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Revista Siete Días Ilustrados
16.12.1974
carta
Algunos números de Siete Días aciertan a reflejar, mejor que
otros, los tics del tiempo presente: en medio de acechanzas e
ilusiones, a la vera de síntomas y diagnósticos, la realidad es
pródiga en medios tonos, en anécdotas que ciñen al hombre hasta
arrancarle un gesto de perplejidad, a veces una sonrisa, también
una mueca socarrona. Guste o no, ese coctel es uno de los
alimentos terrestres más formidables: Siete Días lo envasa una vez
por semana y lo ofrece en dosis ligeras de digerir, igualmente
nutritivas. En esta edición, casualmente, hay pociones para todos
los gustos: a partir de la página 22 se ventila toda una etapa del
cine musical, acaso la que más contribuyó a glorificar a
Hollywood; y la historia viene a cuento porque las pantallas de
Buenos Aires habrán de refrescar esa cabalgata en los próximos
días, para solaz de cuarentones adictos a la nostalgia y para
sorpresa de tanto desflecado adorador del beat. Desde la página 36
se asiste al renacimiento de la historieta, un género que
vanamente —ahora se descubre— trató de lapidar la televisión. A
partir de la 60, Adriana invita a inspeccionar un sombrío reducto
en donde es posible aplastar la neurosis a golpes de martillo. En
la 80 el escritor uruguayo Enrique Estrázulas cuenta una historia
verídica, casi tan insólita como ia que narra en su excelente
novela Pepe Corvina. En fin, hay otros ejemplos, pero a veces
conviene —es una regla de juego— tomar a los lectores un poco
desprevenidos.
EL DIRECTOR
Foto de la portada: Vana Nissen, por Osvaldo Dubini
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