderno. El más cruel porque no
está abastecido por las supersticiones sino por una cruda
realidad, la que a diario golpea a los ciudadanos que sólo ansían
alcanzar prosperidad a fuerza de trabajo, y a los periodistas que
—como nosotros— asistimos absortos, desde primera fila, al
espectáculo de la intolerancia criminal, fratricida, íntimamente
acongojados —y amedrentados— por tanto desvarío. En medio de
tantas oraciones fúnebres, Siete Días sólo atina a sumar su
congoja a la de la inmensa mayoría y a expresar, con ellos, su
indeclinable esperanza de que la pesadilla termine de una vez, y
pronto y para siempre. La costumbre de vivir en el miedo degrada
tanto como el ejercicio del terror; nadie quiere, en su sano
juicio, ni una cosa ni la otra.
EL DIRECTOR
Foto de la portada: Osvaldo Dubini,
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