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Revista Siete Días Ilustrados
30.04.1973
Tapa María Yamaguchi
MEMORANDUM. De cómo los ejércitos pueden ser democráticos y la
difícil honestidad resultar premiada
Cuando un grupo humano se reúne para concretar una tarea tiene,
básicamente, dos modelos de estructura de gobierno para elegir: un
modelo "militar", con gran agilidad en las decisiones y en la
acción, pero donde los objetivos se fijan necesariamente desde
arriba, y un modelo "democrática', donde la discusión de objetivos
se realiza a todos los niveles pero a costa de llegar a esos
objetivos más lentamente, con más costo en esfuerzo intelectual,
con más retrocesos. Históricamente, las estructuras del primer
tipo se adaptan mejor a las situaciones de gran riesgo y donde el
objetivo es más fácil de definir: en un quirófano, lo importante
es que la enfermera alcance rápido el bisturí, no que ejerza su
"derecho" a opinar sobre si la operación es o no importante,
necesaria, si está bien planteada y ejecutada; en un equipo de
fútbol, en cambio, de nada serviría un buen director técnico si
cada uno de los jugadores no tuviera ocasión de discutir y así
entender por qué él debe marcar a Fulano en vez de salir a buscar
la pelota, por ejemplo: es que aquí los objetivos parciales
—cansar al rival, desorientar a la defensa, dejar a los contrarios
en off-side— no son tan evidentes como el objetivo principal
(hacer más goles que el otro cuadro).
Por supuesto que ambos modelos no son incompatibles y, aunque es
difícil suponer que algún ejército llegue alguna vez a ganar una
guerra si sus movimientos tácticos los decide por votación entre
la tropa, es posible intentar un modelo mixto, donde en el momento
de actuar se acaben las discusiones, pero antes y después de la
tarea el diálogo abierto permita obviar errores, mejorar la
puntería. Siete Días, que como todas las redacciones ágiles está
mayormente estructurada según el modelo militar, pretende haber
transitado ya la mitad del camino hacia el modelo mixto:
periódicas reuniones y sobre todo el contacto cotidiano entre
"mandos" y "tropa" permiten a cada redactor ampliar o comprimir
espacio, modificar el enfoque, reencauzar la investigación y en
algunos casos sugerir que una nota se levante, esto es, sea dejada
de lado y reemplazada. Ese ejercicio dé la crítica y la
autocrítica no sólo ha facilitado que todo el Alto Mando esté
formado por gente de Siete Días que empezó de abajo, sino que hizo
posible la organización de experiencias novedosas como en el casó
de los suplementos de humor Clave de Ja —en esta edición, el
número 3—, cuya estructura jerárquica no coincide con la del resto
de la revista: su jefe indiscutido es el secretarlo Alberto
Figueroa —munido para el caso de poderes de director—, y no sólo
los redactores y colaboradores, sino los demás secretarios, el
director y el jefe de Redacción, se someten de buen grado a su
autoridad como redactores lisos y llanos. Un síntoma de salud en
el grupo humano, de paso.
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La objetividad es fácil de declamar, pero llevaría a la práctica
se convierte a menudo en un difícil ejercicio de honestidad, de
aceptación de riesgos Imposibles de evaluar. Por eso Siete Días
mantuvo una línea de ecuanimidad entre gobiernos y opositores cada
vez que debió comentar un hecho político; por eso no trepidó en
dedicar sendos suplementos especiales al cordobazo de mayo de 1969
y al retorno de Perón en noviembre del año pasado, algo a lo que
no se atrevieron muchos de los más valientes órganos de prensa en
momentos tan Inciertos. Por eso, porque la objetividad vale más
que den banderas abrazadas de apuro y por conveniencia, Enrique
Pavón Pereyra, historiador peronista, amigo íntimo del líder
justicialista, compañero de sus años de exilio y seguramente quien
mejor conoce el pensamiento profundo del estadista y del hombre,
aceptó que fuera Siete Días la publicación a la que concedería los
derechos exclusivos de sus Diálogos con Perón, cuya publicación
—en tres entregas sucesivas— empieza en la página siguiente de
esta edición.
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